OFICINAS CENTRALES DE KAYN INDUSTRIES
Nueva York
Miércoles, 5 de julio de 2006. 11.29
Orville se encontró en una sala en penumbra. Sólo un pequeño foco iluminaba un atril sobre el que vio su informe y el prometido mando a distancia. Caminó unos tres metros hasta alcanzarlo. Lo estaba examinando, preguntándose cómo podría iniciar la presentación, cuando un súbito resplandor sobresaltó al joven. A dos metros de donde él estaba se había iluminado una pantalla de seis metros de ancho. En ella vio proyectada la primera página de su presentación, con el logo rojo de GlobalInfo.
—Ah, muchas gracias, señor Kayn, y buenos días. Permítame empezar diciendo que es un honor…
Sonó un leve zumbido y la pantalla tras él cambió. Ahora mostraba el título de la presentación y la primera de las dos preguntas, en letras de medio metro de alto.
¿QUIÉN ES EL PADRE
ANTHONY FOWLER?
Estaba claro que al señor Kayn le gustaba el control y la brevedad. Tenía un segundo mando a distancia y no le iba a importar usarlo para acelerar su exposición.
Vale, viejo, mensaje captado. Vamos al grano.
Orville presionó el botón de pasar página. La siguiente diapositiva mostró a un sacerdote de rostro delgado y fibroso, calvo y con el escaso pelo muy corto. Comenzó a hablarle a la oscuridad.
—John Anthony Fowler, alias padre Anthony Fowler, alias Tony Brent. Fecha de nacimiento, 16 de diciembre de 1951 en Boston, Massachusetts. Ojos verdes, 79 kilos. Agente libre de la CIA y un misterio. La respuesta a este misterio ha llevado dos meses de trabajo con diez de mis mejores investigadores dedicándose en exclusiva, y un tremendo montón de dinero para engrasar algunas fuentes de información. Eso explica en buena parte los tres millones de dólares que le ha costado este informe, señor Kayn.
La pantalla cambió, mostrando una fotografía familiar. Un matrimonio bien vestido, en lo que parecía el jardín de una casa lujosa. A su lado un niño guapo y moreno de unos once años. La mano del padre apretaba el hombro del hijo. Los tres lucían tensas sonrisas.
—Hijo único de Marcus Abernathy Fowler, industrial dueño de la compañía farmacéutica Infinity Pharma, hoy convertida en una compañía multimillonaria de biotecnología. Fowler la vendió al morir sus padres en un oscuro accidente de coche en 1984 por 80 millones de dólares, junto con el resto de sus propiedades. Lo donó todo a beneficencia. Para él se quedó la mansión de sus padres en Beacon Hill. La tiene alquilada a un matrimonio con hijos, pero se ha reservado el último piso. Lo convirtió en un apartamento en el que colocó algunos muebles y muchos libros de filosofía. Lo ocupa ocasionalmente cuando viaja a Boston.
Una diapositiva de la misma mujer de la foto anterior, mucho más joven y con toga universitaria.
—Daphne Brent fue una química de cierta valía que trabajó en Infinity Pharma hasta que el dueño de la empresa se encaprichó de ella y se casaron. Al quedar embarazada, Marcus la convirtió en una ama de casa de la noche a la mañana. Eso es todo lo que sabemos de la relación con su familia, más allá del hecho de que el joven Anthony fue a Stanford en lugar de al Boston College, como su padre.
El joven Anthony, casi adolescente, con una banda en la que se leía promoción del 71. Un rostro muy serio.
—Se licenció en Psicología, magna cum laude, con 20 años. El más joven de su promoción. Esa foto se tomó un mes antes de acabar las clases. El último día de curso, Anthony recogió sus cosas y se presentó en la oficina de reclutamiento de la universidad. Quería ir a Vietnam.
Un examen ajado y amarillento, rellenado a mano.
—Ésta es una foto de su AFQT, el Test de Cualificación de las Fuerzas Armadas. Obtuvo un 98 sobre 100. El sargento instructor quedó tan impresionado que le envió directamente a la base aérea de Lackland, en Texas, donde Fowler siguió el curso de instrucción de los pararescatadores, una unidad de las Fuerzas Especiales que se dedica al rescate de pilotos caídos tras las líneas enemigas. Allí aprendió el manejo de helicópteros y tácticas de guerrilla. Tras un año y medio en el frente, acabó la guerra como teniente. En su lista de medallas hay un Corazón Púrpura y una Cruz de la Fuerza Aérea. En el informe escrito podrá encontrar las acciones que justificaron esas medallas.
Una instantánea de varios hombres de uniforme en un aeródromo. En el centro, Fowler vestido de sacerdote.
—Acabada la guerra, Fowler ingresa en un seminario y es ordenado sacerdote en 1977. Se convierte en capellán militar de la base aérea de Spangdahlem, donde lo recluta la CIA. Es comprensible el interés de la agencia en una persona con sus habilidades, especialmente para los idiomas. Fowler habla 11 idiomas y chapurrea en otros 15. Pero la Compañía no es el único organismo que lo reclutó.
Fowler, en Roma, junto a otros dos sacerdotes jóvenes.
—A finales de los 70, Fowler se convierte en agente activo de la Compañía. Mantiene su condición de sacerdote y viaja como capellán militar a muchas bases de las Fuerzas Aéreas por todo el mundo. Hasta aquí usted podría haber reunido fácilmente estos datos acudiendo a otras agencias de información, señor. Pero lo que le voy a revelar ahora es ultrasecreto, y ha sido tremendamente difícil de averiguar.
La pantalla quedó en blanco. El reflejo que desprendía el proyector le permitió a Orville entrever una butaca en la oscuridad, y tal vez alguien sentado en ella. Hizo un esfuerzo por no mirarle directamente.
—Fowler es un agente activo de la Santa Alianza, el servicio de espionaje Vaticano. Es una organización reducida, desconocida para la opinión pública pero muy activa. Entre sus logros está el haber salvado la vida a la presidenta israelí Golda Meir cuando terroristas islámicos estuvieron a punto de volar su avión en una visita a Roma. Un trabajo cuyas medallas se colgó el Mossad, lo que a la Santa Alianza no le importó. Llevan al extremo la expresión «servicio secreto». Sólo el Papa y un puñado de cardenales tienen constancia oficial de su existencia, aunque dentro de la comunidad de inteligencia internacional muchos la respeten y la teman. Por desgracia, poco más puedo añadir sobre su historial en esa institución. Respecto a los trabajos de Fowler con la CIA, ni mi ética profesional ni mi contrato con ellos me permiten revelar nada, señor Kayn.
Orville carraspeó. No esperaba ninguna respuesta por parte de la figura sentada al fondo de la sala, pero aun así hizo una pausa.
Nada pasó.
—En cuanto a la segunda pregunta que nos formulaba, señor Kayn…
Orville se preguntó por un momento si debía revelar que la respuesta no la habían encontrado ellos. Que les había llegado de manera anónima en un sobre cerrado a la oficina. Que había otros intereses implicados, personas que deseaban que Kayn Industries tuviese esa información. Luego recordó la humillación de la nube con olor a menta y siguió hablando.
En la pantalla apareció la foto de una joven de ojos azules y pelo rubio cobrizo.
—Esta joven periodista se llama…