Llamarle pijama a la ropa de trabajo no es serio.
En la vida de toda enfermera hay un antes y un después, y eso lo marca el uniforme. El día que te pones un uniforme sanitario. Luego te das cuenta de que es el mismo traje de casaca y pantalón que llevan peluqueras, veterinarios, panaderos y hasta en algunas ópticas, pero a ti te hace ilusión.
Estás estudiando enfermería y te mandan comprar el uniforme, te sientes parte de algo importante. Te lo pones por casa, te miras al espejo, te haces una foto y la subes a Facebook. Estás encantada, eres feliz y ya tienes 27 «Me gusta» en Facebook. Te gusta porque aún no has trabajado con él y crees que es cómodo y bonito.
Con el uniforme pasamos horas y horas a lo largo de nuestras vidas, pero hay algo fundamental que desconocemos de ellos: ¿Quiénes son las modelos de las que sacan los patrones para cortarlos? ¡No existe gente así! ¡No en este mundo! Con los pijamas pasa lo mismo que con los apósitos, no existe el del tamaño adecuado. Si existieran esas modelos unas serían enanitas y gordas (modelo llaverito), otras muy altas y delgadas… bueno, igual un poco sí existen. Porque viendo lo que se ve en los vestuarios… ¡qué bien disimulan ciertas cosas los pijamas! Ahora entiendo que las estadísticas digan que donde más sexo se practica es en la cama.
Pero si de algo podemos presumir las enfermeras, es de trabajar en pijama como Lorenzo Lamas, el rey de las camas. Aunque creo que ese se metía en cama sin pijama… Como Espinete pero al revés. Una cosa muy loca todo.
Llegas al hospital y tienes que ponerte el uniforme. Hace una hora te has quitado el pijama y hace cuarenta minutos te has puesto ropa de calle, ahora te vuelves a desnudar. Si eres sustituta te habrán dado un uniforme de segunda mano, que en ese momento piensas, o la anterior se ha jubilado o lo ha tirado por viejo… es la segunda opción, has acertado. Si ella no lo podía poner porque se transparenta hasta la etiqueta de la braga, ¿qué le hace pensar a nadie que puede valerme a mi? Pues te lo pones.
Si llevas un tiempo prudencial de tres años trabajando en ese hospital o eres de un sindicato, te habrán dado taquilla. ¡Cuando te la asignan es la ilusión de tu vida!:
—Mamá, ¡que me la han dado! ¡Me la han dado a mí!
—¿La plaza fija?
—Casi, ¡¡la taquilla!!
Si eres sustituta, conocerás todos los rincones con pestillo del hospital en los que poder cambiarte de ropa. Clark Kent lo hacía en una cabina, tú donde puedas.
Pero tanto si eres de unas como de las otras, todas desarrollamos con el tiempo un arte milenario reservado exclusivamente al personal sanitario y a la familia Bordini: «el funambulismo». Cualquier enfermera de este país es capaz de quitarse las botas, jersey, calcetines y pantalones, recogerlo todo y volver a colocarse calcetines blancos, casaca y pantalón… ¡apoyada únicamente sobre un pie! Sin red y haciendo equilibrios con un brazo. En una ocasión, la enfermera de la última taquilla perdió el equilibrio y en un movimiento fatal cayó sobre la compañera de al lado, y esta sobre otra desencadenando un efecto dominó que continuó en varios hospitales de la provincia. Yo lo tengo claro, el día que cierren este hospital echo el currículum en el Circo del Sol.