Cab le mostró su placa de Florida al hombre que abrió la puerta.
—¿Señor Jensen? Me llamo Cab Bolton, de la policía de Naples. Estoy investigando el asesinato que se cometió en el hotel donde se alojaba el domingo pasado. Creo que ha hablado con alguien de mi departamento sobre los hechos de los que fue testigo desde su habitación esa noche.
Gary Jensen parecía inquieto por la llegada de Cab. Tenía la cara enrojecida, y no paraba de mirar nerviosamente por encima del hombro.
—Ah, sí, detective Bolton, por supuesto. Me ha cogido por sorpresa. Su gente me dijo que habría una entrevista de seguimiento, pero di por hecho que sería por teléfono. No creía que vendrían hasta aquí sólo para hablar conmigo en persona.
—La víctima de este caso era de Door County —le explicó Cab—, así que estoy llevando a cabo una investigación en esa zona. Puesto que usted vive a sólo una hora de distancia, pensé que sería más sencillo hablar con usted cara a cara.
—Sí, por supuesto.
—He ido a la universidad y me han dicho que hoy estaba en casa.
—Bien. Me alegro de que me haya encontrado.
Cab observó, más allá de Gary Jensen, el sombrío interior de la vivienda.
—¿Le importa si entramos?
—Oh, sí, sí, lo siento. Por favor, pase.
—Le pido disculpas si es un mal momento, sé que debería haberle llamado antes. Me temo que es una mala costumbre de los detectives. Aparecemos sin avisar.
—No, pase. No hay ningún problema.
Jensen abrió la puerta e hizo un gesto con la mano. Cab cruzó el umbral y entró en el recibidor, tenuemente iluminado. Delante de él, unas escaleras de caracol con un pasamanos de hierro ornamentado llevaban al segundo piso. Vio una sala de estar con muebles pesados de madera oscura a su izquierda, pero Jensen señaló en el sentido contrario del pasillo. En las paredes se alienaban las fotografías enmarcadas de actuaciones de equipos universitarios.
—No me vendría mal tomarme una Coca-Cola mientras hablamos —observó Jensen—. Estoy bastante seco. ¿Le importa?
—En absoluto.
Jensen le guió a través de las puertas batientes a una cocina compacta con electrodomésticos anticuados y amarillentos. Comprobó la hora y encendió la radio al pasar junto a la encimera, y Cab escuchó el diálogo de una tertulia deportiva. El volumen estaba extrañamente alto. Jensen abrió la nevera, sacó una lata de Coca-Cola y le hizo un gesto a Cab.
—¿Quiere una?
—No, gracias. ¿Le importa apagar la radio?
Jensen bajó ligeramente el volumen.
—Lo siento. A continuación viene el informe sobre los entrenamientos de primavera. Los Brewers[7] están en Maryvale.
Cab se encogió de hombros y no insistió; se sentó a la mesa de la cocina y ladeó la silla hacia fuera para poder estirar las piernas. Jensen se sentó frente a él y le dio un trago a la Coca-Cola directamente de la lata. Se le veía incómodo, pero a Cab no le sorprendía. La mayoría de la gente se desorientaba cuando un agente de policía se presentaba en su puerta. A él le gustaba el factor sorpresa, pues no le daba tiempo al testigo a ensayar su historia.
Aparte de esta actitud, no había nada raro en Gary Jensen. Era de mediana edad pero atlético, con la cara alargada y una nariz ganchuda. No tenía papada. Llevaba una sudadera con capucha de felpa azul marino, pantalones de malla y deportivas Nike de colores chillones. Resultaba fácil imaginárselo en la escuela trabajando de entrenador, intenso y competitivo, gritando desde las bandas a estudiantes que eran sustancialmente más altas y grandes que él. Cuanto más rato pasaba Jensen con Cab, más parecía aquél relajarse. Se reclinó en la silla y su boca volvió a abrirse en una sonrisa, pero era artificial y forzada.
—¿Le he interrumpido en algo, señor Jensen? —preguntó Cab.
El entrenador negó con la cabeza.
—Para nada.
—Le agradezco que nos llamara para contar lo que había visto.
—Claro. Habría llamado antes, pero nuestro autocar salió a primera hora de la mañana del domingo, así que no tenía ni idea de que había ocurrido algo en el hotel. Durante la semana vi las noticias y supe que debía ponerme en contacto con su departamento.
—Me alegro de que lo hiciera. Me gustaría repasar algunos detalles, si no le importa.
—Sí, por supuesto.
—¿Es empleado de la universidad a tiempo completo? —preguntó Cab.
—Así es.
—¿Hace alguna otra cosa aparte de entrenar?
—También enseño Educación Física.
—¿Participó algún otro empleado de la universidad en este viaje a Florida?
Jensen negó con la cabeza.
—No, estábamos sólo las estudiantes y yo. Contratamos un servicio de autocares local para que nos proporcionara el vehículo y un conductor.
—¿Compartía con alguien la habitación del hotel de Florida?
—No, era individual.
Cab se fijó en el anillo de la mano izquierda de Jensen.
—¿Su mujer no fue con usted?
—Lo siento, ya no estoy casado —explicó Jensen haciendo girar la alianza—. Mi mujer murió el año pasado.
—Lo lamento mucho.
—Gracias.
—¿Así que el sábado por la noche estaba solo en su habitación? —preguntó Cab.
—Correcto.
—Cuénteme qué pasó.
Jensen dio otro trago a su lata de Coca-Cola.
—No podía dormir; ya sabe cómo son las camas de los hoteles. Alrededor de las dos y media salí con un cigarrillo al balcón pensando que fumar me relajaría. Mi habitación daba al golfo. Vistas increíbles. Una luna enorme. Creo que estaba en el décimo piso. El caso es que me senté ahí fuera durante una media hora. No sé qué hora debía de ser, pero en algún momento vi a un hombre alejándose del hotel en dirección a la playa, justo debajo de mí.
—¿Puede describirlo? —preguntó Cab.
—Ojalá pudiera. Estaba bastante oscuro. Parecía corpulento, pero aparte de eso es difícil de decir. Todo lo que vi fue su camiseta amarilla sin mangas. Era chillona, así que resultaba fácil distinguirla. No estoy seguro de que le hubiera recordado, pero al cabo de un rato lo vi de nuevo, junto al agua. Me pareció que se estaba enrollando con una chica.
—¿De dónde salió la chica? —quiso saber Cab.
Jensen meneó la cabeza.
—No lo sé.
—¿La vio abandonar el hotel?
—No, sólo vi al tipo. La primera vez que me di cuenta de que ella estaba allí fue cuando él se le acercó en la playa. Él venía desde el norte, y ella ya estaba allí cuando los vi. De ella no distinguí nada, aparte de que era una chica con un biquini de un color vistoso.
—¿Está seguro de que se trataba del mismo hombre que vio salir del hotel?
—Sí, era la misma camiseta —confirmó Jensen.
Cab se interrumpió y alzó la vista hacia el techo con manchas de humedad al oír un ruido sordo en el piso de arriba. En el rostro de Jensen se dibujó una mueca de consternación.
—Disculpe, ¿ha dicho que ahora vivía solo? —preguntó Cab.
El entrenador parecía avergonzado. Abrió las manos como si dijera: «Me ha pillado».
—Vivo solo, pero he llegado a un punto en el que no siempre duermo solo, detective.
—Ajá.
—Ahora ya sabe por qué me he mostrado un poco sorprendido con su llegada. En cierto modo estaba ocupado; supongo que ya me entiende.
—Le entiendo —dijo Cab—. Sólo para confirmarlo, no había nadie con usted en la habitación del hotel de Florida, ¿correcto?
Jensen asintió.
—Así es.
—¿Qué ocurrió cuando el hombre de la camiseta amarilla se acercó a la chica de la playa? —inquirió Cab.
—Hablaron un rato —respondió Jensen—. Y luego hubo más que palabras.
—¿Qué significa eso exactamente?
—Les vi besarse.
—¿Está seguro de que eso es lo que hacían? —preguntó Cab.
Jensen vaciló.
—Di por hecho que sí. Estaban abrazados, así que es lo que parecía. No creerá que él estaba haciéndole daño, ¿no?
—Dígamelo usted.
Jensen se frotó la cabeza casi calva con las manos.
—No estoy seguro del todo. No sé, ves a dos personas en esa situación y das por hecho que se están enrollando, pero ahora que lo pienso… —Su voz se desvaneció, y luego prosiguió—: No lo sé. A lo mejor ella estaba forcejeando, aunque espero estar equivocado. No soportaría la idea de haber visto cómo ese hombre mataba a esa pobre chica, y no haber hecho nada.
—¿Qué ocurrió a continuación?
—Volví dentro y me metí en la cama.
—¿No se quedó a mirar en el balcón?
Jensen sonrió.
—No soy un pervertido, detective. No iba a quedarme allí sin hacer nada esperando a ver si la cosa iba a más. Además, para entonces apenas podía mantener los ojos abiertos.
—¿Qué hora era?
—Debían de ser poco más de las tres. Recuerdo que miré el reloj después de volver a meterme en la cama y eran casi las tres y cuarto.
—¿Podría identificar al hombre o a la chica?
—No. Como le he dicho, estaba demasiado oscuro.
—¿Ha visto alguna foto de la chica asesinada?
Jensen asintió.
—Sí, en el periódico.
—¿Recuerda haberla visto durante el tiempo que estuvo en Florida?
—No. Eso no quiere decir que no la viera, pero el hotel estaba lleno de adolescentes. No la recuerdo a ella en concreto.
—¿Le ha contado a alguien más lo que vio? —preguntó Cab.
—No, no pensé en ello hasta que me enteré de lo que había ocurrido. Entonces llamé a su departamento.
—¿Qué me dice de las chicas del equipo de Green Bay? ¿Alguna de ellas ha mencionado haber visto algo fuera de lo normal en Florida? ¿Ha oído alguna conversación entre ellas sobre el asesinato o la chica muerta?
—No.
—Me gustaría tener una lista de las chicas que viajaron con usted. Mientras esté por la zona, desearía entrevistarlas en persona.
—¿Quiere decir ahora? —preguntó Jensen.
—Si no es demasiado pedir.
—Tardaré sólo un minuto.
Jensen se levantó, abrió un armario de la cocina y cogió un bloc y un bolígrafo. Garabateó algunos nombres sobre el papel y luego vaciló con el boli en la mano, como si tratara de recordar.
—He oído que tienen a un sospechoso —dijo—. ¿Es cierto? ¿Es el hombre al que vi?
—No puedo comentar nada al respecto —respondió Cab—. Sería mucho mejor que no leyera más artículos sobre el caso, señor Jensen. Tampoco debería hablar con nadie. Si llega a celebrarse un juicio tendrá que testificar, y le preguntarán acerca de cosas que podrían haber interferido en sus recuerdos.
—Lo entiendo.
Terminó de escribir, arrancó la página de la libreta y se la tendió a Cab, que leyó detenidamente la lista de nombres.
Tracey Griffiths
Bracey Berard
Katie Baumgart
Nancy Gaber
Sally Anderson
Paula Davis
Michele Palmer
Lenie Korbjin
Laura Hansen
Carol Breidenbach
Deb Bodinnar
—¿Es todo el equipo? —preguntó Cab.
Jensen asintió.
—Ésas son mis chicas.
Cab dobló el papel, se lo metió en el bolsillo de la chaqueta del traje y se puso en pie.
—Gracias por su ayuda, señor Jensen. Creo que eso es todo por ahora. Le llamaré si tengo más preguntas.
—Por supuesto.
Jensen le acompañó fuera de la cocina. Mientras el entrenador abría la puerta principal, Cab miró hacia las escaleras; Jensen siguió su mirada y le dedicó una sonrisa incómoda.
—Dejaré que siga con lo que estaba haciendo —se despidió Cab.
—Gracias. Buena suerte con su investigación, detective.
Jensen cerró la puerta y Cab esquivó las ramas oscilantes en dirección a su Corvette. Se metió dentro y miró el cielo cubierto de nubes, que amenazaba con descargar una lluvia intensa antes de que oscureciera. No había rastro de tráfico en la amplia calle. El piso superior de la casa de Gary Jensen apenas era visible a través de la gruesa telaraña formada por las ramas de los arces, pero se dio cuenta de que todas las cortinas estaban corridas.
Jensen no le había impresionado mucho como testigo. Todo lo que había visto iba precedido de «a lo mejor» y «no estoy seguro», como si hubiera empezado a arrepentirse de haber abierto la boca. Un abogado listo como Archibald Gale lo haría pedazos en el estrado de los testigos. Además, había algo en su comportamiento que incomodaba a Cab. Aquel tipo no le gustaba.
Se sacó la lista del entrenador del bolsillo. Quería saber lo que el resto del equipo de baile de Green Bay había visto en Florida. Estaba listo para volver a la universidad, pero el teléfono sonó antes de quitar el freno de mano.
Cab oyó una voz ronca al contestar.
—Detective, me llamo Peter Hoffman. —Cab rastreó en su memoria y estaba a punto de darse por vencido cuando el hombre añadió—: Harris Bone era mi yerno.
—Claro, señor Hoffman. ¿Qué puedo hacer por usted?
—Tenemos que vernos.
—Lo sé. Está usted en mi lista. ¿Dónde vive?
—No muy lejos del muelle del ferry en Northport. ¿Cuándo llegará?
Cab miró el reloj.
—Ahora mismo estoy a noventa minutos al sur, señor Hoffman, en Green Bay, y tengo que hacer algunas entrevistas en las próximas horas. ¿Puedo ir a su casa mañana a primera hora?
—Esto no puede esperar —respondió Hoffman en tono cortante.
Cab hizo una pausa. Sentía curiosidad.
—¿De qué quiere hablar conmigo?
—Tengo una información para usted, detective. Es urgente.
—¿Qué tipo de información?
Hoffman prácticamente escupió en el teléfono.
—Puedo ayudarle a demostrar que Mark Bradley es el hombre que mató a Glory.