Gary Jensen oyó a Katie en el pasillo.
Volvió los hombros y apartó la mirada. Era la oportunidad de Hilary, que se impulsó con las rodillas y saltó sobre Jensen, empujándolo hacia la pared. Le clavó la rodilla en la ingle y Jensen se dobló en dos. Hilary bajó la mano con rapidez para agarrarle la muñeca, pero Jensen le golpeó la barbilla con la culata de la pistola. El impacto del metal sobre el hueso le rebotó en el cerebro. Hilary retrocedió hacia la cama y cayó cuando la rodilla izquierda le falló.
Jensen, aún encorvado, apuntó el cañón hacia su pecho. Hilary, aún mareada, vio como el dedo de su agresor se deslizaba sobre el gatillo. Cuando iba a disparar, Hilary oyó un grito y distinguió algo que se movía. Amy se abalanzó sobre el cuerpo de Jensen y, cuando chocaron, el arma se disparó con una explosión ensordecedora. La bala se incrustó en la pared, sobre la cama, atravesando el pladur y levantando una nube de polvo blanco. Amy y Jensen cayeron al suelo y rodaron hasta la puerta, donde Amy agarró el arma de Jensen con ambas manos y la sujetó hacia abajo. Jensen le hundió un puño en los riñones y a Amy, que aún estaba débil, se le escapó el arma. Hilary se puso en pie cuando Jensen se liberó y se apartó hacia un lado justo cuando una segunda bala le rozaba la oreja. Sintió un calor abrasador en el pelo.
Jensen trató de ponerse en pie, pero Amy lanzó su pierna de bailarina hacia atrás y le golpeó la muñeca con el talón. Jensen perdió sensibilidad en los dedos y el arma le resbaló de la mano y salió disparada dando vueltas por el suelo del pasillo. Terminó frente a Katie, que la recogió. El entrenador rodeó el cuello de Amy con el brazo y apretó a la chica contra su pecho para dejarla sin aire.
—¡Para! —gritó Katie frente a ellos, con el arma en la mano.
Jensen aflojó la presión. Amy se alejó a gatas, tosiendo, y se incorporó. Jensen intentó hacer lo mismo y cayó pesadamente contra la pared de la habitación. Se le veía hecho polvo y derrotado.
Amy avanzó renqueando hacia Katie, le lanzó los brazos al cuello y estrechó a su compañera de habitación con una sonrisa de alivio. Luego se volvió hacia Hilary.
—Las dos me habéis sal… —empezó, pero no pudo terminar.
Katie levantó la pistola y golpeó el cráneo de Amy desde atrás. Ésta, confundida e incrédula, dio dos pasos vacilantes, cayó de rodillas y luego de bruces, inconsciente.
—¡Katie! —gritó Hilary.
La chica apuntó rápidamente el arma hacia ella.
—No te muevas. Quédate donde estás.
Katie rodeó la cintura de Gary Jensen con un brazo, mientras él estiraba los músculos doloridos y giraba el cuello. Katie le dio un beso rápido y apasionado.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Sí.
—Katie, no seas tonta —la advirtió Hilary—. No puedes confiar en este hombre. No sé lo que te ha contado, pero es peligroso.
La chica le dedicó una sonrisa tranquila.
—Te equivocas con Gary.
—Te está utilizando.
—No, me está protegiendo —replicó ella.
—¿Protegiéndote de qué?
Katie miró a Amy tendida en el suelo y la sonrisa se le borró de la cara.
—De lo que yo era.
Jensen miró el reloj y apretó el brazo de Katie.
—La policía llegará pronto —dijo—. Deberíamos irnos.
—Antes tenemos que hacer algo.
Katie se puso tensa. Se la veía inquieta, y Hilary intentó leer en su rostro. Se dio cuenta por primera vez de que se había equivocado. No era Jensen quien estaba al mando; él sólo obedecía a la chica. Eran los ojos de Katie los que revelaban una terrible indiferencia. Era Katie la que parecía un jarrón de porcelana china, lleno de grietas y a punto de romperse.
—Katie, no tenemos que hacer esto —dijo Jensen—. No ahora.
—No tenemos elección.
—Sí que la tenemos. Olvídate de ellas; podemos huir.
Los labios de la chica se tensaron en una línea de enfado.
—Llevo toda mi vida huyendo. Estoy harta.
—Dame esa pistola. Puedo protegernos.
—No, no puedes. —Katie volvió a besarle y le empujó hacia la puerta de la habitación—. No pierdas los nervios ahora. Hemos ido demasiado lejos. Baja y coge todas las botellas de alcohol que puedas.
—Katie, para.
—Ya sabes todas las cosas que hemos superado. Ésta es sólo la última. Después, todo habrá terminado y seremos libres.
Hilary vio algo en los ojos de Jensen. Conciencia de sí mismo. Odio a sí mismo. Era incapaz de decirle que no a aquella chica. El hombre que había destruido su primer matrimonio seduciendo a adolescentes había acabado siendo seducido y manipulado a su vez.
—Date prisa —le instó Katie.
Jensen desapareció en dirección a las escaleras sin protestar más, mientras Amy seguía inmóvil tendida en el suelo. Hilary estaba a solas con Katie. La chica sujetaba un tanto relajadamente el arma en una mano mientras se mordía una uña de la otra. Las gafas le resbalaron por la nariz y contempló a Hilary a través de los cristales mojados por la lluvia.
—¿De qué va todo esto? —preguntó Hilary.
Katie se encogió de hombros.
—Glory me vio en Florida.
—¿Glory te vio a ti?
La chica ladeó la cabeza.
—Empezó a recordarlo todo. Yo sabía que no lo dejaría correr y que acabaría por contárselo a alguien. Gary no quería que lo hiciera, pero no podía arriesgarme. Tenía que detenerla.
—¿Tú mataste a Glory? ¿Katie, por qué?
Ella tenía la mirada perdida.
—Entonces todo el mundo me llamaba Jen, pero mi padre siempre me llamaba Katie. Era el nombre de mi abuela. Jennifer Katherine. Es lo único que me queda de esa época.
A Hilary se le secó la garganta.
—Eres Jen Bone. La hija de Harris.
—Lo era. Dejé de serlo aquella noche en Door County. Creía que nunca tendría que volver a ser ella, de verdad. Estaba muerta y enterrada. Pero entonces Glory me vio y lo recordó todo. Recordó haber estado en el garaje esa noche. Ella me vio prender el fuego.