LA HISTORIA DE LA GUAPA IVANOVA
Martes, 22 de mayo. Dos días después del robo
Lo condujimos al sótano, a la cama circular de las sábanas rojas, y allí lo estuvimos consolando Pei Lan, Lady Mami y yo hasta que se cansó de llorar y terminó dormido como un bebé. Amorosa, Lady Mami el Ama Dominante le quitó la corbata, la chaqueta y los zapatos para que durmiera mejor.
Un par de horas después, una pesadilla lo expulsó del sueño; gimoteaba y braceaba como si se creyera sumergido en el mar y nadase hacia la superficie en busca de oxígeno. Pei Lan y yo cuchicheábamos echados en el suelo, junto a la cama, abrazados.
—Ahora, ya me podrías soltar —decía ella—. Iré a ver a mi padre y le diré que no pasa nada.
—Te obligará a que le digas dónde estoy.
—No lo hará. Mediaré en tu favor. En vuestro favor.
—No. Primero quiero hablar con el Pardales.
—El Pardales está loco. Han matado a su madre. Como se entere de que soy hija de Soong, me matará. Ni tú podrás impedirlo. Mediaré en tu favor.
Entonces, nos sobresaltaron el sollozo, el braceo y los ojos rojos y enloquecidos mirándonos desde lo alto de la cama, como si nos hubiera oído.
Me incorporé, lo abracé y le dije: «Tranqui, Pardales».
Estaba rendido. Era incapaz de atacar ni de luchar. Boca arriba sobre las sábanas sudadas y en un susurro me contó cómo había escapado de Modas Soong y lo que había hecho a continuación.
Subió las escaleras del zaguán modernista que llevaban al principal y llamó al timbre de la puerta con desesperada insistencia. Al fin, le abrió un hombre vestido con camisa blanca y vaqueros que andaba descalzo, probablemente arrancado de la cama y del primer sueño. El Pardales le golpeó en la cabeza con su vieja Astra, el otro se resistió, tuvo que darle por segunda vez y se coló en el interior de aquel piso a toda velocidad. Tenía una idea. Llegó hasta un balcón de la parte delantera, rompió el cristal, localizó al grupo de policías que hormigueaba en la acera de enfrente y disparó. No apuntó hacia ellos, solo pretendía ponerlos en acción, hacer que entraran en la casa de los chinos para que estos se distrajeran y dejaran de perseguirnos.
En el instante siguiente, ya estaba corriendo por aquel piso decorado según el gusto más folklórico, desde el farolillo rojo hasta el feroz dragón de papel pasando por el gatito que saluda con la mano. Pasó junto a dos niños que lloraban y, en la parte de atrás, encontró una ventana por donde pudo descolgarse a un callejón. Saltó al techo de un coche, resbaló por encima del capó empapado por la lluvia y echó a correr hasta perderse en la noche.
—¿Y dónde fuiste entonces?
—Primero fui a la pensión Jaén, para dormir un poco y que la señora Nené me echara una mano. Le pedí una nena para desahogarme, ¿sabes? Tenía que estar a punto. Tenía que ir a ver a la Guapa Ivanova.
—¿A quién?
—A la Guapa Ivanova —respondió con un suspiro de dolor, retorciéndose sobre la cama, los ojos cerrados fuertemente para que no brotaran las lágrimas—. La tía más hermosa que he visto en mi vida, Chino. Ríete tú de la Shakira, y de Nicole Kidman, y de Julia Roberts o Naomi Campbell, nada que ver. Una belleza de cojones, como no te puedes imaginar, una tía de lujo, hasta salió en el Private, ha hecho algunas películas porno, pero de las de calidad. Espectacular. Es una de las chicas de Madame DeVille, ya sabes quién te digo, la que tiene un chalet en Castelldefels, lo mejor de lo mejor, la crème de la crème, doscientos euros la hora. Hace cosa de un mes, me la estaba tirando y se puso a llorar como una niña. Me rompió el corazón, Chino. La abracé, la consolé, le dije cosas bonitas. Era una joya entre mis brazos, Chino, te lo juro, nunca había sentido nada igual, ni por una puta ni por una mujer normal. Es rusa y se llama Ivanova, pero la llaman Guapa. Lloraba y me suplicó: «Sácame de aquí, por favor, y seré tuya para siempre». Le prometí que la libraría de Madame DeVille. Esto es amor, Chino, no se puede llamar de otra manera. Amor del bueno. Ya me tienes encoñado como un chiquillo. Le dije a Madame DeVille que se la compraba. «¿Cuánto quieres?». Dijo: «Tres mil euros». Bueno, yo no tenía tres mil euros y, luego, del palo que pegué a los franceses, tú no me diste más que mil doscientos. Por eso, cuando salió el tema de la tienda de Trafalgar, me apunté en seguida. Y, con la pasta que llevaba en el bolsillo cuando salí de allí, tenía de sobras para rescatar a la Guapa. Eran dos paquetes de cien euros, Chino, no sé si te diste cuenta. Cuarenta mil euros me diste, Chino. Así que me voy a casa de Nené y le pido una nena para desahogarme, ¿entiendes?, que así cuando me encontrase con la Guapa aguantaría más y quedaría como un hombre, que la tenía que enamorar y es muy difícil enamorar a una puta. Y ayer me fui a una tienda de lujo, de las del paseo de Gracia, y me compré este traje y esta camisa y la corbata y los zapatos, porque solo pensaba en ir a buscarla, y hoy por fin te la habría presentado, «mira qué novia tengo, Chino, es la Guapa Ivanova como su nombre indica, la mujer más Guapa Ivanova del mundo». Y compré hasta un ramo de flores, aunque me daba una vergüenza de la hostia ir con aquello por la calle, pero pensé que ella valía la pena, que ella se lo merece, Chino. Me fui con el ramo de flores, como un gilipollas, al chalet de Castelldefels, a ver a Madame DeVille, y le digo: «Toma tus tres mil y me llevo a la Guapa». Me dice: «La Guapa ya no está aquí». Digo: «¿Dónde está?». Dice: «No sé, se fue». Me cago en la puta madre que la parió. Le digo: «Seis mil euros si me dices dónde está. Diez mil, joder». Al final, me lo dijo. Se la había vendido a un argentino que tiene bares de carretera, al que llaman el Tasma, el Demonio de Tasmania. Digo: «¿Cómo? ¿Una joya como esa en un puticlub de carretera? ¿Nos hemos vuelto todos locos o qué?». Dice: «Es lo que hay». Me cago en la madre que los parió. Me pasé todo el día de ayer y parte de la noche buscándola. Buscando al Tasma ese, al Tasmania. No di con él, pero una de sus putas conocía a la Guapa y me dijo dónde podía encontrarla, en un putiferio que hay cerca de Granollers, en la nacional. Me fui para allí. Compro otro ramo de flores cojonudo, que el primero se me había estropeado con tantas idas y venidas, y voy a encontrarla, y ahí estaba. La puta de oros, tendrías que haber visto cómo estaba, Chino. Tenía la cara desfigurada. Le habían dado una paliza y eso no se hace con los puños, Chino, al menos usaron barras de hierro, porque tenía el pómulo izquierdo hundido y eso le afectaba al ojo, que lo tenía como caído, y llevaba hierros en la boca, estaba hecha una desgracia, Chino, un monstruo. —Lloraba el Pardales—. Y fui a verla, y le di el ramo, y le dije: «Te llevo conmigo, Guapa, vente conmigo». ¿Sabes lo que me contestó? «Vete a tomar por culo, maricón de mierda, chivato, bocazas», que se ve que la cagué cuando fui a hablar con Madame DeVille, que la muy cabrona se pilló un cabreo de la hostia cuando le dije que la Guapa se me había puesto a llorar y que quería comprarla. Y fueron por ella y le dieron la paliza de su vida, Chino, y lo que le hicieron a ella no se hace con los puños, nene, al menos usaron barras de hierro, y no la llevaron al hospital ni nada, solo la estuvo cuidando una enfermera o no sé qué, que si se muere que se muera, y se salvó de milagro. Y se la vendieron al Tasma por cuatro chavos y con la condición de que la jodieran bien jodida, y la estuvieron violando para domesticarla un poco, que se enterase de quién mandaba porque había salido un poco rebelde. Todo por mi culpa, ¿te das cuenta? Y me dijo:
«Vete a tomar por culo, maricón, no te acerques», y llamó a los de seguridad y les dijo que yo quería llevármela, y me sacaron a hostias del putiferio, que yo también tuve que darles lo suyo pero, joder, la hija de puta me los echó encima. No me dejó que la salvara. Yo quería hacerlo, por su bien, ¿me entiendes? Quería sacarla de allí, quería darle una buena vida. No me importaba que le hubieran roto la cara. Yo sólo quería darle una buena vida y ella no se dejó. Y entonces, ¿sabes, Chino?, entonces, entonces es cuando me llama la vecina al móvil y me dice que han matado a mi madre, ¿te das cuenta? Que han matado a mi madre. Que le han cortado la cabeza y la han dejado tirada en medio de la calle, los hijos de la gran puta. Yo tendría que haber estado a su lado, ¿lo ves, Chino? Si yo hubiera estado cuidándola, no le habrían hecho daño. Iban por mí y, como no me encontraron, se la cargaron a ella. Y yo no estaba a su lado, al lado de mi madre, porque me había ido a salvar a una puta de mierda que me llamó maricón y me envió a tomar por culo. Mierda de puta, mierda de Madame DeVille, mierda de vida, Chino, que mientras tanto mataban a mi madre, Chino, que es muy fuerte, le cortaron la cabeza y yo no estaba a su lado porque estaba con una puta que tenía la cara rota, un puto monstruo, Chino, por culpa de un puto monstruo no estaba al lado de mamá. Y esto lo han hecho los chinos, joder, y por eso tengo que matarlos a todos, coño. He ido a comprar esta Uzi para matarlos a todos…
—Pero ¿por qué a todos? —le discutía yo, que no sabía qué decir—. ¿Por qué a Lady Mami y a sus chicas? No son ellas quienes han hecho eso…
Se me iba la vista hacia Pei Lan y me reprimía de decir que había sido el señor Soong quien había ordenado aquella carnicería, como venganza porque le habíamos robado. Pero no quería pronunciar el nombre del padre de aquella chica, no en su presencia, porque no sabía cómo iba a reaccionar ella. Uno nunca sabe cómo van a reaccionar los hijos cuando sus padres están en peligro. Yo odiaba a Venancio y había ido a darle mil euros para que se escondiera.
Tal vez fuera difícil comprender la extraña asociación que hizo el Pardales entre la Guapa de la cara desfigurada, su madre decapitada y Lady Mami y sus muchachas pero, en todo caso, no seguimos hablando del tema porque el sonido de mi teléfono móvil interrumpió la conversación. Era mi madre.
—Ah, madre, sí, perdona que no te haya llamado. Esta noche no podré ir a dormir ahí… —empecé a decirle.
Pero ella no me escuchaba. Estaba llorando, muy afectada.
—¿Qué te pasa?
—Tu padre, Juanito. Que han matado a tu padre. Que me ha llamado al móvil tu tío, su hermano, el chatarrero, y me lo ha dicho. Que… que le han cortado la cabeza y las manos.
Me quedé sin habla, bloqueado por el odio que siempre le tuve al cabrón, por la paliza que un día le di, por nuestro último encuentro, por las últimas palabras torpes y cobardes que me dirigió, «Aún no es todo lo que me debes», porque fue lo bastante imbécil para no irse y esconderse, a pesar de que yo se lo advertí.