En un reciente viaje a Finlandia conocí a una mujer cuya identidad no debo desvelar. La llamaré Ulla.
Al hablarle de mis investigaciones —sobre «resucitados»— confesó algo que le había ocurrido en 1978, cuando residía en Londres.
Sucedió el 28 de septiembre.
Ulla tuvo un sueño; mejor dicho, una pesadilla.
Me encontraba en el Vaticano —manifestó— y vi cómo asesinaban a Juan Pablo I…
Vi a un cardenal huesudo que decía «¡Hay que asesinarle!».
Fue una sensación horrible…
Lo mataron por un asunto económico…
Le proporcionaron un líquido —lo vi en el sueño— y el corazón se paró…
Al día siguiente, 29, se dio la noticia de la súbita muerte del papa. Reinó 33 días. Tenía sesenta y seis años.
Comunicación oficial del Vaticano: paro cardíaco[33].