ELSIE Brand anunció:

─No Donald, no ha estado aquí en todo el día; ni siquiera ha llamado por teléfono.

Me senté y le ofrecí un cigarrillo.

Elsie movió negativamente la cabeza.

─A Bertha no le gusta que fume en las horas de oficina.

─No se preocupe ─le dije. Ahora soy socio de la casa.

─Eso he oído.

Elsie vaciló todavía un momento y al fin encendió el cigarrillo.

Fumamos un rato, en silencio.

─Creo que sería bueno aumentarle el sueldo ─dije, al fin.

─¿Por qué?

─Porque se pasa el día dándole a la máquina de escribir.

─Eso le haría subir la presión arterial a Bertha. El mes pasado le pedí un aumento y se enfadó tanto que por poco me mata.

─¿Cuánto pidió?

─Diez dólares más.

─Ya los tiene concedidos.

─No puede usted hacerlo.

─¿Por qué?

─Bertha anulará el aumento.

─No se preocupe. Considérese aumentada. ¿Qué hay de la bicicleta que destrozó? ¿No ha sabido nada de ella?

─Aún no. Esta mañana he telefoneado al Auto Club. Creo que esa chica fue más lista que nosotros.

─Vuélvales a llamar, por si acaso.

Elsie marcó un número, preguntó un nombre y al cabo de unos instantes inquirió:

─¿No saben todavía nada de aquella bicicleta destrozada?

Noté que su rostro cambiaba de expresión. Cogiendo un lápiz pidió:

─Un momento… Nollie Starr… seis… ocho… uno. Calle East Bendon… ¿Cuánto pide?… Sí, fue culpa mía. Lo siento… Muchas gracias.

Colgó el teléfono y arrancó la página de su libro de notas.

─Aquí tiene su dirección ─dijo─. No reclamó hasta haberse hecho reparar la bicicleta. El Auto Club tiene la factura por las reparaciones. Ha sido extendida directamente a ella, a esa dirección.

Doblé el papel, lo guardé en un bolsillo, diciendo:

─Será mejor comprobar si es la dirección que necesitamos. Cuide de que el Auto Club pague la reparación. No quiero que la señorita Starr empiece a hacer averiguaciones y descubra dónde trabaja usted. Podría cambiar de domicilio.

─Está bien, llamaré mañana…

Se abrió la puerta y Bertha Cool entró en la oficina.

Elsie aplastó el cigarrillo contra el cenicero y volvió su atención al teclado de la máquina, Bertha Cool nos dirigió una mirada centelleante.

─¿Dónde ha estado? ─pregunté.

Los negros y duros ojillos de Bertha se iluminaron triunfalmente.

─Pescando ─anunció─. He disfrutado de un día perfecto. Ya te dije que iba a disfrutar de la vida. No te interrumpas por mí, Donald. Sólo quiero recordarte que Elsie trabaja por un sueldo y que hasta ahora no se ha considerado tan insustituible como para exigir una participación.

─Elsie y yo hablábamos de negocios.

─¿De veras?

Iba a decir algo más; pero se contuvo, inquiriendo:

─¿Era acerca de la bicicleta?

─Sí, en parte.

─¿De qué más hablabais?

─Elsie me estaba diciendo que el coste de la vida sube a cada momento y que le cuesta mucho cubrir sus gastos.

─Veo que ha estado perdiendo el tiempo para conseguir que te apiadases de ella. Lo mismo hizo conmigo el mes pasado.

─Pues ha logrado que me apiade. ─A pesar de su indignación, Bertha fingió asombrarse─. Sí, le he aumentado en diez dólares el sueldo.

Bertha había empezado a decir algo; pero mis palabras la dejaron boquiabierta durante unos segundos. Al fin soltó un torrente de palabras.

─¿Qué significa eso? ¡Yo soy quien rige esta oficina! Tú podrás estar asociado; pero no tienes derecho a aumentar los sueldos sin mi permiso. Y para que te enteres…

─¿No sería mejor que nos peleásemos en privado? ─pregunté.

Bertha intentó añadir algo más; pero al fin, bruscamente, dirigióse a su despacho particular. Yo la seguí, cerrando de golpe la puerta.

─Ya debí esperar que la cosa terminara así ─declaró Bertha, esforzándose en conservar la calma─. Esa chica merece tanto un aumento de diez dólares como un chófer para que la traiga al despacho. Cobra lo mismo que otras mecanógrafas…

─Pero hace el doble de trabajo que le haría cualquiera de esas mecanógrafas.

─Bien ¿y qué? ─preguntó Bertha─. Ella quería el empleo; yo la acepté. Se presentaron un centenar más. Como es lógico escogí la mejor, la que podía trabajar más.

─Entonces los tiempos eran difíciles. Había pocos empleos. Ahora las cosas han cambiado.

Bertha abrió el cajón central de su mesa, extrajo de él una larga boquilla de marfil, insertando en ella un cigarrillo con tal fuerza que lo partió por la mitad. Iba a tirarlo; pero conteniéndose a tiempo lo acabó de partir y guardó el pedazo sobrante, dejando el otro en la boquilla.

─Tal vez no te des cuenta de ello, pero en el momento en que se me antojo puedo disolver nuestra asociación ─dijo.

─Lo mismo puedo hacer yo ─repliqué.

─¿Tú? Viniste sin un centavo en el bolsillo y completamente muerto de hambre. ¿Irías a disolver una sociedad que te va a dar más dinero del que jamás has soñado? ¡No me hagas reír!

─Pues o Elsie Brand recibe el aumento de sueldo de diez dólares que pide, o queda rota nuestra sociedad.

La mano con que Bertha sostenía la cerilla tembló. Levantándose fue hasta la ventana, volviéndome la espalda. Al cabo de unos segundos regresó hacia mí.

─Está bien ─replicó, con extraña dulzura─. Recibirá los diez dólares. Pero recuerda que ya no cobras un sueldo, sino una participación en los beneficios, descontados los gastos. Lo malo en ti es que sigues siendo generoso con un dinero que crees es sólo mío. Esos diez dólares mensuales son cinco dólares menos que tú recibirás cada mes. ¿Qué hay de nuevo en el caso Devarest?

─He de ver al abogado de Nadine Croy, un tal Timkan. ¿Le conoce usted?

─Nunca he oído hablar de él. ¿Para qué has de verle?

─Para hablar del asunto.

─¿Cuándo?

─Mañana por la mañana. La señora Croy llevará allí a un hombre que, según ella cree, sabe algo de su marido.

─¿Cómo?

─Sospecha que ese hombre dijo al doctor Devarest algo muy importante acerca de Walter Croy, y que permitió al doctor apretarle los tornillos al marido. Sea cual sea esa prueba, fue robada de la caja de caudales.

─¿Al mismo tiempo que las joyas?

─Antes. Lo del robo de las joyas fue una idea que tuvo el médico para tener con ello una excusa para avisar a la policía.

─¿Dónde están ahora las joyas?

─Lo ignoro. Un anillo estaba en el auto…

─Ya lo sé. Pero si Devarest cogió las joyas, ¿dónde están ahora los demás?

─No lo sé.

─La viuda debería pagarnos un premio por encontrarlas.

─Aún no las he encontrado.

─Las encontrarás.

─No estoy muy seguro de que la señora Devarest me haya contratado para recobrar las joyas.

─¿Para qué te contrató, pues?

─Pues para hacer de tapadera.

─¿De qué?

─Sencillamente: para impedir que Walter Croy se entere de quién era la persona a quien amaba su ex mujer.

─¿Por qué crees eso?

─Pues porque han empezado por decirme que debo pasar no por detective, sino por amigo de la familia. Y luego han aclarado que debo pasar por amigo de Nadine Croy.

─¿Qué hay de malo en eso?

─Por lo que a mí se refiere, nada. Sólo quiero hacer resaltar que Nadine Croy se esfuerza demasiado en hacer ver que yo soy su pasión.

─No lo entiendo ─declaró Bertha.

─Walter Croy ha presentado demanda de custodia de la niña, tratando de demostrar que su madre no merece tener en su poder a la chica. No lo hace por cariño a su hija. Quiere dinero. La demanda la presentó hace mucho tiempo, mas luego sucedió algo que le hizo retroceder como si hubiese visto al lobo. Pero en estos últimos días ha sucedido algo que le ha permitido volver a presentar su demanda, y como la señora Croy al ver que su antiguo esposo dejaba de molestarla, creyó que ya no debía temer nada, cometió algunas imprudencias y ahora las cosas están como hace siete meses; ni más ni menos que antes.

─¿En qué puede beneficiaria el aparentar que tú eres su amor?

─Pues en que nadie podrá demostrar jamás que la señora Croy y yo hayamos hecho nada malo, y de esa forma no buscarán más allá y tampoco darán con el amor legítimo.

Bertha Cool entornó los ojillos.

─Me parece que has dado con algo.

─Pronto lo sabré.

─¿Cómo?

─Si la mujer empieza a pedirme que aparezca con ella en público, entonces sabré que no ando desencaminado.

─¿Y a qué tantas precauciones? ¿No está ya divorciada?

─Cuando sepa el porqué sabré también de qué está asustada.

─¿Crees que está asustada de algo?

─Claro.

En aquel momento sonó el teléfono.

─¿Quién? ─preguntó Bertha.

Luego, volvióse hacia mí, anunciando:

─Es la Croy. Pregunta por ti. Elsie le dijo que estabas en una conferencia y que no podía interrumpirte. Quiere saber si esta noche estás libre. Dice que tía Colette y ella creen que sería bueno que os viesen en público.

─Dígale a Elsie que yo llamaré dentro de una hora.

Bertha transmitió el mensaje y luego de colgar el teléfono con violencia suficiente para hacerlo pedazos, declaró:

─La has conquistado.

─No estaría mal ─repliqué─. Tiene unos cuantos cientos de miles de dólares. Podría casarme con ella y retirarme de los negocios.

─¿Crees que sus intenciones no son decentes? ─preguntó Bertha.

Marché hacia la puerta, declarando:

─Para quien es puro todas las cosas son puras.

El seiscientos ochenta y uno de la calle Bendon era una de esas casas de alquiler de tipo corriente que parecen hechas en serie. Era de tres pisos y carecía de ascensor. El departamento 304 estaba en el último piso, y en la parte delantera. En la puerta se leía el nombre de Dorothy Grail. Llamé al timbre. Oí rumor dentro y al fin la puerta se abrió unos diez centímetros. Por la ranura me miraron unos ojos negrísimos.

─¿Vive aquí la señorita Starr? ─pregunté.

─No, aquí sólo vive la señorita Grail.

─¿Y no vive aquí ninguna señorita Starr?

─No.

─¿No la conoce usted?

─No. ─La puerta empezó a cerrarse.

Disimulando mi voz declaré:

─¡Qué raro! Vengo del Auto Club. Ella nos dio esta dirección. Tengo que abonarle una cantidad por su bicicleta.

Oí unos pasos precipitados y la voz de Nollie Starr, que decía:

─Eso es otra cosa, Dot. Puedes abrir.

La muchacha de los ojos descorrió el cerrojo y entré en el departamento. Éste constaba de dos habitaciones: una menuda cocinita un salón y dormitorio combinados. La cama era de pared.

Nollie Starr sólo necesitó unos segundos para reconocerme. Primero su expresión indicó que creía recordarme; luego la ira y el miedo, aparecieron en sus ojos.

Un hombre estaba sentado en una silla, junto a la mesa colocada en un extremo del salón. Al oír la ahogada exclamación de Nollie Starr levantó la cabeza. La luz le dio de lleno en el rostro. ¡Era Jim Timley!

─Buenas noches ─dije─. No quiero interrumpir la conversación.

Timley se puso en pie, ayudado más por sus brazos que por las piernas. Me recordó el aspecto de un espárrago hervido.

La muchacha de los ojos negros parecía la única que no deseaba salir huyendo. Me miraba curiosamente, sin acabar de comprender.

─Me llamo Lam ─dije─. Supongo que nadie se va a molestar haciendo las presentaciones. Usted es Dorothy Grail. Ahora que nos conocemos todos, ¿qué prefieren? ¿Hablamos entre nosotros o pedimos o Dorothy que se marche?

Dorothy cerró la puerta y corrió el cerrojo.

─¿Por qué no hablan aquí? ─preguntó.

─Oiga, Lam, yo puedo explicarle todo esto ─empezó Timley. Miró a Nollie Starr y, cobrando un poco de valor, añadió─: Por más… que no veo que nada de esto le importe a usted lo más mínimo.

Nollie Starr movió aprobadoramente la cabeza.

Timley se animó más. Arqueando el pecho avanzó, belicoso, hacia mí. Sin duda había añadido el boxeo a sus otras aficiones deportivas.

─Nunca me han gustado los tipos frescos ─declaró─. Márchese antes de que cuente hasta tres. Uno…

─Tiene razón: nada de esto me importa ─dije─. Al fin y al cabo se me contrató solamente para presentar los hechos a la señora Devarest. Le pasaré el informe y puede usted entenderse luego con ella.

La voz de Timley reveló un súbito pánico.

─No se marche ─pidió.

─Si ha cambiado de opinión, empiece a hablar ─dije.

Timley miró a la muchacha. Estaba tan asustado como un gatito en lo alto de un poste de telégrafos.

─Ya que se entromete usted tanto en mis asuntos privados, yo misma puedo contestarle ─dijo Nollie Starr.

─Eso nos ahorrará tiempo. Decida pronto lo que tiene que contarme.

Sus ojos expresaron indignación.

─¡Estoy harta de verle siempre detrás de mí! ─declaró─. Y para que se marche le diré que hace seis meses que vivo aquí. Esta señorita es mi compañera de habitación. Dorothy Grail. Conservé este alojamiento porque no sabía el tiempo que podría durarme mi empleo en casa del doctor Devarest. Hace un par de meses, una noche de lluvia, Jim Timley me acompañó a casa. Entonces conoció a Dorothy y volvió varias veces más. Por lo general, cuando él viene yo me marcho, a no ser que ellos dos tengan que salir. Hoy no he salido porque no estaba de humor.

»Reconozco que cometí un error al escapar cuando el doctor Devarest me ordenó que llamase a la policía. Tenía una razón para marcharme: pero no se la voy a contar. Ni a usted ni a nadie. Si quiero permanecer alejada de los demás hasta que la policía se entere de quién robó las joyas, no he de dar explicaciones a nadie.

»Jim Timley sabe cuál es la situación. Él puede responder de mí.

─Es verdad ─se apresuró a declarar Timley─. Le está diciendo la verdad, Lam.

Nollie Starr prosiguió hablándome con la misma vehemencia:

─Todo cuanto deseo es que se me deje tranquila. Sólo me importan mis asuntos y quiero que los demás se preocupen sólo de los suyos. Si verdaderamente quiere hacerme un favor, averigüe pronto quién robó las joyas.

─¿No tiene usted alguna idea?

─No.

Timley consultó su reloj, vaciló un momento y, por fin, recogiendo el sombrero, dijo:

─Quiero hablar con usted, Lam. Lo acompañaré hasta la esquina. Allí tengo mi auto.

Nollie Starr le dirigió una significativa mirada, y por fin entró en la cocina. Dorothy Grail fue hacia él y le tendió la mano.

─Buenas noches, Jim ─dijo─. Lo siento.

─No te preocupes.

─No puedo evitarlo ─prosiguió la muchacha─. Lo comprendes, ¿verdad?

Había ansiedad en su voz.

─Claro, claro ─replicó, impaciente, Timley.

La joven le abrazó.

─Esto no hará cambiar las cosas, ¿verdad?

─No.

Dorothy rodeó con un brazo el cuello de Timley.

─Jim querido…, promete…

El hombre parecía impaciente por librarse del abrazo.

─No, te digo que nada cambiará.

Luego sus labios se unieron en un prolongado beso, que dejó una mancha roja en la boca de Timley.

─Por mí no se marche ─dije a Timley.

─No, no. Quiero hablar con usted. ─Volvióse hacia Dorothy Grail─. Estate segura de que nada cambiará.

Con la risa bailándole en los ojos, Dorothy le dijo, a la vez que miraba hacia Nollie Starr:

─Cuéntale a ese simpático detective todo cuanto desea saber.

Timley recogió el sombrero.

─Límpiate la boca ─aconsejó Nollie─. Dorothy debería cambiar de lápiz para los labios. No te olvides de tus libros. Nos han gustado mucho.

La muchacha acercóse a Timley y con su pañuelo le limpió el rojo que manchaba sus labios; después le entregó un paquete atado con un cordel.

─Buenas noches, Nollie ─se despidió Timley.

Luego fue a decir algo a Dorothy, pero cambió de opinión y volvióse hacia mí. Cuando llegamos a la calle, Timley me dijo:

─Usted parece un hombre decente, Lam.

─Muchas gracias ─repliqué.

─Me parece usted uno de esos hombres que saben atender a razones.

─¿Qué clase de razones?

─No sé si se le ha ocurrido a usted pensar alguna vez en cuál es mi situación en casa de los Devarest.

─Tal vez.

─Tía Colette es una mujer que sólo piensa en sí misma. Es vanidosa. Controla todo el dinero que tengo y llegaré a tener. Mi familia me dejó sin un centavo. Tía Colette me pagó los estudios; luego quiso que yo viajase, después hizo que la acompañara por todas partes. Yo dejé hacer. Al cabo de algún tiempo dejó de decir a nuestros conocidos que yo era su sobrino. Viajamos bastante y vi mucho mundo; pero pagué muy caro ese placer. Tía Colette no dejaba que me apartase de ella. Sólo cuando se acostaba podía yo ir a disfrutar un poco del mundo.

»Cuando volvimos, se empeñó en que viviera en su casa para cuidarme una enfermedad tropical. El doctor Devarest me aconsejó que no contrariase a mi tía. Poco apoco me fui acostumbrando a vivir allí. Al doctor Devarest le gustaba tener a su alrededor a gente joven. Colette le aburría mucho.

Timley respiró hondo, prosiguiendo luego:

─Éste es el estado de cosas actual. A veces me avergüenzo de mí mismo, pero no sirvo para otra cosa. Mi cultura se limita a cosas que no dan de comer. No crea que no he intentado conseguir empleos. He acudido a las fábricas de aviones. Me prometieron tomar nota de mis aptitudes y avisarme en cuanto me necesitaran. No me han necesitado. Tía Colette no sabe nada de eso. Me ha prometido acordarse de mí en su testamento. Se empeña en que aún estoy débil a causa de aquella enfermedad tropical y que no estoy en condiciones de ganarme la vida. Cuando vuelva a estar fuerte, usará su influencia para proporcionarme un empleo… Por lo menos, eso dice.

─Su tía Colette vivirá mucho tiempo ─dije.

Pareció que iba a decir algo, pero no lo hizo.

─Otros veinticinco años de esta vida y será usted un marchito Beau Brummel ─dije con intención de hacerle soltar lo que tenía en la punta de la lengua.

Al fin lo soltó violentamente.

─Tía Colette no vivirá más de dos o tres años. Su corazón está cada día más enfermo. El doctor Devarest lo sabía; pero nunca se lo dijo. Explicaba que tía Colette moriría de repente, cuando menos se lo esperase, y que, por lo tanto, valía más dejarla vivir como quisiera.

─¿Quién le contó eso? ¿El doctor Devarest?

─No, Nadine. El doctor se lo dijo a ella y ella me lo contó a mí. Sabía mis sentimientos. A tía Colette no le gusta que me interese por las mujeres. Dice que lo hace por mi salud y que necesito mucho aire y mucho sol. Pero la verdad es que siente celos. Quiere ser el centro de atracción en todas partes. Quiere gobernar a los demás. Todo eso puede usted comprobarlo preguntando a Nadine.

─Si a Nadine no le gusta el carácter de la señora Devarest, ¿por qué diablos está en su casa? ─pregunté─. Ella no depende monetariamente de…

─Si puede usted encontrar la respuesta a ese problema, será mucho mejor detective que yo ─interrumpió Timley.

─¿Quiere decir que su tía tiene algún poder sobre la señora Croy?

Timley encogióse de hombros.

─Estoy hablando demasiado ─dijo.

─Al contrario, no habla bastante.

─Oiga, Lam. ¿No podríamos llegar a algún acuerdo?

─No.

─¿Es que le dirá a tía Colette lo de Dorothy Grail?

─Trabajo para su tía.

─Pero lo hace con el fin de recobrar las joyas, de demostrar que tío Hilton no se suicidó, y para que la compañía de seguros pague la doble prima. Mis relaciones con Dorothy no entran en eso.

─Meditaré sobre ello ─prometí─. Buenas noches.

Timley quedó en la acera, viendo Cómo yo me alejaba.