Desde el suelo, Amy extendió rápidamente la mano.
Antes de que Katie pudiera reaccionar, Amy aferró con sus dedos el tobillo de su compañera de habitación y levantó su pierna por los aires. Katie cayó hacia atrás de espaldas, sobre las botellas y los cristales rotos. Los afilados fragmentos atravesaron la ropa y se clavaron en su piel como flechas.
Amy saltó por encima del cadáver de Jensen y se lanzó sobre Katie, aterrizando sobre su pecho. Le vació los pulmones de aire mientras Katie trataba de inspirar debajo de ella. Los dedos rígidos de Katie abrieron la tapa del encendedor. Luego se apoyó en el codo y lo presionó contra la ropa empapada en alcohol de Amy. Hilary gritó para advertirla, pero antes de que Amy pudiera reaccionar, el pulgar de Katie rodó sobre la piedra.
Amy empujó a Katie hacia abajo con un grito, los ojos fijos en el cilindro de plástico lila que sujetaba Katie. Esperó a que una llama cubriera su cuerpo cuando el fogonazo prendiera el alcohol, pero Katie intentaba frenéticamente encender el mechero sin conseguir que saliera ni una chispa. El mecanismo estaba mojado y no funcionaba.
Katie abrió los dedos y lo dejó caer, pero en el mismo instante alargó la mano y agarró la culata de la pistola con la mano. Amy sujetó el brazo de su compañera de habitación y ambas rodaron sobre los cristales, mezclando el alcohol con la sangre. Hilary vio el arma atrapada entre ambas y se lanzó con fuerza hacia la pared al ver que el cañón apuntaba a su barriga. El arma no se disparó. En lugar de eso, mientras Katie se retorcía y apuntaba a sus rodillas, Amy le cogió el índice antes de que pudiera deslizarlo en el gatillo y se lo tiró hacia atrás, rompiéndole el hueso. Katie soltó un grito. La pistola cayó como una piedra y, mientras las dos chicas forcejeaban, Amy le dio una patada y el arma se deslizó sobre el suelo y se estampó contra la pared.
Hilary rodó por encima de la cama y la recogió, apuntó hacia el techo y gritó a las dos chicas, que estaban entrelazadas en el suelo.
—¡Detente! ¡Detente ahora mismo!
Amy se puso en pie con dificultad y levantó a Katie con ella. Luego la lanzó contra la pared, donde aterrizó con un gemido, las manos sobre la cara y llorando de dolor. Amy retrocedió hacia Hilary, que dirigió el cañón hacia Katie mientras la chica se apoyaba en las rodillas y las manos, y trataba de recuperar el aliento.
En el exterior, las sirenas sonaban cada vez más cerca y parecían proceder de todas las direcciones. Los coches patrulla se apresuraban hacia ellas para converger en la casa.
—Se acabó, Katie —le dijo Hilary—. Punto final.
Amy le pasó un brazo por la cintura y se apoyó en ella, débil y exhausta. Aún le quedaron fuerzas para mirar a su amiga y la destrucción que la rodeaba. Las botellas rotas. Los cristales manchados de sangre. El cuerpo de Gary Tensen tendido de espaldas, con los ojos abiertos y un agujero rojo en la frente.
—¿Cómo has podido hacer esto? —susurró.
El aire resollaba al entrar y salir de los pulmones de Katie, que se agachó a recoger una botella de ginebra entera y sin abrir, caída a sus pies. Hilary le hizo un gesto con la pistola.
—Quieta.
Katie agarró la botella y se encogió de hombros.
—Adelante, dispara. Una pequeña chispa y nos convertiremos en fish boil[8].
—Deja la botella en el suelo —insistió Hilary.
Katie descansó la cabeza contra la pared y cerró los ojos. Regueros de sangre surcaban su rostro. Su ropa estaba rasgada. Desenroscó el tapón de la botella, rompiendo el sello de protección, y bebió sin preocuparse de que la ginebra le cayera por ambos lados de la boca. Cuando terminó, cogió la botella por el cuello y la balanceó en un costado.
—Les oí gritar —dijo—. Cuando el fuego les alcanzó. Es algo que no se olvida.
—Date la vuelta, Katie. Empieza a caminar. Vamos a salir de la casa.
—Papá dijo que debería haberle matado a él también —continuó Katie—. Entonces no lo entendí; ahora sí.
Katie se salpicó de ginebra los pies, los pantalones y los brazos desnudos cubiertos de sangre. Luego se la vertió en la cabeza y empapó la alfombra, que ya lo estaba. Los vapores se elevaban en nubes invisibles a su alrededor, que flotaban en la habitación cerrada. El mero olor bastaba para que a Hilary le diera vueltas la cabeza.
La chica metió la mano en el bolsillo y sacó otro mechero.
—Siempre tengo uno de repuesto.
—Katie, no lo hagas —le pidió Amy.
La cara de Katie estaba vacía de expresión, como una hoja de papel en blanco. Ni siquiera parecía estar en la misma habitación que ellas; se hallaba en otra casa, con su familia muerta. Extendió el brazo, con el pulgar sobre la rueda del encendedor. Hilary la apuntó con la pistola, aunque no podía arriesgarse a apretar el gatillo. Katie flexionó el pulgar sin mirarlas ni verlas. Con una sonrisa triste, hizo girar la rueda y abrió el flujo de butano con un solo chasquido mortal.
Una diminuta llama apareció en la punta del mechero. Durante un instante no hubo nada en la habitación aparte de ese insignificante fuego, no mayor que la luz de una vela. Entonces la llama entró en contacto con los envolventes vapores y se encendió la primera llamarada, tenue y gaseosa, que se consumió a sí misma con un resplandor naranja. Hilary y Amy dieron un salto hacia atrás. Katie sujetó el mechero recto, aún encendido, e inclinó el cuello de la botella de ginebra. El líquido se derramó por el borde del cristal y se convirtió en una cascada plateada que salpicaba la llama.
—¡Abajo! —gritó Hilary al tiempo que se echaba al suelo en el instante en que el alcohol alcanzaba el mechero.
La llama desafió la ley de la gravedad y se elevó hacia arriba en un estallido de luz que cubrió la botella y la convirtió en una bomba. El cristal salió disparado en una explosión letal de añicos afilados como agujas, y la cara y el torso de Katie quedaron destrozados. El fuego lamió el combustible de su ropa y su piel, y la convirtió en una columna de llamas. Ella dio vueltas como una bailarina, mientras su piel se chamuscaba y su cuerpo se consumía. Aulló como un animal agonizante, pero sólo hasta que el fuego se coló por su garganta y empezó a devorarla desde dentro, ahogando su voz mientras sus pulmones se derretían.
Hilary arrastró a Amy hacia las ventanas del extremo opuesto de la habitación. Tiró con fuerza de las cortinas, la barra cedió y el pesado tejido cayó al suelo. Fuera, a través del cristal, el mundo brillaba con las rojas luces giratorias de los coches patrulla que avanzaban por el terreno circundante a la casa. Dentro, la puerta que llevaba al pasillo había sido engullida por el fuego y resultaba infranqueable, mientras el cuerpo moribundo de Katie se convertía en una pira. Las chispas volaban hacia la cama y ardían sobre las sábanas.
Hilary trató de abrir la ventana, pero la pintura se había pegado y no se movió. Echó un vistazo por la habitación y vio una lámpara de latón antigua en la mesilla de noche más cercana. La agarró con ambas manos, tiró hasta desenchufarla y la balanceó como si fuera un bate de béisbol.
—¡Agáchate! —le gritó a Amy.
La chica se dejó caer al suelo, Hilary lanzó la lámpara contra la ventana y el cristal reventó con gran estrépito. La lámpara desapareció en dirección al suelo, dejando tras de sí fragmentos afilados colgando del marco de madera. El aire sopló y alimentó el fuego, que se acercó a ellas, en un avance imparable, mientras cubría la cama y trepaba por las paredes. Un calor abrasador les quemaba la cara, y las chispas explotaban como fuegos artificiales hacia el techo y caían a pocos centímetros de sus pies.
Hilary se envolvió las manos con las cortinas caídas y golpeó los fragmentos de la ventana para que se desprendieran. Miró a través el cuadrado abierto; distinguió luces y vehículos que se acercaban, sintió como el aire frío y la lluvia atenuaban el calor del fuego y vio la rama de un arce haciéndoles señas, como si quisiera rescatarla. El suelo estaba muy lejos.
Empujó a Amy hacia la ventana.
—¡Salta! ¡Salta hacia el árbol!
—¿Y tú? —gritó Amy mientras introducía el cuerpo por la abertura.
—¡Salta!
Amy saltó hacia delante con los brazos extendidos y desapareció en el aire. Hilary miró por encima de su hombro a tiempo de ver como la habitación entera estallaba en una gran bola roja que se acercaba a ella en oleadas. Metió el torso a la fuerza por la abertura de la ventana y colocó los pies en la base del marco. Sintió un calor abrasador en la espalda y supo que estaba ardiendo. No miró hacia abajo.
Hilary saltó.
Las ramas del árbol se clavaron en su cuerpo al tiempo que la recibían entre sus brazos. Los dedos de Hilary se cerraron como garras y se encontró con una rama gruesa en la mano, pero la gravedad se la arrebató mientras caía. Se colgó de otra durante una milésima de segundo antes de que su peso la doblara y la partiera con un chasquido. Otra rama la paró con un golpe tremendo en la espalda, y Hilary rebotó hacia delante y siguió cayendo, con la ropa rasgada y la piel cubierta de arañazos y pinchazos.
Aterrizó de lado y rodó por el barro, hasta quedar tendida de espaldas, contemplando la telaraña de ramas que la había salvado. El fuego chisporroteaba por la ventana abierta, como la lengua de un demonio. La lluvia que caía suavemente a través de la luz la refrescó y le limpió la sangre, y el barro y los charcos sofocaron las llamas que le habían lamido la espalda. Trató de levantarse, de alejarse a una distancia prudencial, pero sus machacados músculos se negaron a obedecer. Lo único que podía hacer era estirarse en la hierba y esperar.
Sintió una mano sobre la mejilla. Al volver la cabeza, vio a Amy inclinada sobre ella, con el codo apoyado en la rodilla. Tenía la cara sucia, pero los ojos estaban brillantes y vidriosos por las lágrimas que se mezclaban con la lluvia sobre su piel.
—¿Estás bien?
Hilary esbozó una leve sonrisa.
—Sí. ¿Y tú?
—También.
Amy hundió la cabeza en el hombro de Hilary, la rodeó con un brazo protector y la abrazó con fuerza. Luego cerró los ojos, al igual que Hilary. Sus pechos se elevaron y descendieron en un movimiento sincronizado mientras respiraban. Hilary oyó el chapoteo de unas botas que se acercaban y los tranquilizadores gritos de los hombres. Hablaban con ella como los ángeles de los cuadros de Mark, pero fue incapaz de responder, ni siquiera cuando unos brazos la alzaron y se la llevaron. Lo único que pudo hacer fue abandonarse al sueño.