12

Cab encontró a Mark Bradley en la sala de interrogatorios, en compañía de un hombre mayor de complexión rotunda que lucía una melena leonina de pelo gris rizado y una barba de chivo muy afilada, además de ir impecablemente vestido con un traje gris, un chaleco abotonado y una corbata rosa. Al entrar Cab, el hombre mayor se puso en pie de un salto, rodeó la mesa de madera y le tendió la mano. Cab se la estrechó y sintió crujir sus dedos huesudos bajo la garra de acero del hombre.

—Archibald Gale —se presentó—. Creo que no tenemos el placer de conocernos, detective Bolton.

Cab se sentó y escrutó sus ojos, que parpadearon detrás de unas severas gafas diminutas.

—Conocer a un abogado no coincide exactamente con mi idea de placer, señor Gale.

—Oh, es usted divertido, detective. Eso me gusta.

—¿Hace poco que ha venido a Florida, señor Gale? Creía que conocía a todos los abogados criminalistas locales. —Al pronunciar la palabra «criminalistas», dirigió una leve sonrisa a Mark Bradley.

—He empezado a pasar los inviernos aquí. Mi otra casa está en Duluth, en Minnesota.

—No estoy familiarizado con la zona —admitió Cab.

—Es un lugar hermoso, pero en los últimos años la tasa de asesinatos se ha disparado. Eso tiene sus pros y sus contras si eres abogado. —Gale rodeó con un brazo los hombros del hombre fornido que estaba sentado junto a él, en cuyo rostro se reflejaba la rabia contenida—. Detective Bolton, le presento al señor Mark Bradley.

—Señor Bradley, no le había reconocido sin la ducha abierta. —Cab sonrió, y Bradley le lanzó una mirada de rencor puro.

—Detective, nuestra presencia aquí se debe a una muestra de cortesía —intervino el abogado—. Espero que todos seamos educados.

—Sólo tengo ganas de oír al señor Bradley —continuó Cab—. Siempre que estoy cerca, se las apaña para que alguien hable en su nombre.

—Eso fue un error —dijo Bradley, levantándose de la silla.

Gale le puso una mano en el hombro con suavidad y le devolvió a su silla.

—No te preocupes, Mark. Concentrémonos en el desafortunado incidente que nos ocupa y proporcionemos toda la información que podamos.

Bradley no podía disimular su impaciencia. Como resultado, y de forma instintiva, Cab se lo tomó con calma. Empujó la silla hacia atrás, cruzó sus largas piernas y cogió un bloc amarillo con notas manuscritas. Con la excusa de revisarlas, se dedicó a estudiar a Mark Bradley por encima del borde de la libreta. Vestía un polo rojo y pantalones de vestir de color tostado. Sus movimientos tenían la elegancia inconsciente y espontánea de un atleta, y parecía cómodo en su piel. Era atractivo, pero no en plan Hollywood como Cab ni en el plan macho que exudaban algunos deportistas. Era simplemente guapo sin preocuparse por ello. Llevaba el pelo castaño corto, cortado sin mucho esmero. Ni loco se habría puesto un pendiente, una cadena de oro o colonia. Tenía la frente y la nariz tan quemadas por el sol que muy bien podía haber dicho: «Me gusta el sol. A la mierda el cáncer».

—Me suena su cara, señor Bradley —dijo Cab—. ¿Le conozco de algo?

—A los veinte participé durante unos años en el circuito de la PGA —replicó.

—¿En serio? ¿Qué pasó, lo dejó?

—Me lesioné los ligamentos del hombro en un accidente de coche, hace ocho años. No limita mis actividades cotidianas, pero ya no tengo la precisión necesaria para seguir siendo profesional.

—Lamento oír eso —dijo Cab—. ¿Y por qué pasó del golf a la enseñanza? Me imagino que podría haberse dedicado a entrenar o dar clases o algo así. Habría ganado mucho más dinero, ¿no es así?

—Era un golfista profesional. Una vez has hecho eso, la idea de ayudar a banqueros de inversiones cincuentones a alcanzar un handicap entre treinta y seis y treinta y ocho no resulta muy atractiva.

—¿Y ser profesor?

—Me gusta trabajar con chicos. Me gusta la flexibilidad de poder cogerme vacaciones todo el verano. Seguro que usted cree que no hay deportistas a los que les guste pintar en la playa o que disfruten hablando de Henry Fielding o Chaucer, pero ¿sabe qué? Los hay.

Sin cambiar de expresión, Cab atacó como una serpiente.

—Pero Tresa Fischer acabó con todo eso para usted, ¿no es así?

Vio cómo Gale le cogía levemente de la muñeca, como si quisiera transmitirle un mensaje a su cliente. «Mantén la calma».

—Eso no fue culpa de Tresa —replicó Bradley.

—¿De quién fue, entonces?

—No creo que fuera culpa de nadie. Hoy en día, si eres profesor y hombre, la gente tiende a creerse cualquier cosa negativa sobre ti. No importa si es cierto.

—Debe de ser exasperante. Quiero decir, que primero pierde una carrera y luego, otra. Yo estaría cabreado con alguien.

Gale se inclinó hacia delante.

—Disculpe, detective, pero me parece que esto no tiene mucho que ver con su investigación.

—Estoy interesado en el estado mental de su cliente, señor Gale. Creo que si me hallara en su piel, estaría enfadado por cómo me han tratado.

—Lo estaba —admitió Bradley antes de que el abogado pudiera detenerle—. Lo estoy. Pero eso no tiene nada que ver con Tresa ni con Glory.

—¿Mantenía usted una relación sexual con Tresa Fischer? —preguntó Cab observando el rostro de Bradley.

—No.

—¿Y con Glory Fischer?

—No.

—¿Alguna vez se ha acostado con una chica menor de dieciocho años?

Bradley ladeó la cabeza.

—¿Qué, en toda mi vida? ¿Quiere saber cuándo perdí la virginidad? ¿Quiere conocer a todas mis novias del instituto?

—Creo que nos saltaremos esa pregunta, detective —intervino Gale.

—Lo que estoy diciendo es que los deportistas y los profesores tienen que lidiar con chicas menores de edad, señor Bradley —continuó Cab—. Durante toda la vida las chicas han coqueteado con usted, han intentado manipularle. Venga ya, tiene que ocurrirle continuamente; seguro que eso alimenta su ego.

—Estoy casado con una hermosa mujer madura e independiente, que es mucho más inteligente que yo —replicó Bradley—. Eso sí que me sube el ego.

Cab hizo una mueca de sorpresa. No esperaba esa respuesta, y sonaba sincera. Aun así, había conocido a algunos mentirosos consumados en su vida, empezando por una chica en Barcelona llamada Vivian Frost.

—Muchos deportistas miran a las mujeres con desprecio, señor Bradley. Piensan que si no se respetan a sí mismas, por qué deberían hacerlo ellos.

—Yo quería algo más profundo, detective, y lo he encontrado. Espero que tenga usted tanta suerte como yo.

—Bueno, éste es mi problema: Glory Fischer está muerta. Usted perdió su trabajo, y es bastante odiado en la comunidad donde vive, todo por culpa de la familia Fischer. La habitación en la que se aloja da a la playa donde mataron a Glory. Son bastantes coincidencias.

—Mentira —le espetó Bradley. Enumeró las respuestas con los dedos—: La familia Fischer no me despidió; fueron la escuela y el distrito escolar. No le deseaba ningún mal a Tresa ni a su madre, y mucho menos a Glory. No es ninguna coincidencia que esté en el mismo hotel que Tresa, porque ella es bailarina y mi mujer, entrenadora. Por lo que respecta a mi habitación, la mitad de las del edificio dan a la playa.

—Pero ayer por la noche estuvo usted en la playa, ¿no es así? —preguntó Cab—. Se encontró allí con Glory Fischer.

Gale interrumpió con rapidez, antes de que Bradley pudiera replicar.

—Lo siento, detective, ese tema no es pertinente.

—¿Disculpe?

—El señor Bradley no responderá preguntas sobre dónde estuvo ayer por la noche —le informó Gale en tono cortante—. Le he instruido para que no diga nada. No afirmamos ni negamos que saliera a la playa. No afirmamos ni negamos que se encontró con Glory. No hay información. No hay respuestas. Nada.

—En otras palabras, estuvo en la playa —concluyó Cab.

—En otras palabras, si cree que estuvo en la playa, lo mejor será que esté preparado para probarlo —replicó Gale—. No vamos a hacer el trabajo por usted.

—Tenemos un testigo que lo vio.

Gale no se dejó engañar.

—Me alegro por usted, detective. Si tiene un testigo, preséntelo. Mientras tanto, el señor Bradley no va a contestar ninguna pregunta sobre sus movimientos de la noche pasada. Lo más importante es que Mark no mató a Glory.

—Si estuvo ahí fuera, a lo mejor sabe algo que pueda ayudarnos en la investigación —le recordó Cab. Luego miró a Mark Bradley—. ¿Ha pensado en ello, señor Bradley? Ha muerto una chica. Si no la mató usted, alguien lo hizo. Si es el tipo de hombre que dice ser, creo que sentiría la obligación moral de contarnos cualquier cosa que hubiera visto.

Cab vio un auténtico conflicto reflejado en el rostro de Bradley. El tipo quería hablar. O a lo mejor se creía lo bastante inteligente para desviar las sospechas mostrándose dispuesto a cooperar. No importaba, Gale se cerró en banda.

—Hemos terminado, detective —anunció el abogado—. Obviamente, si Mark supiera algo que fuera relevante e importante para su investigación, le habría aconsejado que compartiera esa información con usted. Por su silencio en este tema puede deducir que no sabe nada.

—Ninguno de los dos está en posición de decidir eso —dijo Cab—. Señor Bradley, si vio a Glory Fischer en la playa y no la mató, entonces puede darnos una hora a la que sepamos que aún estaba viva. Eso nos ayudará a determinar el momento de la muerte.

Bradley miró a Gale, que negó con la cabeza.

—Necesito su ayuda, señor Bradley —insistió Cab—. Creo que es un hombre honesto que hace lo correcto.

Gale se puso en pie y cogió a Bradley del brazo.

—Vámonos.

Bradley permaneció sentado, mientras miraba con calma a Cab.

—Hipotéticamente… —empezó.

—Mark, detente.

—Hipotéticamente —continuó Bradley, ignorando a su abogado—, cuando no puedo dormir por las noches, a veces me levanto y salgo a airearme alrededor de las dos y media. Pero si lo hago, normalmente estoy de vuelta unos minutos después de las tres.

—¿Eso es lo que hizo ayer por la noche? —quiso saber Cab—. ¿Había quedado con Glory?

—No.

—Pero la vio en la playa.

—Eso es todo, detective —interrumpió Gale—. Mark, nos marchamos. Ahora. Vamos.

Bradley se puso en pie sin apartar la mirada de Cab. Le estaba enviando un mensaje, y Cab se dio cuenta de que sus sospechas eran acertadas. Mark Bradley había estado con Glory por la noche.

—Enviaré a un agente a su habitación del hotel para asegurarnos de que no ha desaparecido nada. Basándome en las respuestas que me ha dado hoy, no creo que me cueste conseguir una orden de registro.

—¿Mis respuestas? —preguntó Bradley.

—Creo que un juez llegará a la conclusión que usted y yo sabemos que es cierta. Ayer por la noche salió de su habitación y se encontró con Glory Fischer.

—El señor Bradley no va a variar sus planes de viaje para acomodarse a su excursión de pesca —le dijo Gale a Cab—. Su mujer y él regresan mañana a Door County.

—Huir no le servirá de nada, señor Bradley —dijo Cab.

—Yo nunca huyo —replicó Bradley con brusquedad.

—Me alegro, porque es posible que le siga hasta Wisconsin. Si usted no habla conmigo, estoy seguro de que encontraré a alguien que lo haga.

Gale le dedicó una sonrisa y acompañó a Mark hacia la puerta.

—Si va allí, espero que disfrute la visita, detective. Limítese a no mantener ninguna conversación con el señor Bradley. Estoy seguro de que sabe que cualquier cosa que le cuente no sería admitida, ahora que tiene asistencia legal.

—Por supuesto —confirmó Cab, y añadió—: Dígame una cosa más, señor Bradley.

Éste se detuvo y le miró con desconfianza.

—¿Qué?

—Exactamente, ¿por qué le llaman «Door[3]» County?

Bradley se rió sin rastro de humor.

—La península se adentra en el agua entre el lago Michigan y Green Bay. La zona donde se unen las aguas, en el extremo, es muy traicionera. Mucha gente ha perdido la vida allí, así que el lugar adoptó el nombre de Porte des Morts.

—Me temo que estudié español y alemán, no francés —se disculpó Cab.

—Significa la «puerta de los muertos».