Capítulo II

El Hotel de la Unidad alojaba a unos doscientos huéspedes, todos ellos importantes por derecho propio allá en el Sistema. Jerezy Kordan era un historiador especializado en el Período Clasificado de la Europa preutópica anterior a la introducción del Biocom. Era académico del IEPU, el Instituto de Estudios Preutópicos y, muy probablemente, a su debido tiempo llegaría a canciller. Millia Sygiek se presentaba a sí misma como supervisora de movilidad de población del Sistema. Como tal, su trabajo consistía en viajar por los planetas y satélites del Sistema, comprobando que las comunidades permanecieran equilibradas en tamaño y herencia genética y no degeneraran; la enorme tarea de controlar la circulación migratoria recaía sobre ella y la oficina de MPS.

Por la tarde, se alentó a los recién llegados turistas a que pasearan en la seguridad de los jardines del hotel, a fin de acostumbrarse a las diferencias de gravedad, atmósfera y radiactividad. Había mucho que ver allí, incluyendo un zoológico que albergaba a algunas de las especies autóctonas de Lysenka. Sygiek y Kordan se unieron a otra pareja de turistas, un exobotánico llamado Ian Takeido, hombre joven y tranquilo que había pasado la mayor parte de su vida en el subsistema joviano, y Jaini Regentop, una pálida muchacha especialista en ADN en el Consejo Asesor de Tecnoeugenesia.

La voz de un comentador, profunda y paternal, les siguió mientras paseaban por una de las amplias avenidas del zoológico.

—Casi todos los árboles que pueden ver a ambos lados están clasificados como Calamiteas lysenkanas, o colas de caballo. Su estructura es muy similar a la de los árboles que crecían en la Tierra durante la era carbonífera. Recuerden siempre que Lysenka II apenas acaba de emerger de su equivalente al período devoniano y entra en su era carbonífera. En otras palabras, se halla en el mismo estadio de desarrollo que la Tierra hace unos 370 millones de años.

»Habrán observado también los árboles que nosotros llamamos árboles-caja, variedad que nunca se desarrolló en la Tierra. Cada árbol es, de hecho, una pequeña colonia de árboles en número de más de quince. Al principio, sus troncos crecen a partir de una base común, primero hacia afuera, luego hacia arriba. Y, a medida que envejecen, los troncos se curvan de nuevo hacia abajo, para entrelazar su follaje a unos seis metros por encima del suelo. De este modo se forma algo parecido a una caja, y de ahí su nombre —la voz descendió de tono hasta convertirse en una risita—. Se piensa que esta tendencia a unirse hace de los árboles-caja el primer ejemplo de unidad socialista que hemos hallado en el mundo vegetal de Lysenka.

—Encantador —dijo Jaini Regentop—. Encantador. Y qué pequeño chiste constructivo, también.

* * *

Aquella noche, el Consejo del Hotel de la Unidad celebró una gran recepción, con un banquete y varios brindis y discursos, seguidos de un baile y la actuación de un grupo folklórico traído de Ciudad Bohemia, en Titán.

A la mañana siguiente, al desperezarse, los turistas descubrieron que sus paredes animadas estaban en blanco, y sus radios y pantallas de visión no funcionaban. Sólo las comunicaciones internas del hotel seguían operativas. Un perplejo consejo directivo presentó rápidas excusas y explicó el motivo.

—La suspensión temporal de las comunicaciones externas no afectará la expedición a la garganta Dunderzee prevista para hoy. Los ALD, sus vehículos, funcionan por medio de motores micronucleares. Desgraciadamente, todas nuestras comunicaciones se llevan a cabo vía satélite, así como la mayor parte de la energía que irradia el sol Lysenka llega hasta nosotros también por vía satélite; estas operaciones se hallan temporalmente suspendidas debido a una huelga en el satélite de control en Ciudad de la Paz, pero nos alegra mucho poder decir que el hotel posee su propia reserva de energía para más de una semana. No obstante, rogamos disculpas por todos los inconvenientes y por la averia de sus paredes animadas. Como podrán ustedes apreciar, Lysenka II es un planeta muy primitivo, lo cual a veces contagia su efecto a la naturaleza de la gente. Gracias.

Los huéspedes se miraron con desagrado.

—Los mecánicos y los ingenieros del satélite están intentando renegociar su contrato con el Presidium Planetario —les dijo Ian Takeido a Kordan y Sygiek, en voz baja, durante el desayuno—. Anoche estuve hablando con uno de los técnicos del hotel y parece que, al estar trabajando en un planeta extrasolar, deben cumplir con un contrato de diez años ininterrumpidos antes de poder regresar al Sistema. Pero ellos quieren que la duración del contrato se reduzca a siete años.

—El TransAbismo es terriblemente caro, y usted lo sabe —susurró Sygiek.

—¡Pero una huelga! —exclamó Regentop, levantando la vista de su taza de café—. Qué primitivo, Ian ha tenido que explicarme lo que significaba la palabra. Creo que el castigo por huelga era… —y dejó que su voz se desvaneciera.

—Si uno desea algo —dijo Kordan—, tiene que negociarlo. Es una perogrullada, pero es así.

—Se han cansado de negociar —dijo Takeido—. Espero que no considere mis palabras demasiado francas, pero han estado negociando durante años sin resultado.

—Pero la vida pública es negociación, en tanto no interfiera en la marcha del gobierno —dijo Kordan—. El proceso es parte de una dialéctica general.

Takeido movió la cabeza.

—Esos técnicos lo ven como un asunto emocional. Lo que dicen es: «La Tierra es nuestro Ello. Debemos tenerla o morir».

—«¡Ello!» Otra palabra que nunca antes había oído —se quejó Regentop, sonriendo y escrutando con ansiedad sus rostros.

—Como académico, puedo asegurarle que es una palabra realmente arcaica —dijo Kordan, frunciendo los labios—. Y, por lo tanto, casi siempre mal empleada.

—Es probable que haya sido declarada no-palabra —dijo Sygiek, mirando uno por uno a los demás—. En cuyo caso, no debería emplearse, en lugar de emplearse mal.

Hubo una pausa. Regentop se inclinó confidencialmente hacia delante.

—Utilice su autoridad para explicarnos lo que significa «ello», Jerezy Kordan —dijo—. Todos nosotros pertenecemos a la élite y estamos fuera del Sistema. Nada puede ocurrimos por una simple charla que tengamos aquí —parecía animada, y le dirigió una sonrisa nerviosa mientras hablaba.

Sygiek cruzó las manos sobre su regazo y miró a través de las ventanas.

—Si las palabras caen en desuso, suele haber buenas razones para ello —dijo en tono amonestador—. De otra manera, podrían servir como elementos de réplica en sistemas subversivos de pensamiento. Usted lo sabe muy bien, Jerezy Kordan.

—En el caso que nos ocupa, la explicación sería sólo instructiva —dijo Kordan de manera conciliadora. Ella siguió mirando a través de las ventanas y él se volvió hacia los demás—. Era una entidad de las supersticiones antiguas, algo así como un fantasma. Para resumir, hace mucho tiempo, en la época anterior a la llegada del Biocom, florecieron algunas interpretaciones perversas acerca de la naturaleza del hombre, de acuerdo con las cuales éste no era un ser económico racional. Y, en efecto, ése pudo ser el caso hasta que el comunalismo le proporcionó al hombre la estructura racional sociopolítica que le hacía falta para funcionar de manera orgánica. «Ello», entonces, fue un término acuñado en una de esas interpretaciones perversas de otro tiempo, un sistema particularmente pernicioso, una senda ciega de pensamiento que, me alegra decir, siempre tuvo opositores, incluyendo a nuestros primeros antepasados comunalistas.

Había caído en un estilo discursivo fácil. Sygiek miró a los demás, que estaban contemplando el rostro de Kordan con una cierta admiración. Éste prosiguió:

—En aquellos días remotos no se comprendía el conflicto fisiológico entre el cerebro, el sistema nervioso central y el sistema nervioso autónomo, por lo que era inevitable que surgiera un concepto erróneo de la naturaleza del hombre. El conflicto fisiológico se interdictó como si fuese psicológico y tuviese origen en alguna hipotética profundidad de la mente, que era considerada como algo muy complejo, una suerte de mundo salvaje e independiente. Aquel modelo erróneo de la fisiología humana, porque la «mente» no era otra cosa, suponía que en sus lodosas oquedades acechaban diversos elementos salvajes y socialmente destructivos a la espera del momento propicio para derribar la razón. Dichos elementos fueron reunidos bajo el término común de «ello», una fuerza regresiva.

Habían terminado su desayuno. Mientras Takeido empujaba su sillón hacia atrás, dijo:

—¡Instructivo! ¿Cómo supone usted que el antiguo término ha ido materializándose aquí en Lysenka II después de un millón de años o más, Jerezy Kordan?

—Como creo haber puesto en claro, el término fue acuñado en algún sistema capitalista desaparecido hace mucho tiempo, en parte para explicar y disculpar sus propias deficiencias de organización. Si usted comprende la naturaleza regresiva de los animales de este mundo, entonces podrá comprender que estos… técnicos en huelga puedan haber tomado el término de aquí.

—Debería censurárseles por ello —dijo Regentop, con voz impresionada—. Todo esto suena no utópico hasta el desagrado.

Sygiek se puso en pie y se quedó mirando a los demás, pero Takeido se inclinó sobre la mesa; se notaba que deseaba seguir con el tema. Palmeando con fuerza, dijo:

—Esto es de lo más interesante, Jerezy. Si está usted en lo cierto, y por supuesto no lo dudo, entonces los técnicos en huelga están equivocados cuando dicen «la Tierra es nuestro ello». El lugar prohibido de la subversión es Lysenka: el ello, y la Tierra tiene que ser… no sé el término. Tan sólo soy un simple exobotánico.

Regentop palmeó su hombro y sonrió, orgullosa.

—«Superyó» —dijo Kordan—. La Tierra debería ser el superyó. —Sonrió y dio por terminado el asunto, renegando del tema y alzando la vista para saber cómo Sygiek se tomaba la conversación.

—Esta conversación es demasiado indulgente —dijo ella—. «Hablar del error es un error en sí mismo». Dejémoslo así y vayamos a los autobuses. La mayoría ya está allí.

—Esas viejas teorías son una bobada, sin duda —le dijo Kordan, tomándola del brazo mientras abandonaba el comedor—. Son cosa medieval, como la alquimia.

Ella le miró con las cejas ligeramente levantadas y con una sonrisa que él no le había visto antes.

—Pero la alquimia sí que condujo a algún lugar, académico Jerezy Kordan: proporcionó uno de los fundamentos del desarrollo científico. En cambio el psicoanálisis era un callejón sin salida.

—Entonces usted también está familiarizada con esos modelos antiguos y prohibidos… ¡El psicoanálisis!

—Es parte de mi trabajo familiarizarme con todo lo que está prohibido.

Él la escrutó y ella le mantuvo la mirada. Él no dijo nada y salieron al exterior. Kordan se detuvo en las escaleras, inspirando profundamente mientras miraba hacia adelante.

Los autobuses aguardaban como grandes bestias soñolientas. El exobotánico, Takeido, llamó la atención de Kordan, tosió y dijo como disculpándose:

—Ha sido un placer escucharle hablar en la mesa durante el desayuno, Jerezy Kordan. Uno se siente muy solo trabajando en las lunas jovianas. Uno piensa, desea hablar acerca de muchas cosas, como los temas que usted ha abordado. ¿Podríamos ir Jaini y yo con ustedes hasta Dunderzee?

Kordan miró a Takeido, como si se preguntara cuán joven y débil era en realidad, y notó en su frente como éste fruncía nervioso las negras cejas.

—Tiene usted absoluta libertad de elegir el asiento que desee en el autobús —respondió—. Pero el lenguaje es algo precioso y debemos conservarlo. Es mejor ser resuelto que ser curioso. «La resolución es el enemigo de la desviación», como proclama la máxima. Imagino que esto se aplica tanto a Júpiter y a Lysenka como a la Tierra.

—Por supuesto —dijo Takeido, y tragó saliva.

—Entonces subamos a los autobuses —propuso Kordan, sonriendo, e hizo una seña con la cabeza a Sygiek. Ella le devolvió, satisfecha, otra inclinación y juntos descendieron la escalinata, en un absoluto dominio de su mundo, hacia los autobuses que aguardaban.

Las puertas del perímetro fortificado del Hotel de la Unidad se abrieron. Sobre ellas ondeaba una bandera con la enseña del Sistema Unido y la leyenda:

¡ESFORZÁNDONOS

HACIA EL SEGUNDO MILLÓN DE AÑOS

DE LA UNIDAD DEL BIOCOM!

Mientras el ALD cruzaba las puertas, Sygiek se dio cuenta de que estaba sentada cerca del hombre rechoncho que había hecho la observación acerca de que los ajedrecomputadores en el TransAbismo no experimentaban alegría. Éste le hizo un gesto jovial con la cabeza, tomo si fueran viejos compañeros.

—¡Una visita ociosa a lugares de interés! —exclamó Sygiek a Kordan, desviando su atención del otro hombre—. Nunca había hecho algo así en mi vida, y ahora dudo un poco de su conveniencia. Los días tienen más valor cuando los ocupamos de manera fructífera.

Kordan la escrutó, como si tratara de leer sus pensamientos.

—No se haga reproches a sí misma con tales sentimientos, Millia. No estamos ociosos. Nos hallamos en Lysenka para recuperar nuestras energías, de manera que podamos volver al Sistema mejor equipados para trabajar por él y apreciar su valor.

El hombre rechoncho se inclinó hacia adelante, palmeando sobre sus rodillas, y les dijo:

—No sean demasiado estrictos con ustedes mismos, amigos. Saboreen la alegría como una fuerza positiva por derecho propio. El ocio tiene virtudes propias.

—Exactamente lo que quería decir —dijo Kordan con afabilidad—. El ocio restaura nuestras energías.

El hombre rechoncho se presentó a sí mismo como Vul Dulcifer 057, jefe ingeniero responsable de los sistemas de aire acondicionado de Iridio, en Venus. Tenía una cabeza grande y firme, de rasgos también grandes y firmes. Mientras observaba el paisaje que pasaba por su lado a través de la ventana, explicó:

—Como cualquier otra persona, yo nunca estoy ocioso. Mi trabajo me ocupa trece horas-T al día, y además llevo varios comités. «Utopía se sostiene tan sólo gracias al trabajo duro», conozco el eslogan del partido, no hace falta que me lo recuerden. El Sistema es una máquina. Si algunos de nosotros hemos llegado a este planeta clasificado, con todos esos degenerados animales capitalistas que merodean por los alrededores, es porque formamos parte de la élite, por lo que sostengo que nos hemos ganado un poco de ocio. Francamente, veo el ocio como una recompensa justa, no sólo como un obstáculo más, en la carrera de asalto al Mundo de la Paz.

Mientras le observaba y le escuchaba hablar, Sygiek pensó que ella y Dulcifer nunca podrían ser compatibles. Él era tan pequeño y cetrino como ella era alta y pálida. Él era grueso y de hombros sólidos; cada uno de sus movimientos expresaba energía. El iris de sus ojos era de color azul marino, y se hallaba rodeado por una hilera de pestañas negras. Su cabello era oscuro y ralo, y lo llevaba pegado al cráneo cuadrado. Sygiek era consciente de la conmoción que ocurría dentro de sí mientras observaba los movimientos de los labios bien definidos de Dulcifer; una conmoción debida a la reflexión: «Nos considera a Kordan y a mí como simples productos en serie del Sistema, sin mentes propias».

—Hablar del ocio como de una recompensa puede conducir rápidamente a pensamientos incorrectos, ¿no es así, Jerezy? El ocio puede no ser diferente en este planeta de lo que es en cualquier otro lugar del Sistema: una trampa, un cebo para ideas desviacionistas. ¿Cómo pueden cambiar esas peculiaridades? El ocio creativo es otro asunto.

Una azafata de mejillas sonrosadas, largas piernas y una sonrisa cálida, avanzaba por el pasillo del autobús y se detenía a intercambiar algunas palabras con cada uno de ellos. Se veía atractiva en su uniforme rojo; la mayoría de los turistas llevaba ropas más holgadas.

—¿Disfrutan de este paisaje primitivo? —preguntó—. ¿No tiene un encanto agreste, virgen? Qué estimulante símbolo de potencial.

—Sí —dijo Dulcifer—. Y al mismo tiempo estamos ejercitando nuestras mentes, como buenos utopistas, con una argumentación acerca de la naturaleza del ocio.

Takeido y Regentop habían estado escuchando desde el asiento de delante. El primero se volvió y dijo a Dulcifer:

—Parece usted olvidar un pequeño dato, utopista. Ya sabe, la ociosidad es un mal funcionamiento fisiológico. Es un error tratarla como una cualidad de la mente, cuando unas cuantas inyecciones pueden curarla tan pronto como se manifiesta —mientras hablaba, no dejó de mirar a Kordan para ver cómo reaccionaba éste ante su discurso.

Un burócrata llamado Georg Morits se inclinó sobre el pasillo y dijo con vehemencia:

—Tiene usted razón, pero déjeme recordarle que la ociosidad sigue manifestándose a veces como una cualidad mental en infortunados casos de involución al homo sapiens. Lo sé bien, he tenido que recluir a unos cuantos especímenes con este tipo de personalidad en mi trabajo. Mi oficina se encuentra en Moscú, ya saben: la ciudad de las ciudades —todos lo sabían; aquel imbécil había estado alardeando durante el banquete de lo hermoso que era todo en Moscú, una antigua ciudad que había sido la capital del primer estado comunista y que se había reconstruido varias veces—. Uno puede ser acusado legalmente de homo sapiens, ya saben. En la actualidad es un delito tipificado.

—No en Venus, allí no —replicó Dulcifer, firmemente—. Es como acusar a un animal por la afrenta de ser un animal.

No hubo respuesta. Lo sabían todo acerca de Venus, y de las tendencias regresivas de Ciudad de Iridio.

—Creo que nos estamos desviando del tema —intervino Kordan—. Si me permiten recordarles los antecedentes históricos de este argumento…

—¿Por qué simplemente no olvidamos esta discusión ridícula? —le interrumpió Sygiek.

Kordan parecía herido, pero Dulcifer dijo, mientras sonreía para atenuar lo descarnado de su observación:

—¡Es usted demasiado represiva para unas vacaciones, utopista Millia Sygiek! A mí me gustaría oír lo que su compañero iba a decir. Francamente, el paisaje me aburre, pero nunca he perdido el interés por los seres humanos que me acompañan.

Sygiek se sonrojó y le dirigió una mirada que habría podido fundir iridio, pero no dijo nada.

—Sólo iba a decir, por amor a los antecedentes históricos, que esos primitivos ingenieros genéticos que inventaron al homo uniformis, Hombre Semejante en Todo, fueron los que…

—Perdóneme, académico Kordan, pero trabajo en tecnoeugenesia en el Consejo Central —dijo Jaini Regentop, dirigiéndole una sonrisa cortés—, y su fraseología no es correcta. Esos ingenieros genéticos eran meramente instrumentos del cambio en la gran progresión del homo sapiens al homo uniformis: recibían órdenes. Primero vino la labor inmortal de los fisiólogos y los grandes endotomistas…

—Jaini, no debería interrumpir a Jerezy Kordan —intervino Takeido—. Es un académico.

—Entonces lo comprenderá. Fueron los endotomistas —dijo Regentop, adoptando algo de las maneras discursivas de Kordan y dirigiéndole sobre todo a éste sus observaciones— quienes demostraron el hecho de que la estructura fisiológica del hombre comprendía tres sistemas de gobierno que estaban en conflicto. Debido al rápido desarrollo evolutivo del hombre a partir del animal, tales sistemas de gobierno no eran por entero compatibles. Podríamos referirnos del mismo modo a una máquina y decir que era imperfecta debido a que contenía demasiado cableado: se trataba de un problema de eficiencia.

Kordan asintió y se mostró aburrido, pero Regentop siguió apresuradamente:

—Los grandes endotomistas y fisiólogos desarrollaron un método por medio del cual esos sistemas de gobierno podían ser procesados en un sistema armonioso. Los tres sistemas de gobierno a que me refiero, incidentalmente, son conocidos como sistema nervioso central, cuya función primaria es motriz, sistema nervioso autónomo, básicamente un sistema sensorial, y neocórtex, un sistema principalmente pensante.

»Para desarrollar nuestro supersistema, más fiable, se introdujo el biodesvío del que tanto se ha hablado en este año de aniversario. Como ustedes probablemente sabrán, el biodesvío es un procesador interno que elimina por fases una buena parte de la actividad del antiguo sistema nervioso autónomo o la sujeta al control directo del sistema pensante. Un ejemplo obvio es el de la erección del pene, antiguamente un acto involuntario.

»Con frecuencia inculco a mis alumnos la idea de que el biodesvío es la auténtica base de nuestra gran utopía: desterró los problemas emocionales que siempre habían atormentado al homo sapiens; religiones, guerras, amor romántico, enfermedades mentales…, todas ellas manifestaciones de sistemas fisiológicos anticuados.

—Esto es lo que mencionaba antes, Millia —dijo Kordan a Sygiek con lentitud—. Por favor, continúe si lo desea, Jaini Regentop. Se expresa usted a la perfección.

Ella asintió con humildad.

—Es mi deber hacerlo cuando me refiero a un logro tan supremo. La racionalidad era algo que el pobre homo sapiens nunca hubiera podido conseguir. En términos fisiológicos, estaba dividido contra sí mismo. En consecuencia, también se hallaba dividido contra sí mismo mental, social y políticamente y…, bueno, en todas las formas concebibles. No podía planear una sociedad estable como la que tenemos nosotros; la división era su sino.

Su voz adquirió un tono conciliador.

—La división era su sino, pero el sapiens también tenía visión. Sí, había previsto incluso la Utopía, el lugar perfecto.

»Y, en forma irónica, alcanzó la Utopía al final, lo cual significó su extinción. Cuando sus fisiotécnicos y endotomistas primitivos inventaron el principio conjunto del Comunismo Biológico, la teoría que sustentaría el biodesvío, se hizo posible racionalizar de forma genética los sistemas inarmónicos de gobierno, llegando a perfeccionarlos en generaciones sucesivas. A través de la microcirugía cromosómica, el sapiens desapareció con todas sus debilidades sistémicas, es decir, se eliminó a sí mismo y anunció lo que era casi una nueva raza, sin absurdas imperfecciones evolutivas y realmente capaz de crear Utopía. En una palabra, nosotros, el homo uniformis, el Hombre Semejante en Todo.

Todos se miraron, sonriendo con aire reflexivo.

—¿Y qué tiene que ver esta antigua historia con el ocio, excepto el hecho de ser en sí misma una historia ociosa? —preguntó Dulcifer.

—Es la historia del nacimiento del Estado mundial, ni más ni menos —sentenció Sygiek, frunciendo el ceño.

—Jaini Regentop lo ha explicado bien —dijo Takeido a Dulcifer—. La ociosidad es una antigua debilidad sapiens. Surgía de una falta de finalidad, sin duda, de una confusión interna. No existen razones fisiológicas para la ociosidad en estos días iluminados, utopista. La hemos conquistado.

Dulcifer se rascó la cabeza y sonrió.

—Es usted un poco joven para ser un conquistador.

Takeido se deslizó hacia atrás en su asiento.

—Hay un Museo del Homo Sapiens en Moscú —dijo Georg Morits, y añadió confidencialmente—: eran bastante avanzados para ser primitivos, ¿saben? Incluso poseían una forma limitada de viaje espacial, cuyos principios se inventaron en Moscú. Puedo decirles estas cosas porque pertenecen a la élite, y no a la masa de los ignorantes. Sé que ustedes lo apreciarán: es bueno hablar entre iguales.