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INFORME DE HOLANDA

Un mes antes del robo

Quince días después de Semana Santa, el lunes 16 de abril, el nuevo ministro del Interior ha convocado en Madrid a todos los jefes superiores del Cuerpo Nacional de Policía para debatir sobre un tema tan peliagudo como la «relación entre inmigración y delincuencia», «prohibido hablar de ello con la prensa porque nos tildarán de xenófobos».

Se ha tratado de las grandes mafias eslavas e italianas, los albanokosovares asaltantes de pisos, los gitanos rumanos ladrones de cobre, los peruanos que atracan a turistas en las autopistas y los nigerianos estafadores por Internet, pero no se ha dedicado ni una palabra a la comunidad china.

Solo cuando ya se ha levantado la sesión y se están despidiendo, el director general de la Policía se dirige al jefe superior de Barcelona, muy erguido, desde las alturas.

—¿Qué pasa con los chinos en Barcelona? —le dice en ese tono que suelen utilizar en la capital y que insinúa que cualquier cosa que pase en Barcelona es inquietante.

El comisario jefe lleva consigo un pormenorizado informe técnico sobre la comunidad china y lamenta no haber podido exhibirlo ante sus colegas. Cree llegado el momento.

—No hay ningún problema —proclama, muy ufano. Procede a recitar—: Todo controlado. En el 92, tuvimos una banda peligrosa, aquella que se hacía llamar «de los Trece», y la desmantelamos. En marzo, junio y noviembre de 2009, los desarticulamos de nuevo. Gran operativo. Setecientos cincuenta agentes desplegados.

—¿De los nuestros o de los mozos? —Se refiere a los Mossos d’Esquadra, policía autonómica de Cataluña.

—De los nuestros y de los Mossos, pero Extranjería es nuestra. Pillamos a los chinos debilitados porque ya se habían peleado entre ellos para controlar las importaciones, y luego se zurraron de valiente con los sudacas que querían imponerse como transportistas. Setenta detenidos, entre ellos algún cabeza de serpiente…

—Los que dirigen las redes de inmigración ilegal —añade el director general para demostrar que está de vuelta de todo, incluso mejor informado que el mismo comisario debido a la categoría superior de su cargo.

El comisario jefe no parece impresionado porque continúa como si nada:

—Setenta y dos talleres ilegales cerrados y desmantelados en Mataró y otros pueblos de la provincia. Necesitamos cuarenta traductores para los interrogatorios. No han vuelto a levantar cabeza.

—Falsificaban ropa y deuvedés —aseguró, dando a entender que se trataba de delincuencia de poca importancia.

—Falsificaban documentos, y muy bien falsificados. —Atención: el subordinado se dispone a enmendar la plana al superior aun a riesgo de parecer demasiado insolente. Ya está harto de que ese civil recién llegado al Ministerio se las dé de experto. Qué sabrá él—. Y deuvedés también, sí. Pero la ropa no la falsificaban. La fabricaban. En realidad, en sus talleres clandestinos trabajaban para unas cuantas marcas de lujo que, después del operativo, se nos quejaron porque dijeron que las habíamos dejado sin stock y les habíamos arruinado la campaña de Navidad. —Toma aliento y pasa revista al índice del informe que lleva en la cartera—. Ah, sí, y les cerramos todas aquellas peluquerías del Final Feliz.

—Prostíbulos —puntualiza el director general.

—Prostíbulos —acepta el comisario jefe.

—O sea, que todo bien.

—Todo bien.

Surge entonces la palabra clave, en un tono muy especial:

—¿Drogas?

Una duda. Ahí queríamos llegar. Ese es el as en la manga. ¿De eso quería hablar? ¿De chinos y drogas?

—No. Los chinos no buscan líos y la droga es fuente de muchos líos. Mire usted —se hincha de sabiduría y hasta tiene que hacer la mueca que precede a las lecciones magistrales—, los chinos solo actúan para, por, según, sobre y tras los chinos; solo se preocupan de sí mismos, no arman bulla, colaboran con la autoridad, son buenos ciudadanos.

—Los servicios secretos británicos dicen que tenemos más de mil sicarios chinos en España —contraataca el director general.

El comisario jefe acepta la exageración con benévolo movimiento de cabeza.

—Solo se joden a sí mismos —objeta, «pobre gente»—. Trafican con chinos, extorsionan a chinos, explotan a trabajadores chinos, prostituyen a chinas… Si venden droga, solo se la venderán a los chinos. Cuando han matado a alguien, ha sido a chinos.

El director general lanza el golpe de gracia entregando al comisario una sencilla carpeta amarilla de cartulina con el sello del Ministerio.

—Pues léase esto. Es un informe que nos ha hecho llegar la policía holandesa. Lo hemos traducido con el ordenador, que le da esa forma electrónica y macarrónica, pero se entiende bien. Habla de las tríadas y habla también de tráfico de heroína. Y saben de lo que hablan, porque en Ámsterdam tienen localizada a la tríada K14, directamente conectada con Hong Kong. Aseguran que uno de sus tentáculos se está moviendo hacia Barcelona. Quiero que lo estudie a fondo. Y quiero tener noticias dentro de un mes.

En el AVE de regreso, el jefe superior de Barcelona abre la modesta carpeta amarilla, un poco sobada, y lee con ceño fruncido de máxima atención el informe macarrónico de los holandeses.