38

—Lo siento, sheriff —le dijo Cab a Felix Reich—. Es duro perder a un amigo de esta manera.

Reich estaba sentado en el asiento del conductor de su Chevy Tahoe, en el claro al final de Port des Morts Drive. Tenía las manos sobre el volante, mientras su mirada vacía contemplaba la carretera bordeada de árboles. Su pecho subía y bajaba con fiera precisión. Tras un largo silencio, Reich volvió la cabeza y Cab vio en él una furia tan profunda e implacable que le latían las venas en los ojos.

—Déjeme decirle algo, detective Bolton —gruñó el sheriff—. No me gusta hablar mal de un compañero, pero ¿sabe qué? Usted no me gusta. Se pasea en su Corvette por mi condado, con sus trajes caros y su pelo de punta y su pendiente, y lo siguiente que sé es que un amigo mío ha muerto. Usted tiene la culpa.

—Entiendo que esté dolido, sheriff, y lo respeto, pero vamos a dejar de lado todo eso de la culpa, ¿de acuerdo? No me hace ninguna falta.

Reich apretó los puños con tanta fuerza que se le pusieron los nudillos blancos.

—Le voy a explicar cómo vamos a hacer esto, detective. Usted va a contarme todo lo que sepa como testigo del escenario del crimen, que al fin y al cabo es lo que es. Cuando termine, conducirá hasta su lujoso apartamento en Fish Creek y hará las maletas. Mañana, quiero que se largue de Door County.

—Las amenazas sólo me vuelven más tozudo —replicó Cab.

—Le he dado carta blanca en mi jurisdicción porque estaba investigando un asesinato. Ahora yo también investigo uno, y usted se ha interpuesto en mi camino. Váyase a casa.

—Si nuestros casos están relacionados, deberíamos trabajar juntos.

—Si nuestros casos están relacionados, es porque usted no me escuchó cuando le hablé de Mark Bradley. Ahora es mío. Va a tener que aguardar turno, y la espera se presume muy larga.

—¿Está convencido de que lo ha hecho Bradley? —preguntó Cab.

—He reunido más pruebas en una hora que usted desde que llegó. Cuando has vivido toda tu vida en un sitio, la gente confía en ti. Se convierten en tus ojos y tus oídos, te cuentan cosas. No sabía usted que Pete se había peleado hoy con Bradley cerca de Sister Bay, ¿verdad?

Cab arqueó una ceja.

—No.

—He recibido cuatro llamadas sobre el incidente. Pete juró frente a una docena de testigos que iba a asegurarse de que Bradley pagara por sus crímenes, y Bradley amenazó con matarlo. También vieron a Bradley en la cola del ferry en Northport, a las dos cuarenta y cinco. Pidió prestado un teléfono y realizó una llamada, y luego se marchó cagando leches y regresó quince minutos después. Adivine a quién llamó: a su propio móvil. El que usted encontró en el bolsillo de Pete. Éste es el final del trayecto para ese hombre.

Cab no estaba tan convencido, aunque no lo dijo.

—Le deseo suerte, sheriff.

—Recuerde lo que le he dicho: quiero que se vaya a Florida por la mañana.

—No lo olvidaré, pero antes tengo una pregunta. ¿Qué sabía Pete Hoffman sobre Bradley?

—No le sigo.

—Hoffman dijo que se aseguraría que Bradley entendiera la que se le venía encima. Me dijo que podía ayudarme a demostrar que Bradley mató a Glory. Me gustaría saber cómo planeaba hacerlo.

—Si descubro algo al respecto, usted será el primero al que llame.

—Me preguntaba si sabía de qué podía tratarse.

—No tengo ni idea.

—En un pueblo pequeño no se pueden guardar secretos. Alguien sabía algo.

—Pete no hablaba con mucha gente.

—¿Qué hay de Delia Fischer? —insistió Cab—. Hoffman estaba unido a la familia Fischer; a lo mejor tenía información sobre Glory o sobre Tresa. Algo que relacionara a Bradley con una o con la dos.

—Deje a Delia al margen —le espetó Reich—. No quiero que la moleste, ¿está claro? Cualquier cosa relacionada con Pete Hoffman forma parte ahora de mi investigación, no de la suya. Apártese de mi camino.

—Lo que usted diga —replicó Cab.

Abrió la puerta del Tahoe, pero Reich se estiró sobre el asiento y le detuvo cogiéndolo con fuerza por el hombro.

—Antes de irse, busque a uno de los técnicos de pruebas y dele una muestra de sus huellas dactilares. De los zapatos también. Necesitamos descartar sus huellas de todo lo que encontremos dentro y fuera.

—Por supuesto.

—Hable con uno de los ayudantes y repase sus movimientos en detalle.

—Claro —dijo Cab.

—¿Qué vamos a encontrar? —preguntó Reich.

—¿A qué se refiere?

—Me refiero a lo que hizo antes de llamarme. Usted sabía que no tendría otra oportunidad de echar un vistazo en casa de Pete, así que doy por hecho que trató de averiguar lo que iba a contarle.

Cab sonrió. Reich no era tonto.

—Abrí unos cuantos cajones. Miré en el archivador. Eso es todo.

—¿Encontró algo? Si es así, será mejor que me lo cuente ahora.

Cab había esperado poder esconderse detrás de una vaga negativa, pero Reich no le dejaba opción. Lo más inteligente era entregar lo que había encontrado en el bolsillo de Hoffman. La sección ampliada del mapa de Door County. La llave. Si no lo hacía, estaba cometiendo un delito; si lo hacía, era la última vez que vería las pruebas, y aún no estaba preparado para apartarse del caso.

—No encontré nada —le dijo a Reich—. Nada en absoluto.