Mi padre también se presentó a Leonor Benítez, su única hermana. Sucedió pocas horas antes del fallecimiento.
Así me lo contó en diferentes oportunidades:
Me encontraba en el dormitorio de la casa, sentada en la mecedora…
Ocurrió por la tarde…
Escuchaba los trinos de los jilgueros…
En su casa, en la población gaditana de Barbate (España), mi tía criaba canarios, jilgueros y «mixtos». Los cantos eran la envidia del barrio.
De pronto se hizo el silencio…
Miré, extrañada, a las jaulas… Algo sucedía…
Fue todo rápido…
Entonces lo vi… Era tu padre…
Estaba de pie, en la puerta. No lo oí llegar…
Yo sabía que, en esos momentos, se hallaba muy grave…
Tenía un aspecto jovencísimo. Vestía el uniforme que aparece en el «folio»[14], con un número en las manos: el doce…
No le vi la cicatriz en la mejilla izquierda…
No dijo nada…
Sólo me miró…
Parecía feliz y tranquilo…
Yo supe que había muerto…
Y al instante desapareció…
Mi padre, en realidad, falleció horas después de esta visión: el 2 de julio de 1999 en la ciudad de Pamplona, a 1.200 kilómetros de Barbate.
La fotografía del «folio» fue tomada en enero de 1936, cuando José Benítez Bernal contaba diecinueve años de edad. Ése era el aspecto que presentaba en la visión, según Leonor. Ése era el uniforme que mostró en la calle Colón, en la casa de los jilgueros…
Leonor era una mujer especial. Algún día tendré que hablar de sus percepciones extrasensoriales…
Una de las que me impactó tenía que ver con bolas de luz. Cuando las veía pasar frente a la puerta, alguien de la familia, o del entorno, moría irremisiblemente. Lo dijo muchas veces: «Hoy he visto la luz». Horas más tarde fallecía un pariente o un amigo.
Le pregunté mucho, y muchas veces, sobre dichas «luces». Las respuestas fueron siempre idénticas: se trataba de bolas luminosas, del tamaño de una naranja, de diferentes colores, aunque lo común era el blanco, y rapidísimas. Volaban a un metro del suelo y se dejaban ver frente a la puerta de la casa de Leo. Ella las espantaba con las manos e, incluso, con la escoba (!). Pero volvían y volvían…
En el barrio era un tema casi familiar. Todo el mundo preguntaba, más o menos temeroso: «Leo, ¿has visto la luz?».