En uno de mis viajes a Panamá (mayo de 1997) coincidí con Álvaro Marcos Menéndez Franco, escritor y filósofo panameño[41].

Charlamos mucho y —no sé por qué— fue a narrar dos experiencias con «resucitados», a cual más singular.

He aquí la primera:

Durante la huelga de los conductores de transportes de uso público, en 1965, me vi obligado a caminar desde el Corregimiento de Río Abajo, en la ciudad de Panamá, hasta el de San Francisco de la Caleta…

Para llegar a la calle 92 (antigua calle 70) atravesé La Carrasquilla a pie…

Pues bien, al pasar por la calle transversal anterior al sitio donde ha funcionado el Departamento de Acueductos y Alcantarillados miré hacia el balcón del primer piso de una vieja casa de madera, pintada de verde y con fondo blanco…

¡Oh, sorpresa!…

Inclinado sobre el balcón, y mirándome fijamente, se hallaba un tío político, esposo de mi tía materna Elva Ticiola Franco…

¡Era el licenciado Carlos Alvarado Alemán, fallecido en octubre del año anterior (1964)!…

Alvarado fue un abogado que destacó en asuntos de educación…

Estuvo casado con mi tía treinta y cinco años…

Yo viví con ellos en el interior del país entre 1946 y 1948…

Lo conocía muy bien…

Estaba desnudo, en ropa interior. Lo que aquí llamamos «franela blanca»…

Tenía los anteojos —similares a los de Gandhi— sobre la punta de la nariz y, como te digo, me miraba con atención…

Sentí cómo los vellos se erizaban y seguí andando…

En realidad corrí, hasta que lo perdí de vista en la vía Belisario Porras…

No tengo la menor duda: ¡Era él!…

Días después comenté el hecho con su viuda…

Elva me miró fijamente y manifestó:

—En 1936, mi esposo Carlos trabajaba en la Comandancia de la Policía Nacional, aquí, en Panamá, y una noche, en esa casa donde dices haberlo visto, se enfrentó a unos malhechores… Mi esposo resultó herido en la cabeza.

La segunda vivencia de Álvaro se registró años más tarde. Tampoco la olvidará…

Sucedió en 1970…

En esa fecha se produjo en Panamá una amnistía política y pude salir de la cárcel…

Cierto día decidí subir a un pequeño ómnibus, de los que hacían la ruta Plaza 5 de Mayo a Balboa…

Mi intención era dirigirme al popular café de los políticos, el Coca-Cola…

Y al disponerme a subir al ómnibus, de cara, bajando del vehículo, fui a topar con un viejo y excelente amigo…

Era Teodoro Palacios, líder sindical y oriundo de la ciudad de Colón…

Teodoro fue uno de los líderes de la Marcha del Hambre y la Desesperación…

Fuimos arrestados por las autoridades de Panamá en 1963, cuando ambos regresábamos de La Habana…

Este suceso nos unió mucho. Éramos buenos amigos…

Lo saludé afablemente. Hacía mucho que no le veía…

Quise abrazarlo, pero me esquivó…

Y me miró con una mirada rara, como si le recordara a alguien que él odiaba…

Y desapareció…

Entré al ómnibus seriamente preocupado…

¿Qué le había hecho?…

Días después fui a hablar con un sacerdote, amigo mío, y le conté lo ocurrido en el ómnibus…

El hombre me miró con incredulidad y manifestó:

—No es posible… Palacios murió en junio, en el penal de la isla de Coiba… Lo colgaron cabeza abajo y lo golpearon con un bate de béisbol.

¡Estábamos en octubre!… ¡Él murió en junio!… ¿Cómo pude verlo bajando del ómnibus?…

Teodoro vestía guayabera azul clara y un pantalón oscuro. No recuerdo los pies…