Lo vivido por Lola Heredia con su tío, fallecido en Nueva York en 1980, podría justificar los no menos extraños sucesos acaecidos meses después, en 1981, y también en Cataluña (España).

Ella me lo contó con detalle:

La primera experiencia —si es que se le puede llamar así— tuvo lugar en el verano de 1981…

Mi tío, como dije, murió el 24 de septiembre de 1980 y yo me casé el 26 de diciembre de ese mismo año…

Vivíamos en la calle o carrera del Clot, 81, en Barcelona…

Era un piso antiguo, de techos muy altos…

Las instalaciones también eran viejas, pero se veían bien conservadas…

Tenía una bañera grande y bonita. Me acostumbré al baño en vez de a la ducha…

Ese día me bañé y, sin secarme, tomé el secador con la intención de secarme el cabello…

Lo encendí y, cuando había pasado un minuto, más o menos, recibí un tremendo bofetón en la mejilla izquierda…

¡Hostias!… ¡Qué hostia!…

Al mirarme en el espejo observé las marcas de una mano en la cara…

Me asusté. En la casa no había nadie…

Dejé caer el secador…

Estaba desconcertada…

Y salí del baño, a ver quién estaba en el piso…

Fue un paseo inútil. En la casa no había nadie y yo lo sabía. Sencillamente, estaba sola…

Volví al baño…

Me miré nuevamente al espejo, perpleja…

Las marcas eran claras…

La bofetada había sido importante…

Descubrí un charco de agua (donde yo me estaba secando el pelo)…

El enchufe, situado cerca del suelo, a la izquierda, soltaba chispazos…

El secador había dejado de funcionar…

Comprendí…

De haber seguido sobre el charco, quién sabe lo que hubiera sucedido…

Y recordé las palabras de mi tío Manolo: «Donde estés, y con quien estés, siempre estaré contigo».

Mensaje recibido[24].

El segundo suceso se registró meses después, también en 1981.

Esa mañana salí del mercado, muy cerca de la calle del Clot…

Creo recordar que había comprado tres kilos de naranjas…

Caminé hasta la carrera del Clot y me situé en la acera de la izquierda…

Como era habitual, yo iba pensando en mi querido tío Manolo…

Y al llegar a la altura de la antigua comisaría de Policía quise cruzar a la acera de enfrente…

Supongo que para comprar pan. Allí, frente a la comisaría, se abre una pastelería…

Yo seguía absorta en los pensamientos en los que aparecía Manolo, y en aquella asombrosa presencia…

Fui a cruzar y, de pronto, sentí dos manos en la espalda…

Me empujaron, y lo hicieron con tanta violencia, que volé —literalmente— hasta la otra acera…

Caí de rodillas y de manos…

No me hice daño…

Cuando me incorporé vi un camión, con caja, frenado en mitad de la calle…

Las naranjas corrían, despavoridas, por la calzada…

Y vi a un policía nacional que se acercaba. Estaba pálido…

Pensé que había sido él quien me había empujado y traté de darle las gracias…

La verdad es que no vi el camión…

La sorpresa llegó cuando el policía comentó: «Mira, chica, no sé qué pasó aquí… Sólo vi el camión y a ti, que cruzabas la calle… Y de pronto te vi volar por los aires… Da gracias, pero no a mí… Yo no fui quien te empujó…».

Entonces, ¿quién fue?

Y recordé de nuevo las palabras de mi tío: «Siempre estaré contigo…».

Al hacer las mediciones oportunas comprobé que Lola había «volado» seis metros (distancia entre las aceras).