A BORDO DE LA BEHEMOT
Navegando por el golfo de Aqaba, mar Rojo
Martes, 11 de julio de 2006. 21.41
Afuera ya había anochecido. Andrea salió al pasillo de la superestructura y caminó despacio hacia la proa, lamentando no haber traído un jersey. La temperatura había descendido bastante. La brisa le agitó el pelo y la hizo estremecerse.
Sacó el arrugado paquete de Camel del bolsillo del pantalón y su mechero de la suerte del otro. No era nada del otro mundo, sólo un recargable de color rojo con flores estampadas. No valdría más de siete euros en unos grandes almacenes, pero había sido el primer regalo de Eva.
Necesitó diez intentos para conseguir encender un cigarro debido al viento. Cuando lo consiguió le supo a gloria. Le había resultado casi imposible fumar desde que pisó la Behemot debido al mareo. Y no por falta de intentos.
Mientras disfrutaba del rumor del oleaje bajo la proa del barco, la joven periodista buscaba en su memoria cualquier dato que pudiese recordar acerca de los Manuscritos del Mar Muerto y del Rollo de Cobre. No había demasiado. Por suerte los ayudantes del profesor Forrester le habían prometido darle un curso acelerado para que pudiese transmitir mejor la importancia del descubrimiento.
Andrea celebró su buena suerte. Aquella expedición era mucho mejor de lo que había imaginado. Aunque no encontrasen el Arca, algo que Andrea creía imposible, el reportaje acerca del Segundo Rollo y del descubrimiento de parte del tesoro sería suficiente incentivo para que todos los diarios del mundo comprasen la noticia.
Lo más sensato será buscar un agente para vender la pieza completa. Me pregunto qué saldría mejor, si vender una exclusiva a uno de los grandes como National Geographic o New York Times, o muchas ventas a muchos medios. Seguro que con esto me saco de encima las facturas de las tarjetas de crédito, pensó Andrea.
Le dio una última calada al cigarro y se acercó a babor para tirarlo. Caminaba despacio porque no había olvidado el incidente de por la tarde con aquella borda tan baja. Echó el brazo hacia atrás y en el último instante flotó ante ella el rostro de la doctora Harel recordándole que contaminar es feo.
Vaya, Andrea. Igual hasta hay salvación para ti. Tú haciendo algo bien cuando nadie mira, se dijo mientras apagaba la colilla en el mamparo y se la guardaba en el bolsillo de los vaqueros.
En ese momento, sintió que algo la agarraba por los tobillos y el mundo se dio la vuelta. Andrea manoteó desesperada intentando sujetarse a algo pero sus dedos sólo encontraron aire.
Mientras caía, Andrea creyó ver una forma oscura en la borda, mirándola.
Luego su cuerpo chocó con el agua.