Capítulo I

Sonaba una música entusiasta mientras avanzaban desde los edificios de la terminal hacia el ferry.

Sin agitación, sin empujarse, se fueron situando en los relajadores mientras aguardaban a que el ferry partiera. En número similar de hombres y mujeres, un total de cincuenta y dos de ellos ocuparon sus lugares sin aparentar inquietud alguna. Sus ropas, tan similares en corte y tan apagadas en color y material, llegaban a parecer un uniforme, y sus cabellos, sin importar a qué sexo pertenecieran, estaban cortados aproximadamente a la misma longitud; todos los rostros parecían imperturbables, casi inexpresivos. Se trataba de la élite del sistema, que emprendía su viaje de vacaciones hacia el planeta clasificado de Lysenka II.

El ferry despegó en silencio y a la hora prevista. Ciudad de la Paz Mundial y la propia Tierra se encogieron tras ellos y, tras comprobar cómo el planeta desaparecía de sus vistas, se volvieron y se sonrieron con circunspección. No se conocían y nadie sabía quién era quién; incluso entre la élite existían varios grados de poder.

Del ferry, los pasajeros transbordaron a una nave TransAbismo que les aguardaba en una órbita de aparcamiento en torno a la Luna. Tan pronto como el ferry se hubo alejado, la TransAbismo estableció su campo de atracción e inició su costosa maniobra. La Tierra desapareció como un ojo que cayera por un desagüe, el Sol se transformó en una mota de luz y desapareció. El tiempo se convirtió en una serie de ecuaciones.

Al saberse fuera de riesgo, los turistas podían ya relajarse y entrar en contacto los unos con los otros. En términos de espacio ordinario, la distancia del Sistema Solar al Sistema Lysenka era de 50,2 años luz, de modo que los pasajeros tenían cuarenta horas de transferencia entre sistemas, durante las cuales podían permitirse establecer relaciones sociales o compartir actividades.

La TransAbismo era una nave espaciosa, bien equipada con salones, restaurantes, miradores panorámicos, una suite acuática y habitaciones privadas. Como se trataba de gente importante, la mayoría de los turistas hacía valer su estatus paseando con porte digno entre las concurridas estancias en caso de que no hubiesen tenido tiempo de hacerlo antes de embarcar en Ciudad de la Paz Mundial; las azafatas, en sus uniformes azules de la compañía TransAbismo, ayudaban a algunos pasajeros a localizar a las parejas que los selectores extrasistema habían elegido para ellos.

Una de las risueñas azafatas presentó a dos pasajeros de alta estatura, un hombre y una mujer, que se tocaron brevemente la punta de los dedos y luego se quedaron mirándose el uno al otro. Con una pequeña reverencia, la azafata los dejó solos.

—Mi nombre es Jerezy Kordan, Ciudadano del Mundo 692 —dijo el hombre, y acompañó con una sonrisa el gesto ya familiar de utilizar tan sólo sus últimas tres cifras en el primer encuentro—. Me alegro de que nos hayan asociado para estas vacaciones.

En respuesta, la mujer sonrió y recurrió a la misma informalidad:

—Soy la Ciudadana del Mundo 194, Millia Sygiek. Y me complace que el selector lo haya elegido a usted, utopista Kordan, pues sé que seremos compatibles.

Kordan, que poseía un rostro alargado y grave, con labios gruesos que solía mantener fruncidos y unos ojos grises y rasgados, permaneció plantado con firmeza frente a ella, con los brazos distendidos a los costados.

Casi tan alta como él, Sygiek era una mujer de brillante pelo castaño y ojos grises, mentón firme y expresión algo severa hasta que sonreía. Ella cruzó sus manos a la altura de su cintura mientras hablaba.

—Debemos de ser compatibles, puesto que el ordenador nos ha calificado como compatibles. La compatibilidad es una cualidad que ambos debemos apreciar —dijo.

—Sin duda. Está estipulado que el placer es uno de los factores clave de nuestras vacaciones, y la compatibilidad lo garantiza en parte. ¿No considera usted que la compatibilidad es una cualidad positiva, una cualidad constructiva?

—Quería dar a entender que tan sólo algunos progresistas consideran que las relaciones hombre-mujer están un poco pasadas de moda, o incluso que son improcedentes según las necesidades del Sistema, por lo que cuestionan la función útil del sexo.

Kordan hizo un gesto vago con las manos.

—Toleramos a los progresistas en nuestra sociedad mundial —hablaba sin ningún énfasis en particular—. Pero está claro que apenas constituyen cerca de un 1,45 por ciento de la población. —La tomó del brazo como para dejar de lado el tema.

Se dirigían hacia su habitación particular cuando una voz de tenor susurró por encima del latir artificial de la nave:

—Recuerden que las relaciones sexuales son una actividad social aprobada. Son agradables, no hay duda de que incrementan el bienestar físico y mental de ambos participantes y, de este modo, intensifican su valor ante el Sistema. Asóciense con su pareja tanto como les sea posible durante el viaje. ¡Feliz relación!

Sygiek sonrió.

—¿Lo ve? Como somos buenos utopistas, nuestros deseos se adelantan a las recomendaciones oficiales.

Sin embargo, al atravesar uno de los salones de relajación, se distrajeron un instante ante la vista de una hilera de ajedrecomputadores sentados frente a una hilera de tableros de ajedrez en tres dimensiones que aguardaban a que algún humano quisiera jugar contra ellos. Cada ajedrecomputador era tan pequeño como una cabeza humana; su único brazo, construido con una sustancia parecida a la carne, se mantenía doblado a un costado cuando estaba inactivo. Alguien había colocado dos máquinas una frente a otra y ahora estaban jugando entre ellas el complejo juego.

Cuando terminaba una partida, las máquinas volvían a colocar las piezas con solemnidad y empezaban la siguiente de inmediato. Algunos turistas estaban mirando.

Observando por encima del hombro de uno de los curiosos, Kordan dijo:

—¡Es divertido! Están ejerciendo sus capacidades sólo para ganar a la otra máquina.

El turista que estaba delante de él, un hombre rechoncho de rasgos cetrinos y de estatura menor a la media, lo miró de frente y dijo:

—Sería más divertido si uno de ellos mostrara algo de alegría al ganar.

Una vez se hallaron cómodos en su habitación, Kordan preguntó:

—¿Qué quiso decir ese hombre con que sería más divertido si las máquinas mostraran un poco de placer al ganar? ¿Cómo se puede esperar que una máquina manifieste placer?

—Dijo «alegría». —Ella empezó a desvestirse.

Él seguía concentrado en sus propios pensamientos.

—No cabe duda de que uno debe de experimentar un cierto placer al ganar, aunque «nuestra fuerza reside en nuestra unidad» sea una máxima importante. Ganar implica competir, lo cual no deja de ser una pequeña paradoja, puesto que si tenemos el privilegio de ir de vacaciones a Lysenka II es porque nos hallamos entre los triunfadores del Sistema. ¿Me he expresado de manera correcta?

—Siempre es un privilegio visitar un planeta extrasolar. En el caso de Lysenka II, tengo entendido que se ha abierto al turismo antes de que alcanzara una completa conformidad con nuestras normas culturales, tan sólo para que formara parte de las celebraciones del aniversario.

—Es cierto que la vida animal aún no ha sido sometida, como sin duda tendría que haberlo sido —sus labios se fruncieron—. De todos modos, como historiador con un especial interés en el mundo preutópico, doy gracias por la suerte de poder visitar un planeta en el cual las sociedades animales, tengo entendido, se aproximan a lo que debía de ser la vida en la Tierra antes del Biocom.

Sygiek se quitó las medias y empezó a desprenderse de su túnica de una sola pieza.

—Mi trabajo está relacionado por completo con el presente. No siento ningún interés por el mundo preutópico, ni siquiera durante este año del aniversario —dijo con vehemencia, y frunció los labios a modo de sonrisa.

—Quizá Lysenka II despierte nuevos intereses. Es seguro que vamos a ver cosas incompatibles con la civilización. De todos modos, será mejor que mientras tanto nos reanimemos con un poco de compatibilidad. Tiéndase y abra las piernas.

Ella sonrió y se tumbó contra los voluptuosos almohadones, dispuesta a recibirlo como una yegua a su jinete. De pronto, la imagen del hombre junto a los ajedrecomputadores acudió a su mente.

—Tengamos un poco de alegría —dijo.

* * *

Muy pronto, la hermosa y costosa nave había cruzado el abismo de luz que ni siquiera el Estado mundial conseguiría subyugar nunca y se materializaba en órbita alrededor de Lysenka II, mientras algunos comentarios casi subvocales desgranaban datos acerca del sol Lysenka y sus cuatro planetas circundantes, de los cuales tres eran masas turbulentas de gases y sólo uno, el II, era un mundo apropiado en un mínimo para el establecimiento del orden y la ilustración.

Los altavoces del ferry que bajó a los huéspedes a Ciudad de la Paz, la única base construida hasta la fecha en Lysenka II, les dieron la bienvenida:

—Esperamos que disfruten de su estancia en Lysenka II y que sus intelectos obtengan de ella el máximo provecho. Aunque este planeta era conocido del Estado mundial desde hace varios siglos, hasta ahora no se había abierto al turismo. Pueden considerarse ustedes especialmente privilegiados por estar aquí. Para aquellos que trabajamos en Lysenka II, es un honor recibirles sabiendo que su presencia forma parte de las celebraciones especiales que el Sistema lleva a cabo con motivo del millonésimo aniversario del establecimiento del Biocom. Los aspectos benéficos universales del Biocom nunca serán tan apreciados como en este planeta donde todo es primitivo, regresivo y de un orden político-evolutivo muy bajo.

»Así que deseamos que disfruten de su estancia y que ésta sirva para fortalecer su dedicación futura a nuestro bienamado Sistema. Bienvenidos a Lysenka II.

Los pasajeros se miraron entre sí y algunos esbozaron una sonrisa cauta.

Antes de desembarcar en suelo alienígena, todos recibieron la dosis de refuerzo y el tratamiento de acupuntura para aclimatarse al planeta. El ferry descendió en picado y, pasado un momento de silencio más terrible que cualquier abismo de luz, las enormes puertas de salida se abrieron. Tal vez con demasiada rapidez: el cielo, acanelado por las nubes, formaba un techo brillante que cubría a los visitantes del nuevo mundo, quienes parpadeaban y se resistían sin motivo aparente a avanzar.

Unas azafatas, con el uniforme rojo de Turismo Exterior en lugar del azul de TransAbismo, condujeron a los turistas a los ALD o autobuses para largas distancias mientras les sonreían y tranquilizaban. Tan pronto como un autobús estuvo lleno, aceleró hacia una de las carreteras radiales que conducían de Ciudad de la Paz a las zonas salvajes. Los pasajeros inspiraron profundamente y se miraron entre sí, como si el nuevo entorno les forzara a medirse de nuevo entre ellos. Bajo aquella luz poco habitual, el aspecto de sus rostros era extraño.

El autobús llegó a Dunderzee en una hora-T. Dunderzee era el recién inaugurado complejo turístico de Lysenka, situado en el límite del territorio que los humanos aún no habían explorado desde el propio suelo.

Las azafatas, que todavía se esmeraban en tranquilizarlos, condujeron a los turistas a sus habitaciones en el Hotel de la Unidad, una construcción suntuosa pero que aún no estaba completamente terminada. Cada habitación, además de tener una vista espectacular del salvaje paisaje exterior, exhibía una pared animada que mostraba una panorámica del lago Dunderzee. Cuando Kordan y Sygiek entraron en su habitación, se detuvieron frente a la pared y contemplaron la cascada que alimentaba el lago. Con un suave rumor, el agua caía libremente desde casi mil metros de altura por la ladera carmesí de la garganta Dunderzee. Pesados pájaros planeaban sobre la ladera en dirección a la cascada, internándose luego en la columna de agua blanca.

Mientras se volvía para colocar su maleta en el estante previsto para tal fin, Kordan dijo:

—Aunque he viajado por todo el Sistema y visité dos veces el océano Argyre cuando sus aguas fueron liberadas, la garganta Dunderzee no deja de impresionarme. Me gustará visitar la realidad.

Sygiek se sorprendió de que hablara de manera tan subjetiva, pero no dijo nada, y se quedó observando una partida de criaturas humanoides que se deslizaban enérgicamente entre la espuma del lago.

—Millia, cuénteme algo acerca de usted —solicitó Kordan.

—Puede juzgarme por usted mismo —le miró ella directamente a los ojos. Ambos permanecieron en silencio, mientras se contemplaban el uno al otro.

—¿Dónde nació? ¿En la Tierra? —preguntó él.

—No, yo nací en una ciudad flotante en la llanura de Ust’-Urt, a doscientos cincuenta kilómetros del mar de Aral —señaló hacia el agua que caía sobre la agitada superficie del lago—. No pude ver otra cosa que una llanura inmóvil hasta que tuve doce años, así que quizás esta enorme garganta me atraiga hacia la naturaleza: puedo darme cuenta de que es auténtica.

—Pasado mañana los dos estaremos junto a la cascada real, Millia.

—Sí, debería ser una expedición cultural fructífera. También tengo que relacionarme un poco más con nuestros compañeros turistas, que forman una muestra representativa de los escalones intermedios de la novedad de nuestro Sistema. Y, ahora, si lo desea, puede acompañarme hasta el bar.

—Quedémonos un rato aquí solos, Millia. Me gusta su compañía. Mañana, por fuerza, tendremos tiempo para los demás.

—No haga observaciones antisociales. La unidad es una cualidad que requiere perpetua renovación. Hemos dispuesto de mucho tiempo a solas en el TransAbismo, ahora integrémonos en nuestra nueva comunidad.

Él miró la cascada con anhelo mientras salían de la habitación.