A toda pastilla.
Hoy voy a hablaros de la mejor obra de ingeniería de los hospitales después de los lavacuñas: los carritos de medicación. Esos armarios con ruedas, que da igual al hospital que vayas, todos son igual de malos.
Porque yo tengo una duda que me aflige la Nightingale que llevo dentro desde hace mucho tiempo… ¿Quién diseña esos carritos? Porque da igual la marca, el tamaño o el color, ¡todos tienen una mini papelera que no sirve absolutamente para nada! Mi sobrino tiene un carrito de limpieza de esos de juguete (sí, mi hermana quería una niña) ¡y trae una papelera del mismo tamaño! ¿A qué piensa que nos dedicamos el sueco que los diseña? ¡Ese hombre jamás ha visto lo que pueden llegar a ocupar los envoltorios de los sistemas de suero y las cajas del Tazocel! Así que te ves atando una bolsa de basura al asita del carro y arrastrándola por todo el pasillo (no probéis a sujetarla con esparadrapo, eso no aguanta).
Tocamos aquí otro de los puntos fuertes de todo buen carro de medicación: el asa. Las hay en dos variedades, con barra lateral o con dos asas. Da lo mismo. Cuando lleva velocidad, aquello es imposible de manejar y te vas hacia los lados… Es entonces cuando el «familiar-paseante» (ese que vive permanentemente en el pasillo) te dice aquello de: «Maja, se nota que no tienes carnet de carro». Ah, y no intentéis llevar a la vez el robot de las tensiones y el carro, eso nunca acaba bien.
Encima del carro nunca puede faltar: un frasco de Lactulosa, grande, como de litro, y feliz como la mierdecilla con ojos de WhatsApp, además de un Motilium que nadie sabe cuándo se abrió, un contenedor de agujas rebosante (que si lo meneas un poco aún hace hueco), y el clásico entre los clásicos: la bolsita de suero de 100 cc con una aguja clavada que pone «Limpio». ¿Limpio? ¿¡Limpio de qué!? ¡¡Si eso puede llevar por lo menos tres días ahí abierto!!
Cómo no, todo carro tiene sus cajetines, uno para cada paciente, y con lo que se supone que es su medicación… Y digo se supone, porque siempre… siempre… siempre, al cajetín del paciente de la última habitación le va a faltar medicación. Llegados a este punto, y por no volver a cruzar todo un pasillo lleno de caminantes, abres el cajón grande, el de arriba del todo, ese cajón que es una mezcla rara entre el bolsillo de Doraemon y el bolso de Mary Poppins juntos. Ahí puedes encontrar desde medio Sintrom chupado hasta un sobre de Flumil, pasando por agujas, medicación domiciliaria de un paciente que se fue de alta hace tres semanas, bolis de insulina, la llave de la caja fuerte ¡y hasta burbujas de suero! Lo que nunca me he encontrado todavía es un Danacol…
Os dejo, que tengo que sacar el carro al pasillo para empezar con la medicación.