Tiritas de postureo.
El apósito del tamaño adecuado, no existe. Esto es así, y cuanto antes lo asumamos, antes dejaremos de desesperarnos buscándolo. «La cura de su vesícula ya está hecha Antonio, deme un minuto que voy a cubrírsela». Empiezas entonces a buscar entre los apósitos que llevas en el carro de curas, hasta que encuentras uno que parece que puede valer. Lo acercas a la herida, pero es demasiado corto. Buscas el siguiente tamaño, haces lo mismo y… demasiado largo, este es para laparotomía por lo menos. Ingenua de ti, sales de la habitación hacia el control para buscar el apósito de tamaño intermedio entre el mini y el maxi. No lo hay. No busques. El tamaño intermedio no existe. Así que terminas cortando los extremos laterales de dos apósitos pequeños para unirlos y hacer uno mediano: la «bricoñapa» enfermera.
Pero esto no solo sucede con los apósitos de heridas o con las tiritas, y un ejemplo claro de ello son los parches de sacro. ¿Los habéis visto bien? ¿Qué es eso? ¿Quién tiene el culo así? ¡Pero si tienen forma de corazón y son para poner en el culo! Algo no encaja, y no creo que yo sea la primera en darme cuenta de esto. Tienes a la abuela en cama, de lado y con su culo a la altura de tu cara. En la mano el apósito con forma de corazón, que no sabes si escribirle una dedicatoria de amor, o pegarlo como puedas y olvidarte del tema. Al final lo pones, le das un cortecito en la parte baja para que haga juego con la raja del culo, y ves aquello que parece una seguidora de Justin Bieber haciendo el corazón con los dedos en el culo de una abuela. Muy raro todo.
Y es que en el mundo de los apósitos no hay criterio. Los hay de algas, de hidrogel, de plata (los preferidos por los rumanos), de protección, hidrocoloides, sin coloides, de carbón activado que parece una cosa como para dar energía, absorbentes, secantes, hidroactivos, de cura húmeda, de cura seca, de cura semiseca como el cava, de segunda piel, de hidrofibra, de colagenasa (que estoy segura de que así se llamaba un helado de mi infancia), y hasta de extracto de centella asiática que a mí eso me suena a cosa de los chinos y no me fío.
¿Por qué nos lían tanto? Si ni entre nosotras nos ponemos de acuerdo para decidir luego cuánto aguanta el parche:
—Veinticuatro horas —dice una.
—De eso nada, estos aguantan dos días que me lo dijo a mí el representante —esta es la típica que siempre anda de congresos pero no toca un paciente.
—Nada, nada, aguantan setenta y dos horas que son de última generación y muy caros —esta es la supervisora.
Al final, llegas a la planta, te mandan a hacerle la cura al encamado de la catorce porque ninguna veterana quiere ir, y como es la primera vez que lo ves y te pierdes entre tanto mundo de parches, le pones lo mismo que tenía.
Os dejo, que dentro de diez minutos me viene el relevo y aún tengo que coger unos parches de plata por si la sanidad va a peor y tengo que empeñarlos en el «Compro oro».