Medina es otro guardia civil al que conozco desde hace tiempo.
Vivía en Marbella (Málaga) cuando tuvo la primera experiencia.
Me la contó el 31 de agosto de 1998.
He aquí una síntesis de la grabación:
—Yo tenía once años. Mi abuelo, Manuel Vaquero, era quien me cuidaba. Él me llevaba al colegio… Estaba todo el día con él. En cierta ocasión viajó a Sevilla, para ver a unos familiares, y cayó enfermo. Murió el 15 de septiembre de 1981. No llegué a verlo cuando falleció. Pues bien, a la semana, el 22 de septiembre, entrada la noche, me encontraba durmiendo en el que había sido su cuarto, en Marbella.
—¿Estabas solo?
—Sí, en su cama. Me estiré y fui a tropezar con un cuerpo.
Medina recordaba el suceso con claridad.
—Me llevé un susto de muerte. Y pensé a toda velocidad: «mis padres estaban en otra habitación…». Abrí los ojos y me encontré a dos palmos del abuelo… Le vi la cara… Estaba tumbado en la cama, sobre su costado derecho, mirándome.
Se tapaba con la manta y la sábana… Sólo se le veía la cabeza.
—¿En qué lugar de la cama?
—Mirando desde los pies, en el derecho. Tenía puestas las gafas de ver, las que usaba a diario. Eso me extrañó. Nunca se las ponía cuando se acostaba…
—¿Y qué sucedió?
—Tenía los ojos muy abiertos… Me miraba con cariño. No pude resistir y grité… Entonces desapareció… Llegaron mis padres y allí no había nadie.
—Pero ¿y la cama? ¿Se notaba que alguien se había acostado en ella?
—No, todo era normal.
—¿Apoyaba la cabeza en la almohada?
—Sí.
Manuel Vaquero murió a los ochenta y un años, como consecuencia de un cáncer de esófago. Fue enterrado en Dos Hermanas (Sevilla).
—¿Qué aspecto presentaba?
—El que yo conocía; el de siempre…
—¿Cuánto duró la experiencia?
—Lo contemplé varios segundos, pero no sé decirte cuánto tiempo llevaba en la cama, tumbado. Me desperté porque, al estirarme, lo toqué.
La traumática experiencia se repitió a las dos semanas.
Fue en octubre del referido 1981.
—Me hallaba en la cama, en la misma habitación. Podían ser las doce de la noche o la una de la madrugada… Estaba totalmente dormido… Y, de pronto, desperté… Entonces vi al abuelo, de nuevo… Entró por la puerta y se detuvo cerca de la cama… Presentaba luz a su alrededor…
Solicité detalles y esto fue lo que explicó Medina:
—Era una luz blanca… Él se hallaba en el interior de esa luminosidad… No era muy intensa… Podía contemplarse sin que dañara los ojos… La luz sobresalía unos veinte centímetros del cuerpo…
—¿Incluida la cabeza?
—Sí. Vestía totalmente de blanco… Pantalón y camisa y también zapatos, muy blancos… Me llamó la atención porque él nunca vestía así… Lo normal era ropa oscura… Es más: él no tenía pantalones y zapatos blancos…
—¿Y qué sucedió?
—Sonreía… Le vi mover los labios… Sé que me habló, pero no recuerdo… Llevaba las gafas, las de la primera vez… No se movió… Se mantuvo en la misma posición… Los brazos aparecían desmayados a lo largo de las piernas… Me quedé contemplándolo durante un minuto… Al principio pensé en mi padre. Quizá había encendido la luz… Después comprendí: era el abuelo… ¡Pero estaba muerto!… Y terminé chillando, como en la ocasión anterior… Entonces, el abuelo y la luminosidad se convirtieron en una bola de luz y se dirigió hacia la ventana, desapareciendo…
—¿Estaba abierta?
—No, la ventana estaba cerrada y la persiana había sido bajada. Hacía mal tiempo. Llovía… Mis padres acudieron a la habitación y vimos la ventana abierta y la persiana a media altura… ¿Cómo era posible?…
—¿Había cortina?
—Sí, y aparecía corrida.
—¿En qué momento se transformó en una bola de luz?
—Al gritar. Fue instantáneo.
—¿Te llamó la atención algún otro detalle de su aspecto?
—Sólo la ropa y el hecho de que flotara en el aire…
—No lo entiendo.
—Mi abuelo no era muy alto. Podía medir 1,65 metros. Sin embargo casi tocaba el techo de la habitación. La cabeza estaba a la altura del marco de la puerta; es decir, a 1,80 metros del suelo…
Hicimos cálculos y llegamos a la conclusión de que la figura del abuelo se encontraba a 20 o 25 centímetros del piso, flotando.
Insistí en el vestuario y Medina hizo memoria:
—La camisa era de botones y de cuello en pico… Aparecía abrochada en su totalidad… Llevaba cinturón, también blanco… Mi abuelo tampoco disponía de cinturones de color blanco… Manga larga…
El desplazamiento de la «luz» fue vertiginoso, en horizontal y hacia la ventana. Por supuesto, el guardia civil no tiene explicación para ninguna de las presencias. ¿Quién abrió la ventana? ¿Quién levantó la persiana? ¿Quién corrió la cortina?
El joven Medina sufrió otro ataque de nervios, con razón.