Los manguitos de tensión

Expertos en trabajar bajo presión.

Desde hace años, me vengo fijando en unos seres que cohabitan con todas nosotras y que son unos incomprendidos: los manguitos de tensión.

Para empezar, estos pobres seres responden a una gran variedad de nombres, a cada cual más humillante: manguito, tensiómetro, esfingomanómetro aneroide, «el marciano» (si lleva ruedas) o «el chisme» de la tensión. Todo va en función de si quien se refiere a él es la supervisora, tu compañera o el alumno enfurecido porque mira unas cuantas todos los días.

Los manguitos, por norma general no escrita, tienen dos sitios donde vivir dependiendo de su categoría: los manuales siempre viven en el cajón grande de abajo del todo en el control; y los que son «marcianos», enchufados permanentemente como si fueran un smartphone en la salita de la medicación.

Pero después de tantos años de estudio de los manguitos, pude observar que todo manguito pasa por varias fases a lo largo de su vida:

Tenemos el «manguito estrella», ese que la supervisora un día te entrega como si fuese la extra de navidad: «Niñas, mirad que os traigo, cuidádmelo bien». Y allí está, ese manguito azul klein radiante, con su tela bien tiesa, su velcro intacto y hasta con su rayita de «Ponga la arteria aquí». El nacimiento de este manguito siempre se anuncia en el relevo, no es para menos.

La siguiente fase es el «manguito peluche», ese que inexplicablemente ha absorbido todas las pelusas que ruedan por los probadores de Zara y el velcro ya no es azul, es a colores. Que un día me pongo a juntarlas todas y le hago una bufanda bien mona al «manguito-marciano» en el turno de noche. Al tiempo.

En las siguientes fases, la tela del manguito se va quedando transparentosa, hasta que llega un día que pasa a la edad de «manguito sapo»: un día, de buenas a primeras y mirando la tensión a un paciente recomendado… ¡Flop! Sale un trozo de goma negra de entre la tela que se infla como un globito. Pero tú, sigues tan digna dándole a la pera y rezando para que no estalle, y aguanta.

Es entonces cuando se lo das a la supervisora y te suelta la frase: «Voy a mandarlo a mantenimiento». Y eso es el fin. Nunca ha vuelto un manguito de ese sitio. Mantenimiento es un lugar del sótano del hospital que nunca nadie ha visitado. Todas sabemos que existe, y que de allí entran y salen señores a punto de jubilarse desde hace años, vestidos como Super Mario Bros, pero en realidad lo que hay allí es el cielo de los manguitos.