La siguiente historia me fue relatada en el verano de 2012. El protagonista, al que llamaré Raúl, contó lo siguiente:
Sucedió en julio de 2000…
Yo tenía una abuela. En realidad, tía abuela…
Se llamaba Celia…
Vivía en México, en la capital…
Teníamos una conexión especial…
Desde niño yo iba todas las tardes a su casa. Me enseñaba…
En 1994 me marché de México. Llegué a Europa y perdí el contacto con ella…
Tal y como prometí fui enviándole postales desde los lugares que visité…
Fueron más de trescientas…
Pero el contacto, como te digo, se fue rompiendo…
No volví a hablar con ella…
Y llegó julio de 2000…
Un viernes, día 28, mi pareja y yo nos fuimos de fin de semana…
Permanecimos fuera de París hasta el 30 de julio, domingo…
Y al regresar a casa observamos que el contestador automático parpadeaba…
Alguien había dejado un mensaje en el teléfono…
Al principio no reconocí la voz…
Sonaba con eco y de forma extraña…
La grabación duraba media hora…
Finalmente supe que era mi tía abuela Celia…
Me decía mil cosas: «¡Hola, hijito!… Hace tiempo que pienso en ti»…
Me recordaba las muchas postales recibidas y cómo se las mostraba, orgullosa, a sus parientes…
Escuché el mensaje varias veces…
Era increíble…
Llevaba seis años en Europa y nunca habíamos hablado. Y me pregunté: «¿Cómo ha conseguido mi teléfono?»…
Llamé a mi madre, al DF, y aseguró que eso no podía ser…
«Celia —dijo— murió la semana pasada».
Mi tía abuela había fallecido el 27 de julio, jueves. Es decir, un día antes de nuestra partida…
El mensaje, por tanto, tuvo que ser grabado a partir de la noche del viernes, 28, y antes de nuestro regreso, el domingo, 30…
Cuando hice las averiguaciones pertinentes en la compañía telefónica TELMEX, en México, la llamada en cuestión no figuraba. Nunca existió. Nadie llamó esos días desde el DF mexicano al número de Raúl, en París.
Misterio.
Raúl buscó la cinta, con la grabación de Celia, pero no pudo hallarla.