El bar propiedad del padre de Troy Geier se encontraba en un cruce desierto de la carretera T del condado, a kilómetros de distancia de las poblaciones costeras. El edificio blanco y bajo necesitaba una capa de pintura, igual que la granja de dos pisos que había tras él. Cab aparcó en la cuneta de la carretera y se dirigió hacia la fachada del bar. Al acercarse, vio a un joven cargado con dos voluminosas bolsas salir por la puerta lateral. Troy Geier fue hacia la parte de atrás del edificio, resollando, y Cab le siguió. Oyó el sonido metálico de las bolsas al caer en el contenedor, y cuando Troy salió disparado en la esquina casi chocó con Cab y se detuvo sorprendido.
—Hola, Troy.
Éste adoptó una actitud indiferente, pero Cab sabía que disimulaba.
—Había oído que estaba en el pueblo —dijo el chico.
—¿Tienes un minuto?
—Sí, supongo, pero mi padre se cabreará si tardo mucho.
—No te entretendré demasiado.
Se dirigió hacia el centro de la carretera desierta con las manos en los bolsillos del pantalón. La corbata le volaba por encima del hombro. Troy le siguió arrastrando los pies. El asfalto estaba lleno de grietas; no se veían coches en ninguna dirección.
Troy olía a fritanga y cerveza rancia. Llevaba una camiseta del Pájaro Carpintero y tejanos azules, y tenía las manos sucias. Sus rechonchas mejillas le daban el aspecto de una ardilla que comía frutos secos.
—¿Qué haces en el bar? —quiso saber Cab.
—Todo lo que mi padre me pide.
Cab asintió. Troy tenía el pelo ondulado chafado, como si hubiera llevado una gorra, pero Cab se imaginó que también podía tratarse de la gigantesca huella del pulgar con que el padre de Troy apabullaba a su hijo. Fuera con su padre o con Glory, Troy siempre hacía lo que le decían.
—He oído que tiene un testigo que puede ayudarle a coger a Mark Bradley —le dijo Troy.
—¿Quién te lo ha contado?
—La señora Fischer habló con el sheriff.
—Bueno, aún nos queda mucho trabajo por hacer —dijo Cab—. Mientras tanto, tengo que aclarar algunas cosas contigo, Troy.
—¿Como cuáles?
—Como la discusión que tuviste con Glory el sábado por la noche.
Troy movió la mandíbula como si estuviera mascando chicle.
—Ya se lo he dicho, fue una tontería. Yo quería que Glory volviera a la habitación conmigo, y ella no. Así que me fui.
—Por lo que he oído, hubo algo más que eso —señaló Cab.
—¿Qué quiere decir?
—Me he enterado de que Glory estaba ligando con otros chicos en la piscina.
—No fue así.
—¿No?
—No, Glory sólo estaba jugando. No lo hacía en serio.
—Si mi novia fuera agarrando pollas por debajo del agua, creo que me enfadaría bastante —observó Cab.
Troy se puso rojo.
—¡Ella no hizo eso!
—Hemos hablado con una chica que dice que estabas tan cabreado que parecías a punto de explotar como una bomba.
—Yo sólo estaba… Eso no es lo que pasó. Ya le dije que Glory había estado rara todo el día. Me sentía frustrado. Era nuestro último día y ella lo estaba echando a perder.
—Así que la dejaste en la piscina con los chicos.
—Ella no estaba haciendo ninguna locura, sólo estaba siendo Glory. Al principio me enfadé, pero luego me tranquilicé.
—¿Volviste directo a la habitación del hotel?
Troy asintió.
—Vi una peli. Ya se lo he contado.
—¿Qué pasó luego?
—Me quedé dormido, eso es todo. Me levanté cuando Tresa me despertó por la mañana y me dijo que Glory no estaba en la habitación.
—¿Qué pensaste? —preguntó Cab—. ¿Creíste que estaba con otro chico? ¿Pensaste que había pasado la noche con otro?
—¡No!
—¿Estás seguro de que no te despertase a medianoche y te diste cuenta de que Glory no había vuelto?
Troy sacudió la cabeza con violencia.
—No.
—¿Habrías ido a buscarla?
—No lo sé, tal vez. Qué más da, las cosas no fueron así.
—¿Y si la hubieras visto en la playa con Mark Bradley? Eso te habría cabreado, ¿verdad? Sobre todo si estaban besándose.
Troy se agarró con fuerza el cuello de la camiseta.
—Glory no hubiera dejado que él la tocara.
—Pero ¿y si lo hizo? ¿Y si la viste?
—¡No la vi! Quiere que parezca que yo la maté, y yo nunca le hubiera hecho daño, nunca.
—Ya lo sé, Troy, de verdad. Puedes ayudarnos a probarlo.
—¿Cómo?
—Alguien de la oficina del sheriff va a hacerte una visita y te meterá un bastoncillo en la boca.
—¿Qué? ¿Para qué?
—Para obtener una muestra de ADN y compararla con los restos que hemos encontrado bajo las uñas de Glory. Creemos que arañó a la persona que la mató.
Troy abrió los ojos.
—Sí, pero ella era mi novia. ¿Y si ese día me hubiera arañado accidentalmente?
—¿Lo hizo?
—No creo, pero no estoy seguro. No lo recuerdo.
—Danos una muestra. Lo comprobaremos y ya veremos.
El chico vaciló.
—Sí, supongo que sí. Pero eso no significa…
—¡Troy!
Cab oyó una voz estridente procedente de la puerta lateral del bar, que había quedado abierta. Delia Fischer estaba en el marco, con las manos apoyadas en las caderas. Su cara reflejaba cansancio, y la sospecha asomaba a sus ojos inyectados en sangre.
—Troy —volvió a gritar—, tus padres quieren saber dónde demonios estás.
—Tengo que irme —dijo Troy.
—Claro.
Troy parecía aliviado de poder escapar. Corrió hacia el bar y se escurrió junto a Delia, que salió afuera, cerró la puerta tras ella y esperó a Cab. El pelo rubio de bote le caía sin fuerza por los hombros. Llevaba un polo holgado con el logo del bar sobre el pecho y un delantal anudado sobre los tejanos negros. Parecía una mujer que hubiera encogido con los años y fuera menguando de tamaño.
—¿Cómo está, señora Fischer? —preguntó Cab.
—¿Cómo cree que estoy?
—Lo siento, sé lo difícil que debe de ser.
—¿Qué quiere, detective? ¿Qué está haciendo aquí?
—Todo lo que puedo para averiguar lo que le ocurrió a Glory —le explicó.
Delia tenía las manos húmedas, y se las secó en el delantal.
—¿Por qué hablaba con Troy?
—Sólo quería hacerle algunas preguntas más.
—¿Qué clase de preguntas?
Cab se encogió de hombros.
—Simple rutina.
—Con quien debería hablar es con Mark Bradley —replicó ella con brusquedad.
—El señor Bradley no habla —la informó, y añadió—: Por lo que parece, la gente de por aquí ha decidido tomarse la justicia por su mano. Alguien intentó matarlos a él y a su esposa.
—¿Se supone que tengo que sentirme mal por eso?
—Si al señor Bradley le ocurre algo, lo más probable es que nunca sepamos la verdad sobre la muerte de Glory.
—La gente hará lo que quiera, a mí no me importa. Eso es problema del sheriff, no mío.
Delia llevaba su resentimiento como un sudario sobre los rígidos hombros. Cab sabía que nada de lo que hiciera cambiaría sus sentimientos. Ya había decidido: había escogido un responsable para su dolor, y ese responsable era Mark Bradley. Él se había convertido en el símbolo de todo lo que había ido mal en su vida.
—¿Trabaja usted aquí? —preguntó Cab mientras señalaba el bar con la cabeza.
—Sí.
—¿Es camarera?
—Así es, soy camarera, y también vendo bisutería en casa. Me las apaño. —Observó con desdén el traje caro de Cab—. Supongo que no sabe lo que es eso.
—Tiene razón, no conozco ese tipo de vida, pero lo respeto.
—No necesito su respeto ni su lástima. A algunos de los habitantes de Door County les ha ido muy bien. Compraron tierras hace décadas, cuando era barata. Mis padres no podían permitírselo. Tuve suerte de que saldaran la hipoteca de su casa, para tener un lugar donde vivir. Entonces perdí a mi marido; no tenía seguro de vida, así que las niñas y yo nos quedamos solas y sin nada. Ahora sólo quedamos Tresa y yo.
—¿Cómo lo lleva Tresa? —quiso saber Cab.
—¿Por qué? ¿También quiere interrogarla? ¿Cree que mató a su propia hermana?
—Sólo quería asegurarme de que estaba bien.
—Ése es mi problema, no el suyo, detective. Me encantaría que hiciera su trabajo, y en lugar de eso parece estar mirando a todo el mundo menos al hombre que ambos sabemos que es culpable. Marea a Troy, que no levantaría un dedo contra Glory. Persigue incluso fantasmas.
—¿Se refiere a Harris Bone?
—Sí.
—No hay razón alguna que me induzca a pensar que Harris tiene nada que ver con este caso, pero no puedo ignorar la posibilidad.
Delia meneó la cabeza.
—¿Se ha escuchado? Está haciendo exactamente lo que Mark Bradley y su mujer quieren que haga. Está siguiéndoles el juego. Si Harris estuviera en Florida, alguien le habría reconocido.
—A lo mejor alguien lo hizo —dijo Cab con delicadeza.
—¿Se refiere a Glory? Si le hubiera visto, habría llamado a la policía. O a mí.
Cab ladeó la cabeza con curiosidad.
—No la llamó, ¿no?
—No.
—Pero usted conocía bastante a Harris Bone, ¿verdad?
—Por supuesto.
—Me sorprende un poco que siguieran siendo amigos después del accidente de coche en el que murió su marido.
Delia tensó los labios, que se le pusieron blancos.
—Harris no tuvo más culpa en lo que ocurrió que el resto de nosotros. Nos comportamos como unos estúpidos. Fue una tragedia.
—¿Le sorprendió lo que le hizo a su familia?
—Me asqueó. Dondequiera que esté, espero que vea las caras de su familia cada vez que intente dormir. Espero que vea la cara de Glory, también. Pero eso no significa que crea que estaba en Florida.
—Comprendo cómo se siente —le dijo Cab—. Mark Bradley es el principal sospechoso, pero no el único, y si no comprobara otras hipótesis estaría propiciando que el jurado le absolviera. No quiero que eso ocurra.
Delia se presionó la frente con ambas manos, como si combatiera el dolor agudo de una migraña.
—Ya sé cómo va esto, detective. Saldrá libre. La gente de la ciudad, los que tienen dinero, contratan a abogados y se libran.
—No si yo puedo evitarlo —señaló Cab.
—Ya he oído eso antes, detective —replicó Delia en tono cansado—, así que será mejor que no gaste saliva intentando convencerme de que esta vez será distinto. No espero que se haga justicia. La policía no hace nada, los fiscales tampoco, y al final el culpable queda en libertad.
Dio media vuelta y regresó al interior del bar dando un portazo.