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Hilary Bradley permanecía inmóvil, sentada en el sofá de su habitación del hotel, mientras Mark entraba y salía del rayo de luz moteado de polvo que penetraba por la terraza. No habían hablado. Escrutó la expresión de inquietud en el rostro de su marido, que respiraba muy deprisa y haciendo mucho ruido; estaba asustado. Era como retroceder al año pasado, cuando se sentaron juntos en su casa de Washington Island y se enfrentaron a los rumores sobre Mark y Tresa.

«Otra vez no».

No hacía falta que se dijeran nada para saber lo que iba a ocurrir. Hilary podía verlo con claridad diáfana. Las acusaciones estaban a punto de llover sobre Mark en forma de tormenta. Una llamada a la puerta. Preguntas. Sospechas. Esta vez sería incluso peor que el año anterior, porque el nombre de Mark ya estaba relacionado con las adolescentes y el sexo; y porque esta vez había ocurrido algo malo de verdad. Este año no habría lugar para los «ella dijo» y «él dijo».

Había una chica muerta en la playa. Alguien la había matado.

Mark se detuvo en el centro de la alfombra. Había cerrado la puerta de cristal que daba a la playa, y el aire de la habitación era frío y aséptico. Sus ojos se encontraron. Ella vio cómo la ira y la preocupación pugnaban en su rostro. Mark dio dos pasos con sus largas zancadas y se arrodilló frente a ella, la tomó de las manos y se las apretó con fuerza.

—Tengo que decir algo.

Hilary estaba tranquila.

—Dilo.

—Yo no lo he hecho —le aseguró Mark—. Nunca pensé que tendría que volver a pedírtelo, pero necesito que tengas fe en mí. Tienes que creerme.

—Te creo.

Él volvió a ponerse en pie, aliviado, y ella esperó que no dudara de su sinceridad ni se preguntara si su expresión ocultaba algo. No estaba mintiendo.

Un año antes, sus amigos la habían tachado de ingenua cuando les contó que no creía que Mark se hubiese acostado con Tresa Fischer. Él lo negaba; ella le creía. Ambos se habían comportado como unos estúpidos al dejar que Tresa se acercara a ellos más que sus otros estudiantes, lo cual era un error que Hilary siempre había jurado no cometer cuando fuera profesora. Pero Mark y ella eran nuevos en Door County y deseaban encajar en la vida de la pequeña localidad. Tresa era sincera, lista, sosegada; era bonita, pero de ella no emanaba una carga sexual o salvaje como de su hermana pequeña Glory. Le habían prestado atención, y Tresa, que no recibía mucha en casa, se dejó querer.

Hilary se dio cuenta enseguida de que Tresa se estaba enamorando como una adolescente de su marido. No era la primera vez. Las mujeres, jóvenes y mayores, se sentían atraídas por Mark, pero él nunca mostraba inclinación alguna a coquetear. No había considerado que las emociones de Tresa constituyeran una amenaza, porque la conocía demasiado bien y no la creía capaz de fingir sus sentimientos. Su afecto por Tresa la había llevado a olvidar la primera regla de las adolescentes: no eran niñas que estuvieran convirtiéndose en mujeres; eran mujeres vestidas de niña. Tampoco esperaba que las fantasías de Tresa por sí solas pudieran causarle problemas a su marido.

Y entonces la madre de Tresa, Delia, encontró el diario de su hija.

Cuando no bailaba, Tresa siempre estaba escribiendo. Mark era su profesor de Lengua y de Arte. La había animado a escribir relatos cortos, y Hilary y él habían leído algunas de sus historias, protagonizadas por una detective adolescente que se parecía mucho a ella. Sin embargo, ninguno de los dos se había dado cuenta de que, al mismo tiempo, Tresa estaba escribiendo otras historias. Se había inventado un diario imaginario en su ordenador en el que relataba los detalles de su apasionada aventura sexual con su profesor. Era erótico y explícito. Describía sus citas, el modo en que él la tocaba, cómo respondía su cuerpo, las cosas que él le decía, las cosas que ella le decía a él.

Era el despertar sexual de Tresa reflejado en las páginas de su diario, y era lo bastante convincente para ser real. Cuando Delia Fischer lo encontró en el ordenador de Tresa, llegó a la conclusión obvia: Mark Bradley se estaba acostando con su hija de diecisiete años.

Delia se enfrentó a Tresa, pero la negativa evasiva de ésta la convenció de que estaba encubriendo la relación. No fue a ver a Mark para hablar con él; se dirigió directamente al director, la junta escolar, la policía y los periódicos. Frente a las alegaciones de conducta inadecuada, sexualmente criminal, las negativas de Mark no tenían ningún peso. Nadie le creyó. Los detalles íntimos reflejados en el diario hablaban por sí solos. Lo único que le salvó de la imputación y la cárcel fue la terca insistencia de Tresa en que el diario era una fantasía y que nunca había mantenido una relación sexual con Mark. Sin su testimonio, no había caso que llevar ante el tribunal.

Aun así, los desmentidos de Mark y Tresa no cambiaron la opinión de muchos habitantes de Door County sobre qué había pasado en realidad entre ellos. Cuando Tresa hablaba de Mark, cualquiera que escuchara se daba cuenta de que estaba enamorada de él. Para su madre, y para las autoridades escolares, eso sólo podía tener un significado: lo estaba protegiendo.

Mark consiguió librarse sin cargos, pero el director, los profesores y los padres del instituto Fish Creek no tenían intención de dejarlo al frente de una clase. Según el convenio sindical, como profesor de segundo año sin contrato fijo no tenía ningún derecho. Al terminar el curso, ocurrió lo que estaba esperando.

El hacha cayó. La excusa oficial fueron los recortes de presupuesto, pero toda la península conocía la verdadera razón. Todos sabían qué clase de persona era Mark Bradley, y nadie iba a dejar que se aprovechara de otra adolescente.

Tras el despido de Mark, el primer impulso de Hilary fue dimitir, pero eso les habría dejado sin ingresos. Tampoco quería dar a nadie de la escuela la satisfacción de verles esconder la cola entre las piernas y echar a correr, como si de algún modo eso justificara la hostilidad hacia ellos, como si con esa reacción admitieran su culpa. Se quedó. Pero desde entonces, había transcurrido un largo año de rechazo. Se acercaba el final de su tercer año en el distrito, y sabía que la decisión sobre su propio contrato se acercaba. Aunque se lo mantuvieran, Mark y ella se estaban planteando seriamente la posibilidad de marcharse. Él no tenía perspectivas de trabajo. Ella estaba harta de vivir bajo una sospecha constante.

La razón que les ataba era que amaban su hogar en Washington Island. Les encantaba Door County. Se habían mudado de Chicago a la península porque era el lugar exacto donde querían vivir. Pero Hilary no sabía si era posible quedarse en un sitio donde nunca serían bienvenidos.

Luego estaban las dudas, las preguntas. La seguían a todas partes. Incluso con el puñado de amigos que aún le quedaban se producían a veces silencios incómodos, como si le dijeran: «¿Estás segura?».

¿Estás segura de que es sólo una fantasía? ¿Has leído el diario? Era tan detallado, tan preciso, tan explícito sobre sus encuentros sexuales… ¿Y si había ocurrido de verdad?

Ésa era una pregunta que Hilary se negaba a plantearse. Ni siquiera permitía que penetrara en su mente. Conocía a su marido; si él decía que no había existido ninguna aventura, no había existido. Pero también sabía que Mark tenía miedo de que al final ella acabara por creerse las mentiras. Entonces ambos serían absorbidos por la nube de los juicios.

Por esa razón, el primer día ella le había dicho cómo se sentía. Nunca más. Si tienes que decirlo más de una vez, ya no es de corazón.

«Confío en ti».

—Explícame lo que pasó —le pidió Hilary.

Mark meneó la cabeza.

—Hil, no lo sé. Ojalá lo supiera.

—Empieza por el principio. ¿Viste a Glory en la playa?

Él asintió.

—Sí.

—¿Hablaste con ella?

—Sí, pero fueron sólo un par de minutos.

—¿Por qué no me lo has contado durante el desayuno? —le preguntó controlando el tono de voz. No quería que él percibiera ningún matiz de acusación.

Mark vaciló.

—Debería haberlo hecho, pero no estaba preparado para desenterrarlo todo de nuevo. Por ti, o tal vez por mí. No creía que fuera importante, porque no pasó nada. La vi, y luego me marché. Por lo que yo sé, ése fue el final de la historia. No tengo ni idea de quién la mató.

—¿Qué ocurrió entre vosotros dos?

Mark se sentó a su lado en el sofá y se quedó mirando la alfombra.

—Glory estaba borracha. No me pareció seguro que anduviera por ahí fuera en ese estado, así que intenté convencerla para que volviese al hotel conmigo. No me hizo caso.

Hilary captó la tensión en el modo en que su marido se mantenía erguido. Tenía el cuerpo rígido como si fuera un muelle. Había algo que no quería contarle, y ella aventuró de qué se trataba:

—Glory se te insinuó, ¿verdad?

Mark dejó escapar un sonoro suspiro.

—Oh, mierda.

—Cuéntamelo.

—Sí. No paraba de pedirme que nos acostáramos. Le dije que no.

—Vale —dijo Hilary—. Mira, los dos sabemos que comparada con Tresa, Glory es la desmandada. Estoy segura de que le atraía la idea de seducir al hombre del que estaba enamorada su hermana.

—No pasó nada —insistió él.

—Ya lo has dicho.

—Estuvimos hablando casi todo el rato, aunque sí hizo una cosa: se quitó la pieza superior del biquini.

Hilary cerró los ojos.

—¿Y tú qué hiciste?

—Nada. Fin de la historia. Dejé de intentar convencerla para que volviera al hotel conmigo. Me marché. —Y añadió—: La cosa se estaba descontrolando, Hil. Tenía que largarme.

—No te culpes —le pidió.

—Lo hago. Debería haberle dicho a alguien que ella estaba ahí afuera, pero amenazó con contar que nos habíamos acostado. Dijo que nadie me creería, y tenía razón. No quería arriesgarme, no después de lo del año pasado. No quería meterme en una situación así. Ni a ti.

«De todos modos estamos metidos en ella», pensó Hilary, pero no hacía falta que lo dijera en voz alta; Mark podía leerle el pensamiento.

—Van a venir a por mí —dijo él—. Saben que estoy en el hotel. La policía dibujará una diana en mi pecho.

—Probablemente estés en lo cierto —convino ella—, pero no nos dejemos llevar por el pánico, ¿de acuerdo? ¿Alguien te vio salir de la habitación? ¿Alguien te vio en la playa o cuando volvías?

Observó cómo él reconstruía sus pasos mentalmente.

—No lo sé. Tal vez hubiera un empleado del hotel en la terraza cuando salí de la habitación, pero eso está a unos doscientos metros. No estoy seguro de si me vio ni si me reconoció.

—¿Viste a alguien con Glory en la playa? —preguntó Hilary—. Alguien la mató; quienquiera que fuese debía de estar observándoos.

Mark negó con la cabeza.

—No vi a nadie.

Ella percibió el titubeo en su voz.

—¿Pero?

—No lo sé. Tuve la sensación de que nos miraban. Me pareció que Glory veía a alguien, pero yo no distinguí a nadie.

—¿Habló de alguien más?

—Sólo de Tresa —respondió él—. Y de su novio, Troy Geier.

—¿Qué dijo?

—Me explicó que Troy era celoso. Y dijo… bueno, dijo que Tresa nos había visto durante la actuación y se había puesto nerviosa. Por eso no lo hizo muy bien.

Hilary asintió. De hecho, se había sentido culpable por estar entre el público durante la actuación de Tresa. A pesar de lo sucedido, la chica seguía gustándole y le disgustaba ver que las cosas le salían mal.

Mark se apoyó en el respaldo del sofá y miró al techo. La habitación estaba sombría y fría.

—¿Y ahora qué hago?

—Ahora mismo, nada —dijo Hilary.

—Debería contarle lo que sé a la policía —insistió Mark. Luego hizo una pausa—. ¿O crees que sería mejor que me callara? Quiero decir que si nadie me vio…

Dejó que el pensamiento se desvaneciera, pero ella sabía lo que estaba pensando. Si nadie le había visto en la playa, ¿era necesario meter la cabeza entre las fauces del león admitiendo que había estado allí con Glory?

—Tenemos que hablar con un abogado —decidió Hilary—. Ahora mismo. Hoy. Hasta entonces, creo que lo mejor es que no digas nada. No mentimos, pero tampoco proporcionamos información motu proprio. ¿De acuerdo?

Mark asintió.

—De acuerdo.

—Superaremos esto —le aseguró ella.

Él frunció el ceño y dijo lo que pensaba:

—Va a ser igual que el año pasado, Hil; lo sabes. Todo el mundo pensará que soy culpable.

—No lo eres.

—No estoy seguro de que podamos permitirnos esto.

—Lo sé.

Mark se inclinó para abrazarla, pero ambos dieron un respingo antes de poder hacerlo. Alguien llamaba con insistencia a la puerta de la habitación.

Hilary lo supo sin necesidad de escrutar por la mirilla. Había comenzado.