Lala Mosqueda había añadido unas gafas de sol negras a su look completamente negro conforme el sol se alzaba por encima del hotel. La piel le brillaba debido al sudor. Aquello era Florida, y no había nada que pudieras hacer para huir de la humedad. Cab había supuesto que con el tiempo se acostumbraría, pero después de dos años aún no lo había conseguido. Nada más terminar de afeitarse cada mañana, ya tenía la piel mojada. Todas las superficies estaban húmedas e hinchadas. Cada mañana, al salir del apartamento en primera línea de mar, la ropa se le pegaba al cuerpo y notaba cómo el aire cálido le drenaba la energía. Las únicas criaturas que prosperaban en ese clima eran las cucarachas y las arañas, que crecían como mutantes.
Lala se apoyó en el tronco de una palmera cerca de una amplia pasarela adoquinada que llevaba hacia el agua. El cielo lucía un azul de postal. En la terraza del hotel, Cab vio a un empleado con perilla y el pelo negro y grasiento, sentado a una mesa mientras empujaba con gestos nerviosos el centro de flores y bebía agua de una botella de plástico de Aquafina. El joven, de veintipocos años, cruzaba y descruzaba las piernas con incomodidad sobre la tumbona. Por la manga de la chaqueta roja del hotel asomaban los puños blancos, y llevaba pantalones negros.
Cab se reunió con Lala, que estaba escribiendo un mensaje de texto.
—¿Ése es nuestro testigo? —le preguntó.
—Sí. Se llama Ronnie Trask. Es camarero en el bar de la piscina.
—Tiene pinta de estar a punto de mearse en los pantalones. ¿Se siente culpable por algo?
Lala guardó el teléfono y se subió las gafas de sol, que le resbalaban por la cara empapada de sudor.
—Los demás empleados me han contado que se las sabe todas cuando se trata de encandilar a las chicas a las que les gusta demasiado la fiesta. Cuanto más jóvenes mejor. Pero si está relacionado con lo que le ocurrió a Glory, creo que habría mantenido la boca cerrada en lugar de colocarse él solito bajo el foco de la investigación.
—¿Hemos encontrado a alguien que viera algo?
—Aún no.
—¿Qué hay de las cámaras? ¿No hay cámaras aquí fuera?
—A la gente que está de viaje en las vacaciones de primavera no le gustan mucho los ojos en el cielo, ¿sabes? Lo que pasa en la playa se queda en la playa. El único sitio donde hay cámara es el vestíbulo. Estamos revisando la cinta. ¿Y Mark Bradley? —añadió—. ¿Has conseguido algo de él?
Cab despegó los botones del traje de su pecho pegajoso y se ajustó la cadena de oro que llevaba al cuello. Le llegaba el olor a cloro, procedente de la cercana piscina del hotel.
—Me evitó. Hablé con la mujer.
—¿Y?
—Y no se mueren de ganas de responder preguntas. Vamos a desenterrar todo lo que podamos sobre ese incidente del año pasado en Door County. Llama al sheriff de allí. Quiero más información antes de hablar con la hermana y el novio, ¿de acuerdo?
—Claro —respondió Lala. Cab se dirigió hacia Ronnie Trask, pero ella le llamó—: Eh, Cab.
—¿Qué?
—Ayer por la noche vi a tu madre en una película.
Era un comentario inocuo, pero cada vez que la conversación se desviaba del trabajo, él volvía a sentir la gravedad, como si ambos estuvieran rodeando el agujero negro. El solo hecho de decirlo suponía un gran paso para Lala, y Cab se preguntó si tenía algún motivo oculto.
—¿Sí? ¿Cuál?
—Sapphirica.
Cab asintió.
—Ésa es de hace veinte años. Yo estaba con ella durante el rodaje, en Italia. Ganó un premio especial del jurado en Sundance.
—¿Viajabas mucho con ella cuando eras pequeño? —quiso saber Lala.
—Sí. Era como ser el novato del ejército, pero sin las armas.
—Te pareces mucho a ella —señaló Lala.
—Gracias.
—¿Y por qué no te hiciste actor como ella? Tienes aspecto para serlo.
—Mi cabeza insistía en salirse de plano.
Lala se rió, pero era una risa vacía. Volvió a concentrarse en su teléfono, como si él hubiera zanjado la conversación con un improperio y no con una broma. Cab pensó en decir algo más, pero no lo hizo. Era el hijo de su madre.
Tarla Bolton era una solitaria empedernida, y Cab también. Ella no se había casado nunca y ni siquiera había revelado la identidad del hombre que la dejó embarazada. Cab no sabía quién era su padre, aunque había reducido el campo de posibilidades a unos pocos candidatos potenciales basándose en las películas que su madre estaba rodando cuando él fue concebido. Nunca le había preguntado a ella la verdad.
Cab tampoco se había casado, aunque había estado cerca. Una vez. Ella se llamaba Vivian Frost. Vivian era la razón por la que había decidido no volver a confiar en nadie nunca más. La razón por la que siempre estaba huyendo.
Cab se sentó a la mesa de la terraza, frente a Ronnie Trask, y reclinó la silla hacia atrás para acomodar sus largas piernas. Alzó la cabeza y entornó los ojos mientras se enjugaba el sudor de la frente con el pañuelo.
—Dios, esto sí que es calor, ¿eh?
El camarero se mordió el labio inferior y tamborileó con las uñas en la superficie de cristal de la mesa.
—Ya.
—Soy Cab Bolton. Policía de Naples.
—Ronnie Trask. Camarero de Naples. —Y añadió—: ¿Qué clase de nombre es Cab?
—El que me pusieron —respondió Cab.
—Ah.
—¿Trabajas aquí en el hotel, Ronnie?
El chico apuró el último trago de su Aquafina.
—Sí. Trabajo por las noches, por las tardes, siempre que me llaman. Un horario de mierda. Duermo entre turnos.
—¿Siempre trabajas en el bar?
—Sí.
—Muy bien. Cuéntame qué ocurrió anoche.
Trask se encogió de hombros.
—A la una cerré el bar de la piscina y me puse a limpiarlo todo. Debía de ser casi la una y media cuando vi a una adolescente en biquini en el extremo más alejado de la terraza. Atravesó las palmeras en dirección a la playa. Fin de la historia.
—¿Había alguien más? ¿Empleados? ¿Huéspedes?
—Qué va, cuando se acaba la priva los huéspedes se van a la cama. Estaba solo aquí fuera.
—Háblame de la chica.
—¿Qué quiere que le cuente? Era guapa. Joven.
—¿Estaba sola? —preguntó Cab.
—Sí, estaba sola.
—¿Hablaste con ella?
Trask frunció el ceño y se puso a la defensiva.
—Eh, ya le he dicho que estaba en el otro extremo de la terraza, ¿no? ¿Cómo iba a hablar con ella?
Cab lo dejó que sufriera un poco antes de volver a la carga.
—¿La viste con claridad?
—Por supuesto.
—¿Viste lo que llevaba en la mano?
—¿El qué? No llevaba nada.
—Entonces ¿de dónde sacó el vino, Ronnie? Encontramos una botella junto al cuerpo.
Trask se acarició la perilla.
—Ah, sí. Llevaba una botella de vino. Me había olvidado.
Cab sacó un bolígrafo del bolsillo del traje, alargó la mano por encima de la mesa y acercó la botella vacía haciéndola rodar con el tapón del bolígrafo.
—Estamos examinando la botella de vino en busca de huellas dactilares. Creo que también analizaremos tu botella de agua.
Trask maldijo por lo bajo.
—Mierda. Vale. Yo le vendí el vino.
—Tenía dieciséis años.
—No sabía que era menor de edad.
—Antes has dicho que parecía joven.
—Joder. —Trask tomó aire—. ¿Y qué pasa, tío? Me dio treinta pavos. Las chicas que vienen aquí siempre encuentran la forma de conseguir alcohol, ¿sabe? ¿Por qué no iba a sacar tajada? El hotel lo registra como una botella rota y todos contentos.
—Menos Glory Fischer. Ella no está contenta, está muerta. ¿Había bebido antes de que le vendieras el vino?
Trask negó con la cabeza.
—Parecía sobria.
—¿Le ayudaste a bebérsela?
Abrió los ojos de par en par.
—¿Qué dice?
—¿Te tomaste una copa con ella? ¿Fuiste con ella a la playa?
—Joder, no —resopló él.
—Por ahí se dice que te llevas muy bien con las chicas que bajan aquí, Ronnie.
—Sí, ya, pero no me van las menores.
—Entonces sabías que lo era.
—Oh, por amor de Dios, claro que sí. ¿Y qué? No fui a la playa con ella. Cogí su dinero, le abrí la botella y se largó sola. Eso es todo. Eso es todo.
Cab percibió el pánico en la voz de Trask.
—¿Qué te dijo la chica?
—Nada. Quería bebida y ya está.
—¿Te explicó por qué estaba fuera?
—No, tío.
—¿Cómo se comportaba?
—¿Qué quiere decir?
—Quiero decir cómo actuaba. ¿Parecía preocupada, feliz, enfadada?
Trask se pasó las manos por el pelo peinado hacia atrás.
—Demonios, no lo sé. Intentaba ligar, como hacen las adolescentes. Me sonreía. Se colocaba bien el biquini. Actuaba como una cría, supongo que pensó que podría conseguir el vino gratis.
—¿Te lo tomaste como una invitación?
—¿Eh?
Cab se inclinó sobre la mesa.
—¿Interpretaste que ella quería sexo?
—Mire, no sé lo que quería pero yo no se lo di.
—De acuerdo, Ronnie. ¿Cuánto rato estuvo en el bar?
—Un par de minutos, no más. Compró el vino y se fue hacia la playa.
—¿Viste a alguien más después de que apareciera la chica? —preguntó Cab—. ¿La siguió alguien?
Trask negó con la cabeza.
—Nadie.
—¿No viste a alguien más fuera?
—Me fui justo después que la chica. Mi turno había acabado. Lo cerré todo y me largué.
—¿Y antes de que ella llegara? ¿Pasó alguien en dirección a la playa durante la media hora que estuviste limpiando?
Trask alzó la vista al cielo, como si esperara recordar algo, pero parecía haberse quedado en blanco.
—No vi a nadie.
—Así que tú eras la única persona que había aquí afuera, junto con la chica asesinada…
—¡Eh! —exclamó él—. Le estoy diciendo que yo me largué. Ni la seguí ni vi a nadie más. La recepcionista vio cómo me marchaba por el vestíbulo. Pregúntele. Oiga, la playa está llena de hoteles. Cualquiera podría haberlo hecho.
Cab sabía que Trask tenía razón. Eso era lo que le preocupaba; los cadáveres en la playa implicaban miles de sospechosos. Si no tenías suerte con los forenses o los testigos, era casi imposible construir un caso. Pensó en Glory Fischer en la playa. Y en Mark Bradley. Había esperado que Trask situara a éste en el exterior del hotel, o que al menos mencionara a alguien que concordara con la descripción de Bradley. Podría haberle ayudado mencionando la camiseta amarilla, pero imaginaba que el camarero se agarraría a ese dato y lo reelaboraría del modo en que hacen los informadores, para darle a Cab lo que quería oír. ¿Una camiseta amarilla? Ahora que lo dices, sí que vi a alguien que llevaba algo así.
—¿Reconociste a la chica? —le preguntó.
—¿Qué quiere decir?
—Llevaba varios días en el hotel. ¿La habías visto antes de ayer por la noche?
Trask asintió.
—La verdad es que sí.
—Pareces bastante seguro. Este lugar está abarrotado de adolescentes esta semana.
—Bueno, casi me cae encima.
—¿Cuándo fue eso?
—El viernes por la noche. Yo llevaba una caja de vino del restaurante al bar de la piscina, y de repente ella apareció de la nada y pasó corriendo junto a mí. Mira que soy grande, ¿eh? Pues fue como si ni siquiera me hubiera visto. Casi se me caen las botellas. Me jodió bastante. A veces me entran ganas de gritar a esas chicas, pero el hotel no lo permitiría.
—¿Por qué corría?
—No lo sé.
—¿Viste a alguien más correr tras ella?
Trask negó con la cabeza.
—No. Había gente pululando por la sala de eventos, yendo al lavabo, y algunos salían a fumar un cigarrillo. Ese tipo de cosas. Por lo que yo vi, nadie le prestó atención. Se lanzó sobre mí desde el pasillo que hay pasadas las ventanas exteriores, como un murciélago salido del infierno.
—¿Había atravesado el vestíbulo desde el centro de eventos?
—Sí.
—Ahí es donde se celebra el torneo, ¿no?
—Sí, supongo.
—¿Se paró a hablar contigo?
—No, siguió corriendo. Yo me aparté de su camino, y ella ni se disculpó ni nada. Parecía alucinada.
—¿Disculpa?
—Alucinada —repitió Trask—. Asustada. Y estaba llorando.
Como si hubiera visto un fantasma.