De momento, la experiencia de María Santos Troyano es la que más me ha impactado. Algo parecido le sucedió a Blanca, mi esposa, cuando escuchó el relato de labios de la propia María.

En esta ocasión fue un sueño. Mejor dicho, dos sueños.

El primero se produjo la noche del 30 de enero de 1978. María se hallaba en la localidad gaditana de Tarifa (España).

Ella lo cuenta así:

—Me vi en una calle ancha, sin edificios, pero con unas paredes muy blancas… No había gente… No sé qué lugar era ése… Entonces vi a mi abuela, Juana Muñoz Gallardo, ya fallecida, en compañía de Adelaida García, una amiga de mi abuela. Yo la conocía. Era hermana de la consuegra de Juana. También había muerto…

»Fueron aproximándose y, de pronto, mi abuela desapareció.

»Adelaida llegó hasta donde yo estaba y le pregunté:

»—¿Y mi abuela?

»Ella respondió:

»—Ha ido a hablar con alguien importante…

»Ahí terminó el sueño.

—¿Qué aspecto presentaban?

—Mayores.

—¿Aclaró Adelaida a quién fue a ver tu abuela y por qué?

—No dijo nada.

La abuela de María falleció en mayo de 1977, a los setenta y siete años de edad. Adelaida murió poco antes que Juana.

La cuestión es que, al día siguiente, 31 de enero, María tuvo un segundo sueño:

—Me encontraba en la misma calle… Y se repitió la escena. Vi, de lejos, a mi abuela y a su amiga. Caminaban hacia mí.

—¿Podrías ubicar esa calle?

—No. En esa ocasión, mi abuela llegó hasta donde yo estaba. Y le reproché la conducta del día anterior:

»—¿Dónde te metiste ayer?

La abuela confirmó lo que había dicho Adelaida:

—Hablé con alguien importante, y de algo que te afecta. Yo traté de evitarlo, pero no fue posible… Él me dijo que el asunto no tenía remedio… Lo que tiene que pasar —aseguró— tiene que pasar.

Ahí concluyó el sueño.

Esa mañana del 1 de febrero (1978), María fue despertada por su hijo José Diego Corrales, de 14 meses.

—Vomitaba y se quejaba —manifestó María—… A las doce del mediodía murió… Meningitis… No hubo forma de remediarlo…

Algunos sueños, en efecto, son más que sueños…