49

El sonido del disparo se expandió a gran velocidad entre las copas de los árboles.

Troy se maldijo mentalmente. Había oído la voz de Bradley en el bosque, por encima de la playa, pero había apuntado a ciegas. Sus nervios le volvían descuidado. Ahora, con aquel tiro estúpido, había ahuyentado a Bradley.

Subió por el camino de tierra que se alejaba de la playa. Esperaba que el repiqueteo de la lluvia ahogara el lento crujido de sus pisadas. Tenía la incómoda sensación de que alguien le observaba, pero no distinguía nada en la oscuridad y confiaba en que nadie podría verle. Aun así, no se sentía solo. El bosque parecía vivo. Se dijo que era su imaginación la que creaba monstruos en su cabeza, pero cada vez que el viento soplaba y una rama le rozaba, pegaba un respingo debido al miedo.

Quería abandonar. Quería subir hasta la carretera principal y llamar a su amigo Keith, que le recogería y le colaría en el ferry de la mañana. Podían pasar la noche en el sótano de Keith, bebiendo cerveza, jugando a billar y viendo porno por internet. Quería olvidarse de Mark Bradley, y del arma que sostenía en la mano.

«Glory se está riendo de mí», pensó.

A lo mejor era ella quien le observaba, el espíritu que sentía. Su fantasma. Si escuchaba, podía oír su voz: «No haces nada bien».

Estaba enfadado con Glory. Y consigo mismo. Toda esa ira seguía teniendo un objetivo que le hacía quedarse donde estaba, con los pies pegados a la tierra. Mark Bradley. Troy no iba a abandonar mientras Bradley siguiera vivo.

—¿Dónde estás, pedazo de cabrón? —murmuró en voz alta.

Como en respuesta a una oración, Bradley reveló su situación. A unos doscientos metros, Troy vio brillar un haz de luz entre los árboles. Estaba en lo profundo del bosque, en la zona de acampada entre la playa y el cementerio. Él permaneció en el camino y fue reduciendo el espacio que los separaba. Basándose en la dirección de la luz, Bradley se dirigía al cementerio, y Troy se dio cuenta de que podría llegar antes que él y estar esperándole cuando él apareciera en campo abierto.

Metió los pies en los enormes charcos del camino mientras esprintaba hacia el sur. Medio kilómetro más allá, emergió de los árboles y se encontró en el extenso camposanto. A cielo abierto, había luz suficiente para distinguir las hileras de lápidas que sobresalían de la tierra. Se agachó y avanzó lentamente de tumba en tumba mientras observaba el bosque. El haz de luz iba y venía, brillando y desvaneciéndose, y Troy estaba justo en su camino. Mark Bradley se dirigía directo a él.

Se detuvo detrás de una tumba con una lápida de mármol negro, a sólo quince metros de los matorrales donde terminaba el bosque. Estaba resbaladiza por la lluvia, y notó el suelo empapado al agacharse cerca de la tumba. Miró hacia los árboles, buscando la sombra de un hombre que llegara a la larga alfombra de lápidas. El corazón le latía tan rápido que creía que moriría antes de levantarse y apretar el gatillo.

Troy respiró hondo y alzó el arma.

Mark no encontraba a Tresa; la noche se la había tragado. Después de que el estallido del disparo se elevara por encima de la lluvia, supo que Troy estaba ahí fuera, disparando a ciegas a todo lo que se moviera. El chico era una amenaza y, si no le detenía, mataría a alguien. Mark avanzó por el bosque, rompiendo ramas, sin importarle el ruido que hiciera. Si Troy estaba allí, quería que le oyera y le siguiera. Quería alejarlo de Tresa.

El tobillo torcido se había hinchado. Cada vez que apoyaba el talón sobre el suelo irregular, una mueca de dolor se dibujaba en su rostro. Se dirigió hacia el sur, pero resultaba casi imposible mantener la orientación entre los árboles. Deseó tener una linterna para encontrar el camino. Al llegar al límite del bosque, tenía planeado atajar por el cementerio hacia la carretera principal. Albergaba pocas esperanzas de parar un coche en una noche desierta, pero podía seguir la carretera hacia el centro del pueblo hasta que llegara a casa de uno de los residentes, donde por fin podría usar un teléfono.

Llamar a la policía. Llamar a Hilary.

A su izquierda, vislumbró un rayo de luz entre el laberinto de árboles. Iba y venía, como si alguien se desplazara por el bosque. Tenía que ser Troy. Seguían caminos paralelos, y ambos se dirigían al cementerio.

Mark aceleró a través de los árboles del borde del camposanto y, un momento después, se liberó de la densa y asfixiante garra del bosque. El cielo se abrió sobre su cabeza. La lluvia caía en cortinas, y se secó los ojos con la manga para poder ver. La tierra estaba salpicada de abetos triangulares y robles esqueléticos. Buscó la luz que había visto antes, pero el bosque estaba a oscuras. Escrutó los árboles y las tumbas en busca de una silueta que se moviera, pero hasta donde alcanzó a ver, estaba solo.

—¡Troy! —gritó.

Su voz luchó con la tormenta.

—Troy. Soy Mark Bradley. Sé que estás aquí. Quiero hablar contigo.

Se adentró más en el cementerio y bajó la vista, pero no veía los nombres de las lápidas.

—Troy, escúchame. Tresa también está aquí. Ninguno de los dos quiere que salga herida.

A poco más de treinta metros, no lejos del bosque, Mark vio una lápida que dibujaba una gran sombra, como si un fantasma emergiera de la tierra. La silueta se apartó de la tumba y caminó hacia él. Mark reconoció el perfil voluminoso de Troy Geier, y vio que el chico tenía el brazo extendido y sujetaba una pistola.

Troy se acercó hasta que quedó a menos de diez metros. El arma apuntaba al corazón de Mark.

—Aquí estoy —dijo Troy.

—Yo también —replicó Mark.

—¿Dónde está Tresa?

—No lo sé, echó a correr. No quería que le dispararas accidentalmente.

—Nunca le haría daño. Esto es entre tú y yo.

—Entiendo.

Troy se quedó callado y Mark vio cómo le temblaba el brazo que sostenía el arma.

—Escucha, Troy —continuó—. Tresa sabe que estás aquí. Si me matas, irás a la cárcel y tirarás tu vida a la basura.

—No me importa.

—Sé que crees que haces esto por Glory.

—Así es. Lo hago por ella, y por la señora Fischer, y por Peter Hoffman y por Tresa, también. Vas a recibir tu merecido. No dejaré que te salgas con la tuya después de todo lo que has hecho.

—¿Qué he hecho? —preguntó Mark.

—Mataste a Glory.

—No.

—Mataste a Peter Hoffman.

—No.

—¿Piensas que te creo? —preguntó Troy alzando el tono de voz—. Sólo eres un mentiroso que intenta salvar el pellejo.

—Troy, escúchame. Yo no he hecho nada de lo que me acusas.

—Gilipolleces. Todo el mundo sabe que fuiste tú.

Mark abrió los brazos. Si Troy quería ser un hombre, le trataría como tal.

—Muy bien, será mejor que me dispares. Si de verdad los maté, soy un monstruo y alguien tiene que pararme los pies.

Troy vaciló.

—Crees que no puedo hacerlo, ¿eh? —preguntó en tono bravucón pero nervioso.

—Sé que puedes —le dijo Mark—. Si realmente piensas que yo he sido capaz de hacer esas cosas, de estrangular a tu novia en una playa de Florida y volarle los sesos con una escopeta a un anciano, entonces debes dispararme ahora mismo.

Mark apenas podía ver el rostro del chico en la oscuridad; no sabía si sus palabras le estaban afectando. Miró el arma, que seguía apuntando a su pecho casi a bocajarro. Un latido, un movimiento del dedo de Troy, y la bala atravesaría el cuerpo de Mark.

—No… no lo sé —murmuró el chico.

—Eso es lo que hacen los hombres, Troy. Hacemos lo correcto. Asumimos responsabilidades. Tienes que mirarme a los ojos y decirme que sabes a ciencia cierta que soy culpable. Después de eso, es fácil. No tendrás ninguna duda.

—La señora Fischer dijo que…

—No quiero saber lo que piensa Delia Fischer —le cortó Mark con firmeza—. Esto es entre tú y yo. ¿Qué crees tú?

—Tiene que ser usted. Tiene que serlo.

—Si eso es cierto, aprieta el gatillo.

Los brazos de Troy se agitaron, como si no pudiera mantener el equilibrio por el viento. Dio un paso más hacia Mark.

—Voy a hacerlo.

—Lo sé.

Mark no podía apartar los ojos del cañón de la pistola. Se preguntó si vería el fogonazo u oiría la explosión, o si todo ocurriría en silencio y oscuridad antes de que su cerebro pudiera procesar el disparo. Sencillamente estaría allí de pie y, al cabo de un instante, tendido de espaldas, incapaz de tomar aire, sintiendo la sangre cálida sobre su pecho.

Troy estaba llorando. Mark podía ver cómo respiraba agitadamente.

—Tengo que hacerlo —dijo Troy.

—No voy a detenerte.

Ninguna de las alternativas era atractiva. Si Mark se movía, moría. Si se quedaba donde estaba, moría. Troy agarró con más fuerza la culata resbaladiza del arma. Mientras vacilaba, listo para disparar, un rayo de luz atravesó la noche y su resplandor los iluminó como si fueran ciervos en la carretera. Mark se cubrió los ojos con la mano instintivamente. Troy se volvió, sorprendido, girando el arma consigo.

—Troy, baja esa pistola ahora mismo —ordenó un hombre a gritos.

Como un niño, Troy obedeció y dejó caer el brazo, con el arma apuntando hacia el suelo.

Mark reconoció la voz y vio los hombros redondeados del hombre y sus piernas pequeñas y recias a la luz que rebotaba en el suelo.

El sheriff Reich avanzó hacia ellos desde el borde del bosque.

Tresa permanecía acurrucada entre los árboles que había sobre Schoolhouse Beach. Se estremeció abrazada a sus rodillas. Tenía el pelo pegado a la cara y apenas sentía los dedos de las manos y los pies. Lo que estaba ocurriendo la había dejado paralizada. El disparo. Todo lo que Mark le había dicho. El miedo a lo que estaba a punto de suceder.

El pasado.

Había guardado el secreto durante demasiados años. Lo había apartado de su mente como si nunca hubiera sucedido. Se había dicho a sí misma que se equivocaba, pero ahora Glory estaba muerta y Mark y Hilary, en peligro, y todo porque ella había fingido no saber nada. Había dejado que todos los que la rodeaban creyeran una mentira.

Debería haber sabido lo que había ocurrido realmente en Florida. Debería haber sospechado la verdad.

Tresa miró el agua, una sábana negra que se fundía con las rocas blancas. Una parte de ella quería caminar hacia su frío abrazo y seguir andando hasta que las olas la cubrieran y la adormecieran. La culpa que sentía la abrumaba, y deseaba ahogarse en ella. Sus ojos se perdieron en la superficie llena de hoyuelos de la bahía y se quedó hipnotizada con las gotas de lluvia. Sólo la silueta de un hombre que subía por la playa la despertó de su trance. Venía desde el este, cerca de la casa de Mark, iba pegado a los árboles y se encontraba a unos cinco metros de donde Tresa se ocultaba. Al principio, lo único que vio fue que era absurdamente alto y delgado, pero entonces, mientras se acercaba, reconoció a Cab Bolton.

Hizo acopio de todo su valor y salió de un salto de su escondite.

—¡Detective!

Él no pareció sorprenderse al verla.

—Tresa, ¿estás bien?

—Sí. —Vio regueros de sangre en cuello del detective—. Está herido.

—Estoy bien —dijo él, pero tenía la cara cenicienta—. ¿Dónde está Mark Bradley?

—En la zona de acampada. Estábamos ocultándonos de Troy.

—¿Qué demonios hace Troy aquí?

Tresa vaciló, pero estaba harta de mentir y disimular.

—Vino aquí a matar a Mark. Intenté detenerlo, pero lo he estropeado todo. No sé qué hacer.

Cab le rodeó los hombros con el brazo.

—Vamos; ven conmigo. Tenemos que encontrarlos. En este momento, Troy no es nuestro único problema.

Tiró de ella hacia la franja de la playa, pero Tresa se paró y le sujetó por el brazo.

—Espere.

—¿Qué pasa?

Tresa trató de coger aire. Trató de pronunciar las palabras.

—Sé quién mató a Glory —declaró al final.