34

SECUESTRO

Martes, 22 de mayo. Dos días después del robo

Aquel día, Pei Lan llevaba el cabello caoba con mechas. Vestía una blusa verde brillante, pantalones cortos y deportivas con calcetines blancos que le daban un aire muy juvenil. A la espalda, mochila de colegiala. Me recibió con un estallido de alegría en los ojos y en la boca, corrió hacia mí, se colgó de mi cuello y me besó en los labios procurando que su vientre se encontrase con el mío.

Yo me forcé a pensar que no la quería, a pesar de los latidos de mi corazón y la turbulencia en mi cerebro.

Amar es planear el futuro. El amor y la fidelidad son promesas para un mañana que no existe. Te gusta una persona porque te proporciona placer y te haces la ilusión de prolongar esa sensación durante las próximas horas, los próximos días, los próximos años, igual que el que disfruta de la contemplación de un cuadro o un paisaje y siente la necesidad de comprarlo, o robarlo, o fotografiarlo, y llevárselo a su casa. Si estás bien, quieres continuar estando bien. Pero eso es una fantasía infundada, un deseo que nadie puede garantizar que se cumplirá. Los terremotos, las guerras, la infidelidad, los accidentes de tráfico reales siempre serán más poderosos que un futuro que no existe. Las ilusiones se rompen en un abrir y cerrar de ojos. Yo no había previsto nada respecto a Pei Lan, porque si el futuro no existe consecuentemente el amor tampoco. La besé de nuevo en el interior del coche porque sus labios me proporcionaban un placer inmediato y presente, y por lo tanto vivo y real, pero ni se me pasó por la cabeza que un día pudiéramos amueblar un piso juntos o tener hijos o envejecer cogiditos de la mano.

La besé y le toqué los pechos por debajo de la blusa y, si algo vibró en mí, fue porque no podía sustraerme a la contaminación de los mensajes con que nos bombardea diariamente la publicidad.

La llevé a la calle Borrell.

—¿Y este coche? —iba preguntando ella—. ¿Dónde vamos?

—Te estoy secuestrando.

Se reía con estridencia melódica.

—¡Secuestrando! Vaya. ¿Y no podrías estarme raptando? ¿Sabes cuál es la diferencia? El secuestro solo es para conseguir el dinero del rescate. El rapto consiste en llevarse a una mujer de su casa para violarla.

—¿Y tú cómo sabes eso?

—Son los temas que más me interesan.

Dejamos el Kia verde pistacho en el aparcamiento de donde lo había sacado. Caminamos hasta la peluquería de Lady Mami. Pasé el brazo sobre los hombros de Pei Lan para mantenerla pegada a mí y para prevenir que quisiera escaparse.

—No me digas que me llevas a una casa de putas —murmuró sobrecogida, como la niña a quien se le prepara una sorpresa estupenda—. Una pelu de Final Feliz. —Se colgó de mi cuello, me habló al oído—: Te voy a regalar un final felicísimo, te lo juro.

Cuando nos cruzamos con la impasible Lady Mami, escruté atentamente su rostro buscando en él alguna reacción reveladora. No me pareció que conociera a Soong Pei Lan. Aquella muchachita sonriente y traviesa no le decía nada. Pasamos de largo, dejamos atrás a las muchachas-cosa y las cinco cabinas de la trastienda en una de las cuales alguien gruñía y gimoteaba «así, así, así». Pei Lan, juguetona, me tocó la bragueta. Llegamos al almacén del fondo, a la puerta que parecía de armario. La abrí con la llave que me había dado Lady Mami. Bajamos a la mazmorra.

Pei Lan emitía grititos maravillados, como una niña en un parque temático.

—Las cuevas del Sado —exclamaba con regocijo ahogado.

Cerré la puerta con llave. La chica me miraba expectante, aguardando mis indicaciones, con las dos manos sobre el primer botón de su blusa verde.

—Haré lo que tú me mandes, mi señor.

Saqué del bolsillo mi teléfono móvil. Lo preparé para que el receptor no tuviese acceso a mi identidad. Solo podría leer «Número privado». Pulsé los botones ignorando a Pei Lan.

La victoria se halla en el coraje y en la génesis del coraje, que es el desapego. Si deseas algo o amas a alguien, te encuentras atado, vinculado a ello y temes perderlo, y esa es la semilla del fracaso. «Me da igual», dijo el monje Chan.

Dije: «¿Señor Soong?», sin apartar mis ojos de los suyos.

Ella se llevó un susto. Se le borró la sonrisa dejando en su lugar una mueca triste e indecisa.

Dije:

—Tengo conmigo a su hija Pei Lan. Si no suelta inmediatamente a mi amigo Pardales, la mataré.

A Pei Lan se le desorbitaron los ojos y se le escapó una incontenible risa de incredulidad.

—Pero ¿qué haces?

—¿Quién eres? —rugía la voz de Soong Xiao Chew al otro lado de la línea.

—Soy quien le ha robado su dinero. Y mataré a Pei Lan si no suelta a mi amigo el Pardales, ¿me ha entendido? Quiero verlo esta misma tarde y quiero verlo vivo… —El señor Soong estaba gritando «¡Yo no tengo a ese Pardales!», y Pei Lan no podía cesar en su hilaridad histérica mientras gritaba espantada: «¡No lo hagas, Liang, no hagas eso!»—. ¿La oye, señor Soong? ¿Reconoce la voz de Pei Lan?

El señor Soong contestaba:

—Sí que la oigo. Te ha llamado Liang.

Mastiqué las palabras, rabioso:

—¡Si el Pardales no está esta tarde conmigo, la mataré!

¿No sentía amor por Pei Lan y, en cambio, sentía amistad por el Pardales? ¿No era la amistad un sentimiento de pasado y futuro tan inconsistente como el amor? ¿No estaba yo utilizando el futuro para la negociación, «si no está esta tarde aquí… la mataré»? ¿Tenía algún sentido algo de lo que estaba haciendo?

—¡Esta tarde, a las ocho, mataré a Pei Lan si el Pardales no está aquí, conmigo!

Soong Xiao Chew podría haberme respondido: «“Esta tarde a las ocho” no existe», pero no lo hizo.

Pei Lan había palidecido y se había sentado sobre la cama redonda y roja. Pero no podía suprimir la sonrisa arrobada de sus labios y el entusiasmo de sus ojos.

Cuando corté la comunicación, con aquellas palabras clavadas en mi mente, «Te ha llamado Liang», proyectado hacia ese porvenir inmediato fuente de todas las angustias, ella me miró como se mira a los locos geniales, amable y enamorada, siempre maravillada y, con la voz entrecortada por la emoción, dijo:

—No tendrías que haber hecho eso, Liang. Estás loco. —Le daba risa que yo estuviera loco, la hacía muy feliz—. Esos hombres que vinieron de Ámsterdam, Wo Yim y Chen Wei, son Cabeza de Dragón, Shan Chu, y Abanico de Papel Blanco, Pak Tze Sin, de una tríada, de una tríada de verdad, de las más poderosas del mundo, y quieren que mi padre sea Maestro del Incienso. En estos momentos, puede que sean de las personas más poderosas de Europa, Liang, directamente conectadas con Hong Kong, Shanghái, San Francisco, más poderosas que los presidentes de los gobiernos y que los propietarios de las multinacionales. Tienen miles, millones de hombres a su servicio, dispuestos a todo.

Yo me sentía exhausto, como un boxeador después del décimo round.

No hay nadie más solo y desamparado que una persona que no tiene futuro.

Soong Pei Lan lo entendió en seguida. Su expresión de emocionada sorpresa se trocó en otra de compasión. Suspiró, se desabrochó la blusa, se quitó los pantalones cortos, las zapatillas y los calcetines, y me consoló sobre la sábana de raso rojo.

Al final, había sido rapto.