Decálogo de Enfermera Saturada (y el día que terminas enfermería)
Manual de supervivencia hospitalaria.
Cuando por fin terminas la carrera de enfermería, ocurren dos cosas, bueno, en mi caso tres:
- Bajas a ver las notas de las últimas asignaturas que te quedaban por saber, ves que has aprobado y piensas… ¿Entonces ahora ya soy enfermera?, y un sudor frío te recorre la nuca… ¡Pero si no tengo ni idea! Tu familia lo celebra por todo lo alto, te achuchan, te sacan a cenar, tu abuela se lo cuenta a las vecinas… y con suerte hasta te regalan un fonendo Litmann o un libro de Metas (bueno, esto segundo mucha suerte no es). Qué digo yo, muy corta me ven. Vale que nunca gané el concurso de dibujo de mi barrio ni aquello de la redacción de Coca-Cola que había todos los años, pero un poquito de confianza en una, ¿no?
- Lo siguiente es ir a por el título. Que aunque lo firme el Rey, a una le hace ilusión tener un papel que pone que eres enfermera. Llegas junto a las amables administrativas:
- —Venía a por el título, que ya soy enfermera.
- —Bueno, a ver si está todo en orden (y te mira con cara de «ojalá te quede una y no te hayas enterado»).
- El caso es que pagas una pasta y te dan tu título metido en un tubo de cartón que parece el del papel higiénico. Un consejo: no lo enmarquéis, durante los próximos diez años le harás decenas de fotocopias compulsadas.
- Ya por último, te dice tu madre: «Tendrás que colegiarte, ¿no?». Ese día descubres que existe una cosa que se llama colegio de enfermería, y que es algo así como una secta de enfermeras. Con sus cursos, y sus reuniones secretas para decidir si este año mola más el desbridamiento enzimático o el autolítico.
Cuando fui a colegiarme, todavía recuerdo que me dieron un libro titulado Decálogo de la enfermería, y oye, una lo que es de regalo lo coge todo, que para eso esto es España y mi abuelo siempre me decía: «A caballo regalado, no le mires el dentado». Pero en este caso el Decálogo, ni caballo ni dentado… No me ha servido para nada. Por eso he decidido elaborar mi propio Decálogo de Enfermera Saturada, que es mucho más práctico, y lo deberían regalar a los nuevos colegiados, junto con una chapa de Enfermera Saturada:
- La vena buena siempre está en el otro brazo.
- Verás que te falta el tapón cuando ya tengas canalizada la vía.
- Un timbre de noche nunca suena solo: si uno suena, otro se le sumará.
- El paciente que más protesta es el que mejor está.
- El apósito del tamaño adecuado no existe.
- Existen dos tipos de esparadrapo: el que no se pega y el que no se puede despegar.
- Si solo llevas un tubo de analítica, será el que ha perdido el vacío.
- Nunca creas lo que el paciente dice que le ha dicho el médico.
- El cajetín de medicación del paciente de la última habitación siempre vendrá mal.
- Nadie que llame al timbre es por algo urgente.