Isabel es una joven bella y sensible. Vive en Extremadura (España).
En cierta ocasión, hacia el 20 de marzo de 2002, tuvo un sueño, aparentemente absurdo.
Así me lo contó:
… Una noche soñé que llamaban a la puerta de mi casa… Al abrirla encontré a mi padre… Tenía un bebé en los brazos… Recuerdo perfectamente la carita del niño… Me quedé sin palabras… Yo, en el sueño, sabía que mi padre había muerto —el padre falleció el 25 de febrero del año 2000—… entonces me miró y me dijo: «Toma a José Antonio… Para que tengas en qué entretenerte y así poder quitar la tristeza de tus ojos…».
Me entregó el bebé y se fue…
Aquel sueño me impactó, pero mi sorpresa fue mayúscula cuando, días más tarde, me enteré de que estaba embarazada…
Siempre supe que el bebé que esperaba sería un niño y, cómo no, le llamaría José Antonio…
El embarazo transcurrió normal, pero en mi mente siempre aparecía la imagen de aquel bebé, en brazos de mi padre…
Estaba ingresada cuando me puse de parto.
Yo sentía terror pero, en esos momentos, me vi inundada por una gran paz… Fue inexplicable…
Y fue en el paritorio donde noté una presencia…
No veía a nadie, pero esa presencia estaba allí, a mi izquierda, y allí se mantuvo, hasta que nació el niño…
Esa presencia me animaba a seguir y me tranquilizaba.
Horas después del nacimiento, ya en la habitación, cuando intentaba dormir, noté esa misma presencia… Salió del cuarto de baño y se colocó al pie de la cama… Yo, entonces, abrí los ojos y la presencia se esfumó… Intenté dormir de nuevo y, al cerrar los ojos, noté cómo la presencia volvía a salir, haciendo la misma operación (esta vez mantuve los ojos cerrados)… La presencia estuvo un rato a los pies de mi cama… Después se dirigió hacia la cuna y observó al bebé durante algunos minutos… Después se fue…
En ese momento comprendí que la presencia que estuvo todo el tiempo conmigo era mi padre…
Como es lógico, mi hijo se llama José Antonio y, efectivamente, tenía la carita de aquel bebé que me entregó mi padre en el sueño.
La carta, escrita el 25 de febrero de 2008, terminaba con las siguientes palabras:
Por último, y ya me despido, le quería comentar cuál fue el motivo por el que decidí escribirle. Un día estaba en mi casa, sola, y comencé a tener una sensación extraña. Era como una vocecita que salía de mi interior y me decía que me pusiera en contacto con usted. Sé que parece irreal, pero puedo asegurar que fue así. No sé por qué me pasó esto. Indagué en Internet y encontré su página web. Ahí tuve la idea de escribirle…
En otras comunicaciones posteriores, Isabel me ha hablado de su hijo. Dice que es un niño muy especial, con una gran sensibilidad. «Es muy cariñoso. Tiene una luz brillante».
Salvando las lógicas distancias, el sueño de Isabel me recuerda a otros anuncios de nacimientos, llegados igualmente por «conductos extraordinarios». Y pienso en mi querido «socio», Jesús de Nazaret, y en su primo lejano, Yehohanan, y en el bíblico Sansón, y en el renombrado caso de Elvira Niguerol Nieto, en 1934, en las Majaíllas, una finca ubicada a cinco kilómetros de Garganta la Olla, también en Extremadura…[17]