5

Cab Bolton tuvo que llamar dos veces a la puerta de la habitación antes de que la atractiva mujer rubia la abriera. Cuando lo hizo, él representó el numerito de consultar sus notas.

—La señora Bradley, ¿verdad? ¿Hilary Bradley?

Ella sonrió educadamente aunque no lo confirmó ni lo desmintió.

—¿Puedo ayudarle?

—Me llamo Cab Bolton y soy detective de la división de investigaciones criminales del departamento de policía de Naples.

Abrió con un gesto rápido la cartera de piel con su placa y se la tendió para que la comprobara, cosa que ella hizo.

—¿Qué ocurre? —preguntó.

—A lo mejor no se han enterado, pero esta noche se ha cometido un crimen en la playa, junto al hotel. Han asesinado a una adolescente.

Cab escrutó el rostro de la mujer en busca de una reacción de sorpresa, pero no la encontró; sabía exactamente por qué estaba allí. La inteligencia siempre se refleja en los ojos, como si éstos fueran una ventana a la maquinaria de la mente. Hilary Bradley era una mujer lista.

—Es terrible —replicó ella—. Pero no estoy segura de cómo puedo ayudarle.

Cab señaló con uno de sus dedos absurdamente largos por encima de su hombro, hacia las puertas de cristal que daban a la playa.

—Su habitación da a la zona donde se cometió el crimen.

—Ya veo. Bien, entre. Aunque no tengo mucho tiempo, y no creo que pueda serle de ayuda.

Cab agachó la cabeza al cruzar el marco de la puerta, un gesto que tenía que hacer al franquear la mayoría de las puertas. Tras él, Hilary Bradley dejó que se cerrara. Mientras avanzaba hacia el centro de la habitación, tomó nota de la puerta cerrada del baño y del ruido de la ducha, así como de las dos maletas abiertas a medio llenar arrimadas contra la pared. Sobre una de ellas había tirada una camiseta amarillo chillón con un logo de distrito de Columbia. Pasó junto a la cama tamaño King-size hasta el extremo opuesto de la habitación, donde disponía de una excelente vista sobre el golfo a través de las puertas de la terraza. La playa estaba protegida por una red de palmeras con las hojas caídas. Distinguió al equipo forense que trabajaba cerca del agua y reconoció el pelo negro azabache de Lala.

—Bonitas vistas —comentó.

Hilary, que se encontraba a su espalda, no dijo nada. Cab abrió la puerta corredera y salió al patio de piedra cuadrado, cubierto de arena y amueblado con dos sillones y una mesa de metal. Desde allí se podían bajar dos escalones y acceder al camino que llevaba a la playa. Echó un vistazo a las habitaciones de ambos lados, todas disponían de un acceso al agua de similares características. Habría resultado sencillo ir y venir en plena noche sin que nadie viera nada.

Al entrar de nuevo en la habitación se percató de que las dos maletas estaban cerradas. Hilary Bradley esperaba con los brazos cruzados sobre el pecho. Concedía mucha importancia al hecho de no sentarse, y a no invitarle a hacer lo propio. No estaba interesada en que la visita se prolongara.

—Los clientes de esta ala son testigos potenciales —le explicó Cab—. Estamos interrogando a todo el mundo.

—Me temo que yo no vi nada.

—¿Nada de nada?

—No, no miré afuera en toda la noche.

—¿Oyó algo?

—Estaba dormida.

—¿Se levantó durante la noche? ¿Fue al lavabo?

—No.

Cab asintió y dejó que la educada danza siguiera representándose entre ellos. Quería que ella se relajara y no sospechara que su visita tenía un motivo especial. Su marido y ella eran dos de los muchos testigos cuya habitación daba a la playa, no sospechosos relacionados con la víctima. Aun así, Cab albergaba pocas dudas de que ella ya había descubierto sus intenciones y estaba esperando a que lo soltara todo.

Examinó a la mujer que tenía frente a él. Hilary Bradley era lista, y también hermosa, de una forma madura y segura. Parecía unos años mayor que él, quizá tenía cuarenta o a punto de cumplirlos. Su cara era redonda, con ojos azules y finas gafas negras, y de sus orejas colgaban unos pendientes que parecían dos chicles de bola. Vestía un sencillo top color burdeos, mallas de deporte que realzaban sus largas piernas y sandalias. A pesar de su media melena rubia, no era la típica rubia explosiva y no creía que lo hubiera sido nunca, ni siquiera cuando era más joven. Aun así, tenía el atractivo de una mujer que sabía que iba dos pasos por delante en casi todo.

Ella alzó la vista hacia Cab. Debido a su estatura, casi todo el mundo lo hacía. Él se dio cuenta de que le estaba tomando la medida, incluso mientras él hacía lo mismo con ella. La mayoría de la gente le subestimaba. Creían que era un guapito de playa venido a menos; no tenía el aspecto de un hombre que se había licenciado en UCLA en tres años. Veían la gomina en el pelo, la piel exfoliada, el pendiente, el traje, todo ello en la cima de un cuerpo delgado que hacía que los techos parecieran bajos, y lo clasificaban como un metrosexual superficial. A Cab no le importaba. Tampoco creía que Hilary Bradley fuera la clase de mujer que cometiera ese error con él. Su cara permaneció inexpresiva como una máscara mientras lo observaba, pero tenía el aspecto de alguien que no infravaloraba a un adversario.

Cab echó un vistazo a la lista de huéspedes que tenía en la mano.

—No está sola, ¿verdad, señora Bradley? ¿Está su marido con usted?

—Así es. —Su tono era frío.

—¿Se llama Mark?

—Sí.

—¿Es a él a quien he oído en la ducha?

—Por supuesto.

—Me gustaría hablar también con su marido —le dijo Cab.

—Dudo que viera nada.

—¿Cómo lo sabe? Ha dicho que estaba durmiendo.

Hilary frunció levemente el ceño, como si le molestara que la pregunta la hubiera pillado desprevenida.

—Si mi marido vio algo durante la noche me lo habría contado.

—Aun así, querría hablar con él.

—Trataremos de encontrarle antes de marcharnos, detective —respondió ella mientras miraba hacia la puerta. El significado era evidente: quería dar por terminada la entrevista.

Cab se acarició la punta de su protuberante barbilla y permaneció donde estaba.

—¿Le importa si le pregunto qué hacen en Naples?

—Soy profesora de instituto, estamos de vacaciones de primavera. Teníamos algunos puntos de hotel de nuestra tarjeta de crédito y los utilizamos para alojarnos aquí gratis durante una semana.

—Perfecto. ¿Y cómo acabaron eligiendo este hotel?

La observó mientras ella meditaba su respuesta, como si intentara comprender los motivos que le habían llevado a preguntar. O a lo mejor trataba de evaluar cuánto podía decir sin mentir.

—Además de trabajar en el instituto, he sido profesora de baile durante muchos años —explicó al final—. Algunas de mis ex alumnas iban a participar en una competición en el hotel esta semana.

—Y además de entrenar a bailarinas, ¿qué enseña?

—Matemáticas.

—Nunca fue mi asignatura preferida —dijo Cab, lo cual era mentira. Había sido el primero de la clase en todas las materias excepto Geografía. Su cerebro no procesaba las direcciones; necesitaba un plano para encontrar su propio cuarto de baño.

—¿Dónde da clases? —continuó.

—En un instituto en Door County, en Wisconsin.

—¿Dónde está eso exactamente? —quiso saber él.

—Si mira un mapa de Wisconsin, Door County es el dedo meñique. La península se adentra en el agua entre Green Bay y el lago Michigan.

—Parece un lugar bastante hermoso.

—Lo es.

—¿Conoce a los Fischer, una familia de la zona?

Los ojos azules de Hilary adoptaron una expresión gélida. Cab se imaginaba que las aguas del lago Michigan debían de ser frías pero, en comparación con los ojos de aquella mujer, habrían resultado tan templadas como las del golfo.

—¿Cree que soy estúpida, detective?

—¿Disculpe?

—Sé que no está aquí porque nuestra habitación da a la playa. No me imagino al detective al cargo de una investigación por asesinato haciendo el trabajo sucio de interrogar a cientos de testigos potenciales.

Cab sonrió.

—Hay mucho más trabajo sucio del que pueda imaginarse.

—Alguien me ha dicho que la chica muerta es Glory Fischer, y obviamente alguien le ha hablado a usted sobre mi marido y yo.

Cab sonrió.

—Sí, digamos que el nombre de su marido ha salido en la conversación.

—Mark no tiene nada que ver con esto.

—Tal vez no, pero debe entender mi interés, dada su relación con los Fischer. En particular con la hermana de la chica muerta.

—No hubo ninguna relación —insistió Hilary—. Las acusaciones contra él eran falsas.

—La verdad es que no me importa —replicó Cab—. De cualquier modo, levanta sospechas contra él.

—Mi marido no mató a Glory Fischer.

—Si no fuera por el hecho de que ya hemos establecido que usted estaba durmiendo, señora Bradley, así que en realidad no sabe lo que hacía él.

—Conozco a Mark.

—Nadie conoce a nadie —respondió Cab.

—A lo mejor usted no, pero yo sí. No pienso consentir que vuelvan a someter a mi marido a una caza de brujas, detective.

—Yo no me dedico a la caza de brujas. No creo lo que me cuenta nadie, sea bueno o malo, hasta que puedo probarlo de un modo u otro. Así que ahora mismo lo que de verdad me gustaría es que su marido dejara de esconderse tras la puerta del lavabo fingiendo que se está duchando, y que le dijera que saliera para hablar conmigo.

—Le informaré de que está usted aquí —dijo Hilary.

—Si su marido no tiene nada que ocultar, permita que conteste unas cuantas preguntas.

—Ya me ha mentido sobre sus razones para venir aquí, detective —le espetó ella—, así que ahórreme su discurso de «nada que ocultar». Mark y yo no confiamos en la gente más que usted. Hemos aprendido que sólo podemos confiar el uno en el otro.

—He visto muchas esposas que creen eso —comentó Cab—. Todas acabaron decepcionadas.

—¿Le parece que tengo el aspecto de una joven ingenua de veinticinco años?

—No, no lo tiene —contestó él.

—Entonces no me trate como si lo fuera.

Cab se metió la mano en el bolsillo.

—Antes o después su marido tendrá que responder algunas preguntas. Aquí tiene mi tarjeta; dígale que me llame. No se molesten en marcharse hoy: tendrían que coger un vuelo de vuelta.

—¿Ha terminado?

—No. Si su marido no va a responder, entonces le preguntaré a usted. ¿Sabía que Glory Fischer y su hermana estaban en el hotel?

—He dicho todo lo que pienso decir por ahora —replicó Hilary.

—Está dibujando una diana en la espalda de su marido. Ambos están actuando como si fueran culpables.

—Ya me ha dicho que no iba a creerme, así que ¿por qué debería decir nada?

Antes de poder responder, Cab oyó sonar el teléfono en el bolsillo interior de la chaqueta de su traje. Era Lala. La escuchó, consciente de que la voz de la policía cubana sonaba lo bastante alta como para oírse en toda la habitación. No le importaba. Al colgar, se dio cuenta de que la expresión de los ojos de Hilary Bradley había cambiado. Había seguido el hilo de la conversación, y ahora estaba incómoda. Y preocupada.

—No creo que estuviera durmiendo, señora Bradley —le anunció—. Creo que se despertó y vio que él se había ido.

—Hasta luego, detective.

—La llamada era de uno de mis investigadores. Ya ha oído lo que ha dicho: tenemos un testigo. Un empleado del hotel vio a Glory Fischer saliendo hacia la playa. La cuestión es, ¿qué más vio?

Hilary no dijo nada.

Cab dio un golpecito con el pie a una de las maletas del suelo, que estaban abiertas cuando había llegado.

—He visto la camiseta amarilla sin mangas. ¿Era eso lo que llevaba su marido? Es difícil no distinguirla, incluso de noche.

Ella cruzó los brazos sobre el pecho y permaneció en silencio. El rubor cubrió su cara.

Cab se dirigió hacia la puerta de la habitación. Al pasar junto a la puerta cerrada del baño, llamó con fuerza.

—No crea que podrá esconderse siempre detrás de su mujer, señor Bradley. Cuanto antes hable conmigo, más fácil será.

Abandonó la habitación sin obtener respuesta.

Mark esperó a oír el ruido de la puerta del dormitorio al cerrarse. Luego salió del baño completamente vestido y encontró a su mujer sentada en el borde de la cama. El cansancio y la tensión se reflejaban en su rostro. Había visto esta expresión durante semanas el año anterior, cuando ambos se enfrentaban a sus acusadores en la escuela.

—¿Lo has oído? —preguntó ella.

Mark asintió. Su frustración estaba a punto de desbordarse y tenía ganas de aporrear la pared.

—Tiene razón. Debería haber salido y haber hablado con él. No me gusta esconderme, Hil. Yo no soy así.

Ella negó con la cabeza.

—Sólo estaba pulsando algunas teclas, tratando de incitarnos a decir alguna estupidez. Mira, llamaré a mi padre y conseguiré el nombre de un abogado defensor aquí, en Naples. Seguro que esto está lleno de residentes temporales procedentes de Chicago. Hablaremos con él y entonces decidiremos qué hacer.

—Los culpables son los que contratan un abogado.

—No, son los inteligentes —replicó ella—. Sólo trato de protegernos.

Mark miró las maletas del suelo.

—No podemos marcharnos.

—Llamaré a recepción y preguntaré si podemos quedarnos otra noche.

—¿De verdad tiene un testigo? ¿O era sólo un juego mental?

—No lo sé. La persona que le ha llamado dijo que alguien del hotel vio a Glory, pero podrían haber amañado la llamada.

—Si alguien me vio con ella… —A Mark se le cortó la voz.

—Si alguien te vio con ella, a lo mejor también te vio marcharte. A lo mejor vio quién hizo esto en realidad.