¿Qué haría usted si, al entrar en un determinado lugar, viera con vida a un familiar o a un amigo, fallecido años antes?
Yo tampoco lo sé…
Pues bien, más o menos, eso fue lo que le ocurrió a una mujer cuya identidad no debo desvelar y a la que llamaré PAN.
Esa tarde, sin duda, fue distinta para ella…
Sucedió el 16 de noviembre de 2012. Era viernes…
A la conversación asistió también mi buen amigo Víctor López García-Aranda, eminente cardiólogo, y veterano investigador de experiencias cercanas a la muerte. Él levantó la liebre sobre el caso PAN.
Y la mujer prosiguió:
Una sobrina de mi marido había sido intervenida quirúrgicamente. Tenía problemas de corazón. Fue una operación laboriosa y difícil. Total: se produjeron varias paradas cardiorrespiratorias… La niña (sólo tenía catorce años) estaba a punto de morir…
Me avisaron y llamé a mi marido, dándole la noticia…
Y me fui para el hospital. La niña estaba casi muerta…
Serían las siete de la tarde cuando entré en la sala de espera de la UCI…
Había mucha gente. Quizá veinte o treinta personas. Eran familiares y amigos de la niña…
Algunos estaban sentados. Otros permanecían de pie. Lloraban o hablaban en voz baja…
Al fondo, frente a la puerta de entrada, se hallaban las dos abuelas de la niña…
Y hacia ellas me dirigí…
Fue entonces, al cruzar la sala, cuando lo vi…
Estaba sentado a mi izquierda…
En un primer momento quedé perpleja. No podía ser…
Pero continué caminando…
¡Era él! Estoy segura…
Yo lo conocía. Lo había visto seis o siete veces, en distintas reuniones familiares…
¡Era el abuelo de la niña!…
Pero eso no era posible. El señor había muerto un año y medio antes…
Permanecía sentado, con la vista fija en el suelo…
Nadie reparaba en él. Nadie le hablaba…
Tenía las manos sobre las rodillas. No se movía…
Y volví a repetirme: «Es el abuelo. Pero ¿qué hace aquí? Está muerto…».
«¿Y por qué no está con su mujer?», pensaba yo…
Caminé hasta las dos abuelas. Hablé con ellas y después me moví por el centro de la sala, departiendo con unos y con otros…
En este tiempo —quizá durante diez minutos— no le quité la vista de encima. Lo miraba con disimulo. Allí seguía, en la misma postura. Nadie le hablaba. Era como si no estuviera…
Una media hora después decidí salir de la sala y subir a la UCI. Allí se quedó el abuelo sentado y en la misma postura…
Quince o veinte minutos después —siendo las 19.45 o las 20.00 horas— la niña falleció…
Bajé de nuevo a la sala de espera, pero el abuelo ya no estaba en la silla, ni en ninguna otra parte…
No volví a verlo…
La gente seguía allí, consternada…
PAN no dijo nada. Al regresar a su casa lo comentó con el marido pero éste no la creyó.
Dos días después, sin saber por qué, me senté frente al ordenador y piqué una carpeta de mi marido. No tenía por qué hacerlo. Allí sólo guarda fotos…
¡Sorpresa! Lo primero que apareció fue una fotografía de la niña, de primera comunión, con el abuelo…
Víctor preguntó:
—¿Por qué no me lo comentaste en la sala de la UCI?
—Pensé que nadie me creería o que me tomarían por loca.
—¿Cómo iba vestido el abuelo?
—Llevaba un cardigan o chaqueta de punto azul marino y un pantalón gris marengo.
—¿Qué edad aparentaba?
—Unos setenta y cinco años.
—Descríbelo…
—Pelo blanco, peinado hacia atrás, arrugas, cara grandota, bien afeitado…
Víctor insistió:
—Tenías que haberlo comentado en la sala de espera…
PAN se encogió de hombros. Y yo apunté algo en su defensa:
—Obviamente sólo lo vio ella. Tiene razón: nadie lo hubiera tomado en serio.
—Dices que caminaste cerca de él…
PAN asintió y añadió:
—A metro y medio, o menos.
—¿Levantó la vista del suelo?
—En ningún momento.
—¿Qué expresión tenía?
—Compungido. Triste. Como el que espera una mala noticia.
—¿Tenía los ojos húmedos?
—No lo recuerdo, pero creo que no.
—¿Cómo era la respiración?
PAN no comprendió.
—¿Era agitada?
—No.
—¿De qué color eran los zapatos?
PAN pensó unos instantes.
—No lo recuerdo.
—Al salir de la sala de espera, camino de la UCI, ¿te volviste hacia el abuelo?
—Sí. Allí seguía, inmóvil.
—¿Estás segura de que no habló con nadie?
—Mientras estuve observándolo, sí… Fue lo que más me llamó la atención: todos lo ignoraban.
—Sumando tiempos, ¿cuántos minutos pudiste contemplarlo?
—No menos de cinco.
—Eso es mucho…
PAN asintió.
Víctor preguntó de nuevo:
—¿Estás segura? ¿Era él?
—Era él…