Diego Rivera, un lector de La querella de México[7]

[París]

2 de febrero de 1916

Recibí un libro sobre México. No tengo más que una cosa que decirle ¡vengan esos cinco! Y déjeme su Merced darle un abrazo, pero uno de los del mero Bajío de Guanajuato que se dan por fuera y por dentro, es usted, amigo Don Martín, el primer mexicano que se atreve a imprimir serenamente la verdad que ha de saber a genciana a amigos y enemigos, es usted el primero entre todos nosotros que nos habla sin subirse a una terraza, sino en medio de todos y sin más que su valor y la fuerza de posesión de lo justo como defensa. El mismo Don Lucas Alamán tuvo terraza ¡y qué terraza! En fin, mi querido Martín, su libro toma las proporciones de un parto de la madre nuestra tierra, el chico que puede nacer es la conciencia nacional y usted el operador ¡buen fórceps Martín! Ya ha tirado usted la cabeza y la cabeza dijo, siga usted, tiene usted razón, se necesita que nazca la criatura, que nazca a todo precio aunque a riesgo de que la enferma se nos muera. Sí señor Doctor «Enemigo del Pueblo»[8], bien haiga su Merced y aquí le va otro abrazo y otro y otro por eso y por su nuevo heredero. Es usted un hombre cabal, aquí me quedo yo en esta trinchera de Montparnasse luchando contra los Unos y los Otros y con envidia por usted que sabe hacer tantas cosas yo que al fin de cuentas no serví [más] «que para hacer de la pintura». A propósito de pintura, creo que la exposición de que me habla usted será la de los cuadros que se llevó [Marius de] Zayas[9] en comisión para The Modern Gallery 500 Fifth Ave. Son cuatro y uno que me compró él desde aquí. Son cinco lo cual como usted ve no es muy nutrido como exposición, en fin, a cualquier cosa le llaman ópera. Según me escribió Zayas habían gustado y esperaba, etcétera, etcétera, y quería exponerlos solos o juntos con los de Picasso que se llevó al mismo tiempo de aquí, veremos a ver, ya usted sabe ¿verdad? Si hay ocasión, présteles Ud. su retrato si no le molesta pues no tomó Zayas ninguna figura, pues en aquel momento sólo las tenía yo que eran telas demasiado grandes. Max Jacob les hace crónicas para el 291 últimamente. En una decía con gracia dieciochesca que durante una visita a casa de [Paul] Rosenberg se había equivocado y tomado por un Picasso mi trofeo de México, lo cual gustó mucho a Picasso. Yo soy tan mal agradecido que no dije ¡cuánta honra para la familia! aunque estuve bastante satisfecho pues la bromica es muy bonita y si los «Papas» se toman algún trabajo contra uno es más seguro esto que las amables aprobaciones aunque entre nosotros le diré que de tout deux je m’en fous[10] además hay que ser razonable y pensar que a Don Pablo Picasso no le faltan en su escarcela algunos buenos doblones, los amigos poetas, como los pájaros, no tienen dineros… los unos son el fuego los otros son la estopa viene el demonio y sopla. Le cuento a usted esto a título de croniquilla doméstica, pienso que puede ser que le divierta por un momento. Vea usted por allá en Nueva York cómo van las cosas y si al caso hace un [ilegible] de mí ese su muy sabio capote mexicano si algún quite se ofrece, cuénteme usted.