«Querido Justo, no sé cómo darte las buenas noches hoy. A ver cómo te lo escribo para que no se me agolpen todas las emociones… Todavía no me he dormido por el calor —son ya las tantas, no quiero mirar la hora— y he pasado varias veces a ver si dormías. Te he visto con esa sonrisa que se te queda mientras sueñas… Sin que te dieras cuenta me he quedado en la puerta, mirándote. Sé que vas a ser un niño feliz, un hombre feliz. Y deseo con toda mi alma que tus sueños, esos en los que andas ahora metido, se hagan realidad. Hasta ahora siempre he pedido por ti, hoy… La vida se recompone, se desordena, unas veces te golpea y otras veces parece que quiere ser como una botella de vino espumoso: llena de burbujas. Así quiero la vida para ti. Hoy, esta noche, escribo esta carta también para mí. Para que no se me olvide que somos felices.

El cielo es opresivo algunos días, pero el aire fresco de cada mañana lo cambia todo y, más allá de los silencios y de las cosas que no nos contamos, estoy. Detesto a esas familias que deben decírselo todo como en las teleseries. Lo rechazo. Tú y yo nos hablamos con la piel. Sé qué sientes cuando te escondes bajo el sauce llorón y sé qué sueñas cuando te pones en el límite del acantilado, incluso cuando te asomas por el ventanuco del ático. El silencio nos ha salvado muchas veces, infinitas.

Esta noche he tenido sueños para mí. Estaban tan cerca… A veces se me olvida que también sé soñar.

Te dejo la nota en la mesita, no quiero acercarme a tu almohada. Así tus buenas noches serán para ti unos buenos días.

Todo irá bien.

Mamá, Te Adora».