«Los pacientes siempre mienten». Dr. House.
Si de una cosa está lleno el hospital, es de pacientes. Y es que, nos guste o no, las enfermeras vivimos en gran parte de las desgracias ajenas.
Una empieza a acostumbrarse cuando es sustituta:
—Te llamo de la bolsa de empleo. Tengo una baja en reanimación y otra en planta.
—¿Cuál baja es más larga? ¿Quién de las dos está más enferma? —Ahí empieza la fase «No te deseo ningún mal, pero ojalá estés mucho tiempo de baja», o lo que es lo mismo, vivir del mal ajeno.
En todos estos años trabajando aquí y allá en varios hospitales españoles, he podido apreciar los diferentes tipos de enfermos que pueblan nuestra red sanitaria española, cada día menos pública.
Un clásico que no falla en ningún servicio de urgencias, es el borracho o el yonqui, o el yonqui borracho, durmiendo en una camilla. Nadie sabe qué hace ahí ni cuantas horas lleva, pero siempre está. Yo creo que se la van relevando, para no llegar a perder nunca la zona preferente en pasillo, entre el control y la zona de rayos. A veces te das cuenta de que está ahí cuando empieza a gritar desde la camilla para que le lleven comida, porque eso sí, en cuanto el reloj marca la una se despierta para comer.
En urgencias no nos podemos olvidar tampoco de la familia gitana. Generalmente ya se les escucha venir a lo lejos, y para que consulten a uno, vienen dieciséis acompañando (a los que se les unen los gitanos con bastón que aparcan coches junto al hospital). En una ocasión, cuando estaba de prácticas, conocí a una enfermera que aseguraba haber visto llegar a un gitano solo a urgencias. Ahí lo dejo. Todo un caso para Iker Jiménez.
Otro de los clásicos hospitalarios, para su desgracia, es el que yo denomino «la rata de hospital». Paciente de mediana edad con patologías varias, todas ellas crónicas, que ha hecho del hospital su casa. Tiene un historial de esos de tres tomos que solo lee el médico residente, y ha pasado más horas en planta que el carrito de la medicación. Conoce al personal del hospital mejor que la supervisora, y sabe ver el miedo en tus ojos si eres novata. Es el único paciente que sabe que timbrar durante el cambio de turno es tontería. Consejo: cuando os crucéis con una rata de hospital, pinchadle donde él os diga, va a tener razón.
No me puedo olvidar tampoco de «el conocido». Este subtipo de enfermo puebla todo el hospital: te lo puedes encontrar en intensivos, en planta, en urgencias o incluso en rayos. Su conversación para romper el hielo se basa en:
—Yo conozco a una enfermera que trabaja en este hospital.
—Ah, muy bien.
—Es de mi pueblo. Es bajita, morena y lleva gafas. ¿La conoces? Soy muy amigo de su padre.
—Con esa descripción podría ser yo.
Otro tipo de pacientes que nos podemos encontrar en cualquier hospital es «el pesetas». Lo primero que suelta al verte aparecer es un: «Yo pago tu sueldo». Es el tipo de paciente más odiado por cualquier sanitario.
Un subtipo de el pesetas es «el chulito». Su frase bandera es: «¡Tú no sabes quién soy yo!». A la que yo siempre respondo con un: «Ni ganas que tengo». Nunca es nadie, aunque él cree que sí porque es presidente de la asociación de vecinos de su barrio.
Hablar de estos dos tipos de pacientes indeseables, implica acordarme de otro tipo menos habitual pero que también existe: «el de la privada». Suele ser paciente de una mutualidad derivado a la sanidad pública, porque su maravilloso hospital privado no tiene recursos suficientes para atenderlo, o tiene que recibir un tratamiento que no va a ser rentable. Este paciente y su familia llegan siempre a la defensiva y dejando claro que son de la privada. Suelen estar muy preocupados por si la habitación es individual y por cosas como la cama de acompañante:
—Nosotros es que somos de Sanitas, nunca estuvimos en la Seguridad Social. ¡Anda mira! ¡Si tienen tele en las habitaciones!
—Sí señora, y baño completo. Pero aquí las gasas no son recicladas.
—¡Pero si hay una vieja en la cama de al lado! Esto en la privada no pasa.
—Pues ya sabe… ¡Ah no!, que allí no la quieren.
No puedo cerrar este capítulo sin dedicarle un apartado a ese otro tipo de fauna hospitalaria que no está enferma, pero habita allí: «el acompañante del enfermo». Ese que a media mañana se pone a gritar en medio del pasillo porque el médico todavía no ha venido a ver a su familiar, y cuando llega, le pone su mejor sonrisa y le suelta un: «Buenos días doctor». Ese mismo que te pide un calmante a las cuatro de la madrugada para su padre porque tiene dolor, y cuando llegas, su padre está roncando. Y esa otra que se pone a ver Sálvame mientras a su marido le da tiempo de arrancarse la vía, la sonda (con globo) y los patucos de protección. Y cómo no, ese acompañante que te dice:
—Yo ya soy casi enfermera, que a mi padre le miro yo el azúcar en casa.
—Claro señora, pues vaya y convalide el título.
Pero los mejores acompañantes, los acompañantes pro, son esos que por la noche se ponen pijama, bata y zapatillas para mimetizarse con la planta. Que tú entras en la habitación a poner la medicación de las seis de la madrugada, los ves así, ¡y dudas a cuál de los dos ponérsela!