TÚ Y TUS CHINOS
Miércoles, 23 de mayo. Tres días después del robo
A las tres de la madrugada, telefonea un inspector de los Mossos llamado Castejón. Pilar tiene como un mareo de angustia, aun cuando va medicada. Castejón y un compañero han estado en la discoteca Ámame de Sarrià preguntando por los tres tipos tatuados que rondaban a Lorena la noche del domingo. Han podido averiguar que viven en alguna comunidad okupa de los alrededores, por la zona de Can Caralleu o en la avenida de Vallvidrera, que usan motos de gran cilindrada y que a veces pasan por la disco. El encargado de seguridad cree recordar que vio que Lorena se iba con ellos, aunque juraría que la chica tenía más de quince y hasta más de dieciocho años. Cabe suponer que en estos momentos estará viviendo con ellos, en su comuna. Castejón añade que se han puesto en contacto con el ABP de Sarrià-Sant Gervasi para localizar casas de okupas de aquella zona…
—¿El qué? —exclama Cañas, impaciente.
—El ABP —dice el mosso con timidez—. El Área Básica Policial. Lo que usted diría una comisaría.
—¿Y por qué coño no le llamáis comisaría?
—Porque no tenemos suficientes comisarios.
Bueno, en definitiva, que darán instrucciones a sus patrulleros para que inicien una búsqueda exhaustiva.
—Lorena está bien —asegura el inspector jefe Cañas, muy convencido, mientras abraza a Pilar—. Mañana la encontrarán sana y salva, ya lo verás.
—¿Me lo prometes? —pregunta Pilar.
Se lo promete.
Diego Cañas y su esposa Pilar despiertan el miércoles 23 de mayo, tres días después del robo, pasadas ya de largo las cuarenta y ocho horas de ausencia de Lorena, con la noticia de que se han cometido cinco nuevos asesinatos espeluznantes en una ciudad que no está acostumbrada a sucesos semejantes. En Santa Coloma, le cortaron la cabeza y las manos a un hombre con aspecto de indigente identificado en la prensa como V. F. G. y, apenas una hora después, en el Poble Sec se produjeron cuatro asesinatos más en circunstancias que no han sido reveladas. Cañas vuelve a pensar en rituales exóticos, bandas latinas, sectas satánicas y, sobre todo, en un gran escándalo en los medios de comunicación. Mal asunto para los Mossos.
Después de prometer a Pilar que continuará la búsqueda intensiva de Lorena, Cañas se va a Jefatura. En el camino, como de costumbre, se detiene en el bar Fuentes de la calle Amargos para tomarse un café con leche y escuchar lo que comenta la parroquia. Mientras tintinea con la cucharilla en el tazón para disolver el azúcar, le llega el rumor que a lo mejor ha nacido en aquella escuela pública de Sants, en boca de aquel niño magrebí, o quizás en el supermercado de los paquistaníes de la calle de la Cera, a través de la señora a quien todos llaman la China, aunque ella se empeña en decir que es coreana, o en el taxi del uruguayo que cuenta el chiste de la venganza del chinito, o por alguien que ha visto alguna pintada en los muros de Santa Coloma, «A los chinos no se les toca», «Ladrones de chinos = muerte».
—Dicen que esos crímenes son cosa de los chinos.
Entonces, Diego Cañas, con intuición de policía veterano, ata cabos y lo entiende todo con diáfana claridad. Los chinos, claro que sí. La consecuencia inmediata de un asalto nocturno a la mafia china solo puede ser la venganza, porque no hay mafia que no se vengue cuando la dañan, porque las mafias, de la nacionalidad que sea, tienen que hacerse respetar con castigos contundentes y ejemplares. Decapitaciones, amputaciones y que corra el rumor de que nadie se puede meter con las tríadas impunemente. Pero hace dos días que el comisario jefe de su unidad le llamó al despacho para ordenarle que abandonara la operación iniciada contra la mafia china. Le cortaron las alas justo cuando estaba a punto de alcanzar su objetivo y ahora las tríadas podrán actuar con absoluta libertad. Matando, mutilando y decapitando.
En Jefatura, comprueba que el muerto de Santa Coloma se llamaba Venancio Fernández Gutiérrez, exactamente como el padre de su confidente Juan Fernández Liang. Y la mujer decapitada de Sants era Esperanza Carrión, y el chorizo amigo de Liang, el Pardales, era Joaquín Pardales Carrión. Y le cuesta muy poco relacionar al Pardales con uno de los miembros de la familia Requena, asesinada en el Poble Sec, uno al que llamaban el Tracas.
Llama de inmediato a Liang, que tiene el teléfono apagado o fuera de cobertura. Y, en seguida, a su amigo el comisario Cendrós de los Mossos d’Esquadra.
—¿Llevas tú el tema de la mujer decapitada?
—No. Lo lleva Romero. ¿Por?
—Fueron los chinos.
—¿Qué?
—Que fueron los chinos. La mafia china. Las tríadas.
—Tú y tus chinos. No, Cañas, lo tenemos controlado ya. Por el modus operandi y todo. Mara Salvatrucha. Dos tipos muy peligrosos que han llegado hace quince días. Que lo tenemos todo controlado, Cañas.
—El caso os queda grande, Cendrós. Haz caso de los veteranos.
Pero los Mossos no escuchan nunca los consejos de un CNP. Se les llenan las filas de ingenieros, filósofos, matemáticos y demás especímenes universitarios y se creen que lo saben todo.
—Recuérdame un solo caso de asesinato que no hayamos resuelto, Cañas —lo desafía Cendrós, un poco picado.
—No me jodas. Hace poco que estáis ahí. No habéis tenido tiempo de cagarla demasiado.
—El noventa y nueve por ciento resuelto, Cañas, y tú lo sabes.
—Nosotros también.
—Pero yo no dudo de ti, Cañas. Tú dudas de mí. Y este caso lo resolveremos como los otros.
—No si no me haces caso, Cendrós. Créeme: son los chinos.
—No es la manera de actuar de los chinos, no hay testigos que hablen de chinos por los alrededores. Solo hay un rumor, Cañas. Solo un rumor. A mí también me han llegado rumores, pero no tienen ningún fundamento. Vete con un rumor al juez y verás lo que te dice. ¿Qué te voy a contar a ti? Ya los tenemos, sabemos quiénes son y son mareros.
—Las víctimas están relacionadas entre sí, joder. ¿Me has oído? Están relacionadas entre sí. ¿Me oyes?
—Sí, sí, sí, te oigo.
—El padre de un confidente mío, la madre de un chorizo amigo de mi confidente, y un amigo de los otros dos, el Tracas… Las víctimas están relacionadas entre sí. ¿Me vas a decir que es casualidad? —¿Por qué no le dice que los tres robaron a la tríada china? ¿Tal vez porque se siente culpable de haberlos inducido a ello?
—Está bien, Cañas —contesta Cendrós, pero demasiado deprisa, sin la menor vacilación, sin darse un instante para masticar y deglutir la información que acaba de recibir, demasiado automático—. Está bien, hablaré con Romero. Le diré que se ponga en contacto contigo.
Cañas corta la comunicación convencido de que Romero no va a llamarle. Por el tono, queda claro que Cendrós no le dirá nada a Romero, o se lo dirá con el golpe de risa y el desprecio con que ha pronunciado «Tú y tus chinos». Tiene cojones la cosa. Un mosso va a decirle a él, veterano de toda la vida, «tú y tus chinos», como si la suya fuera una teoría sin consistencia alguna, como si hablara por hablar.
Así que Cañas marca el número del juez Crespo, que lleva el caso.
—¿Señoría?
—Cañas. ¿Qué tal, veterano?
—Llevas eso de la cabeza cortada, ¿verdad?
—Sí.
—Han sido los chinos.
—¿Qué?
—No hagas caso de lo que te digan. Han sido los chinos. La mafia china. Las tríadas.
—¿Seguro?