La Guardia Civil siempre me ha producido gran respeto.

No en vano he vivido dieciocho años en dos cuarteles de la Benemérita, aunque aquéllos eran otros tiempos…

Son profesionales bien informados, de mente fría, y entrenados para cualquier contingencia. La palabra de un guardia civil es sagrada. Eso me lo enseñó mi padre, que sirvió en el Cuerpo durante toda una vida.

Y así es: siempre me fío de la versión dada por un guardia…

Esto es lo que sucedió con el presente caso. Las primeras noticias llegaron de la mano de un cabo de la Benemérita. Y le creí, por supuesto. Después, en marzo de 2012, interrogué a la protagonista de la historia. La llamaré Cari.

El suceso tuvo lugar en el verano de 2009 en una remota aldea, al oeste de Andalucía (España).

Podrían ser las 17.30 horas.

Como era su costumbre, Cari salió de su casa y caminó a la búsqueda de un parque próximo. Era un paseo habitual.

Al llegar a dicho parque vio a un desconocido.

Lo acompañaba un perro grande y negro.

Inexplicablemente, el parque se hallaba desierto. Era verano. Los niños acudían todas las tardes. En esta ocasión no había un alma.

Y Cari se asustó al ver al perro. Pero continuó caminando.

Al llegar a la altura del hombre, la mujer solicitó que sujetara al animal.

«No le hará nada», replicó el señor.

Y el perro, efectivamente, se mantuvo junto al dueño. «Era dócil», explicó Cari.

Fue así como iniciaron una conversación. Caminaron y ella terminó hablándole de sus problemas. Se encontraba sola. Estaba triste…

—Era extraño —prosiguió Cari—. Yo no lo conocía de nada y, sin embargo, le confesé mis problemas. No sé cómo explicarlo. Irradiaba paz y tranquilidad.

»Total, me harté de llorar…

Y en eso, el hombre del perro negro confesó que su familia también estaba triste. No hacía mucho habían perdido a un hijo en un accidente de tráfico.

—Mi esposa —dijo— está desolada.

Y siguieron caminando.

Él le proporcionó información sobre su familia. Dos de sus hijas veraneaban en esa aldea. Una era maestra.

Recorrieron la totalidad del pequeño parque y, al llegar al final, se despidieron.

—Nos dimos la mano y cada cual siguió su camino.

Pero Cari, curiosa e intrigada, terminó volviéndose.

¡El hombre y el perro habían desaparecido!

—No podía ser —añadió la mujer—. Me volví a los dos o tres segundos. No tuvieron tiempo de entrar en el pueblo…

Tres semanas más tarde, cuando Cari paseaba por el mismo lugar, vio de nuevo al perro. El animal se hallaba cerca de una joven.

Cari se aproximó y comentó a la muchacha que ella conocía al perro. Y procedió a explicar las circunstancias del encuentro con el hombre y el perro grande y negro.

La joven estaba perpleja.

Cari describió al señor y facilitó la información familiar que le había proporcionado el hombre.

La joven no tuvo duda: era su padre.

Y Cari quedó desconcertada: aquel hombre se había matado, junto a su hijo, en la carretera de Sevilla a Huelva.

Esta vez la que lloró fue la hija…