Los turnos de noche

Una enfermera que pincha en el turno de noche, ¿es una D. J.?

En el mundo sanitario, como en el mundo normal, hay dos tipos de personas: las que son de mañanas y las que son de tardes. Hay gente que prefiere trabajar de mañana para aprovechar la tarde, y otra que prefiere la tarde para no tener que madrugar; luego están los de los turnos de noche. Esa subespecie que trabaja mientras todo el mundo duerme y de la que nadie es consciente de su existencia.

Hace poco estaba con unas amigas en una terraza y comento: «El martes no puedo ir, que tengo que hacer la noche». En ese momento se hizo un silencio incómodo en la mesa de al lado y noto cómo me miran. «Es que soy enfermera», dije. No sé si con eso arreglé las cosas o las empeoré.

Si algo tienen los turnos de noche, es que son odiados y queridos a partes iguales. Trabajar de noche aumenta el riesgo de sufrir un infarto, de diabetes, de alzheimer, ¡¡y de ojeras!! (Estudio realizado sobre mí misma). Pero por otra parte, tienen una gran ventaja sobre el resto de turnos: ¡¡No está la nube!! («La nube» es mi forma cariñosa de llamar a la supervisora. ¿Por qué? Pues porque los días amanecen siempre soleados hasta que viene una nube y los jode).

Nadie lo ha estudiado, pero trabajar de noche también aumenta el riesgo de quedarte soltera y marginada de la sociedad. Aunque tal como está el mundo, esto último igual no es tan malo… y lo primero tampoco. ¿Por qué las verbenas, musicales, conciertos y esparcimientos en general son siempre a partir de las nueve? ¡¡Nadie piensa en el turno de noche!! Este verano quería ir a la verbena de mi barrio, por tener vida social, y me dice la supervisora «¿Tú quieres verbena?, pues mira esta» y se remanga la bata.

Otra de las peores cosas del turno nocturno es el día siguiente. Estás hecha mierda, te despiertas a las cuatro de la tarde, te arrastras de la cama al sofá, del sofá al baño y de ahí al armario de las galletas. Porque cuando una trabaja de noche, al día siguiente una fuerza sobrehumana solo te deja comer guarrerías. Es así. Como cuando la gente está de resaca un domingo, pero nosotras entre semana.

Pero no todo es malo en este turno. Uno de los grandes placeres que me doy cuando salgo del turno de noche, es el de conducir despacito, sin prisa, como un jubilado de esos que madrugan para ir a los pasos de cebra a hacerte parar, para luego decirte con el brazo que sigas. Media ciudad como loca porque llegan tarde a trabajar y yo con mi Seat Ibiza a mi aire, la radio a tope y montándome un concierto yo sola en el coche. Claro, eso si es por la semana, si sales de la noche un fin de semana además de ver zombis de recogida después de una noche de fiesta, te encuentras con todos los enfermos de corazón de tu ciudad saliendo a andar.

Si hay un turno de noche estrella en el año, ese es el de Nochebuena. Cuando te toca trabajar, una no sabe si alegrarse o no, y es que si el plan para Nochebuena es una cena de cinco horas con tus sobrinos del pueblo aporreando una pandereta, tu cuñado, tu prima la que tiene problemas con la bebida y la sobrina adolescente. Además de tener que hacer la cena y recogerlo todo… Sí, ¡¡quiero trabajar en Nochebuena!! Aunque vaya de sustituta a una planta en la que jamás he trabajado y acabe pelando gambas y brindando con una auxiliar y un celador que jamás he visto en mi vida.

Solo una cosa más. Después de todos estos años haciendo turnos de noche, hay algo que todavía no me ha quedado claro: cuando llego a casa por la mañana, y antes de irme a dormir, ¿tengo que cenar o que desayunar?