La llamaré Odalis…

Es una mujer austera, de pocas palabras.

Un día, en USA, me contó la siguiente experiencia:

Yo vivía entonces en North Planfield, en Nueva Jersey…

Estaba divorciada…

Y en la madrugada del 23 de octubre de 2009 sucedió algo maravilloso…

Yo dormía plácidamente…

Lo hago siempre muy bien, sin despertar para nada…

Y hacia las cinco de la madrugada lo vi…

Era mi ex suegro…

Estaba sentado en el filo derecho de mi cama…

«Pero ¿cómo puede ser?», me dije. Silvio Morales, mi ex suegro, al que yo llamaba «tío», se encontraba en esos momentos en la ciudad de Miami, a muchas millas…

Vestía de blanco…

Era una especie de túnica, con capucha…

Las manos aparecían en el regazo…

Me miraba con una sonrisa muy dulce…

Había mucha paz en él…

—¡Hola! —me dijo…

Yo tenía los ojos entornados. Sabía que si los abría, y hablaba, desaparecería. Y no deseaba que se fuera…

Hacía seis meses que no lo veía…

Lo ingresaron por un cáncer en Miami…

Yo, entonces, lo visitaba casi a diario. Nos llevábamos muy bien. Nos conocíamos desde que era una niña…

Lo hospitalizaron cuatro o cinco veces, pero siempre se recuperaba…

Tenía un halo de luz a su alrededor…

¡Era físico! ¡Tenía un cuerpo material! O eso me pareció. Estaba a medio metro. Lo hubiera podido tocar, pero me contuve…

Y al cabo de uno o dos minutos desapareció…

Te juro que no fue un sueño. Yo no suelo recordarlos…

Volví a quedarme dormida y, al despertar, me sentí muy bien. Fue un despertar dulce…

Y hacia las siete de la mañana le conté lo ocurrido a mi compañera de casa. Ella dormía en la tercera planta y yo en el sótano…

Y recuerdo que le dije: «En cuanto pueda viajaré a Miami y lo visitaré»…

Pues bien, a las doce del mediodía llamó la hija de Silvio. El «tío» había muerto esa mañana…

Dejé hablar a Odalis y, posteriormente, la interrogué:

—Háblame de la luz que emitía…

—Era tenue, pero suficiente para verlo. La habitación se hallaba en el sótano y no había amanecido. Todo se encontraba a oscuras.

—Dices que llevaba una capucha…

—Le cubría la cabeza, pero podía ver el rostro y parte del pelo.

—¿Usaba gafas?

—Sí, pero en ese momento no las llevaba. Eso me llamó la atención.

—¿Te dijo algo más?

—No, pero interpreté su maravillosa sonrisa como que estaba bien y que se alegraba de volver a verme.

—¿Cómo era la túnica?

—Presentaba mangas largas. La ropa parecía emitir luz.

—¿Qué sensación te produjo?

—De vida. Estaba vivo. E interpreté que dijo: «Estoy bien».

—Volvamos a la ropa. ¿Te pareció bien planchada?

Odalis me miró, perpleja. Hizo memoria y replicó:

—Sí, muy bien planchada. Tanto la túnica como la capucha.

—¿Observaste si respiraba?

—No me fijé en eso, francamente. No sé decirte…

—¿Cuánto tiempo podía llevar sentado en el filo de la cama?

—Tampoco lo sé. Puede que bastante. Lo vi al entronar los ojos pero, probablemente, llevaba allí un rato.

—¿Notaste el peso del cuerpo en la cama?

—No. Y es igualmente extraño…

—¿Por qué?

—El colchón era de aire. Tendría que haber percibido el peso. Lo lógico es que se hubiera deformado. Y no fue así.

—¿Qué aspecto tenía?

—El de siempre, pero lleno de vida…