Crisis sin perspectivas

¡Realmente vivimos tiempos sombríos!

La palabra inocente es locura.

Una frente sin arrugas denota insensibilidad.

El que ríe todavía no ha recibido la terrible noticia.

Estos versos no fueron especialmente compuestos por algún poeta griego con ocasión de la crisis financiera que hoy atravesamos. Pertenecen a un poema titulado «A los que vendrán», que Bertolt Brecht escribió poco después de que comenzase la segunda guerra mundial.

Hace años que conozco este poema, incluso llegué a traducirlo al griego. Hace poco lo leí de nuevo y me pareció que resumía a la perfección la situación actual de nuestro país. Porque también nosotros vivimos tiempos sombríos, en los que las palabras inocentes resultan casi demenciales. Y también, entre nosotros, aquellos que todavía ríen lo ignoran casi todo de su despido, del recorte que va a sufrir su pensión o su sueldo, de los nuevos impuestos o de las cuotas de solidaridad. Aunque ya no hay jóvenes que rían, porque ellos sí han recibido ya la terrible noticia del paro que les espera. A estos primeros versos de Brecht, les siguen otros dos que, en mi opinión, son incluso más importantes:

¿Qué tiempos son estos, en los que

hablar de árboles es casi un delito?

Y yo me pregunto como autor: ¿es un delito hablar de árboles en medio de esta crisis que sacude Grecia sin que aparezcan perspectivas visibles de un futuro mejor?

Quizá resultase útil recordar la época tras la guerra civil, hacia el final de los años cuarenta, cuando el país era una completa ruina. Tampoco entonces los literatos escribían sobre árboles, sino sobre la miseria de las personas. Grecia estaba dividida entre nacionalistas y comunistas, pero cada bando hablaba del sufrimiento de su propia gente.

En la literatura y la poesía griega de los años cincuenta era casi un delito hablar de árboles o escribir novelas de amor. En ambos casos, el autor era despreciado por la crítica. En ese tiempo, en las ciudades grandes de Grecia como Atenas y Tesalónica, existía una pequeña pero activa comunidad de lectores, que leían con avidez lo que publicaban las editoriales, sobre todo poesía. Tras la guerra civil, y hasta los años setenta, la poesía griega vivió una época de esplendor.

Incluso quienes no leían poesía tenían la posibilidad de escucharla, y no sólo declamada, sino interpretada por compositores tan conocidos como Manos Hadjidakis, Mikis Theodorakis o Stavros Xarchakos. Los poemas de los dos premios Nobel Giorgos Seferis y Odysseas Elytis, los poemas de Yannis Ritsos, los poemas y canciones de Nikos Gatsos se cantaban por todas partes: en las ciudades y pueblos, en las tabernas y en las manifestaciones. También la canción popular vivió su época dorada.

Quizá porque no había árboles. Porque, después de la guerra civil, apenas quedaban árboles. La mayoría habían desaparecido en incendios durante la guerra y los pocos que quedaban se utilizaban como leña para el fuego.

También hoy en día arden en nuestro país bosques enteros, pero no porque carezcamos de leña. Los queman las mafias rurales, y los terrenos que quedan tras esos incendios se venden de forma ilegal a los nuevos ricos para que puedan construir en ellos sus casas de campo.

Podría compararse la situación actual de Grecia con el verso inicial del Don Carlos de Schiller, pronunciado por Domingo:

Pasaron los hermosos días de Aranjuez.

¿Pueden los libros constituir una ayuda en tiempos de una crisis de tanta gravedad? ¿Puede la literatura ayudarnos en estos casos? La crisis que hoy por hoy arruina nuestro país no es una crisis exclusivamente financiera; es también una crisis social y una crisis del sistema político.

Si uno piensa en el pasado de Grecia, es posible contestar afirmativamente a esta pregunta, sin darle demasiadas vueltas. Sí, decididamente, la literatura y los libros pueden ayudar en tiempos de crisis. Pero sólo con dos condiciones.

La primera condición es que los literatos comprendan la crisis; que la comprendan en toda su magnitud y con todas sus consecuencias. Así lo hacían los escritores y los poetas griegos en los años cincuenta. Y, aunque no constituyera un delito hablar de árboles, estos autores también sabían que a sus lectores les abrumaban otras preocupaciones y prioridades. Basta un único ejemplo: también hoy resulta difícil hablar de árboles, cuando la tasa de paro juvenil asciende al 41 por ciento y la de suicidios se sitúa en torno al 25 por ciento.

La segunda condición es que los ciudadanos no sólo presten atención a las afirmaciones y declaraciones de los políticos en los informes diarios de los medios de comunicación, sino que sientan la necesidad de buscar refugio en la literatura. Y que lo busquen porque el refugio que proporciona la literatura representa una liberación, no tanto de las preocupaciones del día a día, sino más bien de la presión continua que angustia al individuo en tiempos de crisis. Brecht, que también vivió tiempos muy difíciles, aunque no siempre relacionados con una gravísima crisis financiera, lo describió de forma clara y concisa en su poema «Leyendo a Horacio»:

Ni siquiera el diluvio

duró toda la eternidad.

Un día se estancaron

las oscuras aguas.

Pero, es verdad,

¡fueron pocos los que duraron más!

De eso se trata. De sobrevivir. Se trata de durar más que el diluvio o, en su caso, que la crisis. La literatura y la poesía pueden aliviar la supervivencia o, al menos, hacerla más tolerable.

Mi editor suizo, Daniel Keel, que por desgracia falleció hace dos meses y al que tengo tantas cosas que agradecer, me comentó en una ocasión: «Las crisis financieras son una bendición para los editores. Durante la crisis se leen y se regalan más libros, porque un libro es una gran compañía en momentos difíciles y además es un regalo económico, pero muy bien valorado».

Este hecho me lo confirmó igualmente, hace unos años, un librero de la ciudad de Graz. «La tendencia en el mercado del libro sigue un camino contrario a la del mercado general», me explicó en una ocasión. «Cuando el mercado florece, al libro no le va especialmente bien. Si el mercado cae en una crisis, el mercado del libro sigue adelante».

Pero estas conclusiones no son extrapolables a Grecia, donde el volumen de ventas en el sector editorial ha descendido un 45 por ciento desde el inicio de la crisis. Las editoriales no se desaniman y continúan sacando libros al mercado, pero los griegos prefieren ver la televisión en lugar de leer un libro, porque tienen la esperanza de enterarse de más detalles sobre la crisis en las noticias y en otros programas de televisión que en la literatura.

Sin embargo sería injusto echar toda la culpa al público. Tampoco los escritores se ocupan de la crisis. Tanto los ciudadanos como los literatos parecen haber decidido ignorar la crisis y protegerse así de ella. Con lo que, al final, no se trata de los árboles, sino de un profundo cambio cultural.

En los años que siguieron a la guerra civil, Grecia era un país pobre con un nivel cultural y literario muy elevado. No me refiero sólo a los grandes nombres de la poesía de posguerra, como Seferis, Elytis o Ritsos, a los que ya he aludido.

Existía toda una generación de poetas, pertenecientes a la «Generación de la derrota», tal como se denomina en Grecia a la generación de izquierdas que perdió la guerra. Junto a ellos, figuran también narradores como Nikos Kazantzakis, Andreas Frangis, Mimis Karagasta o Alexandros Kotzias y un autor de novela policiaca que me gusta mucho: Yannis Maris.

Jiannis Maris tuvo la desgracia de vivir en el país equivocado en un momento inadecuado. Pero sus libros fueron el precedente de la novela policiaca como novela social, en un tiempo y un país en el que este género era completamente despreciado desde el punto de vista literario. Ningún otro autor griego de novela ha descrito con tanta exactitud y acierto la clase alta en la Atenas de los años cincuenta y sesenta, compuesta de colaboracionistas de las fuerzas de ocupación alemanas y de empresarios enriquecidos durante la guerra civil.

Y no sólo se trata de narradores y poetas. También había directores de teatro como Karolos Koun, y su Teatro del Arte de Atenas, cineastas como mi amigo Theo Angelopoulos y pintores como Alekos Fassianos o Yannis Tsarouchis. Todos ellos pertenecen a esta elite artística. En aquel entonces Grecia era un país pobre que, no obstante, dominaba muy bien «la cultura de la pobreza». Se trataba de una pobreza con un altísimo nivel literario y artístico.

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No pretendo mirar atrás con nostalgia, sino comparar la situación actual con la de entonces. Los últimos treinta y cinco años de la historia de Grecia podrían dividirse en tres etapas.

La primera correspondería a los años que sucedieron a la dictadura militar, es decir, los años comprendidos entre 1975 y 1980. Fue una época de renacimiento y grandes esperanzas. Se abolió la monarquía, se proclamó la República y, en un periodo de tiempo muy breve, se instituyeron los cimientos de una democracia institucional. Era natural que la sociedad se sintiera esperanzada, pues, al fin y al cabo, había luchado por la democracia durante más de cincuenta años.

Después, Grecia consiguió entrar en 1981 en la Unión Europea, cuando se llamaba todavía Comunidad Económica Europea, y así comenzó una etapa que yo denominaría «los años de las falsas ilusiones». La regla era: pertenecemos a la gran familia de Europa, somos ricos, podemos permitirnos tener aquello con lo que hace años sólo podíamos soñar.

Creo que no es necesario entrar en las devastadoras consecuencias económicas que produjeron estas falsas ilusiones. Hace años que todo el mundo las conoce. El país no sólo vivía por encima de sus posibilidades, sino que dio la espalda por completo a su pasado.

Quizá sea preciso explicar esto con mayor detalle. Desde sus inicios, el Estado moderno griego está construido sobre dos pilares. El primero, Europa; el segundo, los Balcanes. Grecia es tan europea como balcánica. Los griegos se han visto siempre como una especie de precursores, de pioneros, porque sus antepasados definieron el rumbo democrático de Europa. Sin embargo, tan pronto como una potencia europea presionaba a Grecia, el país se sentía parte de los Balcanes, oprimido, casi explotado por los europeos.

La naturaleza bipolar de los cimientos griegos ha sido fuente de inspiración para la poesía, la literatura y el arte. Grecia se construye sobre una contradicción, y por todos es sabido cuán productivas pueden resultar las contradicciones para el arte. Los poetas, los narradores, pero también los dramaturgos y los cineastas, han intentado siempre establecer un puente entre los Balcanes y Grecia. Las películas de Theo Angelopoulos, por ejemplo, tematizan a menudo esta época y sus tensiones.

Durante los años de las falsas ilusiones desaparecieron estas contradicciones tan productivas. No sólo tiramos por la borda la «cultura de la pobreza», sino también, junto con sus valores, nuestras raíces y nuestro futuro, porque erróneamente creíamos que estos valores eran parte de nuestra pobreza y ya no los necesitábamos.

No quiero que nadie me malinterprete. No soy un romántico del pasado y considero que la entrada de Grecia en la Unión Europea fue un paso hacia delante. Sin embargo, las falsas ilusiones tuvieron una consecuencia negativa: permitieron a Grecia no tener que enfrentarse con su propio pasado. De existir un conato de debate con el pasado, este tiene lugar sólo en la literatura y en el cine, pero apenas en la política o para los historiadores.

Ahora nos encontramos en la tercera etapa de nuestra historia contemporánea tras la dictadura militar. Una época que yo denominaría el tiempo de la desilusión.

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Mientras escribo estas líneas, ignoro si Grecia seguirá siendo miembro de la eurozona dentro de algún tiempo. Para mí no cabe la menor duda de que la gran mayoría de los ciudadanos griegos están a favor del euro y de la pertenencia a la Unión Europea. Sin embargo, el país se encuentra en una situación tan desastrosa que esta afirmación ya no es suficiente. Necesitamos con urgencia un debate público para determinar en qué nos hemos equivocado. Los escritores y artistas pueden hacer importantes contribuciones a este debate.

El error más grave fue considerar la Unión Europea como el cuerno de la abundancia. Descuidamos, por no decir que despreciamos, la responsabilidad comunitaria y la solidaridad. Por el contrario, intentamos trasladar todos nuestros problemas nacionales a la Unión Europea. Primero, los problemas con Turquía, luego los de Chipre y los de Macedonia. Hemos hecho uso de la solidaridad unilateralmente, sin querer ver que otros países de la Unión Europea también tienen sus propias preocupaciones y problemas y que no podían ocuparse únicamente de nuestros asuntos. Menciono esto como una prueba de la supervivencia de la mentalidad balcánica, pero no ya como una contradicción productiva sino como una sombra del pasado.

En tercer lugar, apenas hemos invertido, o hemos invertido mal, no sólo en economía, sino tampoco en cultura.

Les daré un ejemplo. Hace poco pasé un mes en España, un país que también vive tiempos muy difíciles. Pero soy optimista con respecto a España y por una razón muy simple. Madrid tiene unas ochenta bibliotecas públicas. Barcelona, treinta y cinco. Incluso Sevilla, en la empobrecida Andalucía, tiene una biblioteca pública que me produjo envidia nada más entrar en ella.

También en Grecia tenemos, en una pequeña ciudad como Veria, una biblioteca modélica, que incluso fue premiada por la Unión Europea. Pero el número de bibliotecas públicas en Grecia no supera las veinticinco. Sin embargo, los libros no son una propiedad privada, también necesitan una residencia pública. Simplemente, no quisimos verlo cuando teníamos el dinero para invertir. Ahora, en estos tiempos de crisis, cuando necesitamos la poesía, la literatura y, en general, los libros, nos faltan las bibliotecas públicas. El dinero se ha esfumado y hemos conseguido poco.

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Estoy lejos de creer que la Unión Europea lo ha hecho todo bien. Ha cometido muchos errores, y sigue cometiéndolos, también con respecto a Grecia y el sur de Europa. Sin embargo, no tiene ningún sentido hablar de los errores ajenos cuando no logramos aclararnos con los nuestros.

Desde la refundación del Estado, Grecia ha experimentado muchas crisis. En 1893 se produjo la primera bancarrota. En 1922 vino la crisis de Asia Menor, tras la aventura griega en aquella región. Siguieron la Ocupación alemana en 1940 y por último la guerra civil, por citar sólo algunos ejemplos.

Pero en todas estas crisis el país tenía una perspectiva, un vislumbre de esperanza. Los griegos siempre decían: «Dentro de algunos años, las cosas nos irán mejor». La crisis que vivimos ahora carece, sin embargo, de perspectivas, de esperanzas visibles. El desaliento y la rabia se unen ante esta realidad sin esperanza.

Muchos griegos citan hoy a Heine sin saber que están citando a Heine:

Por la noche pienso en Grecia;

luego, llega el sueño.

Esto muestra que la literatura pervive en todos los tiempos, incluso en los más sombríos, aquellos en los que hablar de árboles es casi un delito.

9 de noviembre de 2011