Cuando Chris vio que Tanya entraba en el instituto, salió al aire helado del exterior, bajo el débil sol de última hora de la tarde. El olor del río resultaba opresivo, incluso en lo alto del risco. Rollie Swenson se hallaba solo. Estaba sentado en un banco verde del parque con la mirada perdida. Llevaba una cazadora y una gorra de béisbol, y los faldones de la camisa sobresalían por debajo de la chaqueta. Tenía los pantalones grises manchados y los zapatos, cubiertos de barro. Como todos los demás, se había quedado sin casa.
Chris se sentó a su lado.
—Hola, Rollie.
Éste no apartó la vista del horizonte y dio un mordisco a un donut de chocolate.
—Chris.
—Qué días tan horribles.
—Sí.
—¿Cómo está Tanya? —se interesó Chris.
—Mejor que yo —contestó Rollie—. Vuelve a pasar mucho tiempo con Olivia. Le sienta bien tener una amiga.
—Lo sé, y me alegro.
Permanecieron sentados en silencio. Rollie se acabó el donut y se chupó los dedos.
Cuanto más rato pasaban juntos, más se enfadaba Chris. Estaba enfadado por todo lo que le había pasado a Olivia. Enfadado por el perjuicio causado, por la pérdida de vidas, por la inocencia perdida. Enfadado por la onda expansiva que había destruido las vidas de tantos otros.
—¿Conocías a Marco Piva? —le preguntó a Rollie.
—No.
—Yo sí. Ha sido algo trágico. Era un hombre decente.
Rollie resopló.
—¿Decente? Me tomas el pelo.
—No, es verdad. Los hombres decentes pueden cometer actos abominables.
Rollie le dirigió una extraña mirada y no contestó.
—Me pregunto qué habría hecho yo en su situación —señaló Chris—. Florian sobornó a su esposa, se aprovechó de sus debilidades. El sentimiento de culpa que la embargaba debió de ser inimaginable. Al fin y al cabo, conoció a los padres de St. Croix, ¿verdad? Habló con ellos y vio lo que les había sucedido a sus hijos. Sus lentas y horribles muertes.
—Sí, así es —convino Rollie—. Se entrevistó con todos ellos.
—Podría haberles proporcionado consuelo y una respuesta, y en lugar de eso encubrió lo que les habían hecho. Al final fue incapaz de vivir con esa mentira. La destruyó. Y también destruyó a Marco.
—¿Se supone que debo sentir lástima por él?
—No, sólo digo que no debe de ser fácil vivir atrapado por una terrible adicción.
Chris se metió las manos en los bolsillos y meneó la cabeza.
—Florian era un maestro de la manipulación. Recuerdo que, ya en la Facultad de Derecho, encontraba los puntos débiles de la gente e hincaba el cuchillo. Me pregunto cuánto tardó en encontrar a Lucia y averiguar cómo podía presionarla. Supongo que, si uno sabe dónde buscar, todo el mundo tiene secretos inconfesables.
Rollie miró a Chris con frialdad y luego consultó su reloj.
—Debería ir a buscar a Tanya.
Rollie empezó a levantarse del banco, pero Chris le detuvo poniéndole una mano firme en el hombro.
—Hay algo que me preocupa. Desde que descubrí la verdad sobre Lucia, me pregunto cómo podía Florian estar tan seguro de que el juez la elegiría a ella para que actuara como experta en la demanda.
—Me imagino que se acercó a ella después de que la escogieran —dedujo Rollie.
—¿Florian? No, era mucho más listo que eso. Sólo aceptó la participación de una experta porque sabía que Lucia Causey redactaría un informe que exoneraría a Mondamin. Nunca se habría arriesgado a que el juez eligiera a alguien a quien no pudiera manipular. Comprobé el registro de la propiedad: Lucia empezó a recibir dinero poco después de que archivaran la demanda. Florian la tenía en el bolsillo desde el principio.
—Engañaron a todo el mundo. Era un buen plan.
—Sí, lo era, pero sólo si el juez elegía a Lucia —insistió Chris—. Por supuesto, si la acusación y la defensa proponían el mismo nombre, estaba claro que el juez se decidiría por esa persona. Entiendo por qué Lucia encabezaba la lista de candidatos de Florian: era la que él quería. Así que tengo curiosidad por saber una cosa: ¿por qué incluiste tú a Lucia en tu lista?
Los ojos de Rollie mostraban una calma mortal. Era abogado, y no se inmutaba ante los interrogatorios.
—Tenía las credenciales. No hay muchos epidemiólogos con la experiencia suficiente para enfrentarse a un proyecto como éste.
—¿Fue sólo un accidente? ¿Una coincidencia?
—Debió de serlo.
Chris negó con la cabeza.
—No lo creo. Florian no habría apostado el futuro de su empresa a una coincidencia.
—No sé qué decirte, Chris. Recurrí a investigadores independientes para que me proporcionaran nombres y presentar la lista de expertos. Tal vez Florian se pusiera en contacto con ellos.
—Tal vez.
Chris dejó que el silencio se alargara.
—¿Sabes? Hay otra cosa que me preocupa.
—¿El qué?
—La nota que te envió Aquarius —explicó Chris—. Aquarius te advertía de que te mantuvieras en silencio. No quería que Tanya hablara con la policía sobre lo que Ashlynn le había explicado.
Que había escarbado en los secretos de su padre. Que tenía una prueba.
—¿Y?
—Y ¿por qué iba Marco a pensar que Tanya sabía algo?
Rollie vaciló.
—Ashlynn debió de contárselo a Marco.
—No. Ashlynn llamó a Tanya la noche antes de que la mataran, ¿recuerdas? Estaba en Nebraska y no llegó a casa. No hay forma de que se lo contara a Marco.
—Tal vez le dijera algo mientras estaban en el pueblo fantasma —apuntó Chris.
—¿Quieres decir que él la mató?
—Exacto.
—Yo también lo he pensado. Tenía sentido cuando no sabíamos quién era Aquarius, pero ahora lo sabemos. El problema es que Marco no mató a Ashlynn; tenía una coartada. Él no estuvo en el pueblo fantasma.
Rollie frunció el ceño.
—Bueno, pues lo descubrió de algún modo. Tenía miedo de que Tanya supiera lo bastante como para comprometerle.
—De hecho, no creo que Marco supiera nada sobre Tanya.
—Entonces ¿por qué me mandó esa nota?
—Es muy simple: no lo hizo. La nota era falsa.
—¿Falsa? ¿Por qué iba nadie a tomarse tantas molestias?
—Alguien no, Rollie, tú. Tú falsificaste la nota. Necesitabas una razón para que Tanya no hablara con nadie acerca de la llamada de Ashlynn. Necesitabas poder justificar por qué no le hablaste a la policía de esa llamada. Aquarius te proporcionó la excusa perfecta: tenías miedo de poner a tu hija en peligro.
—¿Qué estás diciendo, Chris? —preguntó Rollie, aunque ya lo sabía. No podía ocultarlo.
—Estoy diciendo que la llamada de Ashlynn fue tu peor pesadilla.
—Eso es una locura.
—¿Lo es? Estoy tratando de imaginar lo que se te pasó por la cabeza en ese momento. ¿Habló sólo con Tanya, o tu hija te pasó el teléfono? Debió de ser impactante. Allí estaba Ashlynn explicándote que su padre había ocultado el papel de Mondamin en las muertes ocurridas en St. Croix, y diciéndote que ahora podía probarlo. ¿Te dio algún detalle? ¿Mencionó a Lucia Causey? Apuesto a que sí.
Rollie Mantuvo una expresión pétrea y no dijo nada.
—Pobre Ashlynn —prosiguió Chris—. Pensó que estaba hablando con el único hombre que podía ayudarla. Pensó que te estaba dando la oportunidad de volver al tribunal y convertirte en un héroe para la gente de St. Croix. Estaba dispuesta a traicionar a su padre y revelar que era un hombre corrupto, pero no tenía ni idea de que desenmascarar a su padre significaba desenmascararte también a ti.
—¿Desenmascararme? —preguntó Rollie con gesto impasible.
—Florian no sobornó sólo a Lucia, también te sobornó a ti —declaró Chris.
—No tienes ni idea de lo que dices.
—Sí, la tengo. Debió de parecerte muy sencillo, seguro. Lo único que tenías que hacer era incluir a Lucia Causey en tu lista de expertos. Una pequeña traición. Nadie iba a cuestionarla. Como has dicho, tenía credenciales.
Rollie se rascó la barba de tres días con sus gruesos dedos. No miró a Chris; en lugar de eso, contempló el barro pisoteado del campo. Al final, sus labios se curvaron en una leve sonrisa.
—Es una lástima que no seas abogado litigante, Chris. Serías bueno con los jurados; sabes muy bien cómo vender una historia. Demonios, casi me lo he creído yo mismo. Entonces lo he recordado: éste es el tipo de hombre que haría cualquier cosa para proteger a su hija de una acusación de asesinato. Mentiría, destrozaría reputaciones. No juegues a eso conmigo. Estás dando palos de ciego. No sabes de qué hablas.
Chris se inclinó hacia él. La proximidad le puso los pelos de punta.
—Conozco la porquería enfermiza que te vendía Kirk Watson, Rollie.
Rollie Swenson se quedó helado. Parecía un hombre invisible que de repente se hubiera dado cuenta de que el mundo podía ver quién era. Chris distinguió en sus ojos un resplandor de lo que debía de haber supuesto para Rollie vivir dos existencias separadas, una en público y otra entregada a sus más íntimos deseos.
—Kirk le contó a Florian que eras uno de sus clientes, ¿verdad? —continuó Chris—. Ése era el as que guardaba en la manga. Debiste de hundirte cuando fue a verte, y el litigio se convirtió en tu intento de redención, ¿no? Creíste que por una vez en tu vida estabas haciendo algo noble, pero tu adicción lo emponzoñó como había hecho con todo lo demás. ¿Te humilló Florian? ¿Te trató como a un criminal? Si no te avenías a su propuesta, te arrestarían y quedarías al descubierto, inhabilitado, destruido. Todo el mundo sabría la clase de hombre que eres en realidad, incluida tu hija.
Rollie respiraba con dificultad y dejó que su cólera se desatara.
—Será mejor que no sigas soltando calumnias, o te meterás en problemas —dijo—. No tienes ninguna prueba.
—¿Era eso lo que buscabas en casa de Kirk? —preguntó Chris—. ¿Pruebas? ¿Tratabas de encontrar las pruebas que tenía contra ti? ¿Las encontraste, o Kirk las guardaba en el garaje? La policía no encontró nada allí, así que imagino que Lenny se las llevó.
—Este juego no tiene sentido, Chris. No vas a ganar. Aunque hubiera algo que encontrar, en estos momentos está enterrado bajo un metro y medio de cieno en algún lugar de Iowa.
—¿Crees que te has salido con la tuya?
—Creo que la inundación ha dado paso a un nuevo comienzo. Es lo que hacen las inundaciones.
—No para todo el mundo. No para un monstruo como tú.
Rollie se puso en pie y ocultó su rostro bajo la visera de la gorra de béisbol.
—No actúes como si supieras quién soy. No tienes ni idea.
—No, tienes razón, no lo sé —le espetó Chris, levantándose a su vez y dejando que las emociones se filtraran en su voz—. No sé cómo un hombre puede excitarse mirando cosas que harían que la mayoría de la gente se arrancara los ojos de la cara.
—Hemos terminado —declaró Rollie, y se subió la cremallera de la cazadora—. Me estás haciendo perder el tiempo. Como ya te he dicho, no tienes nada.
Chris se sacó un pequeño lápiz de memoria del bolsillo y lo sostuvo entre los dedos para que lo viera.
—¿Creías que Florian no iba a guardar una copia?
Rollie contempló el pequeño dispositivo metálico.
—¿Qué es eso?
—Lo sabes perfectamente.
—No creas que puedes engañarme.
—No es un farol —le aseguró Chris—. He visto el vídeo, Rollie.
—Mientes.
—Kirk no dejaba nada al azar —prosiguió Chris—. Grabó las imágenes pornográficas mientras las metía en el sobre, para que todo el mundo supiera lo que contenía. Utilizaba esos horrorosos sobres con lunares que se reconocen a kilómetros de distancia. Grabó la dirección mientras la escribía: apartado de correos 24321, Ortonville. Se grabó metiendo el sobre en el buzón. Y luego a ti, Rollie. Te filmó recogiendo el sobre en la oficina de correos como un niño en la mañana de Navidad. Hay un primer plano tuyo. ¿Sabes que es lo más asqueroso? Resulta obvio que tenías una erección. Te excitaba el mero hecho de pensar en abrir un nuevo envío de esa porquería.
Rollie cerró los ojos con fuerza y no dijo nada. Sabía que todo había acabado. Al oír el número del apartado de correos, supo que no tenía nada que hacer. Todo el mundo lo sabía; no había escapatoria. El peso que sentía en su alma era tan grande que apenas podía respirar.
—Julia me dio el vídeo —le explicó Chris—. Con Florian muerto y la verdad al descubierto, no había razón para seguir guardando tu secreto. No cuando cayó en la cuenta de que fuiste tú quien mató a su hija.
Rollie volvió a abrir los ojos y Chris vio el alcance de su destrucción. Su vida había volado en pedazos, dejando en su lugar sólo vacío. La puerta del infierno estaba abierta.
—¿Cómo pudiste hacerlo, papá?
La voz sobresaltó a Rollie como una descarga eléctrica. Dio media vuelta como si esperara ver al diablo, pero se trataba de su hija, que le gritaba.
Estaba de pie tras el banco y su perro se retorcía entre sus brazos. Olivia se encontraba a su lado, apoyada en las muletas. Hannah, con los brazos cruzados sobre el pecho y una expresión impasible de furia, estaba junto a Michael Altman, acompañado de tres agentes de policía.
Las palabras de su hija, la mirada de repulsión que reflejaban sus ojos, cortaron a Rollie en dos como el filo de una espada. Bajó la cabeza y su cara se retorció en un gesto de desesperación. Se asfixiaba; lloraba. La única emoción más intensa que el odio que sentía por sí mismo era el amor que sentía por su niña, pero ni siquiera aquel amor había bastado para salvarlo.
—Cariño, tú no lo entiendes.
—Lo he visto —siseó ella—. No quería creerlo, pero me lo han enseñado. ¿Cómo has podido?
Chris vio el rostro de Tanya, y sus lágrimas no podían enmascarar la verdad. Ella lo sabía. Lo había sabido siempre. Se preguntó si ése era el motivo por el que había acudido a él y le había contado lo de la llamada telefónica. Quería terminar de una vez con el sufrimiento, aunque eso significara perder a su padre.
—Ese viernes por la noche oíste cómo Tanya hablaba con Olivia por teléfono, ¿no es cierto? —le preguntó Chris a Rollie—. Oíste lo que habían hecho, dónde habían estado. Era tu oportunidad; sabías que Ashlynn se encontraba sola en el pueblo fantasma.
Rollie permaneció en silencio.
Chris miró a Tanya, que irguió los hombros y se secó las lágrimas. No iba a encubrirlo más.
—Le vi marchar —dijo—. Estaba en mi cuarto y oí el coche. Volvió una hora más tarde. Yo no le dije ni una palabra; fingí ignorarlo.
Rollie hundió la cabeza y se miró el regazo, como si el peor crimen fuera oír lo que había hecho de boca de su hija. Veía el futuro: ella iba a crecer despreciándolo, vería el demonio que él veía en sí mismo cada vez que se miraba en el espejo.
—Seguro que Ashlynn se alegró de verte —dedujo Chris—. Pensó que habías ido a rescatarla.
—Sólo quería saber qué había averiguado —murmuró Rollie—. No fui allí para matarla. Imaginaba que albergaba sospechas, eso es todo.
—Pero tenía más que sospechas.
Rollie asintió.
—Sabía qué había hecho Florian. Disponía de pruebas. Las guardaba en su ordenador portátil. Lo sabía todo sobre Lucia. Tenía copias de los registros telefónicos, los extractos bancarios y los viajes de Florian, que había sacado de su ordenador. Había encontrado los e-mails que intercambiaron. Lo sabía todo.
—Excepto lo tuyo.
—Excepto lo mío —confirmó él.
Alzó la vista hacia su hija y extendió los brazos hacia ella; Tanya retrocedió, dio media vuelta y echó a correr hacia la escuela, dejando huellas mojadas en la hierba. Él la siguió con los ojos hasta que desapareció.
Altman les hizo una señal con la cabeza a los agentes, que se acercaron a Rollie, lo levantaron del banco y lo esposaron. Éste, aturdido, no opuso resistencia. Una gruesa lágrima rodó por su mejilla, seguida por otra, y otra, hasta que se convirtieron en un torrente. Por su aspecto, se diría que habría preferido estar en el fondo del río, enterrado con las ruinas. Tuvieron que ayudarlo a caminar mientras se alejaban.
Chris los vio marchar y pensó en los padres y las hijas, los maridos y las mujeres. Florian había perdido a Ashlynn. Julia había perdido a Florian. Tanya había perdido a Rollie. Marco estaba en lo cierto, como siempre. «La vida cambia, amigo mío». En un momento la tenías en las manos y al siguiente se te escurría de ellas.
El fiscal del condado se volvió hacia Olivia y posó una mano en su hombro.
—He cometido un error contigo, señorita Hawk. Te acusé falsamente de haber cometido un terrible crimen y te pido disculpas.
Olivia meneó la cabeza.
—Yo también cometí un error, y el mío fue peor.
—Tú tienes dieciséis años —le dijo Altman—. Lamento ser yo quien te lo desvele, pero tienes ante ti una vida llena de errores. Creo que tus padres te explicarán que lo importante de los errores es aprender a vivir con ellos.
El fiscal le guiñó un ojo a Chris y siguió a los agentes de policía con los precisos pasos de un soldado.
Cuando todo el mundo se hubo marchado, quedaron los tres solos en el campo. Chris, Olivia y Hannah.
El sol se puso y tiñó las nubes con franjas anaranjadas. El aire se volvió más frío.
Eran una familia que se había separado y había vuelto a unirse. Lo habían perdido todo y lo habían ganado todo. Ahora él tenía justo lo que deseaba, aquello por lo que había ido. Su casa en la ciudad nunca había sido un hogar sin ellas. No tenían un lugar al que ir ni en el que vivir y, de algún modo, a Chris no le importaba en absoluto.
Se acercó a su hija, sostuvo su cara entre las manos y se inclinaron el uno hacia el otro, frente con frente. Chris se sentía afortunado, como si se hubiera salvado.
—Debería ir a buscar a Tanya —dijo Olivia—. Va a necesitar ayuda.
—Ve.
Su hija le dio un beso en la mejilla.
—Te quiero, papá.
—Yo también te quiero.
Olivia miró a sus padres y, al verlos juntos, una sonrisa tonta se dibujó en sus labios. Por un momento pareció tener de nuevo diez años, ser su niña pequeña en lugar de una joven a la que ya le habían roto el corazón y que había crecido demasiado rápido. Ahora era feliz. Chris se dio cuenta de que su hija había descubierto algo que él había tardado décadas en comprender: cuando sucede algo bueno, no haces preguntas, sólo sonríes y te abrazas con fuerza.
Hannah permaneció a su lado mientras Olivia cojeaba en dirección a la escuela para encontrarse con su amiga. Chris sintió cómo ella cerraba los dedos en torno a los suyos y le cogía de la mano. Ambos lo sabían. Ambos lo sentían. Ella no le preguntó si iba a quedarse, si iba a estar a su lado, al lado de Olivia, si podrían reconstruirse a sí mismos al tiempo que se reconstruían los pueblos. Sin preguntas. Sólo sonríes y te abrazas con fuerza.
Tal vez les quedaran meses, tal vez años. Pero sentía algo curioso: a Chris no le importaba. No iba a marcharse a ninguna parte. En aquel momento, agarrado de la mano de Hannah, sintió que el tiempo se congelaba con tanta solidez como el hielo invernal, hasta quedar completamente inmóvil.