María Cid Domínguez nació en 1896.
Fue una barbateña como pocas. Su fuerza moral era inagotable.
Su voz era potente y clara.
Fue la mayor de cinco hermanos.
Supo tomar el rumbo de la familia y la sacó adelante.
Se hizo armadora de barcos.
Viajaba en tren hasta Barcelona, Alicante y otras ciudades, a la busca de proveedores de redes, corchos y demás menesteres para la pesca.
Nada la detenía.
Y sabía compartir el trabajo con la lectura. Cada tarde se sentaba a la puerta de la casa y leía en voz alta. Allí, con ella, se reunían amigos y parientes, y quien deseara escuchar sus historias.
Se casó a temprana edad y fue la cabeza pensante de su hogar.
Pero un día su felicidad terminó…
Se puso de parto. Era su sexto hijo. El niño murió y María Cid falleció a los pocos días. Tenía cuarenta y tres años de edad. Sucedió el 20 de noviembre de 1939.
Su espíritu, sin embargo, quedó presente en la familia. Cada vez que había que tomar una decisión, los hombres y las mujeres pensaban en ella. Seguía siendo el alma de la casa.
Y pasó el tiempo…
Once años después, en septiembre de 1950, la tripulación de un pesquero con base en Barbate, al que bautizaron como María Cid, en recuerdo de la gran luchadora, vivió una experiencia grave e insólita.
Podrían ser las seis de la mañana…
El María Cid había estado pescando en los caladeros marroquíes, como era habitual…
Salió de Tánger, rumbo a Barbate, y se vio sorprendido por un fuerte temporal del sureste…
El barco era muy marinero y sabía de vendavales…
El patrón —Diego Varo— era uno de los hijos de la legendaria María Cid…
Y el motor falló…
El pesquero quedó a la deriva y a merced del temporal…
La tripulación se puso nerviosa…
Y, en eso, alguien dio aviso: un mercante se aproximaba al María Cid y en rumbo de colisión…
El pánico fue general…
El mercante podía echarlos al fondo…
El motor no respondía…
Y los marineros, desesperados, trataron de lanzarse al agua…
Fue entonces cuando Diego Varo contuvo a sus hombres…
—¡Mi madre está en el puente! —gritó, al tiempo que señalaba la cabina del timonel—. ¡Tranquilos!…
Así era. María Cid se hallaba al timón. Vestía un capote verde…
El barco, entonces, recuperó el motor y esquivó al carguero…
Cuando la tripulación reaccionó, la «timonel» había desaparecido…
Horas después entraban en Barbate, sanos y salvos…
La noticia corrió como la pólvora: la Virgen del Carmen y María Cid habían hecho el milagro…
El 2 de noviembre, día de los Difuntos, el padre López Benítez, párroco de la iglesia de San Paulino, celebró una misa, en agradecimiento por los favores recibidos[43].
Lo que el pueblo no supo es que esa madrugada, a la misma hora en la que el María Cid se hallaba en apuros, en dicha localidad de Barbate se registraron otros dos sucesos, no menos misteriosos…
El primero lo vivió Antonia Varo, hija también de María Cid.
Sucedió en la calle Vázquez Mella, cerca de la playa…
De pronto, hacia las seis de la madrugada, fue despertada por una mujer. Se encontraba al pie de la cama…
El marido de Antonia se hallaba en la panadería, trabajando…
La mujer hizo señas para que se levantase…
Antonia, alarmada, obedeció…
Y la mujer salió de la casa…
Antonia la vio bajar la cuesta…
Vestía de negro, con el pelo recogido. Pensó que era la señora de la limpieza…
Y la mujer de negro entró en la casa de su hermana Ana, en la misma calle de Vázquez Mella…
Y hacia allí se dirigió Antonia…
Al entrar en la vivienda descubrió que Ana estaba despierta.
—Una señora —dijo— acaba de despertarme.
Horas después, cuando se presentó Pepita, la verdadera mujer de la limpieza, las tres quedaron confusas. Pepita juró por lo más sagrado que ella no había despertado a nadie y que acababa de salir de su casa…
¿Quién era entonces la mujer de negro, y con el pelo recogido, que despertó a Antonia y a Ana?
Así vestía María Cid.
Esa misma madrugada, a la hora del suceso del pesquero, y de la misteriosa presencia de la mujer de negro, una tercera hermana Varo, Pepa, que residía en la ciudad de Sevilla, despertó sobresaltada…
Y pensó: «Algo le ha sucedido a mi familia»…
No se equivocó.
Barbate se encuentra a 180 kilómetros de Sevilla…
Esa mañana, como dije, el María Cid llegó a puerto.
Los hechos me fueron relatados por Pepa Varo, María José Reyes Cid y Cándida Márquez, hija y nietas de María Cid, respectivamente.