TUVE la impresión de que infinitas voces martilleaban mis oídos. Alguien gritaba con todas sus fuerzas. Me sacudían, me golpeaban. Por fin me hicieron tragar un tubo de goma. Volví a dormirme.
Las voces llegaban a mí en oleadas. De la misma forma se iban alejando.
─… una sonda en el estómago… cafeína… inyección… sus declaraciones… es necesario que hable…
Toallas frías, un pinchazo en el brazo izquierdo. Un líquido ardiente que se introducía por mi garganta. Noté el olor a café muy fuerte.
Al fin pude abrir los ojos. Bertha Cool estaba al pie de la cama, mirándome, irritada.
─¿Llegaron a tiempo de salvar a la señora Devarest? ─pregunté.
─¿Por qué diablos confesaste aquello? ─preguntó a su vez.
─A fin de que la policía llegara a tiempo a casa de la señora Devarest. Si hubiera acusado a otro hubiesen ido, ante todo, a detenerme a mí y luego hubiera sido ya demasiado tarde.
Cerré los ojos; pero el sopor ya no me dominaba.
Mis nervios acusaban la tensión propia de cuando se han bebido muchas tazas de café.
─¿Y al padre del doctor Gelderfield? ¿Llegaron a tiempo de salvarle?
─Sí. Me dan ganas de abofetearme por la forma en que has llevado todo esto.
─¿Qué hay de malo en ello?
─Todo.
─¿Qué quiere decir con eso?
─Nos has estropeado un buen negocio.
─He resuelto el caso ¿no?
─¿Y qué? Ahora ya no hay posibilidad alguna de sacarles un centavo a los de la compañía de seguros. Ahora no pagarán.
─¿Por qué no? Un asesinato es una muerte por causas accidentales.
En los ojos de Bertha la ira fue substituida por una alegre satisfacción.
─¿Estás seguro, Donal?
─Claro.
Bertha corrió fuera del cuarto y cuando regresó al poco rato llegaba más alegre, eufórica y sonriente que nunca.
─Ya no te detendrán, Donald ─anunció─. El doctor Gelderfield ha confesado la verdad. La supiste desde un principio ¿no?
─No. Fui un idiota. Le dije a Gelderfield que Devarest debía de haber hecho alguna visita que no apuntó en su cuaderno. Estaba seguro de que no le habían asesinado en su garaje.
─¿Quién te dio esa idea?
─Muy sencillo. El doctor Devarest no pudo entrar en su garaje y cerrar la puerta por dentro. Mi experimento demostró que tampoco la pudo cerrar el viento. Por lo tanto alguien tuvo que cerrar el garaje, dejando dentro al doctor. Por lo tanto, eso sólo pudo hacerse si el doctor Devarest estaba ya muerto.
»Alguien le narcotizó, le hizo aspirar una buena dosis de monóxido de carbono y luego lo llevó a su propio garaje, dejándolo allí y preparando el escenario lo más convenientemente posible. Es indudable que para atraer al doctor al sitio donde lo mataron, hubo que valerse de una llamada telefónica, solicitando su asistencia a un enfermo grave. Pero el doctor Devarest apuntaba en su cuaderno todas las visitas que debían cargarse. Fui un idiota no comprendiendo la verdad desde el primer instante.
─¿El doctor Gelderfield?
─Claro. Devarest visitaba al padre de Gelderfield; pero no le cobraba nada por la visita, ya que se trataba de un colega. Y yo, con toda mi estupidez, acudí al doctor Gelderfield pidiéndole consejo y alguna indicación acerca de cuáles podían haber sido las visitas que Devarest hizo la noche en que le mataron. Añadí que pensaba interrogar a Nollie Starr. Ella era la única que podía darme la solución del problema, diciéndome que el doctor Devarest visitaba frecuentemente al padre de Gelderfield, sin cobrarle nunca nada.
»Gelderfield se dio cuenta de que me hallaba muy próximo a la solución. Por ello hizo lo posible para que mi experimento con la puerta del garaje fuera un éxito, demostrando que el viento pudo cerrar la puerta. Cuando ni con la sobrecarga del contrapeso consiguió que la muerte de Devarest se achacara al accidente, Gelderfield comprendió que yo empezaría a trabajar sobre la posibilidad de que fuese un crimen.
─¿Y las joyas? ─preguntó Bertha.
─No tienen nada que ver con el suceso ─contesté─. Jim Timley estaba enamorado de Nollie Starr. El doctor Devarest hizo lo posible por ayudarles y su mujer creyó que estaba enamorado de su secretaria. Ella misma robó las joyas y trató de hacer recaer las sospechas sobre Nollie Starr.
─Entonces… ¿Bayley no tuvo nada que ver en el asunto?
─No. Bayley fue colocado allí por Walter Croy para que abriese la caja y se apoderara de las pruebas que el doctor Devarest tenía. Pero Colette lo enredó todo, abriendo la caja con la combinación que su marido tenía escrita en su libro de notas. El doctor Devarest comprendió en seguida que la autora del robo sólo podía ser su mujer, ya que sólo ella estaba enterada de que las joyas se encontraban dentro de la caja de caudales. Llamó a Nollie Starr y le dijo que avisase a la policía. Al mismo tiempo le indicó que era conveniente que se marchase.
»En cuanto la chica se fue, el doctor registró su cuarto y retiró todas las pruebas que su mujer había colocado allí, olvidando, sólo, el trapo untado de aceite y algunas cositas más.
»Walter Croy debió de creer que Bayley le engañaba, y que el chofer tenía en su poder las joyas, negándolo sólo para conservarlas. Por lo tanto, convencido de que ya no se podrían presentar pruebas contra él, reanudó el ataque contra su mujer. ¿Y durante todo ese tiempo, Colette tenía en sus manos, sin saberlo, las pruebas contra Walter Croy?
─¿Por qué mató el doctor Gelderfield a Devarest?
─Porque Gelderfield deseaba casarse con Colette. Planeó el crimen hace mucho tiempo. Gelderfield tiene una casa enorme, muchos muebles y casi ningún criado. Eso demuestra que lo tenía todo preparado.
─¿Y por qué nos contrató el doctor Devarest?
─Para que su mujer no sospechara nada. Estaba seguro de que no podríamos dar con Nollie Starr, pero confiaba en que nos sería posible encontrar alguna prueba que demostrase que su mujer había sido la autora del robo de las joyas. Sin duda pensaba arreglar las cosas de forma que pudiésemos encontrar fácilmente esas pruebas. El doctor Devarest, emborrachado por un sinfín de novelas detectivescas, metió las joyas en unos libros, cortando el centro de ellos, y guardó los estuches en el compartimento del auto donde fueron encontrados. Las joyas quedaron en poder de Nollie Starr; lo cual fue una solemne tontería. Después de su muerte, Nollie le pidió a Tim Timley que guardara las joyas en la caja.
─¿Y Nadine?
─Nadine y su abogado, Forrest Timkan, piensan casarse; pero antes han cometido algunas tonterías. Timkan temió que su nombre apareciese unido a un escándalo, y por ello quisieron hacerme servir de hombre de paja. Por lo que hacía referencia a Walter Croy, al menos, yo debía pasar por el amor de Nadine Croy.
En aquel instante llegó el teniente Lisman. Sonreía abiertamente.
─¿Qué tal? ─preguntó─. Le traigo buenas noticias. No fue culpa de usted que Gelderfield matara Nollie Starr. El hombre necesitaba dinero, pues había cometido algunas tonterías con unas acciones que no eran suyas. La señora Devarest se le había insinuado varias veces y pensó que matando al marido podría casarse con ella, cobrar la herencia y cubrir su desfalco. El miércoles por la noche, Gelderfield llamó a Devarest a su casa, para que atendiera a su padre, y le narcotizó por medio de un vaso de whisky. Cuando lo tuvo dormido le administró una buena dosis de monóxido de carbono y luego lo llevó al garaje.
»Gelderfield se dio cuenta, en seguida, de que había varios puntos flojos en su plan. Estaba seguro de que Devarest debía de haber visitado aquella noche a Nollie Starr, diciéndole que pensaba detenerse en casa de su amigo, para visitar a su padre.
─¿Cuál era el otro punto débil?
─Su padre. El hombre oyó funcionar durante una hora, el motor del auto de su hijo, en el garaje. O sea, que podía sospechar que aquel funcionamiento prolongado del motor se destinaba a matar a Devarest.
─¿Qué pensaba hacer conmigo? ─pregunté.
─Le administró una fuerte droga, por medio del whisky, con la esperanza de que usted bebería otra vez. Por eso le llamó.
─Estuvo a punto de lograrlo.
─Ya lo creo ─rió Lisman, que parecía muy divertido con todo aquello─. Si no es por nosotros no encontraría ahora aquí.
─Y a no ser por mí, la policía aún andaría dando palos de ciego.
─Gelderfield pensaba cargar a Bayley la muerte de Donald ─siguió Lisman─. La de su padre se aceptaría como natural. El pobre viejo está muy enfermo.
─¿Y el asesinato de Nollie Starr? ─pregunté.
─Aunque no lo crea, ese crimen no pensaba Gelderfield cargarlo a la señora Devarest. Hasta que usted lo dijo no se le ocurrió que las sospechas podían dirigirse hacia aquel punto. Utilizó el cordón de un corsé ortopédico. Cuando visitó a Nollie Starr fue para preguntarle si Devarest había dicho cuáles eran sus planes para el miércoles por la noche. Nollie Starr le contestó que sabía lo de la visita de su jefe al padre del doctor Gelderfield, preguntándole, luego, por qué no había informado de ella a la policía. Esto firmó su sentencia de muerte. Gelderfield cogió la mano de almirez de la cocina de Nollie Starr, valiéndose de la excusa de ir a beber un vaso de agua. El cordón lo sacó de un corsé que llevaba en su maletín de instrumental.
─Entonces… ¿esta noche no pensaba matar a la señora Devarest?
─No. Si se marchó fue para darle a usted la oportunidad de beber el whisky envenenado y asegurarse de que podía llevar su cuerpo a un sitio donde pudiera hacer recaer las culpas sobre Bayley. También quería librarse de él, por miedo a que le robase el corazón de la señora Devarest. Ya ve lo cerca que ha estado de la muerte por no confiar en nosotros. Ustedes, los aficionados, enredan las cosas y luego nosotros tenemos que sacarles las castañas del fuego.
─¡Váyase al diablo! ─grité, tratando de saltar de la cama.
─Serénate, Donald ─aconsejó Bertha─. El médico dice que debes descansar.
─¿Descansar? ¡De ninguna manera! Búsqueme los pantalones. Estoy lleno de cafeína,
─Pronto se le pasarán los efectos, señora Cool ─sonrió Lisman─. Dejémosle dormir.
─Si quiere cobrar la parte que nos corresponde del seguro sáqueme pronto de aquí ─dije.
─El doctor ha ordenado que no se mueva usted de la cama ─indicó una enfermera.
─Pues vaya a convencer al doctor de que debe cambiar de idea ─dije a Bertha.
Comprendiendo por una seña de la enfermera que mis nervios estaban a punto de estallar, Lisman salió del cuarto.
─Usted también, señora ─dijo la enfermera, dirigiéndose a Bertha Cool─. Creo que yo sola lo manejaré mejor. ─Y volviéndose a mí, mientras Bertha salía del cuarto, me dijo─: Comprendo lo que le ocurre, señor Lam; pero debe atender a razones. Si se porta usted como un loco, el doctor nos ordenará que le pongamos una camisa de fuerza. En cambio, si se deja dominar y se porta cuerdamente, el doctor se convencerá de que está usted bien y le dejará marchar.
Luego sonrió como una maestra a un colegial,
─Es que me siento próximo a estallar ─declaré─. No puedo estarme quieto.
─Dentro de poco se encontrará mejor.
Abrióse la puerta y entró Elsie Brand.
─Hola, Donald; me han dicho que ha vuelto a triunfar. He hablado con su médico y le he explicado que está usted sin comer. Dice que tal vez, lo que necesita es alimentarse y me ha permitido que tan pronto como se pueda usted levantar me lo lleve a comer una buena chuleta de ternera.
De pronto me di cuenta de que me moría de hambre. Aparte de un empujón las ropas de la cama y salté al suelo, gritando como un poseído, en medio del espanto de Elsie Brand.