CONFIDENCIAS
Lunes, 30 de abril. Veinte días antes del robo
El viernes 27 de abril, Diego Cañas y su esposa Pilar tienen que ir a la escuela de su hija, escuela para chicos rebeldes que les cuesta un pastón, y se enteran de que Lorena va con tan malas compañías que ya es ella misma una mala compañía, que fuma porros en el recreo, que se insolenta con los profesores, que hace una semana que no va a clase y que es casi seguro que suspenderá el curso y que esperan que no se matricule en esta institución el año que viene.
—¿La dejan en la calle? —aúlla Cañas—. ¿En la puta calle? ¿Y qué hacemos con ella? ¡Se supone que los expertos son ustedes, no yo!
Después, la bronca en casa, el desafío, la desvergüenza, los insultos, la hostia que corta en seco los gritos, y los llantos de la hija y de la madre, y el qué hemos hecho mal y, detrás de la puerta del dormitorio, «hijos de puta, voy a irme de casa y no vais a verme nunca más». Y el sábado la mocosa de quince años todavía tiene los santos cojones de pedirles dinero para irse por ahí, y Cañas cede, porque ya está harto, y le da veinte euros para no oírla más, y entonces tiene que oír a Pilar diciéndole que así no se educa a una hija, y sigue un domingo siniestro de ver la tele y pasar de todo y tratar de ignorar la presencia de una hija antipática que repta resacosa por el pasillo.
Una vez superado este maldito fin de semana, el lunes vete a ver a Lang el confidente, otro jovenzuelo desvergonzado, al bar de tapas de Ureta, en la Izquierda del Ensanche, para escuchar novedades de chinos.
Ureta te pregunta «¿Qué tal todo?», y tienes que decirle que todo bien, que tirando. Y el chino de las gafas negras te pregunta «¿Cómo estamos?», y repites que bien y, cuando te insisten «Haces mala cara, coño», repites que estás de puta madre en lugar de enviar a todo Dios a tomar por culo.
—¿Qué os pongo?
—Pon un par de tapas y unos vinos.
—Yo, té —dice el chino.
—¿Nestea?
—No. Té.
Por si fuera poco, el policía presionado por sus superiores y abrumado por una hija salvaje e insubordinada tiene que soportar, además, las teorías de Ureta sobre la crisis económica mundial.
—Con un simple rumor infundado, no importa su procedencia, baja la bolsa. Con otro, por peregrino y absurdo que parezca, sube la bolsa. Digo yo: ¿qué impide a las grandes fortunas, propietarias de cadenas de comunicación, difundir rumores falsos, o sea, mentiras, para que baje la bolsa y entonces comprar acciones baratas y, a continuación, propagar más mentiras para que suban las cotizaciones y vender y multiplicar la fortuna? Es tan fácil que tienen que hacerlo, seguro que lo hacen. Yo lo haría.
La barra es mal sitio para las confidencias de un confite así que cogen la taza de té, el vaso de vino y las tapas y se trasladan a la mesa del fondo para que el barullo de la clientela los mantenga aislados del teórico economista.
—¿Qué tenemos?
—Las visitas que recibe Soong los domingos por la noche —enuncia el chino, como titular.
—¿Quiénes son?
—No importa quiénes son los que van sino qué llevan. En el maletín, en una bolsa de deporte, en una bolsa de basura o en los bolsillos, no importa. Lo que llevan. Dinero. Dinero de las timbas, de las extorsiones o de chicas de finales felices. Dinero.
—¿Dinero? —Cañas se interesa. Se pone alerta. Quiere confirmar sospechas—. ¿El tributo al jefe de la tríada? ¿Podríamos interpretarlo así?
El chino tuerce levemente el gesto. No se compromete.
—¿Y qué hay de aquellos dos que te comenté?
—Nada. De momento. ¿Sabes que los chinos están comprando cobre? Mucho cobre. Mucho de ese cobre que andan robando los rumanos.
—Tríadas —murmura Cañas con la boca llena de pan con tomate, anchoa y aceituna—. Solo me interesan las tríadas. ¿Qué coño has estado haciendo? ¿A qué te dedicas?
—Si pregunto más descaradamente, me van a colgar un motor de coche de los cojones y me tirarán al mar. ¿Cómo que qué hago? ¿No conoces a los chinos?
—Pero tú eres chino, joder.
—¿Y?
Ureta se acerca al ataque, entre las mesas y la clientela apiñada.
—¿Algo más? —pregunta—. ¿Otro vinito? ¿Otro té?
—No. ¿Qué te debemos? —Cañas ya hunde la mano en el bolsillo dispuesto a salir disparado.
—Cinco euros. Y digo yo: ¿no está basado todo en la mentira? La política, la economía, todo. Nos dicen las cosas no porque sean verdad sino porque conviene decirlo para conseguir no sé qué. Y se callan lo que se callan porque no conviene decirlo. Y mienten por nuestro bien y solo dicen la verdad cuando se les escapa. Entonces, ¿por qué continuamos leyendo los periódicos?
En el segundo informe de la operación Jackie Chan, que el 4 de mayo hace llegar al jefe superior, el inspector jefe Diego Cañas hace constar que en la tienda de modas que el señor Soong Xiao Chew tiene en la calle Trafalgar probablemente se esconda un banco clandestino donde se recopila cada noche de domingo el dinero obtenido por diferentes grupos de delincuentes de la comunidad china.