OPERACIÓN «JACKIE CHAN»
Un mes antes del robo
A primera hora del martes 17 de abril, el jefe superior llama al despacho del comisario jefe de la Unidad Contra las Redes de Inmigración y Falsificación Documental (UCRID), el veterano Mora Mogán y, a segunda hora, Mora Mogán llama al despacho del inspector jefe Diego Cañas.
Antes de entrar, Diego Cañas se fija una vez más en el rótulo de latón refulgente donde se lee «Isidro Mora-Mogán, comisario jefe UCRID» y vuelve a preguntarse por el motivo de aquel guión entre los dos apellidos. Todo el mundo sabe que Isidro se llamaba Mora de primero y Mogán de segundo y que no se trata de un apellido compuesto. La razón del guioncito solo se podía encontrar en que al comisario no le gusta nada llamarse Mora, que es palabra femenina y hace pensar en un colectivo marginal. Mora-Mogán debe de sonarle distinto, más disimulado.
En todo caso, él le llamará Isidro porque se conocieron hace mucho tiempo y en las calles, donde se forjan las auténticas amistades policiales.
—Qué hay, Isidro.
El despacho del comisario jefe es tan grande y está tan ordenado que parece que nunca nadie lo haya habitado. Detrás del escritorio, Isidro Mora Mogán sin guión es un hombrecillo afable como un gnomo con traje caro pero mal cortado y corbata chillona pero no moderna, que nunca le sentarán tan bien como el uniforme.
—¿En qué estás ahora?
Cañas debería responder que está dedicado al tema de su hija Lorena, de apenas quince años, o de quince años ya, que el día anterior se había tatuado unas palabras árabes en el brazo, bien visibles, marcada de por vida como una terrorista islámica, y que ya hace tiempo que llega a casa con los ojos enrojecidos y las pupilas dilatadas, y que cada día se idiotiza horas y horas ante las pantallas de la tele o del ordenador, catatónica y alelada, y solo se sustrae a ellas para tratar con asco y desprecio a sus padres. Eso es lo que ocupa la mente de Cañas en este momento, pero dice:
—Robo de cobre. Gitanos. Rumanos o españoles.
—Bueno, eso no es muy urgente —concluye Mora Mogán con cierto alivio mientras toma la carpeta amarilla como el cura coge la patena antes del ofertorio.
—¿Que no es muy urgente? Díselo a Telefónica, que lleva perdidos ya cinco millones de euros en lo que va de año con la broma del robo de cobre. Y en Francia, no sé cuántos trenes quedaron paralizados recientemente por hurtos del tendido de cobre. Hasta en África están robando cobre a mansalva. Y te recuerdo que en Barcelona tenemos el veintitrés por ciento de los robos de cobre de toda España. Esta cifra convertía el tema del cobre en absolutamente prioritario la semana pasada. Hablabas del saqueo del cobre, ¿te acuerdas?
Isidro Mora Mogán parpadea paciente y sufrido, y se mira los dedos que sujetan con veneración la carpeta amarilla.
—Pero el señor ministro del Interior, el director general de la Policía, el jefe superior de Barcelona y yo mismo ahora te necesitamos en otra parte. —Lo mira a los ojos, amable y generoso—. Y te va a gustar, Cañas. Te va a gustar. —Suelta al fin la palabra mágica—: Chinos.
Cañas abre la boca para tomar aire. El comisario jefe sabía que le iba a gustar.
—Chinos.
Cañas es experto en el tema de los chinos. Es él quien redactó el informe técnico que Mora Mogán llevó en su maletín a la cumbre de Madrid. Cañas siempre está diciendo que no deben fiarse de los chinos, que las tríadas o sociedades negras son muy poderosas, que actúan con infraestructuras formidables en ciudades como Hong Kong, Macao, San Francisco, Nueva York, Ámsterdam, París y Londres. «Hoy en día, cuando Barcelona está recibiendo más de cinco mil contenedores de China al día, dos millones de contenedores al año; cuando Barcelona ya es ciudad hermanada oficialmente con Shanghái; cuando Barcelona está a punto de convertirse en el puerto más importante del Mediterráneo para todos los barcos procedentes del Lejano Oriente que llegan por el canal de Suez, ¿nos vamos a creer que las tríadas chinas se mantienen al margen de nuestra ciudad? Solo en Hong Kong se calculan unas cincuenta tríadas que se expanden por el mundo, ¿y no habría llegado una de ellas hasta aquí? ¿Qué pasa? ¿Que tenemos la lepra? Existen mafias rusas, italianas y mexicanas, pero chinas, no. ¿Por qué? ¿Porque nuestra policía es mejor que la holandesa, o la francesa, o la belga, o la británica?». Ese es su discurso preferido. Por eso le gusta que le hagan esta proposición.
—¿Tú crees que tenemos a las tríadas chinas en Barcelona? —le pregunta el comisario jefe.
—Ya sabes que sí. Estoy convencido.
—Entonces, ¿por qué no sabemos nada de ellas? ¿Por qué no hay ni una sentencia judicial que relacione a los chinos con alguna clase de crimen organizado?
Cañas hace un gesto de prudente ignorancia. Responde, porque debe decir algo:
—La Interpol dijo una vez que las tríadas son como un bloque de pisos en que los habitantes de una planta no saben dónde están las escaleras para ir a los otros pisos.
—Ya contestas como los chinos. —Mora Mogán esboza una sonrisa fugaz—. Me dijiste que últimamente están sacando mucho dinero de España, ¿verdad?
—Lo intentan. Les hemos pillado millones en el aeropuerto. ¿Sabes la última? Resulta que el ancho de un billete de quinientos euros tiene la misma longitud que un cigarrillo. Pues un chino tuvo la santa paciencia de ir enrollando billetes de quinientos euros formando un cilindro hasta que parecían cigarrillos, los fue metiendo en paquetes de Marlboro y con ellos llenó diez cartones. Veinte billetes de quinientos por diez paquetes por diez cartones son un millón de euros.
—Y se supone que es dinero negro, producto del delito.
—No necesariamente. Es que no les gustan los bancos. Dicen que guardan todo el dinero que ganan bajo el colchón.
—¿Y lo ganan vendiendo esas chucherías de todo a un euro?
—Dicen los economistas que de la calderilla salen las grandes fortunas. —Hablan como si no estuvieran convencidos de nada—. Supongo que las tríadas tendrán otros sistemas más seguros para llevarse el dinero a China. —Pausa expectante—. Los contenedores que salen del puerto, por ejemplo.
—Se habla mucho de esos contenedores —rezonga el comisario con desdén, como quien habla de leyendas urbanas—. ¿Drogas?
—No —dice Cañas.
—¿Opio? Seguro que tienen algún fumadero de opio por Santa Coloma.
—No. No hay opio porque hay heroína, igual que no tenemos crac porque hay mucha coca. Traficaban en Francia, Alemania e Inglaterra, pero les pararon los pies. No les salía a cuenta. Penas demasiado duras. Se dedican a otras cosas, más rentables y menos peligrosas. En Bélgica sobre todo blanquean dinero, en Francia se dedican al chantaje y la extorsión, en Alemania trafican con automóviles de lujo robados, en todas partes trafican con sus compatriotas y falsifican ropa y complementos de lujo.
—¿Seguro?
Cañas ladea la cabeza. Nunca se puede estar seguro de nada. Cuando crees que estás seguro de algo es cuando te la meten.
—Hubo aquel asunto del kin. Clorhidrato de ketamina, cocido a la manera china, le llamaban kin. Corrió por las discotecas durante un tiempo, pero ahora ya no.
El comisario jefe pone entre los dos la carpeta amarilla. La ofrece a Cañas y este la acepta con prevención de patata caliente.
—Léete esto. La policía holandesa asegura que dos capos de la mafia china, de eso que llaman la K14, o 14K, están hablando de venir a Barcelona, o tal vez ya han llegado. Que se han asociado a la mafia turca para distribuir heroína en nuestra casa. No es ningún disparate. China tiene frontera tanto con el Triángulo de Oro como con la Media Luna de Oro. Tienen la heroína ahí, solo han de alargar la mano. Y sería la primera mafia que le da la espalda al negocio de la droga teniéndolo tan fácil. La mafia italiana también se resistió al tráfico de drogas en Estados Unidos y, al final, acabó entrando. Demasiado dinero en juego y demasiado fácil. Solo tienen que sentirse un poco seguros, fuertes e invulnerables y aquí parece que no tienen ningún problema, como tú mismo has dicho. —Cambia el tono—: Tenemos orden de investigar a fondo y controlarlo todo, ver si esos dos mafiosos chinos han llegado aquí, y quién los espera. No quiero sorpresas. Tendrás un despacho, te he reservado uno en el segundo piso, y seis hombres que tú elijas. Y, dentro de un mes, quiero un informe bien abultado, con muchos datos, que me haga quedar bien con el ministro.
Cañas asiente, dócil.
—¿Y el cobre, y los rumanos, y todo lo demás?
—Lo primero es lo primero. Los Mossos ya hacen su trabajo. La operación se llamará «Jackie Chan».
—¿Operación Jackie Chan?
Los nombres de las operaciones siempre suenan ridículos al principio.
El inspector jefe Cañas pide la colaboración de Gascón, Juárez, Ansó, Larraya, Sola y Cati Olea. Hace tiempo que tiene ganas de trabajar con Cati, la inspectora Catalina Olea.