Cuarenta días que estremecieron al mundo

¿Quién recuerda hoy en día la obra de John Reed titulada Diez días que estremecieron al mundo? Para los jóvenes de mi generación que se alistaban en las filas de la izquierda, aquel texto formaba parte de su aprendizaje básico; era como la gramática de tercero de primaria. En su libro, Reed describe los primeros diez días de la Revolución rusa. Los días griegos que estremecieron al mundo duraron cuatro veces más: desde el 7 de mayo hasta el 17 de junio, entre las primeras y las segundas elecciones legislativas consecutivas. En estos cuarenta días el mundo entero, empezando por la Unión Europea y los países de la eurozona, tuvieron las miradas puestas en Grecia.

Aunque John Reed escribiera sobre la Revolución rusa con entusiasmo, el resto del mundo seguía los acontecimientos con angustia, aprensión y temor, pero también con cierta ironía por todo lo que sucedía en Rusia en el año 1917. Con sentimientos parecidos se siguieron los acontecimientos griegos a lo largo de estos cuarenta días. Angustia por el resultado de las elecciones. Temor ante la eventualidad de que Grecia abandonara la eurozona, posiblemente provocando una reacción en cadena con su salida. Pero también con bromas de mal gusto sobre Grecia y los griegos, sobre todo por parte de un sector de la prensa alemana e inglesa. Lo único que no tenían los rusos eran las declaraciones diarias del ministro alemán de Finanzas, el señor Schäuble.

Todo esto no preocupaba demasiado a los griegos, más allá del habitual brote de indignación ante las declaraciones de los políticos extranjeros. Tenían otras preocupaciones, que se podrían resumir en estas cuatro preguntas:

¿Votarían los griegos impulsados por la ira, como el 6 de mayo, o en estas segundas elecciones prevalecería el miedo a la ingobernabilidad del país?

En caso de que Syriza obtuviera la mayoría, ¿denunciaría realmente los memorandos, conduciéndonos de vuelta al dracma, o esta parte de su programa electoral tenía como único objetivo la captura de votos?

Si los «partidos a favor del memorando», es decir, Nueva Democracia y el Pasok, lograran formar Gobierno, ¿qué márgenes de negociación tendrían con nuestros socios europeos?

Los neonazis agrupados en Amanecer Dorado, ¿conservarían su fuerza o perderían votos?

Las elecciones del 17 de junio han dado respuesta a todas estas preguntas. Que debamos alegrarnos o preocuparnos, ya es otra historia.

La previsión que auguraba que los electores votarían en estas segundas elecciones impulsados por el miedo demostró ser cierta sólo en el caso de Nueva Democracia, que ha logrado aumentar su porcentaje de votos del 18,8 al 29,7 por ciento y se ha mantenido en la primera posición. Tanto el Pasok como Izquierda Democrática han conservado los porcentajes logrados en las elecciones del 6 de mayo.

No obstante, el auténtico vencedor de las elecciones ha sido Syriza, la coalición de la izquierda radical. Ha conseguido aumentar sus votos del 16,5 al 26,9 por ciento y ha consolidado su posición como segundo partido más votado en el Parlamento. El éxito de Syriza se puede explicar de muchas maneras.

Para empezar, la coalición pretendía afianzarse en la posición que ocupaba el Pasok a principios de la década de los ochenta, cuando alcanzó el poder por primera vez. Su campaña electoral siguió las pautas de la campaña electoral del Pasok para las elecciones de 1981. Entonces el fundador del partido, Andreas Papandreu, tomó prestada del Partido Comunista de Grecia la consigna «Unión Europea y OTAN: tal para cual» y amenazaba con sacar a Grecia de la Unión Europea y de la Alianza Atlántica. Pero cuando el Pasok llegó al Gobierno, Grecia permaneció en la Unión Europea y también en la OTAN.

La campaña electoral de Syriza contra los dos acuerdos siguió la misma línea. Dentro de Grecia el partido prometía denunciar los memorandos. Aseguraba a sus electores que cancelaría las reducciones de los sueldos más bajos y que congelaría la devolución de los préstamos bancarios para determinadas categorías de ingresos. Fuera de Grecia, sin embargo, el partido presentaba un perfil más moderado y dialogante.

La opinión de que Syriza ocupa ahora el lugar que dominaba el Pasok en las décadas de los ochenta y los noventa queda corroborada por el paso de muchos socialistas, que en su momento habían desempeñado cargos públicos y sindicales, a las filas de Syriza. Estos cargos creían que así podrían preservar los privilegios adquiridos bajo los gobiernos del Pasok.

La gran diferencia es que, cuando el Pasok alcanzó el Gobierno, los créditos y las subvenciones llegaban al país profusamente y sin control alguno, de modo que el partido disponía de dinero abundante que repartir entre sus cargos y su clientela. Actualmente, con los acuerdos y las medidas de austeridad, el Estado está recortando por todas partes. ¿De dónde obtendría Syriza el dinero para aumentar o conservar los privilegios cuando, por añadidura, se disponía a denunciar los memorandos, única fuente de financiación del país?

Marx dijo que la historia siempre se repite, primero, como tragedia, después, como farsa. Si sus palabras son acertadas, Syriza es una parodia del Pasok, y este, el punto de partida de nuestra tragedia actual.

Ahora, «los cuarenta días que estremecieron al mundo» han quedado atrás y los «partidos europeístas» han logrado formar una coalición para un Gobierno tripartito. Pero dejemos los márgenes de negociación del nuevo Gobierno para más adelante y centrémonos primero en dos asuntos mucho más críticos.

El primero se planteó como incógnita desde el principio. El partido neonazi, Amanecer Dorado, ha conservado su fuerza. La noche de los comicios muchos electores se preguntaban quiénes votarían dos veces por Amanecer Dorado.

La primera respuesta, relativamente fácil de deducir, es que lo votan los habitantes de los barrios y pueblos con un agudo problema de inmigración. La indiferencia de todos los gobiernos a la hora de afrontar el problema de la inmigración y de construir una política razonable al respecto ha provocado que los habitantes griegos de esas zonas confíen más en Amanecer Dorado que en el Estado.

Amanecer Dorado, al igual que Syriza, se ha aprovechado del voto de protesta. Una parte del electorado era sencillamente incapaz de creer que Nueva Democracia y el Pasok, que habían conducido al país al abismo, pudieran sacarlo ahora de la crisis. Esta fue de hecho la mayor dificultad para los dos partidos que a lo largo de los últimos cuarenta años se han ido turnando en el Gobierno griego: convencer a los electores de que eran capaces de liberar al país de la crisis. Nueva Democracia ha sobrevivido gracias al miedo de los votantes. El Pasok, que en las elecciones de 2009 obtuvo el 47 por ciento de los votos, se ha derrumbado, convertido ahora en un partido pequeño con el 12,3 por ciento de votos.

No obstante, estos votos no serían suficientes para garantizar a Amanecer Dorado un porcentaje estable, que ronda el siete por ciento en dos elecciones consecutivas. La constatación desagradable es que gran parte de sus votos provienen de electores jóvenes menores de cuarenta años. El resto, la mayor parte de los votantes de esta franja de edad, vota por Syriza.

Vivimos en un país donde el porcentaje de desempleo de los jóvenes ha superado ya el 50 por ciento. Uno de cada dos jóvenes griegos está en paro. La mayoría de estos jóvenes poseen estudios, muchos han hecho másteres y otros tienen doctorados. No son los jóvenes de mi generación ni de la generación de la Politécnica, en plena dictadura militar, que luchábamos por la libertad, la democracia y los derechos humanos. Los jóvenes de hoy ya tienen todo esto. Lo único que no tienen es trabajo y una perspectiva de futuro. Les mueve la desesperación, la ira y la indignación, estos son los sentimientos que les impulsan a los extremos, quizá no porque esperen una solución de Amanecer Dorado sino porque desean vengarse de un sistema que los ha traicionado. Estos jóvenes crecieron y estudiaron en la era de una riqueza ficticia. Lo tenían todo y lo han perdido todo.

Aquí se plantea el siguiente tema, que es aún más crítico que el anterior. Grecia ha salido de las elecciones partida en dos. La escisión se produjo al día siguiente de las elecciones del 6 de mayo y se agudizó a lo largo de una contienda electoral que condujo a un enfrentamiento frontal entre Nueva Democracia y Syriza y llevó al país a un conflicto rayano en la guerra civil. A ello contribuyó sustancialmente la infeliz y populista ocurrencia de Syriza de comparar su lucha contra los acuerdos con la lucha del Movimiento de Liberación Nacional, la mayor organización de resistencia armada contra la ocupación nazi.

La vieja línea divisoria entre derechas e izquierdas ya no existe. Hoy la línea divisoria pasa entre las fuerzas europeístas y las antieuropeístas arraigadas en la política y en la sociedad. La propia Syriza, el partido de la izquierda radical que apela al histórico Movimiento de Liberación Nacional, declaraba antes de las elecciones del 6 de mayo que no tendría inconveniente en gobernar con el apoyo del Partido de los Griegos Independientes, que también se opone a los memorandos pero pertenece a la extrema derecha. Y este partido declaraba antes de las elecciones del 17 de junio que con mucho gusto daría su voto de confianza a Syriza, para que pudiera formar Gobierno.

Mientras Syriza apelaba al Movimiento de Liberación Nacional, los Griegos Independientes estigmatizaban a sus oponentes como traidores y colaboradores de los alemanes, en clara referencia a los griegos colaboracionistas durante el periodo de la ocupación nazi.

Esta es una de las líneas divisorias. Existe otra más, la de las edades. Mientras que los menores de cuarenta años de edad votaron por Amanecer Dorado y Syriza, los mayores de cincuenta votaron por los grandes partidos, sobre todo, por Nueva Democracia y el Pasok.

Esta línea divisoria doble, que ha partido en dos el tejido social de Grecia, política y generacionalmente, es muy peligrosa en un país con una larga tradición de discordias y guerras civiles.

A pesar del choque frontal, sin embargo, los electores votaron mayoritariamente por la permanencia de Grecia en la eurozona. La cuestión es: ¿qué puede conseguir el nuevo Gobierno dentro de los estrechos márgenes de los que dispone?

Para empezar, tiene una cómoda mayoría de 179 escaños en un Parlamento de trescientos. Sin embargo, tenemos un Gobierno de coalición de tres partidos y el sistema político de Grecia no tiene experiencia en gobiernos de coalición. Por lo tanto, no podemos saber cuánto durará. El anterior Gobierno de coalición se formó hace sesenta años, en 1952, y duró un año.

Todas las mañanas, cuando abro los periódicos, me topo con el tema de las negociaciones con Europa, qué daremos y qué recibiremos. Cualesquiera que sean las tácticas, los cálculos y las suposiciones, la dura verdad es que no podemos exigir mucho ni podemos recibir tampoco mucho. Y no se trata sólo de Europa. El Gobierno tiene que realizar una labor ingente y urgente dentro del propio país. Tiene que llevar a cabo reformas dolorosas, tiene que reducir el monstruo que se llama sector público griego y, en consecuencia, tiene que enfrentarse a privilegios consagrados a lo largo de muchos años. Esto será probablemente una prueba más dura que las negociaciones con Europa, porque es aquí donde entrarán en conflicto los intereses partidistas de los tres socios de la coalición.

Lo único que espero de este Gobierno es que gane tiempo para que el país pueda estar presente en la mesa de negociaciones cuando se produzcan los cambios en Europa.

Thomas Mann dijo una vez que Europa necesita una Alemania europea, no una Europa alemana. El modelo de la Alemania europea ha sobrevivido con éxito durante cinco décadas. En la actualidad, con la crisis, Alemania trata de llevar a Europa a su cauce. La cesura entre el sur, el centro y el norte de Europa no deja de crecer.

Que Europa pueda sobrevivir a la crisis es hoy en día una cuestión abierta; pero la única oportunidad para Grecia es que siga en la mesa de negociaciones. Esto supone tomar dolorosas medidas de ahorro y aún es muy temprano para decir si la coalición de Gobierno tendrá la voluntad, el valor y la inteligencia para ello. Quiero mantener la esperanza, pero no tengo la certeza.

Atenas, finales de junio de 2012