Capítulo III

Estaban sentados hablando en el último autobús. Delante de ellos avanzaban otros tres autobuses, que se distanciaban poco a poco en la carretera terraplenada a medida que ganaban velocidad. La enorme estructura del Hotel de la Unidad, que había dominado el panorama hasta entonces, se empequeñecía tras ellos, tragada por el imponente paisaje de Lysenka. De cuando en cuando, si la carretera ascendía con el terreno, podían entrever los bordes de una meseta distante, que cabalgaba sobre la cálida oscuridad de la llanura.

Kordan asió la mano de Sygiek, pero ella no tardó en retirarla.

La azafata, en su impecable uniforme rojo con la insignia de Turismo Exterior, había intercambiado algunas palabras, de manera individual, con cada uno de ellos. Luego, desde la parte delantera del ALD, tomó un micrófono y se dirigió a todos los pasajeros mientras sonreía.

—Hola, amigos del Sistema. Mi nombre es Rubyna Constanza 868 y tengo el placer de ser su guía durante el día de hoy. Bienvenidos a esta excursión. Vamos a estar fuera del Unidad durante dos días, y pasaremos esta noche en las confortables instalaciones de la garganta Dunderzee, que estoy segura les va a gustar. Vamos a ver algunas de las maravillas de este planeta, y también algunas de sus instructivas imperfecciones. Se les servirá un refrigerio cuando nos detengamos al mediodía. Estaré siempre a su disposición. Todos tienen un pulsador al alcance de la mano para llamarme.

—Es encantadora —susurró Takeido.

Regentop frunció el ceño en silencio.

—En primer lugar, me gustaría recordarles algunos hechos relativos a este planeta. Seguramente estarán familiarizados con algunos de ellos, pero los hechos hacen que las cosas cobren vida en la realidad.

»Este planeta es grande según los módulos del Sistema de los Planetas Interiores; su diámetro ecuatorial es de unos veinte mil kilómetros. Por fortuna, su masa es relativamente ligera, por lo que no sufrimos una gravedad opresiva. Lysenka II gira sobre su eje cada 33,52 horas-T, lo cual resulta en un día de duración inconveniente. Pueden ustedes descansar hasta que hagamos la pausa para comer, basta con que echen hacia atrás por completo los respaldos de sus asientos.

»Como pueden observar, las nubes cubren el cielo sobre nuestras cabezas. Muy rara vez vemos brillar el sol a través de ellas en estas latitudes, aunque suelen clarear un poco al atardecer. Lysenka es un planeta más bien cálido y amodorrado durante este período de su historia.

Señaló hacia el mundo que pasaba al otro lado de sus ventanillas.

—A nuestra izquierda tenemos un bosquecillo de árboles-caja, aunque, de todos modos, la vegetación es escasa. La mayor parte del planeta es semidesértica, debido a la insuficiencia de abonos y a la falta de actividad microbacteriana.

»Aunque el planeta fue descubierto hace más de un millón de años, hace tan sólo diez que establecimos una base en él. Lysenka aguarda aún su desarrollo. El problema es ideológico: qué hacer con su fauna. El Estado mundial todavía está estudiando este asunto vital. Debido a los sistemas de vida de escasa energía existentes aquí, la fauna no ha sido capaz de asentarse en el planeta de forma adecuada, por lo que sería posible extirpar a todos los animales. Es una solución limpia y atractiva. Por otra parte, sin embargo, esos animales pueden resultar utilísimos para estudios sobre el comportamiento, como fuente de suministro de especímenes de laboratorio, etcétera.

Constanza había apresurado ligeramente aquella parte de su charla, pero marcó de nuevo un ritmo más pausado al añadir:

—De todos modos, tales problemas no tienen por qué entrar en sus mentes durante las vacaciones, puesto que las decisiones corresponden a otros. Por el momento, lo único que hace falta es disfrutar de los ambientes exóticos. A su derecha pueden ver ahora un rebaño de criaturas parecidas a los canguros. Les aseguro que no corremos ningún peligro, pues nos hallamos en contacto permanente por radio con los satélites de vigilancia. Bueno, en realidad, precisamente hoy nos hallamos fuera de alcance debido a las dificultades técnicas de la huelga; no estamos en contacto, pero de todos modos nos hallamos perfectamente a salvo en el autobús. Observen cómo las criaturas nos están contemplando con respeto.

Los animales que estaban saltando en ese momento a lo largo de la carretera no tenían cola; su parecido con los canguros empezaba y terminaba en su cabeza pequeña y puntiaguda y en su forma de saltar sobre el terreno. Por lo demás, más bien se parecían a los hombres y agitaban sus manos en gestos extrañamente humanos dirigidos al autobús, que pasaba rápidamente.

—Estos animales comen verduras y también carne —dijo Constanza—. Adquieren su velocidad, en primer lugar, para librarse de todos esos otros seres que desean comérselos.

El autobús giró en plena llanura y avanzó por una curva amplia y bien peraltada. Delante apareció una gigantesca pared rocosa, coronada de franjas de cortas y exuberantes colas de caballo. Cada vez se hacía más difícil comprender cómo el autobús no se estrellaba contra la superficie rocosa, hasta que la curva terminó y el vehículo se hundió en un túnel.

Las paredes del túnel habían sido pulidas con láser y en ellas se habían tallado eslóganes de esos que habían contribuido a mantener el tono moral de la sociedad. Por primera vez desde que habían dejado el Hotel de la Unidad, todos los pasajeros se irguieron de sus asientos y observaron con atención a través de las ventanillas, leyendo a veces en voz alta y con evidente placer las palabras que conocían desde su infancia.

LA RESOLUCIÓN ES EL ENEMIGO DE LA DESVIACIÓN

LA UNIDAD ENGENDRA INMUNIDAD

NUNCA PIENSES AQUELLO QUE NO PUEDE DECIRSE

LA VIGILANCIA ETERNA GARANTIZA UNA ETERNA SEGURIDAD: SIN ELLA ES ETERNA LA ANARQUÍA

NADA HAY QUE NO CUESTE ALGO

Los coloridos eslóganes brillaban a su paso para sumergirse de nuevo en la oscuridad tan pronto como el autobús los había dejado atrás.

De pronto volvieron a encontrarse a la luz del día. Cuando la pared rocosa quedó atrás y se acabaron las curvas de la carretera, los turistas descubrieron que viajaban por una enorme llanura, cuya extensión resaltaba gracias al farallón que ahora quedaba en la distancia y a la lejana meseta que se divisaba entre las brumas. El suelo de la llanura —desagradable, árido y quebradizo— estaba cubierto de rocas apiladas en montones. De tanto en tanto, se podía divisar algún río indolente.

—Hemos entrado en el valle de la Gran Hendidura. Todavía falta un trecho largo para llegar a la garganta —dijo Constanza—. La mayoría de las criaturas que pueblan Lysenka II se concentran en esta área, y a lo largo de todo el camino hasta el océano Starinek, situado en el oeste. El resto del planeta está casi vacío, excepto por algunas colonias de arañas indígenas y unos poco insectos alados. No olviden que los físicos solares y geognósticos nos han dicho que este mundo se halla muy atrasado en su desarrollo si se le compara con nuestros propios mundos. De lo que no cabe duda es de que se trata del último refugio del capitalismo.

Hubo algunas risas ante su ocurrencia. Aunque la mayor parte de los turistas no tenía forma de saber lo que era exactamente el capitalismo, la palabra había retenido connotaciones obscenas a lo largo de las eras.

—A nuestra izquierda podemos ver por momentos el río Dunder. No es tan ancho como suelen ser los ríos de este planeta. En el otro hemisferio hay uno que, observado desde el aire, es por lo menos dos veces más largo que el río Amazonas de la Tierra. El valle en el que nos encontramos y por donde fluye el Dunder fue en otro tiempo su lecho. Se trata de un río con multitud de peces de desarrollo equivalente al de los peces de nuestra antigua era carbonífera. Los expertos nos han dicho que hace unos 3.130 millones de años Lysenka II se enfrió lo suficiente como para permitir que el vapor suspendido en la atmósfera se condensara como lluvia. A su derecha, si giran un poco la cabeza, pueden ver otro bosquecillo de colas de caballo. Arboles muy parecidos florecieron en otro tiempo en la Tierra.

—Creo que pretende que nos durmamos —dijo Kordan a Sygiek en voz baja.

—Podremos dormir cuando nos detengamos para comer. ¿No es estupenda la carretera que ha construido nuestra gente? Podríamos conquistar cualquier planeta de la galaxia.

—Nunca he comprendido bien por qué no hemos extendido nuestra esfera de influencia en el espacio.

—«Utopía es una actitud, no una dimensión», si me permite recordárselo.

—Es lo mismo. De acuerdo, no pretendo cuestionar…

Hora tras hora se divisaba ante ellos la soberbia carretera. Cuando llovió cerca del río Dunder pudieron ver más animales, la mayor parte de los cuales corría para guarecerse. Los otros tres autobuses habían desaparecido en la cobriza distancia que reverberaba al calor del mediodía.

Rubyna Constanza había hecho una pausa en sus comentarios. Ahora estaba de nuevo ante los turistas, sonriendo con el mismo encanto de antes.

—Habrán observado ustedes la existencia de mayor número de animales junto al río. En su mayoría atrapan peces o bien a otros animales que atrapan peces. Son muy hábiles para camuflarse. Los valientes trabajadores del Sistema que construyeron esta carretera tienen muchas historias que contar acerca de la perversidad de estos animales. Dichos trabajadores y los soldados que los protegían eran los únicos entre nosotros autorizados a llevar armas en Lysenka II, con excepción de la guarnición que defiende permanentemente Ciudad de la Paz, por supuesto.

»Confío en que todos ustedes entenderán —les dirigió una sonrisa encantadora en recompensa por su comprensión— que quizás el acontecimiento más notable en toda la historia de Lysenka, desde el punto de vista del homo uniformis, fue la llegada de una nave colonial procedente de la Tierra hace 1,09 millones de años, durante los amargos tiempos preutópicos de nuestro planeta natal. En aquellos días remotos que precedieron al establecimiento mundial de nuestra cultura y al desarrollo de la ciencia cratobática, cincuenta años luz eran una distancia de longitud desafiante. La nave colonial no se dirigía al sistema de Lysenka sino a otro sistema aún más lejano, pero algo fue mal con el primitivo sistema propulsor y la nave cayó en este planeta —extendió la mano hacia adelante y señaló a través de la ventanilla delantera—. Realizó un aterrizaje forzoso en algún lugar ahí delante, a pocos kilómetros de la garganta Dunderzee. Aquella nave colonial procedía del hoy desaparecido sistema capitalista del homo sapiens llamado América. Contenía no menos de…

Se interrumpió, jadeó y miró a través de la ventana.

—¡Oh, sygygys! ¡Miren!

La mayoría de los pasajeros ya estaba mirando. Había un obstáculo imprevisto más adelante en la carretera. A medida que el autobús se acercaba, era posible apreciar que se trataba de una brecha que atravesaba la uniforme superficie en un punto en el que la calzada se había cuarteado y hundido.

Los sistemas de control del autobús eran automáticos y empezaron a detener el pesado vehículo algunos milisegundos antes de que los humanos que ocupaban su interior pudieran reaccionar. Los frenos entraron en acción, chirriando.

El impulso que ya traía arrastró al autobús hacia la hendidura. Regentop se echó en brazos de Takeido. Cuando la guía rodó chillando hacia la parte trasera del vehículo, Dulcifer la agarró y la sujetó contra él. Sygiek se aferró voluntariamente al brazo de Kordan. Algunos pasajeros gritaron. Los neumáticos despedían humo contra el asfalto mientras el autobús giraba de lado, deslizándose hacia aquel accidente del terreno, una grieta que no tendría más de un metro y medio de ancho. El autobús patinó hacia ella, mientras el sistema de inercia trataba de detenerlo. La parte anterior del vehículo rebasó el borde y luego toda la estructura se balanceó y cayó de lado sobre la carretera, raspando el suelo con su plancha y produciendo un fuerte estruendo.

Los pasajeros se vieron arrojados a la parte derecha del autobús. Dulcifer, uno de los primeros en recobrarse, vio que Constanza no estaba herida y entonces empezó a gritar con voz firme que el peligro había pasado y que todo aquel que pudiera arreglárselas por sí mismo para salir lo hiciera. Desde la parte trasera del autobús, un hombre ya mayor llamado Lao Fererer, técnico en hidráulica submarina, avisó en voz alta de que había abierto la puerta de emergencia y que ayudaría a cualquiera que lo requiriese.

—Mi rodilla… Me duele tanto que no me atrevo a moverme —jadeó Kordan.

—Inténtelo —dijo Sygiek, quien a su vez se mordió el labio inferior para detener su temblor.

Los pasajeros salieron del vehículo uno a uno mientras se ayudaban y animaban unos a otros, luego se apiñaron junto al borde de la carretera o se sentaron aturdidamente en la cuneta. Hubo algo de sangre, pero nadie estaba seriamente herido.

Miraron a su alrededor, todavía sorprendidos por el accidente y atontados por el calor que contrastaba con el aire acondicionado del autobús. Kordan, Lao Fererer, la mujer que iba con él, una coordinadora interplanetaria de asuntos climáticos llamada Hete Orlon, y uno o dos pasajeros más, se encaramaron encima del autobús para conseguir un punto de observación ventajoso desde el cual poder examinar el territorio, que no parecía muy prometedor. Pese a las grandes distancias, la luz del sol proporcionaba a todas las cosas un aspecto algodonoso que dificultaba la visión y contribuía a crear un sentimiento deprimente de claustrofobia.

Reinaba un silencio enloquecedor, puntuado por el latir metálico del autobús. Una horda de animales que andaban sobre dos patas, de melena hirsuta y hocico aplastado, les observaba a un centenar de metros. Todos permanecían en posturas de alerta más o menos idénticas. Algo se oyó chapotear en el río, y unas cabezas como de foca se volvieron hacia la escena del accidente. Todo el mundo aguardaba. Los movimientos quedaron suspendidos en el aire húmedo, pegajoso.

—Bienvenidos a Lysenka II —dijo Ian Takeido. Se rio, pero nadie le acompañó.