En razón de la presente edición
por Berthold Spangenberg
A finales de 1974, el quinto año de prohibición de la novela de Klaus Mann «Mefisto», trabajábamos en la recopilación de la correspondencia de Klaus Mann, editada por Martin Gregor-Dellin.[1] Con gran sorpresa encontramos una carta escrita casi cuarenta años antes por Hermann Kesten.[2] Iba fechada en Amsterdam el 15 de noviembre de 1935, y dirigida a Klaus Mann, residente en la misma ciudad. Decía:
«Ahora pasemos al aspecto menos modesto de mi carta, por lo que pido perdón de antemano. Como Landshoff[3] me dijo que Vd. buscaba un nuevo tema para su novela y yo también ando rumiando para mí, para mi próxima novela, rumia rumiando encontré algo que creo que yo trataría muy mal, y Vd. en cambio muy bien. Para abreviar, creo que no estaría mal escribir la novela de un arribista homosexual en el Tercer Reich, y precisamente me ronda la figura, ya enfocada literariamente por Vd. (según me dijeron), del Sr. Gründgens, Principal del Teatro Nacional[4] (Título: «El Principal»). Mi idea no es que Vd. escriba una voraz sátira política, sino una novela casi apolítica, al estilo del inmortal «Bel-Ami» de Maupassant, que ya le sirvió a su tío para descubrirnos el delicioso «País de Jauja». No veo a Hitler, Goring o Goebbels, como personajes de novela, ni «agitprop», ni topos comunistas, ni Münzenbergiadas[5], pero sí veo algo así como el asesinato de aquel actor berlinés, cuyo nombre ahora no me viene a la memoria.[6] Todo visto a través del espejo irónico de una gran pasión oculta pero presente. Nació de exposiciones políticas ni sátira social. Sátira, sí, de ciertas figuras homosexuales. Sátira del trepador, quizá de muchos tipos de arribista. En resumen: contarle a la calle cómo se llega a Principal.
Creo que un tema así a Vd. le saldría muy bien, y que augura mayores posibilidades al situarse en el Tercer Reich. Hablé de ello con Landshoff y opina lo mismo que yo. También él le va a escribir.
Me alegraría mucho si con ello logro darle una vaga idea para una novela de ambiente teatral.»
Sobre nuestro descubrimiento escribí yo a Hermann Kesten el día 3 de diciembre de 1974:
«Por cierto: su carta del 5 de noviembre de 1935 contiene la “provocación” que llevara a la novela «Mefisto». ¡Es una pena que no haya estado en nuestro poder en el momento del proceso! En algunos de los jueces pesaba demasiado el prejuicio de que sólo se pretendía injuriar y desprestigiar a Gründgens. Si se hubiera podido aclarar, tal como se deduce de su carta, que la idea vino de fuera, más aún, de un escritor que antepone el problema artístico a todo lo demás, quizás el proceso hubiera tenido otro desenlace. ¿Sabe Vd. que el Tribunal Constitucional rechazó nuestra demanda con una decisión de tres votos contra tres, y que la obra sigue prohibida en la República Federal Alemana? En la República Democrática Alemana y en Suiza aparece sin dificultades. Por cierto, es curioso que Vd. no haya reconocido, o lo haya hecho demasiado tarde, que la idea de «Mefisto» partió de Vd. Aun en el libro de Recuerdos,[7] que contiene su excepcionalmente bella caracterización de Klaus Mann, escribe Vd. literalmente “sin duda inspirado por el carácter teatral del régimen nacionalista”. Pero lo inspiró Vd., como lo muestra la carta en cuestión.»
Hermann Kesten contestó que ciertamente lo había olvidado por completo.
Ya estamos, pues, en la polémica en torno a «Mefisto. Novela de una carrera», el caso que ha ocupado a la justicia y a la opinión pública durante casi ocho años, entre 1964 y 1971.
Una descripción breve del suceso: la novela, escrita en 1936, apareció ese mismo año en la editorial Querido, Amsterdam, y en lengua alemana. Más tarde, se hicieron traducciones a varias lenguas. Hasta estos momentos existen once traducciones. En Alemania la novela apareció por primera vez en 1956, editada por la editorial Aufbau, de Berlín-Este. A finales del verano de 1963, la editorial Nymphenburger anunció la próxima aparición de las obras de Klaus Mann. En la edición se incluía «Mefisto».
El 31 de marzo de 1964 Peter Gorski, como hijo adoptivo y heredero del actor Gustaf Gründgens, fallecido medio año antes, presentó una demanda contra la editorial ante el juzgado hamburgués para impedir la aparición del «Mefisto» en la República Federal Alemana. En una sentencia del 25 de agosto de 1965 se rechazó la demanda. Como consecuencia de ello, la editorial publicó una edición de 10.000 ejemplares. Peter Gorski apeló contra la sentencia, e intentó impedir la distribución por medio de una disposición provisional. La Audiencia Territorial decidió que la novela tuviera que aparecer, hasta la promulgación de la sentencia definitiva, con el siguiente prólogo:
«Al lector
El autor Klaus Mann se exilió voluntariamente en 1933 a causa de sus ideas, y escribió esta novela en Amsterdam en 1936. Desde su visión de entonces y su odio a la dictadura de Hitler presentó una imagen crítica de la Historia del Teatro en forma novelada. Aunque hay innegables parecidos a personas de aquella época, fue él quien creó con su fantasía literaria a los personajes de su novela. Esto concierne especialmente a la figura del protagonista. Los sucesos y las ideas que se atribuyen a este personaje son producto de la fantasía del autor. Por ello ha añadido a su obra osta aclaración: “Todos los personajes de este libro representan tipos, no retratos”.
El editor»
Como editor sentí la declaración, formulada por un juez, como un ataque al derecho personal de Klaus Mann, pero hice añadir el prólogo a los ejemplares que quedaban. A pesar de ello, el mismo juzgado prohibió totalmente la obra por sentencia del proceso el 9 de junio de 1 966, es decir, aún con el prólogo de la editorial. El Tribunal Federal confirmó la sentencia en la revisión. Aplicó el derecho de protección póstuma a la personalidad y lo declaró preferente al derecho de libertad artística, a la que se había remitido la editorial en nombre de Klaus Mann y en el mío como editor.
A mediados de 1968 el abogado Gerd Arras apeló en nombre de la editorial ante el Tribunal Constitucional. El escrito no sólo trataba aspectos jurídicos, sino que aportando ejemplos se ocupaba del proceso de creación artística, especialmente en el caso de la literatura (con especial atención a la novela como reflejo de la realidad), ocupándose también del problema del realismo, es decir, de la relación entre la realidad y su reflejo artístico. La decisión se leyó el 24 de febrero de 1971.
Tres de los seis jueces constitucionales consideraron fundada la apelación y los tres restantes infundada. Cuando existe igualdad de votos se rechaza la apelación. Pero de los tres jueces que consideraron, como nosotros, una violación de los derechos fundamentales por parte de la sentencia, dos, el Profesor Dr. Erwin Stein y Wiltraut Rupp von Brünneck, hicieron uso de sus recursos legales para plasmar por escrito su opinión divergente. Estos escritos se añadieron al fallo del tribunal y se presentaron el 13 de julio de 1971. En aquella época escribió un periódico:
«El editor ha considerado este proceso políticamente desde el principio, según nos ha declarado. La decisión del Tribunal Constitucional parece sintomática de la situación en la que se encuentra la República Federal de Alemania en la línea divisoria entre reacción y progreso. En este sentido, la sentencia representa en verdad un texto negativo.»
El periodista que me había entrevistado, Erhard Becker[8], vio por sí mismo «la situación preocupante bajo el signo de las leyes fundamentales de la Constitución mejor y más libre que ha tenido Alemania, por su desesperante semejanza con la vigente en 1936, cuando «Mefisto» contaba entre los libros prohibidos en Alemania, y su autor, Klaus Mann fue privado de su nacionalidad y despreciado. Hoy se le aprecia de nuevo. Sin embargo, su libro continúa prohibido por otras razones que las políticas, porque la honra del actor y Principal Gustaf Gründgens tenía más peso que la libertad del arte.»
Ahora, diez años más tarde, y después de que una importante personalidad del teatro actual, la directora de teatro Ariane Mnouchkine, tras haber leído la versión francesa de «Mefisto» recrease el tema en forma de drama, veo yo las opiniones de 1971 confirmadas.
A la confrontación de los dos ex amigos, Klaus Mann y Gustaf Gründgens, se la ha llamado «duelo de muertos». De hecho Gustaf Gründgens no apeló a los tribunales en su momento, y los indicios hacen suponer que jamás hubiera apelado; pero había tomado algunas medidas después de la edición de Aufbau en Alemania Oriental, para impedir a dos o tres editoriales que publicasen la novela. En el momento de la presentación de la demanda, los dos «duelistas» estaban ya muertos. Klaus Mann se suicidó en 1949 en Cannes, Gustaf Gründgens murió en 1963 víctima de una sobredosis de barbitúricos en Manila, mientras realizaba un viaje alrededor del mundo.
Esta disputa levantó curiosidad póstuma por su significado político: un emigrante contra un alto dignatario del Tercer Reich, que había ayudado a perseguidos políticos y que había salvado, a ojos de muchos contemporáneos, el teatro alemán contra los embates del Tercer Reich. Pero hay, además, un aspecto familiar. Gustaf Gründgens se había casado con Erika Mann, hermana de Klaus. El matrimonio se divorció en 1929.
Y otra tragedia se sumó a todo ello: una de las causas que llevó a Klaus Mann al suicidio fue el que un editor de Berlín Occidental rehusara la publicación previamente aprobada de «Mefisto». El editor había querido publicar la obra, pero se trasladó, por causas políticas, a Baviera. Desde allí escribió a Klaus Mann el 5 de mayo de 1949:
«Desde aquí no es fácil lanzar «Mefisto», pues el señor Gründgens desempeña aquí un papel muy importante… Desde Berlín se habría podido lanzar fácilmente una obra así: pero en el oeste esta acción no es nada fácil».
Klaus Mann le contestó el 12 de mayo de 1949, nueve días antes de su muerte:
«Muy respetable Sr. Jakobi:
¡Su carta del 5 de mayo es impagable! Así que ahora a imprimir una novela se le llama «lanzar una acción». Esta acción, cree Vd., «no es nada fácil» en lo referente a «Mefisto» y por tanto, hay que ocultar la obra. ¿Por qué? Porque el Sr. Gründgens… «desempeña un papel muy importante».
¡A eso lo llamo yo lógica! ¡Y valor cívico! ¡Y fidelidad al contrato! No sé lo que me decepciona más: si la bajeza de sus convicciones o la ingenuidad con que Vd. las confiesa. Gründgens tiene éxito: ¿Por qué iba Vd. a editar un libro que parece dirigido contra él? ¡No hay que arriesgarse! ¡Siempre con el poder! ¡Hay que nadar a favor de la corriente! Ya se sabe a dónde puede conducir lo contrario: a uno de aquellos campos de concentración, de los cuales después se pretende no haber sabido nada…
Le ruego tenga la delicadeza de devolverme inmediatamente el ejemplar de «Mefisto» que le confié (una rareza) a la dirección del encabezamiento.
Por favor, no me vuelva a escribir.
Mis respetos
Klaus Mann»
Precisamente esta carta la pone Ariane Mnouchkine al comienzo de su versión dramática de «Mefisto» (1979), que atrajo más de doscientos mil espectadores al Théátre du Soleil en Vicennes, que en 1980 fue representada en Berlín y Munich, y se dio a conocer al gran público alemán por las retransmisiones en televisión. El texto de esta adaptación escénica de la novela se encuentra en «edition Spangenberg».
El proceso de «Mefisto» es el proceso literario más famoso después de la guerra. Las reflexiones sobre la naturaleza del acto creativo desempeñan un papel muy importante en él.
Curiosamente, tanto la Audiencia Territorial como la Federal pensaron que a Klaus Mann, de haber vivido, le habría parecido bien reescribir la novela de manera que Gustaf Gründgens ya no se reconociera en el personaje central, Hendrik Hofgen. Pues la reedición en la versión original habría supuesto en aquel momento (1965) repetir la deshonra y difamación de Gründgens que se había producido con las anteriores ediciones.
La Audiencia Federal añadió que con el tiempo palidecería el recuerdo del actor, y con ello sus derechos de imagen personal. Al menos, la potestad del demandante Gorski para reclamar la defensa de la fama social del difunto estaba limitada en el tiempo. Pero la Audiencia Federal consideró también que el libro transmitía en el momento de la sentencia una imagen negativa del carácter y la vida de Gustaf Gründgens.
Estas formulaciones, que aquí se reflejan en la expresión de los tribunales, nos llevan a la cuestión central del proceso: ¿Se trata aquí de una novela real sobre la carrera de Gustaf Gründgens? Y si así fuera, ¿hasta qué punto existe una descripción de la vida de Gründgens, una documentación que (según las palabras del demandante) está «falseada»? ¿O en realidad la obra es «un libelo en forma de novela» (palabras del demandante, de las que se sirvió el tribunal)? La duda entre estas dos posibilidades, la forma artística de la novela y la simple documentación, que tiene que ser exacta, condujo, tal como mostró la juez constitucional Rupp von Brünneck, a contradicciones lógicas en las sentencias de las dos altas instancias. Klaus Mann ha hablado en su autobiografía «La época crítica» de cómo su ex cuñado le sirvió de referencia. Desgraciadamente hasta mucho después de la sentencia de la Audiencia Federal no se encontró una cita muy anterior del autor sobre este tema. En un telegrama enviado en junio de 1936 a la redacción del Pariser Tageblatt, decía:
«No es una novela en clave. Una explicación necesaria de Klaus Mann.»
«Estimada redacción:
Es una alegría para mí que la primera novela del nuevo Pariser Tageszeitung, periódico fundado con tanta valentía, empuje y energía, sea mi «Mefisto». Pero tengo que confesar a Vds., y sobre todo a nuestros lectores, que mi gozo se ha visto ensombrecido por la forma sorprendente y poco afortunada en que Vds. anunciaron mi obra en sus columnas. Con sobresalto observé que iniciaban el anuncio con las palabras: “Una novela en clave”. ¿Una «novela en clave»? ¿Cuándo un escritor que merezca tal nombre habría escrito algo para verlo publicado bajo denominación tan poco honrosa? Tengo que protestar en nombre de la dignidad de su periódico, en nombre de nuestros lectores, que son demasiado exigentes como para querer divertirse con «novelas en clave» y finalmente también en nombre de mi propia dignidad.
Me siento obligado a declarar solemnemente: Cuando escribí «Mefisto. Novela de una carrera» no me interesó narrar la historia de un hombre determinado. Me interesaba describir un tipo y con él los diferentes medios (mi novela no se limita a los fascistas) y las premisas sociológicas e intelectuales que hicieron posible una evolución semejante.
En su anuncio dice desgraciadamente que mi «Mefisto» muestra los «rasgos» de un determinado actor, que hoy vive en Alemania y tiene mucho éxito; no quiero repetir su nombre. Sí, efectivamente he conocido a dicho actor. ¿Pero qué puede significar hoy para mí? Quizás una decepción personal; quizá ni siquiera eso… ¿He caído tan bajo como para escribir novelas sobre vidas privadas? ¿Mi decepción, mi ira, mi dolor son tan indeterminados, tan «privados», que se ocupan de individuos con los cuales me enfado por esto o lo otro, y de los cuales me vengo en forma de «novela en clave»?
Mi dolor, mi ira y mi desesperación apuntan a cosas más importantes que un determinado actor, por mucho que haya ascendido a Principal de un Teatro Nacional. Si lo que hago es resumir las experiencias y sentimientos que nos han traído estos tres amargos años, si los resumo en una figura que no pretendo sólo polémica, sino también épicamente configurada; si lo que hago es una creación literaria, sólo puede suceder con una figura literaria, representativa, es decir: inventada.
No, mi Mefisto no es ése o aquél. En él confluyen muchos «rasgos» diversos. No se trata de un «retrato», sino de un tipo simbólico. El lector juzgará, si se trata también de una persona con vida propia, un personaje visto y configurado artísticamente.
El lector, a quien dirijo abiertamente estas líneas, habría advertido, creo, sin estas mis «explicaciones», que la calificación de «novela en clave» tiene muy poco que ver con mi obra narrativa. Sin embargo, había que darlas. Más importante que cualquier consideración táctica y que cualquier tipo de prevención, me parece esencial (hoy más que nunca) que nosotros (precisamente en el exilio) vigilemos por nuestro honor de escritores e intelectuales y lo defendamos apasionadamente contra las torpezas que puedan producirse entre camaradas en las «precipitaciones de la lucha», ya que no podemos protegerlo de la maldad y la infamia en nuestro país.
Con mis mejores saludos y buenos deseos para su labor.
Suyo,
K. M.
El acusador se había apoyado con éxito visible en el comentario escrito por el periodista Paul Hühnerfeld[9] con motivo de la edición de Aufbau (1956). Según él, la novela es «un testimonio de la venganza privada de un hermano cegado por el resentimiento, que cree deshonrada a su hermana». En contra, no sólo habla en estos momentos la historia de la idea para «Mefisto» revelada por la carta de Kesten, sino también una declaración jurada de Erika Mann, según la cual ella y su hermano mantuvieron el contacto amistoso con Gustaf Gründgens hasta poco antes del exilio.
Esta interpretación del odio político como odio privado, se puede relacionar con la sentencia como «resultado de un sublime proceso de represión» según lo definió W. F. Schoeller. Uno de los más conocidos críticos de la justicia, el Presidente del Tribunal Supremo de Stuttgart, Richard Schmid[10] lo ha expresado así: «La decisión me parece una muestra de lo que Pascal quiso decir con la frase: Tout notre raisonnement se réduit á céder au sentiment. El sentimiento hablaba, según parece, a favor de Gründgens y en contra de Mann».[11]
Y un no menos conocido jurista crítico, el Fiscal General de Hessen, Fritz Bauer[12], expresó ya en 1966 (sobre la sentencia de la Audiencia Territorial):
«El que Klaus haya visto subjetivamente a su cuñado es obvio, es asunto del artista, del historiador, en el fondo no se puede evitar. Yo no he comprendido nunca la seguridad del historiador; cada indicación sobre si aquí es Wallestein o Johan Wolfgang von Goethe, es siempre subjetiva, la pura verdad no se podrá comprobar nunca, la verdad surge de la discusión y la sentencia de Hamburgo viola el derecho a la discusión, el derecho a formar opinión sobre un hombre como Gründgens.
He lamentado profundamente, y una parte de la prensa lo ha subrayado también, el que aquí se hayan impuesto criterios políticos, que se le haya reprochado a Klaus Mann el ver a Gründgens desde la óptica de los exiliados, lo que en el fondo representa un elemento irracional —aunque realmente represente lo dudoso de esta sentencia—. Que los exiliados hayan visto las circunstancias en Alemania de manera distinta que los no-emigrantes es muy natural. Lo que tiene valor histórico y literario es: ¿Cómo veía la emigración la patria abandonada? El testimonio de esa visión es una aportación a la historia y a la psicología social de nuestro tiempo… La respuesta sólo puede ser que la línea de separación entre la libertad de prensa y los derechos de la personalidad no puede situarse en la pretensión de un hombre a mantener una imagen fija y determinada. Cada uno de nosotros cambia en su historia, o su imagen cambia en la Historia, y tanto escritores como autores deben defenderse con manos y uñas contra que se les fijen límites de antemano, contra que se les imponga de buen principio una imagen determinada de una persona. No hace falta decir lo discutida que es la imagen de Federico el Grande. ¿Cómo aparece Federico el Grande en la literatura nacionalista germánica? ¿Cómo aparece Bismarck… o, mejor dicho, cómo ve Golo Mann a Bismarck?
¿Tendrán que venir ahora los herederos de Bismarck y decir que la figura de Bismarck configurada por Golo Mann está del todo desfigurada, que es negativa? A mi parecer, debe prevalecer también aquí, como principio fundamental, el derecho a la libre expresión. No hay derecho de imagen propia cuando se trata de una personalidad de significación histórica; todo personaje con significación histórica, tanto de hoy como del pasado, tiene que aceptar ser visto y juzgado con ojos subjetivos. Con ello sólo he querido situar el problema.»
Muy al contrario que Bauer, no opino que en el proceso se infiltrara el factor político, sino que lo político estaba allí desde el principio. Se trataba precisamente de un proceso político, por la simple razón de que la novela es política por los cuatro costados. En el prólogo que escribí a la adaptación dramatúrgica de la novela por Ariane Mnouchkine indiqué que el medio teatral evidenciaba lo político del tema, que la «obra elegiaca» de una artista no alemana nos había impartido una pequeña lección a nosotros y a los jueces.
Sólo los jueces de primera instancia (la Audiencia Territorial de Hamburgo) gozaron del privilegio de ser lo suficientemente jóvenes para no caer bajo las sombras del pasado. Ante los demás tribunales la libertad del arte tuvo que retroceder ante la protección de una personalidad (fallecida) y el honor individual. Finalmente, nuestra apelación a las instancias constitucionales se vino abajo ante un concepto del arte muy poco «creativo» (en el sentido más literal), que hizo que una obra de arte como «Mefisto» fuera medida por los jueces con la vara de la «realidad». De esta manera se le negó al arte la libertad que le es propia como «realidad superior». Los jueces, que así lo vieron, se aferraron a lo particular, el trasfondo privado, para ocultar y soslayar sin dificultades lo general, el contenido político. Si la novela trata de cómo el arte se prostituye al poder, en la polémica sobre la novela el poder (de los tribunales) negó al arte su libertad como contra-realidad.
Sin embargo, tanto el Tribunal Federal como el Tribunal Constitucional ya previeron por sí mismos lo efímero de la prohibición y sentenciaron que «la necesidad de amparo legal del difunto Gründgens se reduce en la medida en que palidezca el recuerdo del difunto.»
¿Ha palidecido? Hace cuatro años, en noviembre de 1976, la emisora «Sender Freies Berlin» hizo una encuesta entre la gente que pasaba por la Hermann Platz en el barrio berlinés de Neukolln. La pregunta era: «¿Sabe Vd. quién fue Gustaf Gründgens?» El resultado demostró que el recuerdo del desaparecido actor, tan famoso en su momento, se había borrado. (Encuesta de Peter Sandmeyer)[13]:
Sandmeyer: ¿Sabe Vd. quién fue Gustaf Gründgens?
Encuestado 1: ¡Ni idea!
Sandmeyer: ¿Sabe Vd. quién fue Gustaf Gründgens?
Encuestado 2: Un director de teatro ¿Por qué?
Sandmeyer: ¿Se acuerda de él?
Encuestado 2: Pues… la palmó hace —¿cuánto tiempo puede hacer?— por lo menos diez años ¿no?
Sandmeyer: ¿Sabe Vd. quién fue Gustaf Gründgens?
Encuestado 3: No.
Sandmeyer: Vds. son estudiantes. ¿Saben quién fue Gustaf Gründgens?
Encuestado 4: Un actor, claro.
Encuestado 5: Yo no lo sabía.
Sandmeyer: Usted no lo sabe. Es cierto que era actor. ¿Se acuerda de él? ¿Lo ha visto alguna vez?
Encuestado 4: No, sólo me suena el nombre.
Encuestado 6: ¿Gründgens? Me suena su nombre, pero no sé qué es lo que ha hecho de especial.
Sandmeyer: ¿Sabe algo del comportamiento de Gründgens en el Tercer Reich? Encuestado 7: Era un poco del otro bando ¿no? ¿Entiende? Eso… invertido. En el Tercer Reich. ¿Qué hizo? Creo que era un poco nazi. Pero por Dios, ¿Quién no lo era? Yo no, desde luego.
Encuestado 8: Gustaf ¿qué más?
Sandmeyer: Gründgens.
Encuestado 8: No, no lo conozco.
Sandmeyer: ¿Sabe Vd. quién fue Gustaf Gründgens?
Encuestado 9: Sí, un actor.
Sandmeyer: ¿Sabe Vd. por casualidad cuál fue su comportamiento en el Tercer Reich?
Encuestado 10: No era nacionalista, por lo tanto estaba en contra de los nazis.
Según esto no queda la menor duda de que el «no insignificante grupo de lectores» que en 1963 «habría reconocido sin dificultades a Gründgens en Hofgen», hoy es muy reducido. (Estas citas, al igual que las del párrafo siguiente, pertenecen a las actas de las sentencias.)
Consecuentemente, también el «interés general» por Gustaf Gründgens, muerto hace 17 años, ha «desaparecido». Además, aquellos que aún hoy se interesen por Gründgens pueden crearse una «imagen exacta de la personalidad» del actor y Principal del Teatro Nacional de Prusia a través de las publicaciones aparecidas después de su muerte. También pueden visitar la exposición-Gründgens, abierta en Düsseldorf desde principios de 1980, y que recorrerá aún algunas ciudades de la República Federal. Esta exposición dice mostrar una documentación fiel a la historia, especialmente en lo que se refiere al comportamiento político de Gründgens y su ayuda a los perseguidos políticos del Tercer Reich. Gerd Vielhaber remite, en un comentario[14] en el periódico Frankfurter Allgemeine, a una de las frases claves de la exposición: «Mefisto y la época nazi». Allí se corrige, por medio de documentos, el error sobre el supuesto oportunista y colaboracionista en su precaria situación como «hombre de Goring» en el Teatro Nacional: «Los hechos hablan por sí mismos. La exposición muestra conscientemente también el cartel con la cruz gamada de Ariane Mnouchkine para la escenificación parisina de «Mefisto» según la novela (prohibida aquí) de Klaus Mann. Sus sabuesos dramatúrgicos, encargados de encontrar «material negativo» en el archivo de Düsseldorf, vinieron en vano. No porque se les impidiese el acceso a él, sino porque no había nada que pudiera apoyar la identificación de la figura del Hendrik Hofgen de Klaus Mann con Gustaf Gründgens».
El promotor de la exposición, el director del Archivo de Teatro de Düsseldorf, Heinrich Riemenschneider, me dijo que él no sólo se alegraría de la aparición en la República Federal de Alemania de la obra de Klaus Mann «Mefisto», sino que también la apoyaría[15].
«Sobre todo porque yo rechazo la prohibición y porque en ella veo un impedimento para la valoración verdaderamente sin prejuicios del comportamiento de Gustaf Gründgens en la época nazi.»
Wilfried F. Schoeller explica en su defensa, publicada en el periódico «Süddeutsche Zeitung», de la libertad de edición para la novela[16], que la opinión pública siente un creciente interés hacia la novela como «fuente histórica inmediata» y como «excitante cuadro de la época».
Ya hace más de diez años, el Ministerio Federal de Justicia, en su testimonio para el Tribunal Constitucional, había calificado la novela como «material ilustrativo de las circunstancias internas de Alemania en aquella época», seguramente como rechazo de la frase característica en la sentencia del Tribunal Territorial de Hamburgo: «La opinión pública no está interesada en una imagen falsa de la situación teatral posterior a 1933 desde la óptica de un exiliado político.» Un nuevo acento jurídico se produjo en el caso Mefisto cuando apareció en las librerías alemanas una edición pirata de la obra, probablemente impresa en Francia. El fiscal no pudo actuar en nuestra denuncia contra el desconocido impresor. Suspendió el procedimiento, aunque habría tenido que continuarlo con doble motivo: por ser un libro prohibido y por tratarse de una edición pirata. Así quedó el robo editorial como una anécdota más en un caso no exento de hechos curiosos.
La editorial Rowohlt obtuvo ya en 1966 la licencia para una edición de bolsillo. Ahora la editorial, en completo acuerdo conmigo y como editor original, ve llegado el momento de hacer una nueva y legal edición de la obra. Cuarenta y cuatro años después de haber sido escrita la novela y treinta y cinco años después del final de la dictadura nazi, que Klaus Mann combatió con todas sus fuerzas, y en especial con «Mefisto», se ha producido una nueva situación jurídica. Así puede ser dejada la obra de nuevo, y esperemos que por mucho tiempo, en libertad de acción.
Munich, otoño de 1980.