EL PARDALES
Martes, 22 de mayo. Dos días después del robo
Nadie sabía cómo había llegado el Pardales a la puerta de la peluquería, tal vez en taxi. El caso es que se materializó en el umbral y sorprendió a las dos muchachas que charlaban tranquilamente mientras esperaban clientes. Irrumpió en el negocio con la brusquedad de un atracador que quiere provocar un susto para dejar a las víctimas en inferioridad de condiciones. Vestía un traje gris de marca que casi conseguía estilizarle la figura y hacerle parecer elegante. Camisa violeta, corbata rosa y zapatos italianos, brillantes, acabados de estrenar. Habría representado la estampa de un respetable caballero de no ser por el alboroto de sus escasos cabellos, la corbata floja y torcida, el macuto militar con la correa cruzada sobre el pecho deformándole la ropa, los torpes movimientos de borracho y la furia que le deformaba el rostro.
De golpe y porrazo, con su mano derecha, que sostenía una Mini Uzi de larguísimo cargador, como mínimo con capacidad para cincuenta cartuchos, encañonó con ella a las dos chinitas desprevenidas y a una la golpeó en la cara para demostrar que iba en serio.
—¡Os voy a matar a todas, chinas hijas de puta! —gritó mientras la chica giraba sobre sí misma y caía de bruces al suelo con la cara ensangrentada—. ¡Levántate y p’adentro, las dos p’adentro, todos p’adentro!
En el acceso a la trastienda apareció Lady Mami, que perdió la compostura de pantera al acecho en cuanto el Pardales le puso la boca de la Uzi contra la frente y repitió: «¡Te voy a matar, a ti y a todas tus zorras, vamos, p’adentro!». Lady Mami levantó las manos y retrocedió, pálida, con los ojos desorbitados y boca de vieja angustiada.
—¡P’adentro! ¿Quién más hay aquí? ¡Os voy a matar a todas!
Lady Mami pensó en mí como salvación.
—¡Está Liang! —exclamó—. Está tu amigo Liang. Lo estoy ayudando.
—¿Liang? —Eso tuvo la virtud de frenarlo.
—Tu amigo Liang. Y lo estoy ayudando.
Retrocedían las cinco chicas y la madame hacia el fondo del establecimiento. El Pardales las arrinconaba como el perro acorrala el rebaño. Llegaron todos al almacén del fondo. Lady Mami señalaba la puerta de la mazmorra del sado.
—¡Está ahí! ¡Liang está ahí!
A fuerza de repetirlo, consiguió que el abotagado Pardales lo entendiera y aplazara la ejecución. Lady Mami se arrimó a la puerta y gritó «¡Liang! ¡El Pardales está aquí!». Abajo, acuciado por el tono alarmante de la mujer, me puse los pantalones a toda prisa y subí los escalones de dos en dos al tiempo que aullaba «¡Pardales, aquí estoy!». Di dos vueltas a la llave y abrí la puerta para encontrarme con un Pardales inesperado y absurdo, con aquel traje, la corbata y la camisa, armado con la Mini Uzi, tan borracho.
—¡Pardales! —grité con un golpe de risa, feliz de verlo sano y salvo.
Tenía los ojos inyectados en sangre, brillantes y asesinos, y me encañonó a mí también.
—¡Las voy a matar a todas, Chino de mierda! Tanto si estás tú como si no estás. Y cuidado que no te mate a ti también, que eres tan chino como ellas. —Me disponía a preguntarle qué le pasaba cuando se me adelantó—: ¡Que estos chinos han matado a mi madre, joder! ¡Que le han cortado la cabeza y la han arrastrado por el fango, joder!
Estaba a punto de echarse a llorar y, por tanto, de perder el poco control que tenía y de apretar el gatillo. El llanto representaba su derrota suprema y el Pardales no iba a caer solo, así que, al mismo tiempo que brotaban las lágrimas cegadoras y los mocos vergonzantes, di un paso al frente, agarré el arma desviándola a un lado con la mano izquierda y le golpeé con la derecha en el tórax. Visto y no visto, tres movimientos, él soltó una tos y perdió la respiración y se encontró tumbado en el suelo llorando amargamente entre chillidos de putitas. Allí se quedó, encogido sobre sí mismo, berreando «¡Habéis matado a mi madre, hijas de la gran puta!».
Grité yo a mi vez:
—¡No la han matado ellas, coño, Pardales, no seas loco! ¿Por qué la tomas con ellas, que no tienen nada que ver y nos ayudan?
No me oía, aovillado en el suelo, en posición fetal, abrumado por un llanto convulso.
—¡Han matado a mamá, putas chinas hijas de puta!