EN CASA DE PHIL Y JOANNA 1:60/40

Fue la semana en que Hillary Clinton había admitido por fin su derrota. La mesa era un revoltijo de botellas y vasos; y aunque el hambre estaba saciada, cierta dependencia social mantenía las manos ocupadas estirándose para alcanzar otro grano de uva, provocar un corrimiento de tierras en la montaña de queso o coger un bombón de la caja. Habíamos hablado de las posibilidades de Obama frente a McCain, y sobre si en las últimas semanas Hillary había demostrado agallas o simplemente se había autoengañado. También habíamos discutido sobre si todavía era posible diferenciar al Partido Laborista de los Conservadores, sobre si las calles de Londres eran adecuadas para los autobuses de dos pisos, sobre la posibilidad de un ataque de Al-Qaeda durante los Juegos Olímpicos de 2012, y sobre los efectos del calentamiento global en la viticultura británica. Joanna, que había permanecido en silencio durante la discusión de los dos últimos temas, dijo con un suspiro:

—¿Sabéis?, lo cierto es que no me vendría nada mal un cigarrillo.

Pareció que todos los presentes suspirábamos ligeramente.

—Es sólo en momentos como éste, ¿verdad?

—La comida. El cordero, por cierto…

—Gracias. Tarda seis horas. Es la mejor manera de hacerlo. Lleva anís estrellado.

—Y el vino…

—Sin olvidar la compañía.

—Cuando lo estaba dejando, lo que más detestaba era la desaprobación. Preguntabas si a alguien le molestaba, y todo el mundo decía que no, pero notabas cómo giraban la cara y trataban de no respirar. Y o bien les dabas lástima, lo cual resultaba de lo más condescendiente, o bien te detestaban.

—Y nunca había un cenicero en toda la casa, y emprendían la larga y dramatizada búsqueda de algún viejo platillo de café que se hubiera quedado sin su taza.

—Y el siguiente paso fue salir al exterior y congelarse.

—Y si lo apagabas en una maceta, te miraban como si le estuvieses provocando un cáncer al geranio.

—Yo solía llevarme las colillas a casa en el monedero. En una bolsita de plástico.

—Como la caca de perro. Por cierto, ¿cuándo empezó todo eso? ¿Al mismo tiempo? La gente paseando con bolsas de plástico, esperando a que su perro hiciese caca.

—Siempre he pensado que debe estar caliente, ¿no? Que deben notar la caca del perro caliente a través del plástico.

—Dick, por favor.

—Bueno, nunca he visto que esperasen a que se enfriara para recogerla, ¿tú sí?

—Estos bombones, para cambiar de tema. ¿Por qué los dibujos nunca coinciden con lo que contiene la caja?

—¿O es al revés?

—Al revés, o al derecho. La cuestión es que no coinciden.

—Los dibujos son sólo aproximativos. Como en un menú comunista. Lo que existiría en un mundo ideal. Piensa en ellos como en una metáfora.

—¿Los bombones?

—No, los dibujos.

—Yo adoraba fumarme un puro. No tenía por qué ser entero. Con la mitad ya me bastaba.

—Provocan diferentes tipos de cáncer, ¿verdad?

—¿El qué?

—Cigarrillos, pipas, puros. ¿Las pipas no causaban cáncer de labio?

—¿Y los puros que provocaban?

—Oh, el cáncer pijo.

—¿Qué es un cáncer pijo? ¿No son términos contradictorios?

—El cáncer de trasero tiene que ser el más deshonroso.

—Dick, por favor.

—¿He dicho algo malo?

—Cáncer de corazón… ¿Eso existe?

—Yo diría que sólo como metáfora.

—Jorge VI… ¿fue de pulmón?

—¿O garganta?

—En cualquier caso, demostró que era un hombre corriente, ¿no? Como lo de quedarse en el palacio de Buckingham y padecer los bombardeos, y después pasearse por el East End estrechando la mano entre los escombros.

—Entonces padecer un tipo de cáncer común estaba en esa línea…, ¿es eso lo que estás diciendo?

—No sé lo que estoy diciendo.

—No creo que él estrechase la mano. Cuando era rey.

—He aquí un tema interesante. Obama, McCain, Clinton: ¿cuál de los tres fue el último en fumar?

—¿Bill o Hillary?

—Hillary, por supuesto.

—Porque todos recordamos el uso que le daba al puro Bill. —Sí, ¿pero después de eso se lo fumó?

—¿O lo guardó en un humidor especial, como hizo ella con el vestido?

—Podría haberlo subastado para pagar las deudas de la campaña de Hillary.

—McCain debía fumar cuando fue prisionero de guerra.

—Obama debe haber fumado uno o dos porros.

—Apuesto a que Hillary nunca ha inhalado humo.

—Por lo que fuman los conoceréis.

—De hecho, y aquí va un obsequio americano para ti, Obama era un gran fumador. Se pasó a las Nicorettes cuando decidió presentarse a la presidencia. Pero recayó, por lo que he oído.

—Ése es mi hombre.

—¿Se armaría un escándalo si alguno de ellos pecara con este tema y lo pillaran con una foto?

—Dependería de la calidad y naturaleza del arrepentimiento.

—Como Hugh Grant después de la mamada en su coche.

—Esa que inhaló.

Dick, para. Apartad esa botella para que no pueda cogerla.

—«La calidad y naturaleza del arrepentimiento»… Me gusta.

—No es que Bush pidiese disculpas por haber sido cocainómano.

—Bueno, no hacía daño a nadie.

—Claro que sí.

—¿Te refieres a algo tipo fumador pasivo? No creo que exista la inhalación pasiva de cocaína, ¿eso existe?

—No, a menos que estornudes.

—¿Entonces no tiene efectos nocivos sobre los demás?

—Aparte de tener que escuchar una conversación tediosamente ególatra.

De hecho

—¿Sí?

—Si Bush, como dicen, había sido un borracho y cocainómano en su vida anterior, ¿eso ayudaría a explicar su presidencia?

—¿Te refieres a daños neurológicos?

—No, a la tiranía del adicto desintoxicado.

—Te están saliendo unas apostillas redondas esta noche.

—Bueno, es mi trabajo.

—La tiranía del adicto desintoxicado. Disculpa las molestias, Bagdad.

—Entonces lo que estamos diciendo es que lo que fumaron marca la diferencia.

—A mí los puros me sosegaban.

—A mí los cigarrillos me provocaban tal subidón que me hormigueaban las piernas.

—Oh, yo recuerdo esa sensación.

—Recuerdo a alguien que se ponía el despertador para levantarse y fumarse uno en mitad de la noche.

—¿Quién era, cariño?

—Fue antes de conocerte.

—Espero que realmente sea así.

—¿Alguien ha visto lo del periódico sobre Macmillan?

—¿Lo de la organización contra el cáncer?

—No, lo del primer ministro. Cuando era ministro de Economía. En el 55 o el 56 o por ahí. Le llegó un informe que establecía la conexión entre el tabaco y el cáncer. Oh, joder, pensó, ¿de dónde vamos a sacar el dinero si tenemos que prohibir los pitillos? Tres peniques y seis chelines por cada libra extra en el impuesto sobre la renta, o lo que sea. Y entonces le echó un vistazo a las estadísticas. Me refiero a los índices de mortalidad. Esperanza de vida para un fumador: setenta y tres años. Esperanza de vida para un no fumador: setenta y cuatro.

—¿Eso es cierto?

—Es lo que dicen. Así que Macmillan anotó en el informe: «El Tesoro considera que los impuestos que genera tienen más peso que esto.»

—Es la hipocresía lo que no soporto.

—¿Macmillan fumaba?

—Pipa y cigarrillos.

—Un año. Un año de diferencia. Es asombroso cuando lo piensas.

—Quizá deberíamos retomarlo todos. Hacer un pacto alrededor de esta mesa. Un desafío secreto contra un mundo políticamente correcto.

—¿Por qué la gente no debería fumar hasta morir? Si sólo pierdes un año.

—Sin olvidar el espantoso dolor y sufrimiento hasta llegar a los setenta y tres en que la palmas.

—Reagan hizo publicidad de Chesterfield, ¿no? ¿O era de Lucky Strike?

—¿Y qué tiene que ver eso?

Algo tendrá que ver.

—Lo que no soporto es la hipocresía.

—Y dale con este tema.

—Es que es así. Por eso insisto. Gobiernos que le dicen a la gente que es malo para la salud, mientras se sostienen con esos impuestos. Tabacaleras que saben que es perjudicial para la salud y venden su producción al Tercer Mundo porque aquí se las demanda.

—Países en desarrollo, no Tercer Mundo. Ya no utilizamos esa expresión.

—Países en desarrollo cancerígeno.

—Por no hablar del tema Humphrey Bogart. ¿Os acordáis de cuando querían poner su cara en un sello, pero en esa foto estaba fumando y borraron el cigarrillo con aerógrafo? Por si la gente que estaba pegando el sello en una carta, veía a Bogey fumando y de pronto pensaba: vaya, eso parece una gran idea.

—Probablemente encontrarán una manera de borrar los cigarrillos de las películas. Es como lo de pintar las películas en blanco y negro.

—Durante mi infancia en Sudáfrica, la censura cortaba cualquier película que mostrase un contacto normal entre blancos y negros. A La isla del Sol le cortaron veinticuatro minutos.

—Bueno, la mayoría de las películas son demasiado largas.

—No sabía que hubieras crecido en Sudáfrica.

—Y el otro tema es que la gente fumaba en los cines. ¿Os acordáis? Veías la pantalla a través de una nube de humo.

—Y había ceniceros en los brazos de las butacas.

—Es verdad.

—Pero sobre lo de Bogey fumando… A veces, cuando veo una película antigua y hay una escena en un club nocturno, con una pareja bebiendo y fumando y lanzándose galanterías, pienso: es tan jodidamente glamouroso… Y entonces pienso: ¿puedo fumarme un cigarrillo y beber una copa ahora mismo?

—Sí que era glamouroso.

—Dejando a un lado el cáncer.

—Dejando a un lado el cáncer.

—Y la hipocresía.

—Bueno, no os traguéis el humo.

—¿Hipocresía pasiva?

—Ya pasa. Continuamente.

—Por cierto, ¿lo de «pintar» es el término correcto?

—¿Alguien quiere café?

—Sólo si tienes un cigarrillo.

—Una cosa siempre acompañaba a la otra, ¿verdad? El cigarrillo con el café.

—Creo que no tenemos ni uno en casa. Jim dejó algunos Gauloises cuando estuvo aquí, pero son tan fuertes que los tiramos.

—Y ese amigo vuestro dejó algunos Silk Cut, pero son demasiado suaves.

—Estuvimos en Brasil el año pasado y allí las advertencias de sanidad son apocalípticas. Fotos a todo color en las cajetillas de las cosas más horripilantes: bebés deformes, pulmones escabechados y cosas por el estilo. Y las advertencias… Nada de esos educados «El gobierno de Su Majestad». O «Las autoridades sanitarias informan». Te dicen qué pedazos se te van a caer. Recuerdo a ese tipo que entró en un estanco y compró una cajetilla de… no recuerdo qué marca. Sale, mira la advertencia de sanidad, vuelve a entrar, devuelve la cajetilla y dice: «Éstos te vuelven impotente. ¿Puedes darme una cajetilla de los que te provocan cáncer?»

—Sí.

—Bueno, pensé que era gracioso.

—Quizá ya les habías contado esta historia otra vez, querido.

—De todos modos, los muy hijos de puta ya se podían haber reído. Es mi vino el que se están bebiendo.

—Es más bien por la manera como lo has contado, Phil. Tienes que pulir la narración.

—Cabrón.

—Creo que por algún lado nos queda algo de hierba.

—¿Nos queda?

—Sí, en la puerta de la nevera.

—¿En qué parte de la puerta de la nevera?

—En el estante del parmesano y el tarro de salsa de tomate.

—¿Quién la dejó?

—No me acuerdo. Debe ser bastante antigua. Probablemente ya haya perdido su potencia.

—¿Pierde la potencia?

—Todo pierde su potencia.

—¿Los candidatos presidenciales?

—Ésos más que nadie.

—Se la ofrecí a Doreena.

—¿Quién es Doreena?

—Nuestra chica de la limpieza.

—Doreena, la chica de la limpieza. ¿Os estáis quedando con nosotros?

—¿Se la ofreciste a Doreena?

—Por supuesto. ¿Va en contra del Estatuto de los Trabajadores o algo por el estilo? De todos modos, no se la quiso llevar. Dijo que ya no fumaba esas cosas.

—Por Dios, adonde vamos a ir a parar en un mundo en el que la empleada de la limpieza rechaza un ofrecimiento de drogas gratis.

—Claro que sabemos que los cigarrillos son más adictivos que cualquier otra cosa. Alcohol, drogas blandas, drogas duras. Más adictivos que la heroína.

—¿Seguro que es así?

—Bueno, lo he leído en la prensa. Los cigarrillos ocupan la primera posición.

—Entonces es así.

—¿Más adictivos que el poder?

—Buena pregunta.

—También sabemos, aunque esto no por los periódicos, que todos los fumadores son mentirosos.

—¿Entonces nos estás llamando exmentirosos?

—Exacto. Y yo también lo soy.

—¿Puedes concretar un poco?

—Les mientes a tus padres cuando empiezas. Mientes sobre cuántos fumas, por arriba o por abajo. Oh, soy un tipo de cuatro paquetes diarios, en plan tengo la polla más grande. O bien, sólo fumo uno de vez en cuando. Eso significa tres al día como mínimo. También mientes cuando tratas de dejarlo. Y le mientes a tu médico cuando te diagnostican un cáncer. Oh, yo nunca fumé tanto.

—Eres un poco duro.

—Pero es así. Sue y yo nos mentíamos el uno al otro.

—¡David!

—Hablo sólo de los cigarrillos, cariño. «Sólo me he fumado uno después de almorzar.» Y: «No, eran los demás los que fumaban, por eso huelo a tabaco.» Los dos lo hacíamos.

—Pues vota por un no fumador. Vota a Hillary.

—Demasiado tarde. En cualquier caso, yo creo que los fumadores mienten sobre cuánto fuman. Como los bebedores mienten sobre cuánto beben.

—Eso no es cierto. Yo conozco a bebedores. La gente que bebe en serio miente sobre todo. Para poder beber. Y yo he mentido sobre otras cosas para poder fumar. Ya sabéis: «Salgo un momento para tomar el aire» o «No, tengo que volver con los niños».

—De acuerdo, así que lo que estás diciendo es que los fumadores y los bebedores son mentirosos patológicos.

—Votad a Hillary.

—Lo que estamos diciendo es que a los mentirosos les encanta mentir.

—Esto es demasiado filosófico a estas alturas de la noche.

—Y también se autoengañan, ése es el otro tema. Nuestro amigo Jerry era un fumador compulsivo, era de esa generación. A los sesenta se hizo un chequeo y le dijeron que tenía cáncer de próstata. Optó por una intervención quirúrgica radical. Le extirparon las pelotas.

—¿Le extirparon las pelotas?

—Sí.

—Entonces… ¿sólo tenía polla?

—Bueno, le pusieron unas pelotas ortopédicas.

—¿De qué están hechas?

—No lo sé…, creo que de plástico. Pesan lo mismo, así que ni te enteras.

—¿Ni te enteras?

—¿Consiguen que se bamboleen como las de verdad?

—¿Podemos cambiar de tema?

—¿Sabéis cuál es el término en argot para pelotas en francés? Les valseuses. Las bailarinas de vals. Porque se bambolean.

—¿Es hembra? Quiero decir femenino. Valseuses.

—Sí.

—¿Por qué cojones es femenino en francés?

—Cambiemos ya de tema.

Testicules no lo es. Pero valseuses sí.

—Cojones femeninos. Como para confiar en los franceses.

—No me extraña que no apoyasen la guerra de Irak.

—Tampoco lo hizo nadie de los presentes.

—Yo estaba a favor más o menos en un 60/40.

—¿Cómo puedes estar a favor en un 60/40 sobre algo como Irak? Es como apoyar en un 60/40 la teoría de que la Tierra es plana.

—En eso también estoy de acuerdo en un 60/40.

—En cualquier caso, el motivo por el que he puesto el ejemplo de Jerry es porque dijo que se sentía aliviado cuando le comunicaron que tenía cáncer de próstata. Dijo que si hubiera sido cáncer de pulmón, tendría que haber dejado de fumar.

—¿Así que siguió fumando?

—Sí.

—¿Y?

—Bueno, estuvo bien durante unos años. Unos pocos años. Y después se le reprodujo el cáncer.

—¿Y entonces lo dejó?

—No. Dijo que no tenía ningún sentido dejarlo en ese estadio, que ya puestos se seguiría dando el gusto. Recuerdo la última vez que fuimos a visitarlo al hospital. Estaba sentado en la cama, viendo un partido de criquet con un enorme cenicero lleno de colillas junto a él.

—¿En el hospital le dejaban fumar?

—Era una habitación individual. Un hospital privado. Y fue hace años. La pagaba…, era su habitación. Ésa era la actitud.

—¿Por qué nos estabas hablando sobre este tipo?

—Ahora no me acuerdo. Me habéis distraído.

—El autoengaño.

—Exacto, el autoengaño.

—A mí me parece exactamente lo contrario…, como si supiera exactamente lo que estaba haciendo. Quizá decidió que valía la pena.

—A eso me refiero con lo del autoengaño.

—En cuyo caso ser fumador es un entrenamiento necesario para ser presidente.

—Yo creo que Obama puede conseguirlo. Como símbolo de América.

—Estoy de acuerdo. Bueno, estoy de acuerdo en un 60/40.

—Eres un liberal…, estás de acuerdo en un 60/40 en todo.

—No estoy seguro de estar de acuerdo.

—Mirad, incluso se posiciona en un 60/40 sobre si está o no de acuerdo en un 60/40.

—Por cierto, te equivocas con respecto a Reagan.

—¿No hizo publicidad de Chesterfield?

—No, me refiero a que no murió de cáncer de pulmón.

—No he dicho que lo hiciera.

—¿No lo has dicho?

—No. Padecía Alzheimer.

—Según las estadísticas, los fumadores son menos propensos a padecer Alzheimer que los no fumadores.

—Eso es porque ya están muertos cuando esa enfermedad suele declararse.

—Nueva advertencia del Ministerio de Sanidad brasileño: «El tabaco ayuda a prevenir el Alzheimer.»

—La semana pasada leímos el New York Times. Íbamos en avión. Había un artículo sobre un estudio dedicado a la esperanza de vida y el coste comparativo para el gobierno, o más bien para el país, de diferentes tipos de muertes. Y esas estadísticas que le dieron a Macmillan…, ¿cuándo fue eso?

—Creo que en el 55 o el 56.

—Bueno, son todas para fastidiar. Probablemente también lo eran en aquella época. Si eres un fumador tiendes a morir a los setenta y tantos. Si estás obeso, tiendes a morir alrededor de los ochenta. Y si eres una persona sana, ni fumadora ni obesa, tiendes a morir a una edad media de unos ochenta y cuatro.

—¿Y necesitan hacer un estudio para decirnos esto?

—No, necesitan un estudio para decirnos esto: el coste en gasto sanitario para el país. Y aquí está la gracia. Los fumadores eran los que salían más baratos. Después venían los obesos.

Y todas esas personas sanas, ni fumadoras ni obesas, acababan representando el mayor sumidero para el país.

—Es alucinante. Es lo más relevante que se ha dicho en toda la noche.

—Aparte de lo bueno que estaba el cordero.

—Estigmatizan a los fumadores, los machacan a impuestos, les obligan a permanecer de pie en las esquinas bajo la lluvia, en lugar de agradecerles ser los tipos que más baratos le salen al país.

—Lo que no soporto es la hipocresía.

—En cualquier caso, los fumadores son más simpáticos que los no fumadores.

—Dejando de lado que les provoquen cáncer a los no fumadores.

—Yo creo que no hay ninguna base científica para la teoría de los fumadores pasivos.

—Estoy de acuerdo. Aunque no sea médico, como tampoco lo eres tú.

—Creo que en realidad es algo más metafórico. En plan, no invadas mi espacio.

—Una metáfora para la política exterior estadounidense. ¿Hemos vuelto al tema de Irak?

—Lo que quería decir es que, bueno, siempre me pareció que cuando todo el mundo fumaba, los no fumadores eran más simpáticos. Ahora es al revés.

—¿La minoría perseguida siempre resulta más simpática? ¿Es lo que pretende decir Joanna?

—Lo que digo es que hay una camaradería. Si te acercas a alguien parado en la acera junto a un pub o un restaurante y le pides un cigarrillo, siempre te lo dará.

—Pensaba que no fumabas.

—No, pero si lo hiciera, me lo darían.

—Noto una maniobra de distracción en este condicional.

—Ya os lo he dicho, todos los fumadores mienten.

—Parece un tema para discutir cuando nosotros nos hayamos ido.

—¿De qué se ríe Dick?

—Oh, las pelotas ortopédicas. Es la idea. O la frase. Estoy seguro de que tiene múltiples aplicaciones. La política exterior francesa. Hillary Clinton.

¡Dick!

—Perdón. Soy un tipo chapado a la antigua.

—Lo que eres es un niño chapado a la antigua.

—Ay. Pero, mamá, cuando sea mayor, ¿podré fumar?

—Todo este rollo sobre los políticos que necesitan pelotas es… una gilipollez.

Touché.

—¿Sabes?, me sorprende que ese amigo vuestro no volviese al médico, o al cirujano, y dijese: ¿Puedo tener otro tipo de cáncer en lugar del que le obliga a cortarme los cojones?

—No fue así. Podía elegir entre varias alternativas. Optó por la más radical.

—¿Puedes repetirlo? Aquí no hay opción de 60/40.

—¿Cómo vas a tener la opción de 60/40 si sólo tienes dos pelotas?

—60/40 es una metáfora.

—¿En serio?

—Todo es una metáfora a estas alturas de la noche.

—Por cierto, ¿puedes llamarnos a un taxi literal?

—¿Recordáis la mañana después de fumar como un carretero? ¿La resaca del cigarrillo?

—La mayoría de mañanas. La garganta. La nariz reseca. El pecho.

—Y cómo era claramente diferente de la resaca de la borrachera, que a menudo padecías al mismo tiempo.

—La borrachera te libera. El pitillo te constriñe.

—¿Eh?

—Fumar encoge los vasos sanguíneos. Por eso nunca podías empezar el día con un cagarro decente.

—¿Era por eso?

—En mi opinión como profano en medicina, ése era tu problema.

—¿Así que hemos vuelto al principio?

—¿Que era…?

—La bolsa de plástico y…

—Dick, ahora sí que nos marchamos de verdad.

Pero no lo hicimos. Nos quedamos, y seguimos hablando, y decidimos que Obama ganaría a McCain, que los conservadores sólo se confundían con el Partido Laborista temporalmente, que sin duda Al-Qaeda atentaría en los Juegos Olímpicos de 2012, que dentro de unos pocos años los londinenses empezarían a sentir nostalgia de los autobuses de dos pisos, que en unas pocas décadas se volverían a plantar vides a lo largo de la muralla de Adriano como en la época del imperio romano, y que, con toda probabilidad, durante el tiempo que le quedase de vida al planeta, alguien en alguna parte seguiría fumando, vaya cabrones afortunados.